Lobo, no soy tu Caperucita (Trilogía No soy 1)

Girl-Chick

Fragmento

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Entrevista

Mi nombre es Alexandra Cortez, soy periodista radial de la más grande, famosa y prestigiosa cadena de radio perteneciente al grupo Ariza. No es por darme bombos, pero me desempeño bien en lo que hago y soy una de sus periodistas, mujer, más destacadas. Hoy me encuentro cubriendo la noticia sobre el foro económico para la búsqueda de alternativas en la eliminación del hambre en los países latinos más pobres. El foro cita durante dos días a todas las empresas y gente de prestigio en el ámbito económico de todos los países del norte, del centro y del sur de América para que por medio de sus actividades se unan a la causa, contribuyendo con capital monetario o generando estrategias de trabajo y desarrollo que permitan implementar la salida de esta crisis. Generada en muchos casos por la pobreza extrema, por la alta tasa de desempleo y por la falta de oportunidades. Razones por las que se ven afectados muchos países en vías de desarrollo.

Entre esos empresarios se encuentra el favorito de muchas y que últimamente ha dado de qué hablar, y no por sus contribuciones a la causa. Más bien, por el despilfarro de todas ellas. Se trata de Vincent Oliviers, un playboy oportunista que se destaca más por el número de mujeres que se ha llevado a la cama que por sus buenas acciones. Y pienso que hombres como él son una desgracia, más que una solución a la problemática mundial. Él, es el actual CEO de la Oliviers Enterprise Technologies. E hijo de uno de los más grandes y prósperos empresarios en cuanto a tecnología petrolera. ¿Qué hacía esa clase de persona allí? cuando, a pesar de que su padre era un pionero en estas iniciativas, él era el ejemplo de todo lo contrario.

Durante los tres días, mi labor consistiría en abordar y entrevistar a las afueras —con mi ya reconocido y adorable estilo periodístico— a todos los empresarios que pudiera pescar, para dar a conocer las intenciones de cada uno de una forma más personal y lejos de toda la cháchara diplomática dentro de la reunión. Era el objetivo. Y no es por vanagloriarme —aunque muchas veces lo hago y no me da pena—, pero es mi fuerte. Ninguno se resiste, y no precisamente a mis casi inexistentes curvas. Tengo carisma y soy muy profesional.

Tuve la oportunidad de entrevistar para mi cadena de radio a muchos de los otros invitados cuando terminó la primera sesión. El presidente de la bolsa de Chile, el de la de Argentina, y muchos otros CEO de grandes empresas. Todos fueron muy amables y hablaron con optimismo de algunos de sus proyectos y del empeño por ponerlos en marcha a la brevedad.

Los tres días de foro tuvieron lugar en la ciudad de New York y, por ende, la cadena me consiguió hospedaje cerca de hotel Four Seasons, donde se dio el encuentro. El tercer día es el más agitado, es el último y, por lo tanto, debo poner más empeño para añadir más personalidades a mi lista de entrevistados y sumarlos a mi larga lista de personalidades. Hasta ahora no me he acercado al señor Oliviers y mi agencia me exige que lo haga, sin excepciones, no podemos dejar pasar la oportunidad, no solo para escuchar sus impresiones, sino también para aprovechar el gancho y cuestionarle sobre sus otras labores.

¡Ahí va! Precisamente él, es hora de la acción.

—Disculpe, señor Oliviers. —Me apresuro en alcanzarlo mientras camina hacia una de las salidas del foro acompañado de otros dos personajes—. ¿Puedo robarle su atención unos minutos?

El hombre se detiene al escucharme, hace una mueca de agrado con la boca al mirarme, seguramente, por cómo sostengo el micrófono.

¡Pervertido!

—Sí, claro, todos los que quiera —responde mirándome desde la cara hasta mis zapatos, como es usual alardeando su fama de coqueto. Hace una seña a los hombres que le acompañan para que se adelanten, los cuales obedecen y vuelve su atención hacia mí—. ¿Con quién tengo el gusto?

Su voz es grave, rasposa, seductora, recorre mi cuerpo como una corriente eléctrica poniéndome frenética, y eso es malo. Es el aura maligna de un donjuán. Su mirada sigue viajando sobre mí y no puedo evitar sentir un poco de hastío y molestia por cómo me afecta. De ahí mis reservas a acercármele. Mantengo mi postura y no me dejo impresionar por su increíble apariencia enfundada en un traje gris marengo, caro y a medida, que le sienta descaradamente bien.

Me sacudo un poco, para evitar seguir por ese camino. Soy bastante profesional y puedo soportar los envites de este lobo encantador. Tampoco veo que mi apariencia deje mucho a la vista y menos a la imaginación. Estoy más que decente, siempre visto muy acorde a las situaciones. Llevo una falda negra de tubo hasta las rodillas, bastante conservadora, una camisa blanca con el primer botón suelto dejando ver el mínimo de piel, y mis tacones negros altos. Mi cabello negro largo y lacio, recogido en una coleta alta. Maquillaje natural y un poco de carmín en mis labios para darme un punto de color sobre mi piel demasiado blanca. Acerco un poco el micrófono.

—Mi nombre es Alexandra Cortez, corresponsal de la cadena radial Ariza, y estamos en directo para todo el continente. ¿Me concedería unos minutos? —Vuelvo con mucho ímpetu sobre mi cuestión.

—Por supuesto —dice todo galante con una desternillante sonrisa lobuna y creo que mirándome lo poco que se perfila de mis pechos debajo de la camisa. Nada que hacer con este hombre—. Pero vaya al grano. —Su sonrisa de repente se apaga para ponerse serio, todo un cambio de postura—. Tengo otra entrevista en curso con la morena de allá. —Señala a una despampanante y espigada mujer, y a la que reconozco muy bien. Janeth Souza. La reportera estrella de la competencia. Y no se equivoca, es una morena de origen brasileño, bastante hermosa.

—Perfecto, seré breve —respondo como una profesional y enciendo el micrófono.

Me conecto al aire frente a su atenta mirada y comienzo primero presentándolo para relacionarlo con mi jefe, que espera en cabina, y con la audiencia, poniéndolo en contexto. Seguido prosigo con la primera pregunta de mi entrevista. «¿Qué diablos hace aquí?». Es lo que realmente quisiera preguntar, y no. Me despedirían. Así que pongo una sonrisa radiante y prosigo con la rutina habitual de preguntas relacionadas solo con el tema.

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Primer tropiezo

Cierro los ojos, coloco mis dedos a los lados de la cabeza y masajeo un poco mi sien; luego de un día agotador, lo único que quiero, anhelo y deseo con toda mi alma es deshacerme de la ropa, tomar una ducha calientita, ponerme ropa cómoda y dormir como un lirón hasta que llegue mañana. Hoy ha sido un día agotador, obtuve más entrevistas de las que esperaba y, en resumen, fue bien. Un merecido visto bueno de mi jefe central es suficiente para sentir que hice muy bien mi trabajo. Bueno, también tengo que aceptar que no me la pasé tan mal. Mis entrevistados fueron muy correctos e, incluso, el señor seductor Oliviers. Me sorprendió lo bien portado que fue al contestar todas mis preguntas.

Con

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