Atrapada (Sacred Sins 2)

Nora Roberts

Fragmento

1

El avión sobrevoló el Lincoln Memorial. Grace tenía el maletín abierto en el regazo y un montón de cosas por recoger, pero miró por la ventanilla, deseosa de ver todos los detalles del descenso. Volar le encantaba.

El vuelo llegaba con retraso. Lo sabía porque el hombre sentado frente a ella en el asiento 3B no cesaba de quejarse. Grace tuvo ganas de darle una palmadita en la mano y asegurarle que diez minutos más o menos no eran tan importantes. Pero el hombre no tenía cara de agradecer semejante gesto.

Kathleen también se habría quejado, pensó. No en voz alta ni con aspavientos, imaginó Grace mientras sonreía y se preparaba para el aterrizaje. Su hermana se habría irritado tanto como el hombre del 3B, pero sin cometer la grosería de quejarse.

Si conocía bien a su hermana, y la conocía, Kathleen habría salido de casa una hora antes, procurando tener en cuenta el impredecible tráfico de Washington. Grace había percibido en su voz un leve disgusto porque ella, Grace, había escogido un vuelo que llegaría a las seis y cuarto, la hora punta por excelencia. Con veinte minutos de adelanto, Kathleen habría dejado el coche en el aparcamiento de estancia corta y, tras asegurarse de dejar bien cerradas ventanillas y puertas, se dirigiría a llegadas nacionales sin fijarse en las tiendas. Nunca se distraía ni mezclaba las cosas en su cabeza.

Kathleen siempre llegaba con antelación y Grace siempre llegaba tarde. No era nada nuevo, pero aun así, confiaba en que hubiese un punto de encuentro entre ellas, algo que las uniera. Aunque eran hermanas, no se entendían muy bien.

El avión tocó tierra y Grace empezó a meter sus cosas en el maletín. Amontonó el pintalabios con las cerillas, los bolígrafos con las pinzas de depilar. Era algo que jamás comprendería una mujer organizada como Kathleen, para quien cada cosa tenía su sitio. Grace estaba de acuerdo en el principio, pero sus sitios cambiaban continuamente.

A veces, Grace se preguntaba cómo podían ser hermanas. Ella era descuidada, despistada y conseguía fácilmente lo que quería. Kathleen era organizada, práctica y se esforzaba mucho por las cosas. No obstante, tenían los mismos padres, habían crecido en la misma casa de ladrillo de las afueras de Washington y habían asistido a los mismos colegios.

Las monjas de Saint Michael nunca lograron enseñar a Grace cómo organizar un cuaderno, pero en sexto curso ya les fascinaba su habilidad para contar historias.

Cuando el avión finalmente se detuvo, Grace esperó sentada mientras los pasajeros que tenían prisa colapsaban el pasillo. Kathleen seguramente se pondría nerviosa, pensando que su incorregible hermana había vuelto a perder el vuelo, pero necesitaba un minuto para centrarse. Quería recordar el afecto entre ellas, no las discusiones.

Como Grace preveía, Kathleen la esperaba en la puerta de llegadas, observando la fila de pasajeros con gesto de impaciencia. Su hermana siempre viajaba en primera clase, pero no se encontraba entre los primeros desembarcados que iban saliendo al vestíbulo. Tampoco entre los cincuenta primeros. Seguramente estaría charlando con la tripulación, pensó Kath leen, tratando de ignorar una punzada de envidia.

Grace nunca había tenido que esforzarse para hacer amigos. La gente sencillamente se acercaba a ella. A los dos años de licenciarse y tras habérselo pasado de maravilla en la universidad, su hermana ya tenía una próspera carrera. En cambio ella, Kathleen, la estudiante con matrículas de honor, después de toda una vida aún seguía en el mismo instituto donde ambas habían estudiado. Ahora se sentaba en el pupitre del profesor, pero aparte de eso, poco había cambiado.

Los anuncios de las llegadas y las salidas crepitaban en los altavoces. Había cambios de puertas y retrasos, pero Grace seguía sin aparecer. Kathleen ya se disponía a preguntar en el mostrador de información cuando de pronto la divisó. La envidia desapareció y la irritación se desvaneció. Resultaba casi imposible enfadarse con Grace cuando la tenías delante.

