En tu reflejo

Sandra Mir

Fragmento

Prólogo

Prólogo

El primer juego de recortables que Jules tuvo en su vida fue una revista Vogue.

A pesar del tiempo transcurrido, todavía recordaba aquel día con absoluta claridad. Estaba apilada junto a otras revistas sobre una de las mesitas del salón donde su madre solía pasar las tardes. El brillo de su portada y la fotografía en blanco y negro de la mujer que aparecía en primer plano la hacían destacar entre las demás y atrajeron su atención de inmediato.

Sus manos habían toqueteado el papel cuché con curiosidad y su naricita se había hundido entre sus páginas para oler aquel extraño aroma que desprendían, mezcla de química, papel y sueños. Para disgusto de su madre, se le ocurrió la genial idea de recortar las siluetas de las modelos, los vestidos y complementos, y disponerlos todos sobre su mesa de juego.

Durante el resto de la mañana se dedicó a probar infinidad de combinaciones, cual collage, dando sus primeros pasos en lo que algún día se convertiría en un proceso casi automático de su cerebro. Sus tijeras apenas cortaban, las hojas de la revista habían acabado arrugadas de tanto manosearlas y la mesa sobre la que jugaba estaba pegajosa tras haber utilizado medio tubo de pegamento de barra; pero nada de eso importó a aquella niña que, aun sin saberlo, acababa de descubrir su verdadera vocación.

Jules solo tenía cuatro años.

Primera parte

PRIMERA PARTE

Nuestro trabajo debería hacer soñar a la gente.

GIANNI VERSACE

Capítulo 1

1

A las nueve cincuenta y cinco de aquella tibia mañana de marzo, Jules se encontraba frente al One World Trade Center, debatiéndose consigo misma sobre qué le emocionaba más, si acceder al icónico edificio de cristal de altura infinita, o estar a punto de adentrarse en el lugar más poderoso e influyente del mundo en lo que a la industria de la moda se refería.

¡Qué más daba cuál fuese la razón!, se dijo, entusiasmada. En cuestión de segundos iban a producirse ambas.

Resuelta, atravesó la impresionante entrada con paso seguro y contempló la enorme y aséptica recepción con cierto asombro. El espacio era impresionante, pero sus altas paredes en mármol blanco le recordaban más a un mausoleo que a la recepción de un edificio de oficinas. El único toque de color se encontraba en la pared frente a los mostradores de recepción, que estaba decorada con grandes tapices de arte abstracto en todas las tonalidades del arcoíris.

Tras identificarse, le entregaron una tarjeta de acceso temporal que le permitió atravesar un torno situado al fondo de aquel ecléctico espacio y que la conducía directa a los ascensores. Su estómago dio un vuelco cuando el aparato tomó velocidad. Podía achacarlo a una simple reacción de su cuerpo a la gravedad, pero la realidad era que estaba más nerviosa de lo que quería admitir. Y no era para menos, pues estaba a punto de pisar la sede central de Vogue en Nueva York, su revista de cabecera desde que tenía uso de razón y el principal referente de su profesión.

En la planta 25 de aquel rascacielos se hilaban los sueños de millones de mujeres. A través de sus páginas se las inducía con sutileza a consumir, a cambiar sus gustos, a anhelar algo que, con toda probabilidad, no necesitaban. La revista no se limitaba a mostrar las nuevas tendencias al mundo, las creaba. Moldeaba los deseos de sus lectoras a su antojo, encumbraba a nuevos talentos o los dilapidaba sin compasión sin importar si eran nuevas promesas de la moda o renombrados diseñadores, y conjugaban arte, estilo, fotografía y comunicación con maestría. Cualquier persona con el más mínimo interés en ese vasto mundo sabía que pisar aquel lugar era un lujo.

Contuvo el aliento al encontrarse con las icónicas letras V y G esmeriladas sobre las puertas de entrada de sus oficinas y un burbujeo de emoción que poco tenía que ver con su trabajo la impulsó a revisar su vestuario con indecisión. Había elegido un traje chaqueta de fino crepé en rosa palo, a juego con una blusa semitransparente del mismo tono; todo el conjunto de su propia creación. Con él se sentía femenina y a la vez empoderada, dos sensaciones que trataba de transmitir con todo lo que vestía.

No es que se sintiese intimidada —de algo le tenía que haber servido crecer rodeada de lujo y glamour—, pero era difícil no sentirse impresionada por estar allí cuando se había pasado la mitad de su vida fantaseando entre sus páginas. Poder echar un ojo tras las bambalinas de la revista era un sueño hecho realidad, y su innata curiosidad la empujaba a perderse entre los cientos de metros cuadrados que se extendían frente a ella y meter la nariz en todo lo que tuviese a su alcance.

—Señorita Simmons. La señora Keene la atenderá ahora.

Jules asintió y sonrió con aprobación al comprobar que el asistente de la directora creativa era un chico. Estaba harta de que siempre fueran mujeres las que ocupasen esas posiciones. Los hombres estaban cada día más interesados en tener un estilo propio y mostrar su personalidad a través de la moda, y tener a un miembro del género masculino en aquel trabajo era una prueba más de que, poco a poco, se iban rompiendo tabúes.

El asistente la guio a través de un amplio y aséptico espacio de trabajo, tomó el primer pasillo a la derecha y se detuvo al llegar al final, donde la zona de nuevo se bifurcaba en dos direcciones. Aquellas oficinas eran un vasto laberinto en el que era fácil perderse, pero el chico se decantó por el lado izquierdo con decisión, así que ella solo siguió sus pasos.

Un nuevo escenario apareció ante sus ojos.

Estanterías con zapatos

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