Perfecta sincronía (Baile 2)

Mónica García

Fragmento

perfecta_sincronia-2

Prólogo

Hannah Brown Studio, Portland

Hacía un día horrible en Portland. Llovía a mares y el viento helador le calaba a uno hasta los huesos. La calle estaba desértica debido al mal tiempo, pero, a pesar del clima tan horrible, un coche se acercaba sin miedo alguno por la carretera para dirigirse al Hannah Brown Studio, una de las escuelas de baile más prestigiosas del país. Muchos bailarines ansiaban formar parte de su compañía y solo unos pocos contaban con el privilegio de estudiar allí.

El parking estaba medio vacío, encharcado. El conductor estacionó y del vehículo se bajaron una niña y su padre. La pequeña iba dando saltos a pesar de que el hombre que la acompañaba le pedía que se relajara. Pero la niña no podía parar. Le gustaban mucho aquellas horas que pasaba en el estudio, más la primera de ellas, en donde su profesora favorita, Madison Moon, le daba clases de manera experta. Aquella muchacha de diecisiete años se había convertido en el modelo a seguir de la niña y de mayor quería ser tan buena como su maestra.

—Vamos, papá. No quiero llegar tarde.

La pequeña estaba impaciente por entrar. Aquel estudio de baile era su refugio y su lugar favorito de todos. Le gustaba pasar horas allí metida y aprender cosas nuevas con sus amigas.

—Hayley, cariño, no tengas prisa. Hace un día malísimo. Ve con cuidado, a ver si te vas a resbalar.

Pero ella no hacía caso de las palabras de su padre. Solo quería llegar cuanto antes. Pronto los dos cruzaron las grandes e imponentes puertas del estudio de baile de Hannah Brown, una eminencia de la danza. En sus años jóvenes, había sido una de las grandes bailarinas de su promoción y pronto encontró su pasión por la enseñanza a las nuevas generaciones. Su propiedad era tan grande y sus clases de tanta calidad que muchos bailarines aspiraban y soñaban con que ella fuera su maestra.

Ya en la entrada, Sophie, la agradable recepcionista, los saludó con su característica sonrisa.

—Buenas tardes, Hayley. ¿Lista para darlo todo en el ensayo?

—¡Sí! Tengo ganas de que Maddie vea mi solo —soltó ella con mucho orgullo. Había estado ensayando en casa para que su profesora estuviera contenta.

Sophie, desde el otro lado de su mesa, le dedicó una amplia sonrisa.

—Estoy segurísima de que a ella le encantará. Trabajas mucho. Ya sabes que este fin de semana os enfrentáis al Great Dance Studio.

La pequeña hizo una mueca.

—No me lo recuerdes. Esas niñas son muy buenas y yo no lo soy tanto.

Ahora fue su padre quien intervino. Le lanzó una mirada de orgullo y le dijo unas palabras que calaron muy hondo en la pequeña:

—Hayley, eres tan buena como ellas. ¿Tengo que recordarte que en tu primer concurso quedaste tercera? Tienes talento, pequeño monstruo. —La cogió en brazos y frotó su nariz con la suya—. Pero ¿sabes qué es más importante que el talento?

La niña negó con la cabeza.

—No, ¿qué es?

Su padre le revolvió el pelo.

—Que te lo pases bien y que te guste lo que haces. Eso es lo fundamental.

La niña infló los mofletes.

—¡Pero yo ya me lo paso bien! —se quejó ella—. También quiero ganar, me gusta. Me gusta todo: ensayar, bailar y subirme a un escenario. Me siento una estrella.

—Ya eres una estrella, cielo.

—Quiero ser buena, papá —le dijo su hija como si fuera tonto—. Para serlo, necesito practicar mucho.

Su padre soltó un suspiro.

—¿Desde cuándo te has hecho tan mayor?

La niña soltó una pequeña risita. Antes de que su padre pudiera añadir algo más, ya estaba corriendo en dirección a los vestuarios. Acababa de ver a Mia, una de sus compañeras de equipo, con la que se llevaba muy bien. Mientras su padre se iba a la sala en la que podía ver cómo su hija ensayaba, la niña entró a los vestuarios dando saltitos.

—Nunca adivinarías lo que he visto —le dijo esta. Los ojos de Hayley se llenaron de curiosidad.

—¿Qué? ¿Qué has visto? ¿Un unicornio? ¿Un hada? Por favor, cuéntamelo. ¿Qué es?

Mia reía al ver lo desesperada que estaba su compañera.

—He visto a Maddie acompañada de un niño. ¿Podría ser nuestro nuevo compañero?

Hayley se llevó la mano a la barbilla, pensativa.

—Puede ser.

Se empezó a cambiar de ropa. Aquellas medias tan monas que llevaba con forma de tela de araña plateada no le servirían de nada en el ensayo, menos el vestido tan bonito y que tanto le gustaba que su madre le había preparado aquella mañana. Cuando terminó de ponerse aquella ropa tan brillante que su hermano mayor le había regalado por su cumpleaños, Mia la ayudó a hacerse un moño para que el pelo tan largo que tenía no le molestase en el ensayo.

Las demás niñas de su grupo fueron llegando a medida que el tiempo avanzaba y pronto estuvieron ya todas listas y con ganas de iniciar la semana de ensayos. Ninguna se esperaba la sorpresa con la que se iban a encontrar cuando cruzaron la puerta que las llevaba al salón de baile. Y es que no estaba solo Maddie en la estancia, sino que la directora del estudio, Hannah Brown, y un niño unos años mayor que Hayley también estaban allí.

—Buenos días, niñas —las saludó tan alegre como siempre su instructora. Todas las alumnas la saludaron con un tímido «Hola»—. Como veis, tenemos un nuevo integrante en el grupo. Chicas, él es Kevin Graham y se acaba de incorporar al estudio.

El pequeño de diez años se acercó a ellas con paso temeroso. Estaba muy contento de que se le dejara bailar y de que, además, le brindaran la oportunidad de formar parte de un equipo de competición. ¿En qué momento su vida había pasado de ser una auténtica agonía a un paraíso? ¿Sería aquello parte de un sueño, de un delirio, quizás?

—Encantado de conoceros —les dijo él. En sus labios se formó una gran sonrisa.

Las niñas en seguida lo aceptaron en el grupo y mientras Hannah y Maddie intercambiaban un par de palabras, sus nuevas compañeras aprovecharon para bombardearlo a preguntas. «¿Dónde vives?», «¿Eres bueno?», «¿Qué estilo de baile es tu favorito?» y demás preguntas que soltaron y que el niño respondió.

Kevin estaba entusiasmado con la idea de formar parte de un equipo de danza. Siempre le había interesado bailar, desde que su madre le enseñara cuando él era muy pequeño. Ella había sido una gran bailarina en su época. Pensar en ella siempre le entristecía. La echaba mucho de menos, a ella y a su padre. Los dos habían sido los mejores padres que le habían podido tocar y si bien él los había perdido cuando era solo un crío, no había día que no pensara en ellos.

La clase comenzó. Maddie fue muy estricta, algo que al pequeño de diez años le sorprendió. No era tan dura cuando estaban en casa. Parecía que en ella habitaban dos personalidades, una jovial y amable y otra mucho más rígida. Le gustó, le gustaba su nueva profesora.

Con esos pensamientos en mente, el niño empezó a ejecutar los ejercicios que su maestra le pedía. Pronto, la hora de Maddie pasó y fue mucho más sorprendente para él que otra maestra la sustituyera. Él pensaba que ella se quedaría con ellos toda la tarde. Cuando se lo comentó a sus compa

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