Regla de tres (Aula de pasiones 2)

Winter Cherry

Fragmento

regla_de_tres-2

Capítulo 1

—No tengo nada que ponerme para esta noche.

—Y yo voy y me lo creo.

Belinda miraba una y otra vez en su armario como si con ello fuera a aparecer el vestido de sus sueños, pero nada se podía hacer. Amanda daba vueltas por la habitación e intentaba buscar una solución.

—¿Tú no has traído ningún vestido? —preguntó esperanzada a pesar de saber que su amiga no era, precisamente, la reina de los vestidos—. A lo mejor podrías prestarme algo.

—Tengo uno negro, pero no creo que te entre.

—Me estás llamando gorda.

Amanda resopló y se dejó caer en la cama.

—No te estoy llamando gorda. Lo que te digo es que no gastamos la misma talla.

Belinda se miró en el único espejo que había en la habitación del hotel y no le quedó otra que asentir y agachar la cabeza. Mientras su compañera era puro nervio y tenía un cuerpo fibroso gracias a los entrenamientos de fútbol y a las carreras matutinas, ella era una mujer con un cuerpo bien distinto. Sus senos eran grandes, pero firmes, sus caderas redondeadas y algún kilo de más de los que estaba orgullosa. No quería parecerse a Amanda porque se sentía observada por los hombres, y eso le gustaba. Después de una relación de más de cinco años con un tipo que la había tratado como una auténtica reina, todo se rompió cuando él fue despedido y se encontró en el paro, con demasiado tiempo libre y un buen dinero en el bolsillo con el que pagar unas cuantas rondas en un bar y apostar a todo lo que aparecía en la pantalla de uno de los locales de juego del barrio. Su carácter se fue agriando al mismo tiempo que el dinero de la indemnización fue menguando en la cuenta bancaria. Cuando Belinda se dio cuenta de que algo malo ocurría, ya estaban en la ruina más absoluta. Decidieron de mutuo acuerdo darse un tiempo, ya que la relación se había deteriorado, y ese periodo se había ido alargando hasta el punto de que ya no tenían contacto y cada uno había decidido vivir a su manera y, por encima de todo, sin ataduras ni complejos.

Belinda se comportaba como una loca obsesionada con los hombres, pero Amanda la conocía muy bien y sabía que era un trozo de pan que necesitaba mucho amor a su alrededor, y ella hacía todo lo que podía para dárselo.

—¿Y qué te ha dicho Arturo?

—Que me esperaba en la fiesta y que me pusiera guapa.

—Tú siempre estarías guapa, aunque bajaras en pijama —comentó con una sonrisa en los labios al ver la felicidad reflejada en el rostro de la profesora de Matemáticas.

Esta la miró y después volteó la cabeza en dirección a la cama. Frunció el ceño en un gesto pensativo y dio un par de pasos en dirección a la almohada, pero su amiga la detuvo.

—Ni de coña vas a bajar a la fiesta en pijama.

—¿Y por qué no? Tú has dicho que estaría guapa en pijama.

—Es una forma de hablar.

—¿Estaría fea en pijama?

—Yo no he dicho eso.

—Entonces, ¿bajo o no bajo en pijama?

—¡Belinda!

Amanda se levantó de la cama, cogió a su compañera por los hombros y la zarandeó ligeramente para que recobrara la cordura que parecía haber perdido. Belinda sonrió para dar a entender que estaba bromeando, se sentó en la cama, cogió la almohada y, tras lanzarle un rápido vistazo al pijama de Las supernenas, la abrazó y suspiró.

—Cómo he podido ser tan tonta... Un fin de semana en un hotel de la montaña y no traigo nada para ponerme en una fiesta. ¡Torpe, torpe, torpe!

Amanda no podía soportar más tiempo verla fustigarse de aquella manera, por lo que salió de la habitación, recorrió el pasillo en dirección a la recepción y, antes de llegar al vestíbulo principal, se detuvo delante de la puerta de la habitación 103 y llamó con los nudillos. Escuchó una voz en el interior y esperó. Unos segundos después abría la puerta un hombre guapo de ojos azules, mandíbula marcada y rostro serio que la miró con cariño.

—¿Está tu mujer?

Jesús se apartó, sonrió ante la pregunta de Amanda y dejó que entrara en la habitación de la que disfrutaban. Melanie había intentado convencer a su pareja de que era un error compartir habitación cuando el viaje lo organizaba el instituto, pero Jesús se había negado en redondo a pasar el fin de semana en la montaña como un adolescente que debe esperar a la noche para colarse en la habitación de su amada.

—Hola —saludó la mujer de pelo liso a la que aún no conocía demasiado bien, pero que se había portado de maravilla con ella cuando Gerard tuvo el accidente—. ¿Todo bien?

—Yo sí, pero Belinda tiene un gran problema. ¿Te has enterado de lo que ha pasado en la pista de esquí?

Melanie sonrió y Jesús se vio obligado a taparse la boca para no soltar una carcajada al recordar el momento en el que la profesora de Matemáticas había perdido el control de las tablas y los bastones y había comenzado a descender por la montaña atravesando todas y cada una de las pistas y llevándose por delante al que se pusiera en su camino. El resultado final podía haber acabado en catástrofe de no haber sido por la aparición estelar del padre de Julio, alumno de la propia Belinda, que la había salvado de un accidente seguro. Los dos se gustaban y ese había sido el acicate para dejar atrás los miedos de Belinda y los recuerdos insanos de Arturo, y quedar en la fiesta que daba el hotel a sus huéspedes como un hombre y una mujer que pretenden disfrutar de su primera cita. El problema era que él siempre vestía como un auténtico dandi y ella había decidido no traer ropa de noche para lograr que le entrara en la maleta el traje de nieve de color dorado con el que había descendido a lo kamikaze por la ladera de la montaña. Solo Amanda podía evitar el desastre con la ayuda de Melanie.

—Claro que me he enterado. Yo y toda la estación de esquí.

Amanda ignoró el comentario sarcástico de su compañera porque le preocupaba mucho más la salud mental de su amiga.

—Pues eso. Arturo, el padre de Julio, la ha invitado a la fiesta de esta noche después de salvarla en la montaña y Belinda no tiene nada que ponerse.

—¿Y eso es un gran problema? —preguntó Jesús que esperaba otra cosa más importante que la falta de ropa—. Un problema es el hambre en el mundo, las guerras o la corrupción política.

Melanie se acercó a él, le dio una palmada en la espalda y lo condujo con mucho cariño hasta la puerta de la habitación. La abrió y lo invitó a marcharse con una sonrisa en los labios.

—Anda, ve a tomarte algo al bar con tu hermano.

—No tengo sed.

—Pues da un paseo por la nieve.

—No me gusta la nieve.

—Pues siéntate en el vestíbulo a leer.

—Pero...

Melanie cerró la puerta ante la insistencia de Jesús y lo dejó con la palabra en la boca, ya que él no parecía dispuesto a darse cuenta de que su pareja tenía que ayudar a otra mujer en un asunto de vital importancia para ella.

—¡Hombres! —exclamó en cuanto se vio libre de Jesús—. Para ellos solo tiene importancia el fútbol y las mujeres.

—Pues yo pensaba que a Jesús no le gustaba el fútbol.

—Es una forma de hablar. Bueno, vamos a lo nuestro. Belinda necesita un vestido y me imagino que unos zapatos también.

Melanie se ace

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