Prólogo
Adrián esperaba a su hermano aquella tarde. Tenía una noticia que comunicarle y no le iba a gustar, por lo que le había enviado un mensaje para que acudiera solo a la cita, sin Marina, su pareja.
El asunto a tratar tenía que ver con su anterior etapa de ladrón de joyas, que había abandonado para dedicarse al mundo de la moda y la alta costura. Pero las garras de su pasado se negaban a dejarlo ir a pesar de que llevaba ya más de un año sin delinquir y había devuelto una buena cantidad del producto de sus robos. Esperaba que no se viera de nuevo inmerso en una etapa de su vida que había dejado atrás. Y que podía empañar su relación con Marina Salazar, la diseñadora de Sándalo, con la que convivía desde hacía unos meses.
Lucas acudió puntual y, como le había recomendado, sin compañía a la casa situada a las afueras de Barcelona donde tenía su residencia. Una urbanización cerrada de chalets independientes en la que los vecinos tenían poco contacto unos con otros. Amaba la privacidad y el aislamiento, no solo por su profesión, sino también por su carácter serio y poco dado a relacionarse con los demás. Siempre había sido la mente fría y calculadora que planeaba los robos en la sombra mientras su hermano, y con anterioridad su padre, los llevaban a cabo.
Ambos eran muy diferentes entre sí: Lucas, moreno y de ojos negros siempre chispeantes, y de sonrisa cautivadora contrastaba con Adrián, de piel blanca y mirada azul, fría y contenida. Si no lo decían, nadie imaginaba que eran hermanos, lo que les venía muy bien a la hora de mantener el anonimato necesario para sus robos. Mientras menos se supiera de ellos y menos los relacionaran uno con el otro, mientras más desapercibidos pasaran para el resto del mundo, mejor.
Sin embargo, se querían muchísimo, como lo demostró el apretado abrazo que se dieron al traspasar Lucas la puerta de entrada. Luego clavó en él sus ojos oscuros y preguntó sin más preámbulos:
—¿Qué ocurre, Adri? Tu mensaje me ha parecido urgente e importante.
—Lo es, Lucas. En caso contrario no te hubiera dicho que vinieras sin Marina.
—No tengo secretos para ella. Ya no.
—En ese caso, decide tú qué le cuentas y cuándo. No he querido arriesgarme. Abro unas cervezas y hablamos.
En otras ocasiones se servían un buen whisky, pero eso era cuando Lucas se quedaba a dormir si tomaba una copa de más; desde que tenía pareja siempre regresaba a casa por las noches.
Minutos después, con sendas cervezas en la mano y cómodamente sentados en el sofá negro de piel, Adrián informó a su hermano de la inquietante noticia que había llegado a sus oídos a través de la amplia y enrevesada red de información que tenía desplegada. Era muy hábil para estar al tanto de todas las noticias que circulaban referentes al mundo de la delincuencia, sin dar la cara y sin que nadie pudiera llegar hasta él.
—El ladrón arrepentido vuelve a estar en el candelero —informó.
—¡No jodas! Hace casi un año de aquello.
—Circulan rumores de que las piezas que devolviste eran falsas.
—No lo eran.
—Ya lo sé, pero es lo que se dice. Una cliente en concreto exige que le reintegren el dinero que tuvo que devolver al seguro tras la restitución de la joya. Aduce que lo que le entregó el ladrón era una copia. Muy lograda, pero falsa.
—¿Quién?
—Roser Puig.
—Un brazalete de rubíes y diamantes engarzado en platino. Una de las piezas más valiosas que devolví. Como comprenderás, me aseguré de que no me dieran gato por liebre cuando la compré.
—Sé lo meticuloso que eres, Lucas, y estoy seguro de que la joya era auténtica. Sin embargo, esto puede salpicarte y poner de nuevo en el punto de mira al ladrón que nunca fue apresado. Hacer que la policía reabra el caso y comience a investigar de nuevo. La compañía de seguros lo hará.
—De eso no tengo ninguna duda. En primer lugar, verificará la autenticidad de la joya, y si se confirma que es una copia investigará si el fraude lo realiza la dueña del brazalete o si en verdad el ladrón se dedicó a devolver falsificaciones de las joyas. Sacará a la luz el resto de las piezas devueltas.
—Eso puede ponerte en peligro.
—Mis tapaderas han sido siempre muy sólidas.
—Pero ahora tienes una vida pública como Joel Santillana, diseñador de Sándalo, y estás más expuesto. Tal vez sería buena idea que desaparecieras en Menorca una temporada.
Lucas poseía una preciosa casa en una cala aislada de Menorca a la que solía retirarse después de cada robo, hasta que la investigación se relajaba.
—Me estoy haciendo un nombre como diseñador; si me marcho ahora todo el trabajo de este año se quedará en nada. Estamos preparando una nueva colección conjunta. Tampoco voy a dejar a Marina sola en el terreno personal. No podría estar lejos de ella mucho tiempo.
Adrián miró a su hermano con preocupación.
—Las mujeres siempre han sido la perdición de los hombres.
—También la bendición, dependiendo de la mujer.
—Lucas —trató de convencerlo, aunque sabía que era inútil por la determinación de su mirada—, siempre has mantenido la cabeza fría cuando ha sido necesario. Vete un tiempo, hasta que todo se calme. Marina lo entenderá.
—Le prometí que mi pasado se quedaría ahí, en el pasado. No correré el riesgo de que nada relacionado con el ladrón que ya no soy empañe nuestra relación.
—Eres testarudo.
—Estoy enamorado, Adri. Y para mí eso es lo más importante en este momento. El día que te enamores lo entenderás.
—Antes de que yo pierda la cabeza por una mujer hasta ese punto se congelará el infierno.
Lucas esbozó la más pícara de las sonrisas.
—Nunca digas de esta agua no beberé, ni esta joya no la robaré.
Ambos hermanos sonrieron con nostalgia, recordando una frase que su padre les había dicho a menudo en el pasado.
—Está bien, vuelve a tu boutique y yo trataré de estar informado. Pero si las cosas se ponen muy feas, prométeme que te irás, o yo pondré al corriente a Marina de la situación.
—Se la voy a contar yo, pero minimizaré los posibles efectos que pueda tener para mí. Ahora me voy —dijo apurando la cerveza y levantándose para marcharse—. Me esperan para cenar.
Lucas se fue y Adrián se quedó observando el camino por donde su hermano había desaparecido, con sus fríos ojos azules. Lucas era puro fuego y su amor por Marina podía llevarlo al desastre. Por fortuna, él era diferente, siempre mantendría la cabeza clara y despejada por mucho que llegara a gustarle una mujer. En esta ocasión protegería a su hermano si era necesario.
Desde que este se retiró de la vida delictiva no había decidido qué hacer con la suya, si continuar sin él o dejarlo también. De momento seguía con su tapadera como contable de algunas empresas e inversor, en espera de tomar una decisión.
Ahora, aguardaría a ver cómo se solucionaba el tema de las joyas devueltas.