Una decisión arriesgada (Trilogía Contrabandistas 3)

Laimie Scott

Fragmento

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Capítulo 1

Moidart

Costa de Escocia

El humo de los cañones se expandía como una niebla por toda la localidad mientras el fuego de los restos de los navíos hundiéndose iluminaba el cielo nocturno con sus destellos anaranjados, asemejándose a una puesta de sol. Todo era caos y confusión en las calles de Moidart tras el devastador ataque de los ingleses. En mitad de este, dos sombras avanzaban con paso lento y cauteloso entre escombros, hacia el puerto.

Antoine Lerroux sujetaba con determinación la mano de su acompañante. La mujer que había liderado la resistencia jacobita en aquella costa. La contrabandista de armas a la que su amigo Laurent le había entregado su último cargamento para combatir a las tropas del rey Guillermo de Orange. La misma que lo había cautivado desde esa noche en la que se habían conocido y en la que parecía que sus destinos iban en la misma dirección.

—¿Hacia dónde nos dirigimos? —le preguntó ella con un susurro.

Él volvió el rostro y se detuvo, obligándola a hacer lo mismo y a pegar su espalda contra la pared cuando escuchó voces cercanas. Esperó unos segundos a que el sonido se alejara antes de responderle.

—Pensaba dirigirnos hacia el puerto. Pero temo que sea una mala opción. El humo y el fuego que vemos proceden de los restos de un navío hundido en batalla. Apuesto a que mi querida hermana y mis amigos son los responsables.

—¿Entonces? —Había cierta impaciencia en el tono de la voz de ella. No había conocido una situación semejante a la que estaba viviendo. El contrabando siempre era peligroso, pero no había necesitado la violencia para llevarlo a cabo. Y lo que percibía en Moidart no se podía describir con palabras.

—Lo mejor que podemos hacer es regresar hacia la casa de Angus Donaldson y aguardar allí el nuevo día. Es noche cerrada. La luna se oculta bajo un banco de nubes y el humo nos impide ver el camino con claridad. Y creedme si os digo que ahora mismo las calles de Moidart no son un buen lugar para andar, como podéis ver.

—¿Y una vez que lleguemos allí?

—Ya tendremos tiempo para pensar en la manera de abandonar esta región. Como os digo, regresemos al hogar del clan Donaldson. Allí podremos descansar y pensar en todo esto de una manera más tranquila.

—¿Tranquila, decís? —Leah se quedó contemplándolo con los ojos entrecerrados, sin creer esas palabras—. No creo que la situación nos permita tranquilizarnos un segundo. Los casacas rojas del rey Guillermo recorrerán la localidad en busca de rebeldes.

—No os lo discuto, pero en el hogar de los Donaldson podemos refugiarnos. No creo que lleguen allí. Y si lo hacen, nos ocultaremos en alguna de las estancias. Confiad en mí. Y ahora, decidme, ¿qué tal marcha vuestro tobillo?

Ella hizo una mueca entre la ironía y el fastidio que le producía su situación personal. El dolor parecía remitir por momentos, pero en cuanto forzaba el paso, este volvía.

—He de olvidarme por el bien de ambos.

—En cuanto lleguemos al castillo podréis descansar.

—Si vos los decís…

Ella volvió a mostrarse mordaz en su comentario. Como si no estuviera segura de ello. No con los sassenach registrando todo Moidart.

La fortaleza del clan Donaldson apareció ante sus ojos tras una corta caminata. El silencio lo rodeaba todo y a primera vista parecía que allí no habían llegado los disparos de la artillería inglesa; ni tampoco los soldados. La luz de algunas antorchas encendidas parecía indicar que alguien se alojaba en su interior. Antoine recordó el camino hacia la entrada por haber estado allí junto a Laurent y al propio Angus Donaldson. El sitio le trajo recuerdos de la última conversación que había mantenido con ellos antes de que las detonaciones de los cañones los pusieran en alerta.

—Es mejor buscar acomodo en alguna habitación del piso superior. De ese modo, si escuchamos ruidos en planta baja, podemos movernos de una a otra y escondernos —le sugirió Antoine.

—Entonces, pensáis que los casacas rojas puedan aparecer.

Él percibió cierto temor y nervios en el tono de las palabras de ella y en su mirada.

—No lo descarto en ningún momento. Y ahora, apoyaros en mí —le pidió, rodeándola por la cintura sin pedirle permiso para hacerlo, y pegar su cuerpo al de ella.

Leah sintió un calor reconfortante con la cercanía de Antoine, que se extendió por todo su cuerpo. Sin pensarlo demasiado, pasó su brazo por los hombros de él, para que la ayudara. No quiso mirarlo en ningún instante y prefirió centrarse en subir los escalones porque era consciente de su cercanía. Y de cómo le palpitaba el pecho.

—Tratad de no pisar.

—¿Creéis que es sencillo?

Antoine Lerroux percibió su enojo en la pregunta. De manera que, en un arranque de valentía por parte de él, e inesperada por parte de ella, deslizó el otro brazo por debajo de sus piernas y la alzó en volandas.

Leah se vio elevada sin que le diera tiempo a protestar por aquel acto. Tan solo dejó escapar un chillido de sorpresa y lanzó una mirada de incomprensión a Antoine.

—No digáis nada. Es mejor que os lleve yo. De ese modo, no os lastimaréis el tobillo.

—Pero…

—Le echaremos un vistazo más tarde.

Entraron en una de las habitaciones en la que había una amplia cama sobre la que él la dejó con sumo cuidado. En todo momento la contempló mientras ella desviaba su mirada de la de él. Sentía el pulso elevado y la respiración agitada, que achacó al gesto de él.

—Iré a buscar algo de comer mientras descansáis.

Ella lo siguió con la mirada porque comprendía que no podía hacerle ningún daño verlo alejarse. A solas, se recostó contra el respaldo de la cama y cerró los ojos emitiendo un suspiro. Logró que el corazón latiera más y más despacio. Se mordió el labio y movió la cabeza. No podía creer que se sintiera de aquella manera. Ese calor que había invadido su cuerpo cuando él la ayudó a subir las escaleras; o cuando la cogió en volandas al darse cuenta de su dificultad. Nunca había sentido algo parecido. Y ese apuesto contrabandista francés incluso la había besado esa misma noche cuando la conoció. Pero no tenía otra opción que confiar en él para salir de allí porque era el único amigo, si podía llamarlo así, que tenía. Aunque sus primeras impresiones no le hubieran terminado de convencer.

Antoine bajó al piso inferior y salió al exterior para apagar las antorchas. Luego, cerró y atrancó la puerta principal para que nadie pudiera entrar e hizo lo propio con las contraventanas para que diera la apariencia de que allí no habitaba nadie. De que ese castillo estaba cerrado. Pasó revista a todos los ventanales y corrió las cortinas allí donde las había en vez de contraventanas. De ese modo, no se vería nada desde el exterior. Luego, se dirigió a la cocina en busca de algo que comer. Sonrió pensando en la mujer que había en una de las habitaciones del piso superior. Pero la sonrisa desapareció cuando sus pensamientos se centraron en la situación en la que se encontraban. Por lo pronto, deberían abandonar la isla lo antes posible. Ni Moidart ni Escocia eran lugares seguros. Lamentaba que hubieran perdido el medio de transporte para hacerlo

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