Liberado («Cincuenta sombras» contada por Christian Grey 3)

E.L. James

Fragmento

cap-1

Domingo, 19 de junio de 2011

Sumidos en un estado de absoluta felicidad poscoital, estamos tumbados bajo los farolillos de color rosa, las flores silvestres y las guirnaldas de luces que parpadean en el emparrado. Mientras se apacigua mi respiración, estrecho a Anastasia entre mis brazos. Desmadejada encima de mí, apoya la mejilla en mi pecho y la mano sobre mi acelerado corazón. La oscuridad se ha desvanecido, ahuyentada por mi atrapasueños particular… mi prometida. Mi amor. Mi luz.

¿Se puede ser más feliz de lo que lo soy yo ahora mismo?

Grabo la escena a fuego en mi memoria: la casita del embarcadero, el ritmo relajante del golpeteo del agua, las flores, las luces… Cierro los ojos y memorizo la sensación de tener a esta mujer en mis brazos, el peso de su cuerpo encima de mí, el lento movimiento de su espalda al compás de la respiración, sus piernas enredadas en las mías. El aroma de su pelo me inunda las fosas nasales y es un bálsamo que suaviza todos mis oscuros ángulos y mis aristas afiladas. Este es mi lugar feliz. El doctor Flynn se sentiría orgulloso. Esta hermosa mujer ha accedido a ser mía. En todos los sentidos. Otra vez.

—¿Y si nos casamos mañana? —le susurro al oído.

—Mmm. —El sonido en su garganta reverbera suavemente sobre mi piel.

—¿Eso es un sí?

—Mmm.

—¿O es un no?

—Mmm.

Sonrío. Está exhausta.

—Señorita Steele, ¿está siendo incoherente? —Percibo su sonrisa a modo de respuesta y estallo en risas de felicidad mientras la abrazo con más fuerza y la beso en el pelo—. En Las Vegas. Mañana. Está decidido.

Levanta la cabeza, con los ojos entrecerrados bajo la tenue luz de los farolillos… parece adormilada, aunque saciada a la vez.

—No creo que a mis padres les vaya a gustar mucho eso. —Baja la cabeza y recorro su espalda desnuda con las yemas de los dedos, disfrutando de la calidez de su piel suave.

—¿Qué es lo que quieres, Anastasia? ¿Las Vegas? ¿Una boda por todo lo alto? Lo que tú me digas.

—Una boda a lo grande no… Solo los amigos y la familia.

—Muy bien. ¿Dónde?

Se encoge de hombros y tengo la sensación de que no se lo ha planteado hasta ahora.

—¿Por qué no aquí? —pregunto.

—¿En casa de tus padres? ¿No les importará?

Me río. Grace estaría entusiasmada con la idea.

—A mi madre le daríamos una alegría. Estaría encantada.

—Bien, pues aquí. Seguro que mis padres también lo preferirán.

Y yo también.

Por una vez, los dos estamos de acuerdo. Sin discusión de por medio.

¿Es la primera vez?

Con delicadeza, le acaricio el pelo, un poco revuelto tras nuestro apasionado encuentro.

—Bien, ya tenemos el dónde. Ahora falta el cuándo.

—Deberías preguntarle a tu madre.

—Mmm. Le daré un mes como mucho. Te deseo demasiado para esperar ni un segundo más.

—Christian, pero si ya me tienes. Ya me has tenido durante algún tiempo. Pero me parece bien, un mes.

Me planta un beso suave en el pecho y agradezco que la oscuridad no aparezca. La presencia de Ana la mantiene a raya.

—Será mejor que volvamos; no quiero que Mia nos interrumpa, como la última vez.

Ana se ríe.

—Ay, sí. Aquella vez no nos pilló por los pelos. Mi primer polvo de castigo.

Me roza el mentón con la yema de los dedos y me doy la vuelta, rodando y arrastrándola conmigo hasta retenerla contra la alfombra de pelo.

