Pack Socios irlandeses

Begoña Gambín

Fragmento

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Capítulo 1

Connor Murray se giró con brusquedad y dejó de mirar por la ventana de su despacho para alternar sus ojos hacia cada uno de sus dos amigos.

—¡¿En serio habéis hecho eso?! ¡¿Sin mi consentimiento?!

—Connor, lo hemos hablado en multitud de ocasiones y siempre terminas convenciéndonos para postergarlo —arguyó su socio y amigo Seán Gallagher.

—Ahora es un hecho consumado y no puedes negarte —continuó Declan Campbell, el tercer socio de Dagda.

—¿Y no habéis pensado que quizás sea porque yo no quiero? —inquirió con el ceño fruncido y una mueca en sus labios de profundo disgusto.

—No se trata de lo que tú quieras o no, sino de lo que es necesario y tú debes tener a alguien que te descargue de trabajo o caerás enfermo —le recriminó Seán.

—¿Te has mirado en el espejo últimamente? ¡Estás macilento! —insistió Declan.

Connor sabía que sus amigos y socios tenían razón. Su tez estaba cada vez más pálida mientras que sus ojeras se hacían cada vez más profundas. Él llevaba el control de la empresa que habían fundado hacía tres años y eso no era cualquier minucia.

Se dedicaban a la creación de videojuegos y cada uno tenía su cometido dependiendo de su formación. Seán era un experto programador y tenía a su cargo la plantilla del personal dedicado al desarrollo de los videojuegos. Declan se ocupaba de la parte legal de la empresa como abogado que era. Y Connor, siendo el economista del trío, tenía la función de director, administrador y organizador.

Al principio, sus actividades y ámbitos de actuación, pese a que le cubrían sus horas de trabajo en su totalidad, se podían llevar con tranquilidad, pero desde que la empresa había ido obteniendo mayores éxitos, el trabajo lo había desbordado, aunque no quisiera reconocerlo. Pero prefería soportarlo a tener a alguien que tendría que empezar desde cero. Además, todos los datos que él manejaba eran de suma importancia y un pequeño detalle podría llevar al traste el trabajo de todo un año.

Dicen que un amigo es uno que sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere, pero en esos momentos él preferiría que sus socios sintiesen menos estima por él. «¡Malditos sean! ¡Menudo el embolado en el que me han metido!», pensó. Sí, era cierto, necesitaba ayuda, pero jamás lo admitiría y menos sin haber tenido ni voz ni voto en la elección. Y desde luego, él no habría buscado un novato. Eso seguro.

Cuando Connor entró por primera vez al cuarto que iba a compartir con Seán y Declan en el Trinity College de Dublín, ni se imaginaba que esos dos compañeros de habitación iban a convertirse en sus mejores amigos. Eran diametralmente opuestos entre los tres y la primera impresión fue nefasta. Incluso, estuvo a punto de pedir un traslado.

La zona de Seán era un auténtico desastre, con un cúmulo de ropa y calzado desperdigado por todos lados y, por el contrario, él era un maniático del orden. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio, repetía incesantemente a sus hermanas pequeñas.

En cambio, el lado de Declan, aunque estaba más ordenado, la acumulación de ropa de marca y zapatos a la última moda junto con botecitos de colonias, desodorantes y demás artículos de belleza, innecesarios a su entender, le dejó claro que sus personalidades iban a chocar. Con los dos.

Él era el orden personificado, o sea, lo contrario que Seán, y nada vanidoso, como debía ser Declan.

Puso todo su empeño en no mezclarse con ninguno de los dos, pero ellos no se lo permitieron; Declan con su humor socarrón y Seán con su bondad. ¿Qué él se mostraba hosco y huraño?, pues más persistentes se comportaban ellos para que participase con ellos en los ratos de ocio. El futuro abogado le provocaba con discusiones tontas y el futuro informático mediaba entre ellos hasta que compartían risas y cervezas.

Antes de acabar los tres sus respectivas carreras ya tenían claro que iban a formar parte de un mismo proyecto. A lo largo de los años habían conseguido encajar de tal manera que el objetivo era más que evidente para los tres. Tres personalidades distintas, tres profesiones distintas, pero un mismo fin.

—Yo no me he quejado —siguió poniendo pegas.

—No hace falta, Connor. Tenemos ojos y sabemos el aumento de trabajo que has tenido en los últimos tiempos. Necesitas ayuda —concluyó Seán.

—Pero no quiero tener a alguien pegado a mis pantalones durante todo el día, perdiendo el tiempo mientras le digo lo que tiene que hacer. Prefiero hacerlo yo.

Su gesto, adusto y hosco de por sí, se había acentuado durante el transcurso de la conversación con sus socios. Pero sus amigos estaban al tanto de cómo tratarlo y sabían que con él solo valían los hechos consumados.

—¡Caray! ¡Connor, solo dale una oportunidad! La hemos contratado en prácticas. Acaba de terminar dos grados en España: uno de Derecho y otro de Administración y Dirección de Empresas con unas notas y referencias excelentes. Por lo tanto, solo estará durante seis meses si no quieres contratarla en firme —se exasperó Declan.

—¡Y encima extranjero! ¿Vosotros sabéis los tecnicismos económicos que con seguridad no tendrá ni pajolera idea?

—Pues si es por eso, no debes preocuparte. Los ha acabado en España, pero los inició en Dublín. Es bilingüe.

El economista agachó la cabeza y apretó sus puños a ambos lados de su cuerpo para intentar controlarse. Estaba acostumbrado a trabajar en solitario. No se sentía a gusto con la gente, salvo con sus dos amigos. Era un hombre introvertido y huraño, aunque educado, honesto y franco.

Cuando era un niño siempre había sido el rarito de la clase, aquel que era la diana de las mofas y burlas de sus compañeros y solo porque en las matemáticas era un lince y el profesor siempre lo ponía de ejemplo.

Bueno, por eso y porque tenía la puñetera costumbre de tropezarse con cualquier pequeña esquirla del suelo y, por supuesto, caía cuan largo era cada dos por tres, también tropezaba con las mesas de las clases, la pelota nunca aterrizaba en la zona del cuerpo donde debía cuando jugaba a algún deporte… ¡Para qué seguir contando!

En definitiva, era carne de cañón para los gallitos del corral, así que, poco a poco, se convirtió en un niño tímido, luego fue un adolescente huraño y ahora era un adulto tímido, huraño y solitario.

Jamás pensó que conectaría con dos seres tan distintos a él, pero ahora serían imprescindibles en su vida y por eso, a veces, no tenía más remedio que claudicar ante ellos.

—¡Está bien! ¡Está bien! —exclamó levantando los brazos con las palmas de las manos abiertas—. ¡Probaré a ese muchacho! Pero no os prometo que sea fácil. No sé trabajar en compañía, os lo advierto. Además, sigue sin gustarme que lo hayáis contratado a escondidas, sin darme la oportunidad de supervisar su idoneidad.

Ambos amigos se miraron con complicidad. Mejor se callaban el resto. Sería una sorpresa para Connor. Así que, una vez obtenida la claudicación del economista, ambos se fueron a sus respectivos trabajos.

Connor se dirigió a la ventana para mirar a través de ella con la intención de calmar su mal humor. Era un vicio que tenía. Lo calmaba y lo ayudaba a pensar. Por eso él eligió ese despacho cuando to

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