Te robaré el corazón (Ladrón de guante blanco 1)

Ana Álvarez

Fragmento

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Prólogo

Los hermanos Ortiz se abrazaron con efusividad aquella tarde en que se reunieron en casa del menor, Adrián, para planear su futuro inmediato. Hacía más de un año que no se veían, algo que solían hacer después de cada golpe realizado con éxito. Solo sabían uno del otro a través de Encarna, su madre, que los creía de gira con sus respectivas e inexistentes compañías de teatro. A través de ella se dejaban mensajes más o menos encriptados hasta la hora de reunirse para planificar un nuevo trabajo. Pero no eran actores, aunque Lucas había realizado algunos cursos de interpretación para llevar a cabo su tarea de apropiarse de lo ajeno, sobre todo joyas y obras de arte de pequeño tamaño, fáciles de ocultar y de vender. Él era el brazo ejecutor mientas que Adrián, con la mente más metódica y menos carisma que su hermano, se encargaba de planificar con detalle cada una de las operaciones y de distribuir y vender la mercancía. Lo hacía a través de una red de contactos que el padre de ambos había dejado organizada y funcionando antes de morir cinco años atrás.

Habían formado un buen equipo los tres, jamás les habían pillado, ni siquiera se les había investigado como sospechosos, porque Lucas, que tomó el relevo de su padre realizando las sustracciones, era muy hábil cambiado de identidad en cada uno de los golpes y espaciaban estos durante bastante tiempo. Su carisma y su encanto personal cautivaban tanto a hombres como a mujeres y jamás había resultado sospechoso de ninguno de los robos que había perpetrado.

Ambos hermanos se parecían bastante, aunque Adrián era algo más bajo y corpulento que Lucas. Los dos habían heredado el cabello oscuro de su padre y un indiscutible atractivo para las mujeres, que usaban para camuflar su actividad delictiva. Pero mientras el mayor tenía los ojos negros, de mirada intensa y pasional, los de Adrián eran claros como los de Encarna y fríos como el hielo.

Ninguno tenía pareja estable porque no querían que se repitiera la situación familiar que habían vivido desde la adolescencia, mintiendo a su madre sobre la realidad de sus medios de vida. Era algo que su padre llevaba a rajatabla, tratando de proteger a Encarna, y ellos se habían visto obligados a seguir sus normas.

Gerardo Ortiz había trabajado solo hasta que sus hijos fueron lo bastante mayores para comprender las actividades de su padre y decidieron unirse a ellas, y hasta su fallecimiento era quien dictaba las normas y organizaba las operaciones. Las giras, como las llamaban en casa. A su muerte, ambos hermanos decidieron que sería Adrián quien se ocupara de la planificación, y Lucas, por su enorme carisma, se encargaría de llevarlas a cabo como llevaba haciendo ya unos años.

Cuando se reunieron, y tras el abrazo, se contemplaron uno a al otro, asimilando los cambios producidos durante los meses que habían estado sin verse. La piel morena de Lucas estaba más oscura aún después de pasar bastantes meses en su refugio de la isla de Menorca, donde se ocultaba del mundo hasta que se olvidaba el último robo perpetrado, y su cuerpo delgado rebosaba energía contenida. Por mucho que hubiera practicado deporte para mantenerse en forma, era un hombre que necesitaba acción y la adrenalina que le aportaba su trabajo. Adrián, en cambio, presentaba un aspecto relajado y tranquilo, más acorde con su personalidad. Porque mientras Lucas había ejercitado su cuerpo, él no dejó descansar a su mente buscando nuevos proyectos.

—¿Cómo estás? —le preguntó a su hermano invitándolo a sentarse.

—Dispuesto para el trabajo —respondió Lucas—. Supongo que ya tienes algo pensado.

—En efecto.

—Esperaba con ganas que mamá me dijera que estabas ensayando una nueva obra de teatro, y me dejó muy sorprendido al comentarme que requeriría un vestuario espectacular.

Adrián mostró un atisbo de sonrisa.

—Pues sí, va de vestuario la cosa.

—Cuéntame.

—Estoy barajando algo especial.

Lucas esbozó una sonrisa torcida, esa que volvía locas a las mujeres y las hacía ciegas y sordas a todo lo que tenían delante que no fuera él.

—¡No te imaginas cuánto me apetece! Los últimos golpes han sido un juego de niños; muy lucrativos, cierto, pero fáciles y aburridos. Ya echo de menos un poco más de acción.

—Este creo que lo será; al menos sé que te va a gustar, porque deberás sacar tus dotes de seducción.

—¡Cuenta! Me encanta eso de la seducción.

Adrián se echó a reír. A su hermano mayor le gustaba mucho desplegar sus encantos delante de las mujeres: no obstante, no se dejaba llevar por ellos, siempre mantenía la mente clara cuando trabajaba. Sabía que la seguridad de los dos estaba en juego.

—Primero una copa… Hace mucho que no nos vemos y quiero disfrutar de tu compañía.

Minutos después, acomodados en el amplio sofá y con sendos vasos en la mano, Adrián expuso sus planes, en espera de la aprobación de Lucas, aunque sabía que este no pondría la menor objeción.

—¿Has oído hablar de la fiesta anual benéfica que celebra Feliciano Peñalver?

—¿El magnate de la construcción?

—Sí.

—El año pasado causó bastante revuelo con una fiesta a la que acudió la flor y nata de toda España. Es lo único que sé, porque salió en todos los medios de comunicación.

—Este año la repetirá, a finales de verano. Y nosotros vamos a aprovecharlo.

—¿Pretendes que dé un golpe en un evento plagado de seguridad tanto pública como privada? Y ni hablar de las cámaras…

—¿No te atreves? —preguntó Adrián, consciente de la descarga de adrenalina que acababa de provocar en su hermano mayor.

—Sabes que sí, pero es arriesgado.

—Lo sé. Lo de dar el golpe allí lo dejo a tu elección, aunque sé que harás lo imposible. Pero de lo que de verdad se trata es de que te infiltres entre las invitadas y evalúes las joyas que luzcan, que no tengo dudas de que será lo mejorcito que posean. A un evento de esa índole no se acude con un colgante de ámbar. Si no puedes actuar allí, ya lo harás en otro momento, una vez decidida la pieza que queremos.

—¿Cómo quieres que asista? Las invitaciones estarán muy controladas y, aunque me presente en la puerta con una buena falsificación, no me permitirán la entrada sin contrastar de forma muy exhaustiva su veracidad.

—No lo harás con una invitación falsa, sino con una de verdad. Tendrás que conseguir que te inviten.

—Fácil fácil…

—Te vas a infiltrar en el taller de alta costura más exclusivo del momento, vas a diseñar el vestido a más de una de las invitadas y deberás usar tu encanto personal para conseguir que alguna de ellas quiera que la acompañes. Cómo lo consigas, lo dejo a tu elección.

—No he diseñado en mi vida ni un calcetín… pero no creas que no me atrae la idea. Es un reto.

—Y no conozco a nadie a quien le guste más un reto que a ti. Te he matriculado en un curso intensivo de costura y diseño, deberás aprender lo suficiente en cuatro meses para dar el pego.

—Eso ya es otra cosa. ¿Y cómo conseguiré que me contraten?

—Porque la boutique es la mejor de Barcelona; la jefa de taller, que realiza también la tarea de diseñadora, es un genio con la confección, pero

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