Amor improbable

Arturo Urbanos

Fragmento

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1

AARON

El psicólogo estaba convencido de que al día siguiente acabaría muerto por culpa de los nervios y también de lo que pondrían sus amigos en el epitafio de su tumba: «Aaron Fields falleció por la posibilidad de conocer en persona a un conde. Entró en pánico y tuvo el accidente más tonto de la historia». En su defensa, él diría que aquel no era un conde cualquiera. Era el joven John Spencer, décimo conde de Spencer. Todo inglés sabía que había numerosos focos sobre esa familia. Y, además, según su mejor amigo Luke, aquel hombre era uno de los británicos más codiciados.

Al principio no se lo creía, pensaba que alguien le había gastado una broma pesada y que en aquel encuentro no iba a conocer a nadie, o al menos, no al conde. No sería la primera vez que él, o alguno de sus amigos, hubiera quedado con una persona que estuviera suplantando a otra. Ya le pasó a su amigo Luke con un chico que conoció por Grindr y, de hecho, primero creyó que podía haber sido idea suya. Pero «el Skywalker» (admirador de los británicos famosos y, sí, también fan de Star Wars) lo negó en redondo cuando habló con él en videollamada. Podría asegurar que mentía si no hubiera visto cómo los ojos de su amigo casi parecieron salir de sus cuencas y su boca parecía a punto de estallar con la forma tan grande de «o» que había hecho cuando se enteró de la noticia. Sabía que no era buen mentiroso y su cara se tiñó de rojo cuando asimiló que Aaron iba a conocer a uno de los «solteros de oro». Luke nunca dejaba de usar esa expresión, tanto que ahora el joven no se la podía sacar de la cabeza.

Él no solía pensar en esas cosas cuando se trataba de trabajo, pero esa vez admitió que la voz de su mente tenía razón. Iba a ser un doble impedimento presentarse ante un hombre que no era solo un conde, sino también una persona guapísima y codiciada. No pensaba que el trabajo con él fuera un problema, pero causar una buena primera impresión era crucial y no sabía si podría hacerlo sin estropearlo todo. No sabía si podría parecer cualificado ante una persona como él.

Mientras pensaba en lo que podría hacer el día siguiente, siguió dándole vueltas a esa posibilidad tan improbable. Aquello no podía ser real. ¿Cómo un conde, alguien tan importante, había acabado contactando con una persona tan corriente como él? Incluso se le pasó por la cabeza que todo eso podía haber sido un plan de su amiga Taylor, que ya se había metido en algún lío por intentar falsificar las firmas de sus padres durante el instituto. Eran compañeros desde entonces, pero estudiaron en universidades distintas y no hablaba tanto con ella como lo hacía con Luke, no estaban tan unidos. Quizá se aburría y había decidido montar un plan para hacer que le diera un ataque con un correo electrónico así, pero cuando habló con ella confirmó que tampoco había tenido que ver. De hecho, su amiga siguió riéndose minutos después mientras este intentaba cambiar de tema.

«Tienes un problema, Aaron. Un problema llamado John Spencer», le dijo Taylor. Una frase que no pudo quitarse de la cabeza.

No sabía si debía aceptar o rechazar aquello, aunque tras meditarlo con calma llegó a varias conclusiones. Sabía que no tenía nada que perder en aquel encuentro, excepto que aquella persona se pudiera reír de él. Y a eso le restó importancia mientras hacía la lista de pros y contras en su mente; el psicólogo ya había aprendido a no dejar que lo que le dijeran personas desconocidas le afectara de más tras su paso por el instituto.

Sin embargo, Aaron sabía que sí que podía ganar mucho con aquel encuentro si conseguía que saliera bien. Imaginó que si conseguía el puesto tendría un sueldo más que aceptable. Aunque no se quejaba de lo que le pagaron sus últimos pacientes, en un trabajo como el suyo sí que le venía bien tener algo más para vivir menos agobiado cuando tuviera que buscar pacientes después de trabajar con él.

Así que tendría que intentarlo.

Aaron casi no pegó ojo en toda la noche. Se intentó convencer de que solo sería una primera conversación más con un posible paciente, solo tenía que demostrar que valía para el trabajo. Pero, aun así, su cerebro le fue preparando escenarios con todo lo malo que podía pasar durante horas. Quizá durmió un par de horas, pero luego ya no consiguió seguir descansando. Así que, en vez de quedarse en la cama, aprovechó el tiempo que le sobraba para disimular sus ojeras, para domar su pelo, que aún seguía alborotado después de ducharse, secarse y peinarse, y para escoger la ropa que mejor le quedaba. Ropa formal, pero no demasiado formal. Bonita, pero no demasiado bonita. Tampoco quería que aquel conde pensara que se había desvivido por su encuentro, aunque seguro que el gran ego que debía tener sí que lo hubiera agradecido.

Tras desayunar y comprobar por quinta vez que la ropa le quedaba bien y que se había echado la justa medida de su colonia favorita, cerró la puerta de su piso. Lo hizo despacio, pero recordó que su compañera de piso se había marchado poco antes de recibir el correo electrónico de la familia Spencer. En el breve texto del mensaje estaba indicado que un coche le esperaría al día siguiente en la calle principal más cercana a la urbanización en la que residía. Así que se dirigió hacia allí y fue inevitable reconocerlo. Aquel vehículo destacaba entre todos los demás que había en su barrio, tenía las ventanas tintadas y sabía con seguridad que solo un par de personas que vivía allí se podría permitir tener uno de los últimos modelos que habían sacado al mercado. Había visto tantos anuncios sobre él que se acordaba del nombre sin esfuerzo.

Cuando estaba a unos pasos, un hombre salió de aquel vehículo y abrió su puerta.

—El señor Fields, ¿verdad?

Aaron odiaba que le llamaran «señor». Aun así, asintió con una sonrisa y se metió dentro del vehículo. Aquel hombre podría ser un secuestrador… pero Aaron descartó el pensamiento en cuanto vio el escudo de armas de la familia Spencer bordado en una parte de su uniforme, así como su lema: «Dios defiende lo justo». Sin embargo, el nerviosismo no le abandonó del todo. Después de todo, iba a conocer al décimo conde de Spencer.

El psicólogo no dijo ni una palabra en todo el camino y el conductor tampoco. Aaron pensó que, en vez de un secuestrador, podría ser un robot cuando observó cómo recorría las calles de Northampton sin ninguna imperfección, incluso después de una noche de lluvia. Aunque debía conocerlas bien si se encargaba de transportar al conde y a otros familiares y pasajeros.

Desde lejos, le pareció que la casa Althorp tenía un toque melancólico con aquellas paredes grises bajo aquellos tejados de color azul oscuro. Ya había visitado antes la mansión junto a su amigo Luke cuando la entrada estaba abierta al público hacía un par de años. Eso ocurrió mucho antes del nombramiento de John Spencer como décimo conde, y Aaron notó que la casa parecía cambiada. Aunque quizá le pareció así por lo nublado que estaba el cielo en vez del pleno sol que los acompañó aquella vez. O por todo lo que había vivido él desde entonces, el comienzo de su vida adulta.

—Hemos llegado. Aquel hombre que ve allí lo llevará junto al señor Spencer.

Hizo caso a las instrucciones del chófer y, tras bajar del vehículo cuando le abrieron la puerta

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