Rojava

Magda Tagtachian

Fragmento

CAPÍTULO 0
LA NOVELA ES SUEÑO

Boston, 25 de abril de 2020

Cuando abrió los ojos, percibió su cuerpo tendido en una cama. Su mirada inspeccionó en derredor. Médicos y enfermeros, envueltos en trajes del espacio, circulaban entre los pacientes. A la periodista le retumbaba la cabeza. La garganta la acuchillaba y el pecho la oprimía. Intentó mover los párpados. Sintió dos armarios repletos sobre el globo ocular. No alcanzaba a distinguir el confín de aquel lugar.

Identificó a Lisa. La reconoció a pesar de que usaba un tapaboca y máscara facial. Con los brazos extendidos hacia adelante, sostenía un mini cupcake. Sobre la cima de la confitura resplandecía una velita. La tela sobre la nariz, la boca y el mentón ocultaba la sonrisa de su amiga, pero Alma Parsehyan la adivinó. Ese gesto de emoción. Sus ojos no mentían lo que el rostro maquillaba. Sin embargo, ¿qué era todo ese atuendo ridículo? ¿Una fiesta de disfraces? Alma se sentía confundida. La cabeza le daba vueltas.

Después de conseguir un permiso especial para entrar, Lisa se detuvo a dos metros de la cama y trató de olvidarse del “favor” que le había hecho Lucciano al levantar el teléfono y arreglar con dinero al jefe de Terapia y de Neurología. Ella, Lisa Jones, odiaba pedirle a Lucciano Conti, pero se trataba de Alma y eligió sepultar el orgullo para ver a su amiga, aun bajo riesgo de contagiarse y contagiar. Ya estaba adentro, aunque no podía tocarla por expresa indicación médica.

—Feliz cumpleaños.

Los ojos verdes de Alma se volvieron más transparentes. Lisa tuvo que esforzarse para no llorar.

—Amiga, ¿por qué traes ese pastel? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estoy? —Alma intentó conservar la calma y trató de incorporarse, pero enseguida la amenazó un mareo y la cabeza le pesaba una tonelada. Volvió a dejarse sostener por la almohada. Clavó su vista en la de Lisa. Las pupilas de Alma exigían una explicación.

—Hoy es sábado 25 de abril. Estás internada en un hospital de campaña.

—¿Bromeas?

—No podría con un tema tan serio.

—¿Qué paso? ¿Piensas contarme? ¿O quieres que lea tus labios detrás de esa ridícula tela y esa máscara?

—Calma, por favor, amiga.

—Lisa, no entiendo. ¿Me pasó algo anoche, después de la presentación de mi novela? ¿Qué hace esta gente alrededor? ¿Quién me trajo aquí?

Lisa reprimió un gesto de dolor. Cómo decirle que llevaba más de un mes en esa carpa. Y que hacía días había comenzado a mostrar signos de conexión con la vida consciente. Llevaba horas tras despertar del coma. Hacía tres semanas, los médicos le habían diagnosticado neumonía bilateral. Inmediatamente la durmieron para intubarla.

Afuera se oían las ambulancias. Lisa no estaba segura de cómo comenzar a contar. Había repasado con el personal de salud las palabras justas para darle a Alma la bienvenida al mundo de los despiertos.

Cambió de técnica. Seguiría su lógica, en lugar del protocolo, y ya vería la forma de verter la información. Después de todo, para eso todavía seguían siendo periodistas. Mucho más que eso. Amigas de toda la vida.

—Alma, no hubo anoche. No hubo presentación de tu novela…

Lisa guardó silencio y chequeó el semblante de su amiga. Los ojos desvaídos. Las ondas castañas en un abanico alrededor de su rostro ovalado. Alma espectral en la almohada. Lisa trató de adivinar hasta dónde recordaba. Los médicos se lo habían advertido. Podía presentar lagunas en la memoria. Sobre todo, del pasado más reciente.

Alma la miró desconcertada. Sus ojos interrogaron el aire. Repasó la hilera de camas con pacientes que gemían y tosían.

—¿Me dirás la verdad? ¿Por qué todos usan máscaras y tapabocas? Este lugar parece una mala película de ciencia ficción. ¿Qué hacen con trajes espaciales? Seguro ocurrió otro ataque terrorista. ¿Armas químicas? ¿Irak? ¿Irán? ¿China? ¿Rusia? Se la tenían jurada a Estados Unidos después de las Torres Gemelas…

—No exactamente… Alma, o sí. Se trata de química, y aún no podemos calificarlo como atentado, no al menos como los que conocemos. Aunque algunos hablan de terrorismo bacteriológico. —Lisa calibraba las palabras, pero le resultaba más fácil expresarlo en términos de noticias que en una dimensión personal.

Alma, en cambio, no esquivó su propia vida. Lisa no se sorprendió y, por el contrario, se alegró. Su amiga despertaba del coma y era más Alma que nunca.

—¿Por qué traes este pastel si ya festejamos? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde está mi novela?

—Alma, te lo he dicho. No hubo festejo.

—Lisa, no entiendo.

—Alma, estás en el Centro de Convenciones de Boston.

—El Centro de Convenciones es para reuniones no para camas con gente cadavérica y este despliegue de película distópica.

Lisa también tomó nota del cinismo. Lo medía como un hecho positivo, aunque confirmara que Alma no recordaba qué había sucedido a su regreso de India, a principios de marzo.

—Alma, han transformado el Centro de Convenciones en un hospital. Vivimos una pandemia. Los médicos trabajan para sumar camas y atender al mayor número de gente.

—Lisa, basta de ridiculeces.

Alma no ocultaba cierto capricho inyectado con ofuscación. Tenía que asimilar una realidad impensada. Los médicos le habían advertido a Lisa. Y por eso habían aceptado —después de los llamados de Lucciano Conti— que fuera su amiga el primer rostro que viera al despertar.

De pronto, Alma se detuvo como si hubiera registrado otro rasgo. Pero en segundos retomó su elaboración. Su mundo hasta ese instante que la realidad se empeñaba en estrellar.

—Pero si esta mañana caminamos por el parque, Lisa. Completamos nuestro circuito de yoga. Y en el café arreglamos para viajar a India, después de que te echaron del diario. Estabas bien a pesar de la noticia. Planéabamos juntas…

—Alma, Alma… —Lisa intentó detenerla. Meditaba cómo explicarle que la mañana y el café en el parque se trataban de otro sueño. Que los bares permanecían cerrados desde hacía semanas y que nadie podía ejercitarse en los espacios verdes. Y más aún, que no la habían despedido del Boston Times, sino que había renunciado. Era libre al fin. Para todo. Para planear con su amiga, pero…

—¿Por qué me miras de ese modo, Lisa?

—Alma, sé que parece ficción. Pero las reglas han cambiado en la ciudad. —Lisa se detuvo antes de decirle que las reglas habían cambiado “en el mundo entero”. Temió que su amiga volviera a sumirse en el éter de la no conciencia.

—¿Esperas que te crea? —vociferó. Se examinó los brazos. Buscaba alguna herida. Continuó—. Tráeme un espejo. Quiero verme. ¿Tengo algún corte en la cabeza? ¿Qué hago aquí? No me has contestado.

A Lisa no le pareció oportuno detallarle las imágenes de los noticieros. Los mismos dond

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