Donde duermen mis recuerdos

Fragmento

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Prólogo

Alice

Solo recordamos lo que nunca sucedió

Marina, Carlos Ruiz Zafón

13/2/2013

Residencia de estudiantes Normont

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Desde que era muy pequeña, anduve viajando entre historias y mundos paralelos a través de los libros que formaban parte de mi estantería y de todos aquellos que habían llegado envueltos en papel craft, cuando mi abuela aún vivía y se esforzaba en fomentar mi imaginación. En aquel momento, aún no era consciente de que, a veces, la distancia que separaba la fantasía de la realidad parecía inexistente.

Algunos tomos se atrevían a cuestionar la existencia de vida más allá de este planeta. Otros jugaban con los recuerdos y la infinitud del tiempo. Decían que aquellas evocaciones influyen en nuestra personalidad de manera incuestionable. Puede que a veces no fuésemos conscientes. Pero a todos nos marcó; para bien o para mal, nuestro primer beso, la marcha de algún familiar querido, aquella pelea sin motivo aparente con tu mejor amiga de la infancia; con la que dejaste de hablar..., el silencio tímido y cómplice que acompaña al primer te quiero.

Sin embargo, ¿qué pasaría si tuvieras la oportunidad de retroceder en el tiempo? ¿querrías cambiar algo de lo que sucedió?

―Alice, ¿estás segura de que esta es la puerta? eres consciente de lo que ocurrirá si te equivocas... ―James posó sus ojos oscuros sobre mí, volcando el miedo que latía en su interior.

―Si me equivoco, tú estarás aquí, ¿verdad?

―Por supuesto, no voy a dejarte sola.

―Entonces, no hay nada que temer. No me dejes caer en el limbo o te perderás nuestra cita. ―Intenté que sonara como una burla, más que como una advertencia. Pero estaba aterrada. Acaricié con suavidad su mano. Por primera vez fui capaz de mirarle a los ojos sin parpadear. La aversión inicial se fue disipando poco a poco, dejando espacio a algo mucho más peligroso, a la electricidad que recorría mi cuerpo al sentir su calidez. Pero se hizo tarde. Se hizo tarde para decirle que el recuerdo que más apreciaba era el del beso que nunca llegamos a darnos. Porque esta no es la historia de una chica que viaja a través del tiempo para preservar sus anécdotas de la infancia. Ni la de aquella que cruzó la entrada equivocada para salvar a su mejor amiga.

Esta no es más que la historia de una adolescente a la que le tiritaba el corazón y el recuerdo que acabó por romperlo.

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Capítulo 1

Alice

31/10/2019

Todo comenzó con la muerte de mi padre aquella extraña mañana de junio, en la que una sola llamada a mi despacho bastó para ser consciente de que este se había marchado para siempre. Los minutos que precedían aquella noticia fueron difusos. Recuerdo estar hecha un ovillo sobre la silla mientras me abrazaba las costillas con fuerza. Sentía cómo el dolor perforaba mi interior y se extendía como una fina capa de hielo a través de mis huesos. Un pitido incesante se apoderó de mi cabeza durante unos segundos y todo se oscureció alrededor. Algo se estaba resquebrajando en mi interior, estaba segura. Después, la oscuridad se desvaneció sin más y el ruido cesó. Las palabras que mi jefa ofrecía como consuelo me sabían amargas. Por mucho que se intuyese que, tarde o temprano, aquello a lo que más temía se haría realidad, no estaba preparada aún para perderlo; no después de todo lo que nos quedaba por vivir...

No podría decir que me dejase con las manos vacías, no... Se marchó dejando mi vida plagada de incógnitas.

La primera (y probablemente la que más tiempo llevaba anclada a mí): ¿dónde estaba Sarah? ¿Por qué habían suspendido su búsqueda?

***

El chico de la floristería enlazaba una rosa blanca con otra, con un giro magistral de muñeca, hasta crear un enorme ramo mientras me apoyaba detrás del mostrador.

—¿Desea que escriba alguna dedicatoria? —Se inclinó hacia mí para darme las flores sujetando un rotulador.

—Mmm, sí: «Sometimes all of our thoughts are misgiving».

—Qué profundo, ¿es de un poema? —cuestionó con una sonrisa cargada de inocencia.

—No, es la letra de una canción. Su canción favorita.

El chico asintió, dedicándome una mirada condescendiente y comenzó a escribir.

Al salir, cogí mi bicicleta y la conduje en torno al camino empedrado que guiaba hasta el cementerio. El traqueteo de las ruedas deslizándose con rapidez a través de la gravilla era algo que me relajaba.

Cuando llegué, noté cómo el césped recién regado crujía con suavidad bajo mis zapatillas mientras el silencio invadía todo a mí alrededor. Las lápidas se amontonaban a mi izquierda creando un reguero de flores y musgo amarillento. Algunas estaban mustias, en concreto, las amapolas. Otras, como las camelias, resplandecían solas.

Me dejé caer frente a la fila de lápidas y estiré los brazos. No me sentía capaz de identificarlas como esquelas. No sería justo reducirlas a una simple composición de un nombre y un apellido. En aquel pequeño habitáculo descansaban cúmulos de historias. Historias como la mía.

A un lado y al otro, todos habíamos perdido algo. Solo nos quedó aprender a convivir con el dolor y abrazarnos a los buenos recuerdos. A todas esas charlas cargadas de significado a las que en su día no dimos importancia.

Hace poco leí que una persona nunca se marchaba del todo. Siempre acabarás encontrando algo que te llevará de regreso a ella; aquel escrito tenía razón. Mi padre vivía en una vieja canción de Led Zeppelin y en las de Queen. Pero también lo hacía en todo aquellos poemarios que habíamos leído juntos. En las galerías de arte que visitamos, en todas aquellas películas de Christopher Nolan en las que hicimos nuestras propias teorías antes de que acabaran..., en el olor del café.

Pasé el índice sobre su nombre Christian Belmont y guardé silencio durante unos minutos mientras recitaba una plegaria que ambos compartíamos.

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Capítulo 2

Alice

2019

Opté por volver a su casa antes de regresar a la mía y terminar de recoger mis cosas. A pesar de que llevaba casi un año independizada, había dejado algunas prendas sobre mi vieja cama; una pila de pintauñas a medio gastar sobre la mesa del escritorio, mi taza favorita y una antigua saga de novelas sobre vampiros. Supuse que así, cada vez que él abriese aquella puerta, se sentiría menos solo. El apartamento estaría menos vacío. Mi primer trabajo había consumido gran parte de mi tiempo, por lo que las visitas eran cada vez más escuetas.

Abrí con cautela, ya que l

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