Del amor y otras pandemias

Myriam M. Lejardi

Fragmento

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© del texto: Myriam M. Lejardi, 2020.

© de las ilustraciones: Yolanda Paños Romero, 2020.

© del diseño de la cubierta: Lookatcia.com, 2020.

© de esta edición: RBA Libros, S. A., 2020.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Diseño del interior: Lookatcia.com.

Primera edición: octubre de 2020.

REF.: ODBO771

ISBN: 978-84-9187-752-3

EL TALLER DEL LLIBRE, S. L. • PREIMPRESIÓN

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A MIS PADRES,

POR ENSEÑARME A PENSAR EN MAYÚSCULAS.

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Prologo Prologo
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SOFÍA

Sofía sabe que, por mala que sea la situación, poner a todo volumen los grandes éxitos de Britney Spears siempre consigue mejorar su humor.

Y la situación es mala. Peor que mala: catastrófica.

No solo porque la pandemia mundial por la que están pasando haya provocado que el Estado decrete el confinamiento de gran parte de la población. Ni siquiera por lo que le atosiga su padre con el tema, mandándole constantemente información poco fiable. Ni porque no tenga ni idea de qué va a pasar con el máster que tiene a medias.

El colmo es que su novia acaba de dejarla. Un año de relación tirado por la borda tras una llamada de poco más de cinco minutos. Que son demasiado distintas, le ha dicho. Que Sofía debería arriesgar más.

Es consciente de que no es la persona más extrovertida del universo, que suele tomarse todo con calma o sopesar bien los pros y los contras antes de decidir cualquier cosa. Sin embargo, eso no la convierte en alguien aburrido, como ha sugerido Eva.

Ahora mismo, por ejemplo, ha salido al balcón a regar las plantas con una copa de vino blanco en la mano. Cierto es que solo se ha servido un par de dedos, pero no son ni las doce del mediodía y una cosa es desmelenarse y otra volverse loca del todo.

La ve por el rabillo del ojo, en la calle, cargada con dos bolsas de la compra que parecen más grandes que ella. No sabe cómo se llama, solo que vive en el bloque de enfrente desde hace poco. Sofía no es muy de cotillear, pero lleva días observándola. Es justo lo contrario a su ex: morena y vivaracha, el tipo de persona que se para a saludar a todos los perros con los que se cruza.

A veces, cuando los mensajes que le mandaba Eva se volvían insoportables, apagaba el móvil y echaba un vistazo por la ventana. Si tenía suerte y la veía, se sorprendía sintiéndose mejor. Con el estómago menos lleno de piedras y más lleno de helio.

Es consciente de que esto no tiene sentido. Por muchas cosas y la peor ni siquiera es que no se conozcan. Está segura de que no pegarían ni con cola y ¿no la acaban de dejar justo por eso? Por ejemplo: la vecina parece obsesionada con el deporte, quizá hasta se dedique a ello, por la bolsa del gimnasio de la zona que se ha fijado que cargaba alguna vez. Ella, sin embargo, el único deporte que hace son las carreras que se pega cuando está a punto de perder el autobús. Y ahora con lo de la pandemia ni eso.

Además de que a Sofía le cuesta muchísimo acercarse a gente nueva. ¿Qué iba a decirle, si lo hiciera? «Hola, desconocida. A veces te espío mientras riego las plantas, pareces una mujer fantástica, ¿nos tomamos un café un día?».

Ni hablar.

—¡Me niego rotundamente! —grita un chico.

Sofía alza la cabeza y se da cuenta de que es su vecino de arriba, que está también asomado al balcón mientras habla por teléfono. Nunca ha tenido una impresión especialmente positiva de él. Supone que es más joven que ella, de unos dieciocho o diecinueve años, pero su edad no excusa que tenga esa actitud; como si el mundo le perteneciera o algo por el estilo.

Se lo ha cruzado alguna vez en el portal o en el ascensor y no sabe demasiado sobre su vida, más allá de que se llama David, que su madre está divorciada y que tiene mucho dinero. También sabe que discute con la pobre mujer con más frecuencia de la necesaria y que no le avergüenza hacerlo a voces, en el balcón, donde cualquiera puede escucharlo.

—¡Me da igual que haya problemas en su residencia! —sigue chillando—. ¡Como si la cierran! ¡Que se vuelva a su casa! —Una pausa, un golpe en la barandilla y un maullido—. ¡Este es mi piso! ¡Solo hay una habitación, mamá! ¡No cabemos! Sí... ya sé que lo pagas tú, pero... ¡¿Que me vuelva yo al pueblo?! ¡Mamá! Vale, pues nada. Que venga. ¡¿Mañana?! No, no estoy contento. No... mamá... De acuerdo, me esforzaré.

Sofía niega con la cabeza cuando el muchacho cuelga y suelta una ristra de palabrotas.

Pobre de la persona que vaya a vivir con él.

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