Asignatura pendiente (Aula de pasiones 3)

Winter Cherry

Fragmento

asignatura_pendiente-1

Capítulo 1

Las dos se miraron y se encogieron de hombros mientras la tercera deambulaba de un lado a otro de la sala de reuniones como un león enjaulado que sirviera de atracción a los turistas. Ella misma se sentía como un mono de feria y mascullaba por lo bajo la debilidad que no le había permitido comportarse como la mujer profesional y seria que siempre había logrado dejar de lado lo más humano de la especie para convertirse en un autómata, más preocupado por los resultados que por el camino andado para llegar a ellos. Ahora, un hombre pelirrojo, de metro noventa, cuerpo musculado y de gran tamaño la había llevado del Olimpo al mundo frágil, terrenal y desequilibrante de las personas que se dejaban guiar por sus sentimientos.

—¿Y esto cómo se detiene? —preguntó Lorena en una de las ocasiones en las que logró tranquilizarse lo suficiente como para dejar de andar y dejarse caer en una de las sillas.

Belinda miró a su amiga Amanda y le hizo un gesto con la cabeza para que se lanzara a hablar y respondiera a la directora, pero esta comenzó a balbucear una respuesta inconexa a la altura de una pregunta para la que ninguna tenía una contestación clara. La profesora de Matemáticas decidió que aquel podía ser el momento perfecto para dejarse de tonterías y soltar una de aquellas teorías que le gustaba compartir, pero que no seguía al pie de la letra.

—A ver. No hay nada que detener.

—¿Cómo que no? ¿Tú me ves? Parezco una adolescente que pensara con el... con el...

—¿Y qué hay de malo en ello? —inquirió Amanda sin saber que se estaba metiendo en un buen jardín plagado de flores—. Es bonito.

—Es estúpido —espetó Lorena—. Ese hombre es inspector del Ministerio de Educación y yo he aceptado tener una cita con él.

—Mucho mejor. Te lo cepillas y así metemos un topo en el Ministerio.

La directora se volvió hacia Belinda y la atravesó con la mirada. Ella necesitaba consejos serios, y no los comentarios absurdos de una mujer que había comenzado una relación con un joven de poco más de veinte años. Aunque tenía que reconocer que la veía más feliz que nunca, y eso le hacía cuestionarse todas sus ideas sobre la felicidad que ella buscaba cada día en la soledad de su despacho, tras montones de papeles y un reloj que parecía andar marcha atrás y que convertía cada jornada en un auténtico día de la marmota. Le gustaba su trabajo, pero veía marcharse a todos los profesores del instituto cada tarde, y parecían deseosos de llegar a sus hogares para continuar con una vida que, para ella, representaba una extensión de su trabajo en el centro. Llegaba a su propia casa, extendía montones de papeles sobre la mesa de su despacho y aceptaba facturas, corregía exámenes y escribía circulares mientras el tiempo pasaba y su vida se convertía en una camino gris y solitario que había logrado valorar en su justa medida. Años de espartana existencia que un hombre pelirrojo y atractivo había logrado reventar con una única sonrisa, con la que había conseguido que Lorena sintiera un cosquilleo en el vientre que creyó no volver a experimentar jamás. Habían pasado más de cinco años desde su última historia de amor y había logrado anular su libido como si de una monja de clausura se tratara, pero la realidad había aparecido ante sus ojos como el caballo de Atila.

—Da igual. Ya la he fastidiado. He aceptado la cita y no me queda otra que aguantarme.

—¿Qué ocurre?

Melanie entró en la sala de reuniones y miró a las tres mujeres antes de sentarse en el sillón que había convertido en suyo tras años de usarlo. Llevaba unos vaqueros desteñidos, una camiseta de color blanco y un blazer azul. En los últimos días había logrado dejar atrás su imagen de profesora aburrida y sosa, pero nada tenía que ver con la morena explosiva que lucía vestidos ceñidos y que presumía de novio atractivo y bohemio.

—Ocurre lo que no tenía que haber ocurrido —soltó Lorena otra vez de pie y dando vueltas alrededor de la mesa—. La peor de nuestras pesadillas.

—¿La has fastidiado con el inspector? —preguntó Melanie realmente preocupada y sin percatarse de la sonrisa de sus dos compañeras de trabajo que se estaban divirtiendo de lo lindo.

—Peor.

—¿Cierran el instituto?

—Mucho peor.

La profesora de Francés frunció el ceño.

—¿Te lo has cargado y ahora lo están sirviendo en filetes en la cafetería?

Tanto Amanda como Belinda no aguantaron más y se echaron a reír ante el desconcierto de su compañera. En cuanto la primera logró calmarse, decidió que solo había una forma de resolver el enigma, y era ser directa y franca.

—Lorena ha logrado conquistar al inspector. Hasta ha quedado con él para cenar.

—Ya. Y yo voy y me lo creo.

—Es verdad.

—Me estás tomando el pelo.

—No lo estoy haciendo.

—¿Una cita? ¿Lorena? ¿Con un hombre de verdad?

—Y no con cualquier hombre. Es un gigantón, pelirrojo, de ojos azules y unas manos enormes.

—Pues como todo lo tenga igual…

—Qué bruta eres.

Las tres guardaron silencio. Melanie miró de nuevo a sus compañeras y después desvió su vista hacia la directora, que parecía un hámster en una jaula sin parar de moverse de un lado a otro. La conocía lo suficientemente bien como para ver en ella a una mujer fría y calculadora que nunca dejaría que los sentimientos mediatizaran su forma de actuar. Llevaba días preparando la reunión con el inspector y le parecía del todo ilógico lo que le acababan de contar.

—No me lo creo.

Miró a Lorena y esperó a que ella desmintiera la noticia y dejara a las otras dos en evidencia, pero la joven mulata elevó la cabeza, le devolvió la mirada y se encogió de hombros.

—No me digas que es verdad. ¿Tienes una cita con el inspector?

—Sí.

—¿Por qué?

—Es que es... Yo creo que me ha pillado con las defensas bajas.

Belinda le guiñó un ojo.

—Lo que tenías bajas eran las bragas. Se te han caído al suelo en cuanto ese highlander ha entrado al despacho.

Amanda se volvió hacia su amiga, se inclinó sobre la mesa y cruzó las manos sobre ella.

—¿Qué es un highlander?

—Eso. ¿Qué es?

—¿Estáis de coña? —Belinda fue girando el cuello para mirar a las tres de una en una y con una ceja levantada. No hubo respuesta—. ¿Ninguna ha visto la serie Outlander? Ese inspector se parece un huevo al protagonista, y también es pelirrojo. Y tiene acento. Pare mí que es escocés, y a los escoceses de las Tierras Altas se les llama highlander.

Melanie sacó su móvil del bolsillo y abrió el explorador de internet.

—¿Cómo has dicho que se llamaba la serie?

—Outlander.

Lorena chascó la lengua.

—No se parece a nadie. Tenéis que dejaros de tonterías.

La profesora de Francés extendió el móvil hacia ella con una fotografía del protagonista de la serie, en la que se le veía junto a un lago, con una falda escocesa y una cazadora de cuero.

—¿No me digas que se parece a este?

Lorena miró la fotografía y se puso colorada.

—¿Q

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