—No me lo recuerdes. No fue uno de mis mejores momentos.

Arquea los labios en una sonrisa cohibida, con los ojos chispeantes de ironía.

—Como polvo de castigo, no estuvo del todo mal. Además, recuperé mis bragas.

—Eso es verdad. Merecida y limpiamente. —Riéndome al recordar la escena, le doy un beso rápido y me incorporo—. Vamos, ponte las bragas y volvamos a lo que queda de la fiesta.

Le subo la cremallera del vestido verde esmeralda y le echo mi chaqueta por encima de los hombros.

—¿Estás lista?

Entrelaza los dedos con los míos y caminamos hacia lo alto de las escaleras de la casita del embarcadero. Se detiene un momento y se vuelve para admirar nuestro refugio floral como si estuviera memorizando aquella imagen.

—¿Y qué pasa con todas estas luces y con las flores?

—Tranquila, mañana volverá la florista a recogerlo todo. La verdad es que han hecho un trabajo estupendo, y las flores irán a una residencia de ancianos local.

Me aprieta la mano.

—Eres una buena persona, Christian Grey.

Espero ser lo bastante bueno para ti.

Mi familia está en el estudio, abusando de la máquina de karaoke. Kate y Mia están bailando y cantando «We Are Family», con mis padres como público. Me parece que están un poco borrachas. Elliot está desparramado en el sofá, bebiendo cerveza y entonando la letra de la canción.

Kate ve a Ana y la llama para que se acerque al micrófono.

—¡Dios! —exclama Mia, sofocando la canción con su grito—. ¡Pero qué pedazo de pedrusco! —Coge la mano de Ana y emite un silbido—. Esta vez te has portado, Christian Grey.

Ana le sonríe con timidez mientras Kate y mi madre la rodean para examinar el anillo, lanzando las correspondientes exclamaciones de admiración. Noto cómo me voy hinchando de orgullo.

Sí. Le gusta. A ellas también les gusta.

Lo has hecho muy bien, Grey.

—Christian, ¿puedo hablar contigo? —me pregunta Carrick, levantándose del sofá y mirándome con gesto adusto.

¿Ahora?

Me dirige una mirada inflexible al tiempo que me indica con la mano que salgamos de la habitación.

—Mmm, sí, claro. —Miro a Grace, pero rehúye mi mirada deliberadamente.

¿Le habrá contado lo de Elena?

Mierda. Espero que no.

Lo sigo a su despacho y él me hace pasar y cierra la puerta a su espalda.

—Tu madre me lo ha contado —me suelta a bocajarro, sin preámbulo de ninguna clase.

Miro el reloj: son las 12.28. Es demasiado tarde para un sermón… en todos los sentidos.

—Papá, estoy cansado…

—No, no te vas a librar de esta conversación. —Me habla con voz severa y entorna los ojos para mirarme por encima de la montura de las gafas. Está enfadado. Muy muy enfadado.

—Papá…

—Calla, hijo. Ahora te toca escuchar.

Se sienta en el borde de la mesa, se quita las gafas y se pone a limpiarlas con el paño de gamuza que acaba de sacarse del bolsillo. Estoy allí de pie frente a él, como tantas otras veces, sintiéndome como cuando tenía catorce años y acababan de expulsarme del colegio… otra vez. Resignado, respiro profundamente y, lanzando el suspiro más ruidoso que soy capaz de emitir, apoyo las manos en las caderas y aguanto el chaparrón.

—Decir que me he llevado una decepción sería quedarme muy corto. Lo que hizo Elena es criminal…

—Papá…

—No, Christian. No tienes derecho a hablar ahora mismo. —Me fulmina con la mirada—. Esa mujer se merece que la encierren.

¡Papá!

Hace una pausa y vuelve a ponerse las gafas.

—Pero creo que lo que más me ha decepcionado ha sido el engaño. Cada vez que salías de esta casa diciéndono

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