365 días más («Trilogía 365 días»)

Blanka Lipińska

Fragmento

Capítulo 1

1

El cálido viento me revolvía el pelo mientras conducía el descapotable a toda velocidad junto a la playa. Por los altavoces retumbaba la canción de Ariana Grande Break Free, cuya letra respondía a mi situación como ninguna otra en el mundo. If you want it, take it, cantaba y asentía al ritmo de cada palabra al tiempo que subía el volumen.

Aquel día era mi cumpleaños. Teóricamente, era un año más vieja que el día anterior, así que debería estar deprimida, pero nunca me había sentido tan viva como en ese momento.

Detuve el coche en un semáforo, y justo entonces empezó el estribillo. Los bajos explotaron a mi alrededor y me sentía de tan buen humor que me puse a cantar con Ariana:

This is… the part… when I say I don’t want ya… I’m stronger than I’ve been before… —grité junto a ella, moviendo las manos en todas direcciones.

El joven que detuvo el coche a mi lado me sonrió con coquetería; debió de parecerle divertido mi comportamiento y empezó a golpear el volante al ritmo de la canción. Aparte de la música y de mi insólita conducta, quizá también le llamó la atención mi vestuario, porque no llevaba mucha ropa.

El bikini negro pegaba de manera ideal con mi Plymouth Prowler morado, con el que combinaba todo porque era la hostia. Mi coche, divino y extraordinario, era un regalo de cumpleaños. Por supuesto, era consciente de que mi hombre no se detendría ahí, pero me gustaba consolarme pensando que quizá fuera el último obsequio.

Todo había comenzado un mes antes: cada día me ofrecía algo por mi cumpleaños. Trigésimo cumpleaños, treinta días de regalos. Así lo veía él. Alcé los ojos al pensar en ello y arranqué cuando el semáforo se puso en verde.

Aparqué, cogí el bolso y me dirigí a la playa. Hacía mucho calor, era pleno verano y tenía muchas ganas de comprobar cuánto tiempo podía estar al sol sin hartarme. Sorbí un poco de té helado por una pajita y me puse a caminar hundiendo los pies en la ardiente arena.

—¡Felicidades, vejestorio! —gritó mi hombre; en cuanto me di la vuelta para mirarlo, un géiser de Moët & Chandon Rosé me explotó en la cara.

—¡¿Qué haces?! —chillé sonriendo, y traté de apartarme del chorro, aunque sin éxito.

Me empapó entera con la precisión y el acierto de un bombero con una manguera. Cuando la botella estuvo vacía, se abalanzó sobre mí y me tumbó sobre la arena.

—Felicidades —susurró—. Te quiero.

Entonces su lengua se introdujo lentamente en mi boca y empezó a moverse en todas direcciones. Gemí, crucé los brazos por detrás de su cuello y separé las piernas cuando se acomodó entre ellas, moviendo las caderas a un lado y a otro.

Sus manos agarraron las mías y las hundieron en el blando suelo. Luego se apartó de mí y me miró con expresión divertida.

—Tengo algo para ti. —Movió las cejas alegremente, se incorporó y tiró de mí para dejar que me levantara.

—¿De verdad? —murmuré con sarcasmo y alcé la vista, que ante él quedaba oculta por los cristales oscuros de mis gafas de sol.

Levantó la mano y me las quitó. Se puso serio.

—Me gustaría… —se aturulló, y lo miré con gesto divertido. Entonces inspiró profundamente, cayó de rodillas, estiró la mano y puso frente a mí una cajita—. Cásate conmigo —dijo Nacho mostrando sus blancos dientes en una sonrisa—. Me gustaría decir algo inteligente, romántico, pero solo deseo decir algo que te convenza.

Tomé aire, pero levantó la mano para detenerme.

—Piénsatelo antes de decir nada, Laura. Prometerse no significa casarse y casarse no significa que sea para toda la vida. —Empujó suavemente la cajita contra mi vientre—. Recuerda que no quiero obligarte a nada, no te ordeno nada. Di «sí» solo si lo deseas de verdad.

Por un instante se quedó en silencio, esperando mi respuesta, pero al no obtenerla, meneó la cabeza y continuó:

—Si no aceptas, te enviaré a Amelia y te torturará hasta la muerte.

Lo miré preocupada y asustada, pero a la vez contenta.

«Si en Nochevieja alguien me hubiera dicho que meses después estaría donde estoy, habría creído que estaba loco», pensé, y me reí para mis adentros. Y si hace un año por esas fechas, cuando Massimo me secuestró, alguien hubiera insinuado que un año después iba a aterrizar en Tenerife y que tendría a un chico de colores a mis pies, habría apostado una mano a que eso era imposible. Así que en ese instante no tendría mano… Pensar en lo que había ocurrido ocho meses antes aún me helaba la sangre, pero gracias a Dios, o al doctor Mendoza, mis sueños ya eran más tranquilos. Aunque tras tanto tiempo y con semejante compañía en la cama no podría ser de otro modo…

Capítulo 2

2

Cuando abrí los ojos por primera vez desde que los cerrara en la residencia de Fernando Matos, me di cuenta de que estaba cubierta por kilómetros de tubos insertados en mi cuerpo y que me rodeaban decenas de pantallas en las que se mostraban mis constantes vitales. Todos los aparatos lanzaban pitidos y ruidos. Quise tragar saliva, pero en la garganta tenía un tubo. Me dio la sensación de que en cualquier momento iba a vomitar. Los ojos se me nublaron y sentí que el pánico se apoderaba de mí. Entonces una de las máquinas empezó a pitar de manera estridente, la puerta se abrió y Massimo entró sofocado en la habitación, como si fuera un ariete. Se sentó a mi lado y me tomó de la mano.

—Querida. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Gracias a Dios!

El rostro de Black reflejaba cansancio, y me pareció que había perdido la mitad del peso que tenía la última vez que lo vi. Inspiró hondo y me acarició la mejilla. Al verlo, me olvidé del tubo que me asfixiaba. Empezaron a brotarme lágrimas y él las fue secando una a una sin apartar sus labios de mi mano. Justo en ese momento unas enfermeras entraron en la habitación y silenciaron aquel insoportable pitido.

Tras ellas aparecieron los médicos.

—Señor Torricelli, salga, por favor. Tenemos que ocuparnos de su esposa —dijo un hombre mayor con bata blanca, pero no reaccionó, así que el doctor repitió la orden en voz más alta.

Massimo se irguió por encima de él, adopt

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