Una eternidad sin ti

Emma J. Care

Fragmento

una_eternidad_sin_ti-4

Capítulo 2

¡Bienvenido, míster Surrealismo!

Is this the real life?

Is this just fantasy?

Queen, Bohemian Rhapsody

Ava Owens caminaba al lado de su amiga y compañera de piso, Pipper. El paso militar que marcaban sus tacones contra la acera le hacía gracia. Sus labios bien perfilados, resaltados por el brillo rosa con que los había pintado, dibujaron una sonrisa nerviosa que no le acarició los ojos. Era sábado por la noche y hubiese preferido quedarse en casa tirada en el sofá, pero su amiga había decidido cambiarle los planes por esa salida nocturna que, más bien, le desagradaba. Lo que ninguna de las dos chicas sabía era que sus zapatos se acercaban no solo a la discoteca, sino también a aquello que estaba marcado en sus destinos.

¿Quién lo sabía? Nadie.

Nadie sabría especificar cuándo la vida le iba a mostrar ese momento que llevaba esperando, quizás, desde hacía tiempo. En qué hora, minuto, segundo o fecha le mostraría aquello que anhelaba, como cualquier mortal; o que soñaba de manera premonitoria e intuitivamente, consciente de que sucedería sin poder explicarle al mundo esa seguridad. Así que se callaba para no tener que decir que era su destino, algo que muchas personas no entenderían ni se creían.

No. Nunca se sabía en qué instante, con qué decisión, se iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos o se iba a tomar el camino que a cada uno le correspondía, a ciegas, pues tampoco se sabía que así debía suceder.

New Rhapsody era el nombre de la discoteca que un viejo compañero de instituto, Mike, había abierto en verano. Alejada del centro para no molestar a los susceptibles vecinos, pero lo bastante cerca para convertirse en el lugar de recreo favorito de los estudiantes universitarios, sus enormes letras en azul eléctrico deslumbraban incluso antes de llegar a la puerta; la música, que a un volumen atronador se colaba en los oídos, conseguía que, sin haber entrado, se tuviera que elevar la voz.

—¿Lista para la confraternización? —la inquirió Pipper, que temblaba no de frío, ya que era una noche demasiado cálida para ser octubre, sino de la emoción.

Ava puso los ojos en blanco al oír aquella palabra que odiaba gracias a su madre. Era su lema, compartido por Pipper: «confraternizar». Era decir: o se confraternizaba o se moría, no había término medio. Ava tendía más a la segunda alternativa. No era que fuese muy halagüeña la opción, lo sabía a la perfección, pero por su carácter tranquilo la mayor parte de las veces prefería quedarse en casa y confraternizar con el nórdico o la almohada; o, ya puestos, con los dos. Quienes la conocían sabían que no le gustaba salir de fiesta. Algo que se encargaban de criticar. Su madre, desde luego, no perdía la ocasión; en cambio, Piper la respetaba mucho más.

—No —contestó en un tono un tanto borde a la vez que su nariz se fruncía.

—Te estaba tomando el pelo —prorrumpió en risas.

Mostrando un fingido disgusto, la señaló con el dedo.

—Me vengaré.

Nada más decirlo, sus hombros se hundieron. «Te espera una larga noche», se animó irónica así misma.

Tras la puerta la recibió una tremenda ola de calor originada por el gentío, que se distinguía a pesar de la falta de luz, algo a lo que sus ojos tuvieron que acostumbrarse. Ese ambiente tan agobiante provocó que el vaquero pitillo que vestía, al igual que su top negro drapeado, se le pegase a la piel y le diera la sensación de que la ropa le sobraba. La falta de ganas dio paso al agobio; este se fue convirtiendo en una especie de cabreo. En el aire flotaban las fragancias de los perfumes mezcladas con ciertos olores corporales que los ventiladores no solventaban, lo que le contrajo el gesto en una mueca de desagrado. A medida que avanzaba, su cuerpo, sensible a una energía desconocida, se tensó; sus sentidos se pusieron en alerta; su corazón se agitó debido a una extraña presencia que se apoderaba de todo el local, y no era la muchedumbre que se movía al son de Love me again, de John Newman. Nadie a su alrededor le hacía el menor caso, salvo aquellos a quienes molestaba mientras se acercaban a una esquina libre.

Nunca le había sucedido algo semejante.

Sus sentidos, como buena bruja, nunca se alteraban sin motivo alguno.

Esa noche lo hicieron, no sabía si para bien o para mal.

—Voy a pedir algo para beber, ¿qué quieres? —le chilló su amiga al oído.

—Cualquier bebida sin alcohol.

Pipper desapareció progresivamente entre la gente, lo que le permitió a Ava fijarse en lo elegante que iba con un vestido corto amarillo, adornado con una fina puntilla del mismo color. Si hacía una comparación, ella salía perdiendo, pues se había puesto lo primero que había encontrado en el armario. ¿Cómo pensar en arreglarse si quería estar en pijama? Meditó en ello para restarle importancia a la situación. Se apoyó en la pared con las manos en la espalda. Necesitaba arrimarse a algo sólido, ya que temió caerse, porque aquel ente la atenazaba cada vez más fuerte. La debilitaba. Por encima de las cabezas de los bailarines improvisados que tenía delante, miró a un lado y otro. No había nada raro ni nadie fuera de lo normal. Solo los intentos de Pipper por abrirse paso sin verter ni una gota de las copas.

—Toma, un mojito sin alcohol.

Cogió la copa disimulando la poca confianza que le inspiraba aquel nombre –debía ponerse al día con los cócteles–. Alternó la mirada entre su amiga y el contenido, que se asemejaba más a una ensalada bien aderezada que a una bebida apta para la salud.

—Sí, sí, sin alcohol. Ya me dirás si está bueno o no.

Sin más dilaciones, dio un sorbo para saber qué era lo que tenía entre las manos. El líquido transparente resultó ser, primero, muy refrescante por ese intenso sabor a menta; después, un poco empalagoso –la gran cantidad de azúcar que había en el fondo del vaso era más que visible–. Sin embargo, una vez en el estómago, un extraño regusto le impregnó en la garganta.

—Sabe a hierbas. —Sacó la lengua fuera en una mueca de asco.

—El mío está bueno. No tanto como el que tomé en La Habana, pero es aceptable. —Pipper volvió a beber, esa vez con los ojos cerrados, lo más seguro que para olvidar el recuerdo de aquel viaje tras el cual había pasado de ser una mujer fuera del mercado a estar soltera y sin compromiso.

Ava la copió: dio varios sorbos y comenzó a observar a la gente con una falsa despreocupación. Las líneas suaves de su rostro, de frente ancha, mudaron al apretar las muelas y pronunciar su angosta mandíbula, cambio que no le pasó desapercibido a Pipper.

—¿Estás bien?

—Sí.

—Sé que no te gusta salir de noche y te agradezco que estés aquí conmigo.

—Estoy bien, de verdad, solo que hoy el ambiente está un tanto sofocante.

—Relájate, ¡la noche es joven! —La abrazó para insuflarle tranquilidad, igual que siempre.

A medida que los vasos se vaciaban, Pipper fue sucumbiendo al ritmo de la música. Se movía con una gracia innata; su estrecho cuerpo se cimbreaba elegante, ligero, al compás de los movimientos que marcaban sus pies; sus curvas se acentuaban debajo del vestido, hecho que despertó el interés de algunos hombres. Ella, a

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