La ciudad huérfana

Victoria Hislop

Fragmento

cap-1
Antes de que comience esta historia…

1878El Gobierno británico negocia una alianza con Turquía y se hace con la administración de Chipre, si bien la isla sigue perteneciendo al Imperio otomano.

1914Gran Bretaña se anexiona Chipre cuando el Imperio otomano se alía con Alemania durante la Primera Guerra Mundial.

1925Chipre se convierte en colonia británica.

1955La EOKA (Organización Nacional de los Combatientes Chipriotas), bajo el mando de George Grivas, comienza su campaña de violencia contra los británicos. Su objetivo es la enosis (la unión con Grecia).

1959Gran Bretaña, Grecia, Turquía y las comunidades grecochipriotas y turcochipriotas llegan a un acuerdo para solucionar el problema de Chipre: el Tratado de Londres. El arzobispo Makarios es elegido presidente.

1960Chipre se convierte en una república independiente, pero el Tratado de Garantías les otorga a Gran Bretaña, a Grecia y a Turquía el derecho a intervenir. Gran Bretaña conserva dos bases militares.

1963El presidente Makarios presenta trece propuestas de reformas para la Constitución chipriota y se producen enfrentamientos entre las comunidades grecochipriota y turcochipriota. Se divide Nicosia en dos y la frontera la controlan las tropas británicas. Los turcochipriotas abandonan entonces el Gobierno conjunto.

1964Se producen más incidentes y se desata una violencia intracomunitaria grave. La ONU envía un contingente de fuerzas de paz. Los turcochipriotas se refugian en comunidades cerradas.

1967Se producen más incidentes entre comunidades. Hay un golpe de Estado en Atenas y la tensión aumenta entre el presidente Makarios y el régimen griego.

1971George Grivas vuelve de Grecia en secreto y forma la EOKA B, con el renovado objetivo de la enosis.

cap-2

INTRODUCCIÓN

Enero de 2015

La isla de Chipre, donde se desarrolla la acción de La ciudad huérfana, es una república independiente situada en el Mediterráneo oriental. Famagusta, en la costa este, fue en una época el complejo vacacional más glamuroso de Europa, un destino para la jet set de los años setenta. Hospedaba a casi la mitad de la población turística de la isla y sus kilómetros de playas de arena blanca y aguas cristalinas atraían a miles de veraneantes todos los años. Junto con los turistas, los cuarenta mil habitantes de la ciudad disfrutaban de una vida llena de cultura, arte, música y teatro, referentes en la isla.

Dado que era el puerto de más calado de todo Chipre, Famagusta controlaba más del ochenta por ciento del tráfico de mercancías, consistente en toneladas de cítricos recolectadas en los miles de hectáreas de huertas. También florecía una incipiente industria, además del turismo y la agricultura.

El distrito moderno, donde se levantaban los hoteles y los apartamentos de lujo, estaba ocupado en su mayoría por grecochipriotas, y la ciudad amurallada que contenía los tesoros históricos de Famagusta (incluidas numerosas iglesias bizantinas y una catedral espectacular del siglo XIV) estaba habitaba casi en exclusiva por turcochipriotas. Por cada cuatro grecochipriotas, había un turcochipriota.

En agosto de 1974, hace solo cuarenta años, el reino de Famagusta, paraíso para isleños y turistas, llegó a un abrupto e inmerecido final.

Tras el golpe militar griego llevado a cabo en julio de 1974, con el que se depuso al presidente Makarios, el ejército turco invadió la isla, con el pretexto de restaurar el orden constitucional y proteger a la minoría turcochipriota. Tras un brevísimo alto el fuego y unas negociaciones infructuosas, Famagusta fue bombardeada. Después, los tanques turcos empezaron a avanzar. El 14 de agosto, la población grecochipriota huyó presa del pánico, ya fuera en coches, en autobuses o a pie, y la mayoría tan solo se llevó la ropa que llevaba puesta. Esperaban la ayuda de fuerzas extranjeras, pero no la obtuvieron. Su evacuación, que esperaban que durase unos pocos días como mucho, se convirtió en una ausencia de semanas que pasaron a ser meses y luego décadas.

Realicé mi primera visita a Chipre cuatro años después de la guerra. Había contestado a un pequeño anuncio en una revista para un viaje a Chipre sin saber que me dirigía a una zona ocupada militarmente. Tenía dieciocho años y era muy inocente. Tuve que ver los edificios agujereados por las balas y los destrozos que los bombardeos habían causado para comprender que serían unas vacaciones peculiares. En la actualidad hay cuarenta mil soldados turcos en el norte de Chipre, pero en 1978 había muchísimos más.

Me encontré en una isla donde los turcos habían trazado una línea real que dividía el norte del sur y que aislaba Famagusta y otras ciudades de sus habitantes grecochipriotas, que habían huido rumbo al sur. Durante una de mis excursiones por el norte de la isla con unos cuantos soldados de permiso, recuerdo ver una enorme ciudad muy moderna a lo lejos y que me dijeron que allí estaban las mejores playas. Pregunté si podíamos ir. «No —me contestaron—. Está prohibido.» Ahora comprendo que esa ciudad era Famagusta.

El año de mi primera visita, la frontera estaba cerrada a cal y canto, y permaneció de esa manera otros veinticinco años. Después, en 2003, las autoridades turcas la abrieron para permitir que la gente pudiera visitar sus antiguas casas en lo que se conoce como la República Turca del Norte de Chipre (una denominación que la comunidad internacional no reconoce) y que los griegos denominan «las zonas ocupadas».

Una parte de Famagusta sigue cerrada por una alambrada de espino oxidada y por las celosas tropas turcas. Esa zona, conocida como Varosha, representa alrededor del 20 por ciento de Famagusta y era la zona turística más cotizada, con la franja de playa dorada, tras la cual se levantan los esqueletos de los hoteles y los edificios de apartamentos bombardeados, así como las calles llenas de tiendas, restaurantes y mansiones que han padecido los saqueos. Y todo ha sufrido además el destrozo del paso del tiempo.

La ciudad fantasma, tal como se la conoce, está rodeada por muchos soldados, y los explícitos carteles no dejan lugar a dudas de que no se puede pasar de ninguna de las maneras. Pese a todo, hay enormes agujeros en las redes de plástico que ofrecen una provocadora vista de la destrucción que hay al otro lado. Si se echa un vistazo a través de uno de esos agujeros y se ven los matorrales que crecen en las aceras y los ventanales rotos, el ambiente es espeluznante y siniestro. Resulta evidente que el empeño de mantener esa zona constantemente vigilada, como si de un rehén se tratase, debe de tener un objetivo.

Después de 2003 muchos residentes visitaron sus antiguos hogares en Famagusta y descubrieron que sus casas estaban habitadas bien por turcochipriotas, bien por colonos procedentes de Turquía. Fue una experiencia traumática en todos los sentidos, sobre todo si la casa había sido destruida o alterada hasta un punto que resultaba irreconocible. Las preciosas huertas de naranjos y los jardines habían desaparecido casi por completo.

En la zona c

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