¿Por qué siempre parecía recién bajada de un tiovivo? Llevaba el pelo, del mismo color negro azabache que Kathleen, cortado a la altura de la barbilla y alborotado. Tenía un cuerpo largo y esbelto, como el de Kathleen, pero mientras que esta era robusta, Grace parecía un sauce a punto de inclinarse a merced de la brisa. En aquel momento presentaba un aspecto desaliñado, con un jersey holgado que le caía sobre los leotardos, unas gafas de sol torcidas y las manos cargadas de bolsas y maletines. Kathleen llevaba las mismas falda y chaqueta con que había dictado su clase de historia. Grace lucía unas zapatillas de deporte de color amarillo canario a juego con el jersey.

—¡Kath! —exclamó esta al verla, y dejó sus cosas en el suelo sin reparar en que bloqueaba el paso de los que venían detrás. La abrazó como lo hacía todo: con entusiasmo desbordante—. ¡Qué alegría verte! ¡Estás estupenda! Oh, nuevo perfume. —Olisqueó—. Me gusta.

—Señora, ¿le importaría moverse?

Sin soltar a su hermana, Grace sonrió al agobiado ejecutivo. —Pase. —El hombre lo hizo, murmurando—. Buen viaje. —Se olvidó de él como olvidaba la mayoría de los inconvenientes—. ¿Qué aspecto tengo? —preguntó—. ¿Te gusta mi pelo? Espero que sí. He gastado una fortuna en fotos publicitarias.

—Te peinarías antes, supongo.

Grace se llevó una mano al pelo.
—Probablemente.
—Te sienta bien —cedió Kathleen—. Vamos, provocaremos un altercado si no movemos tus cosas. ¿Qué es esto? —Levantó uno de los maletines.

—Es Maxwell. —Grace empezó a recoger bolsas—. Mi ordenador portátil. Tenemos una relación maravillosa.

—Pensé que venías de vacaciones. —Kathleen logró contener su súbita crispación. Aquel ordenador de última generación era un ejemplo más del éxito de Grace. Y de su propio fracaso.

—Y así es. Pero escribiré un poco cuando estés en el colegio. Si el avión se hubiese retrasado diez minutos más, habría acabado un capítulo. —Consultó su reloj, comprobó que se había vuelto a parar y al instante lo olvidó—. En serio, Kath, se trata del asesinato más increíble.

—¿Traes equipaje? —interrumpió Kathleen, sabiendo que Grace se lanzaría a contarle la trama sin necesidad de que la animara.

—Llevarán mi baúl a tu casa mañana.

El baúl era otra de las excentricidades deliberadas de su hermana.

—Grace, ¿cuándo empezarás a utilizar maletas como la gente normal?

Pasaron ante la cinta de equipajes, donde la gente se amontonaba, dispuesta a abalanzarse en cuanto apareciese su Samsonite. «Cuando el infierno se congele», pensó Grace, pero sonrió.

—La verdad es que tienes muy buen aspecto. ¿Cómo te sientes?

—Bien. —Como se trataba de su hermana, Kathleen no se puso a la defensiva—. Mejor, de verdad.

—Estás mejor sin ese cabrón —dijo Grace, mientras pasaban por las puertas automáticas—. Odio decirlo porque sé que le querías, pero es cierto. —Corría una fría brisa del norte que hacía olvidar la primavera. El fragor de los aviones que despegaban martilleaba sobre sus cabezas. Grace bajó la acera para dirigirse al aparcamiento sin mirar a derecha ni a izquierda—. La única alegría que trajo a tu vida fue Kevin. Por cierto, ¿dónde está mi sobrino? Esperaba que viniese.

La punzada de dolor iba y venía. Cuando Kathleen aceptaba algo con la cabeza, también lo aceptaba con el corazón.

—Está con su padre. Acordamos que lo mejor sería que estuviese con él durante el curso escolar.

—¿Qué? —Grace se detuvo en medio de la calle. Sonó una bocina, pero no

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