El cultivo de la orquídea en las Midlands

May Bonner

Fragmento

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Capítulo 1

Las vistas desde el porche siempre la habían relajado. Poder pasear la mirada por el seto y el pequeño bosque que se abría un poco más atrás, eran como un bálsamo para su espíritu desde que era niña. Le resultaba reconfortante, y bien que necesitaba que la reconfortaran. Afortunadamente tía Desi siempre estaba ahí... Y su magnífica casa. Cuando era niña le encantaba ir a visitarla porque no se parecía en nada a la suya, un modesto apartamento en un barrio de clase media. Tía Desi se había casado con un diplomático —una historia de amor preciosa, por cierto, que Marga siempre pensó que alguien debía escribir— y su estatus social había cambiado, pero no por eso olvidó a su familia, y menos cuando las cosas se pusieron tan difíciles para Marga con el accidente de sus padres. A los quince años se fue a vivir con tía Desi, su marido y su hijo, su primo Albert, y solo en esos momentos empezaba a ser consciente de la suerte que había tenido.

Marga regresó al comedor para desayunar. Se sentó a la mesa en una de esas sillas lacadas que tanto le gustaban y contempló el delicado mantel, los jarrones con flores frescas, el servicio de mesa y las figuras de porcelana que le encantaban a su tía. Siempre había tenido muy buen gusto para la decoración y se tomaba su tiempo, no como ella, que aún no había encontrado hueco para acabar de decorar su casa, y eso que ya llevaba viviendo en ella cinco años. Esos pequeños detalles que la hacían sentir en su hogar era lo que necesitaba. Casi nada había cambiado en la casa desde su infancia y agradecía poder refugiarse allí de la prisa y el bullicio de su vida, y mucho más en sus circunstancias actuales.

—¿Ya estás levantada? Siempre me ha maravillado esa tendencia tuya a madrugar como si vivieras en una granja.

Marga levantó la vista de su taza de café y se encontró con la cara somnolienta de su prima Elsa, que aún estaba en pijama.

—Algunas trabajamos... — respondió con sorna.

—Ya no... Deberías aceptarlo y adaptar tu vida a la nueva situación, igual te gusta – respondió aquella con total naturalidad y sin calibrar el efecto que sus palabras tenían sobre su prima.

Marga hundió los hombros y siguió desayunando en silencio. Por unos momentos había conseguido olvidarse de todo... Y eso que se suponía que Elsa había venido a animarla. De todas formas, tenía razón, no tenía sentido seguir levantándose a las seis y media de la mañana. Ya no tenía que estar en su despacho a las ocho.

—¿Cómo van mis chicas por aquí?

Era la animada voz de tía Desi.

—¿Cómo está tío Bert esta mañana? —preguntó Elsa.

—Estupendamente. Desayunó en el gabinete y hace ya un buen rato que salió a dar su paseo de cada día. ¿No le has visto, Marga? Ya que también madrugas...

—No, he pasado casi todo el tiempo en el porche —susurró con un hilo de voz, como si no le quedaran fuerzas para articular las palabras.

Tía Desi se acabó de servir el café y paseó su mirada por la mesa.

—Elsa, no habrás dicho nada inconveniente, ¿verdad? —preguntó al ver la cara de Marga. Conocía muy bien a sus sobrinas y Elsa era muy buena persona, pero la mayoría de las veces no pensaba lo que decía. Debía ser cosa de familia porque su padre era igual.

—Yo... No, — respondió aquella ofendida.

—Sea lo que sea, no le hagas caso, Marga. Vaya, veo que sigues con tu manía de estos días de combinar un chándal con unos tacones. Había una canción sobre eso… —añadió intentando recordar—. Bueno, es igual. ¿Has pensado que vas a hacer hoy?

La aludida se removió un poco en la silla. Sus planes eran los mismos que las últimas dos semanas, sentarse en el porche a mirar el horizonte.

—Ya llevas casi dos semanas sin salir de aquí y eso no puede ser —respondió ella misma a su pregunta —. Hoy iremos a un spa... Ya lo tengo todo arreglado. ¿Te apuntas, Elsa?

Marga iba a protestar, pero su prima se adelantó al contestar.

—¿Una mañana en el spa? Naturalmente que me apunto.

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Capítulo 2

Marga fue arrastrada hasta el spa sin que nadie tuviera en cuenta sus protestas. Ella hubiera deseado quedarse en el sofá del porche envuelta en una chaqueta ligera, que aún hacía fresco, a sentir pena de sí misma y a agobiarse a gusto, quizás acompañada de una caja de bombones. Eso era opcional.

Nada más llegar las condujeron a las cabinas para empezar el tratamiento. La dueña del establecimiento se acercó, sonriente, a dar la bienvenida personalmente a tía Desi, una de sus mejores clientes. A pesar de los años que tenía, no había tirado la toalla y todavía se arreglaba con esmero. Marga recordaba como siempre les repetía a su prima y a ella que cuidarse y dar la mejor versión de uno mismo era una cuestión de respeto hacia uno y hacia los demás. Además de ser un importante elemento a la hora de levantar el ánimo. No era lo mismo mirarte al espejo y ver una imagen desaliñada que ver a una persona que aún se valora.

—Por eso cuando uno está enfermo se hace también hincapié en no descuidarse. Lo mismo ocurre con las casas... Cuando entras en una habitación sucia y totalmente desordenada suele ser señal de que sus habitantes están igual por dentro. No tiene nada que ver con lo lujosa que sea... —les había dicho en alguna ocasión.

Marga estaba de acuerdo. Lo notaba en su piel. Cuando estaba animada se arreglaba y se sentía aún mejor, pero desde que había pasado «eso», lo único que quería era ponerse una bolsa en la cabeza y no asomar la cara nunca más. No recordaba haberse sentido nunca tan hundida. Es que todo había ocurrido a la vez y además en una época en la que le había dado por hacer un repaso de su vida.

Ya en la cabina con la chica haciéndole el primer tratamiento en cara y cuello, Marga rememoró lo ocurrido hacía tan solo un par de semanas, aunque a esas alturas le pareciera que toda su vida había sido siempre así.

Jorge había ido a su oficina para hablar con ella. Se habían visto poco durante el último mes. Ella había estado de viaje y él había tenido un congreso. La verdad es que en los últimos tiempos no habían coincidido demasiado, pero así eran sus vidas. El trabajo ocupaba un lugar muy importante y Marga estaba feliz y pensaba que Jorge también. ¡Qué equivocada estaba! No lo había visto venir. Y allí estaba él, de pie frente a ella, diciendo no sabía qué cosas sobre tener un hijo... Lo cierto era que no recordaba la escena con claridad. Le veía a él mirándola fijamente y diciendo algo así como:

—...y sucedió sin más... Nos enamoramos. Lo del niño no estaba planificado, pero la verdad es que estoy muy contento.

Ella no daba crédito y se oyó responder:

—¿Y no has podido esperar a decírmelo en casa? ¿Tienes que venir a molestarme a la oficina?

Entonces Jorge se rio, pero con una r

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