No llores, princesa

Nuria Rivera

Fragmento

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Capítulo 1

Mar subió el volumen de la radio, como si así las ondas sonoras pudieran barrer sus pensamientos. Desde la ventanilla de su coche veía el Mediterráneo que tenía a su izquierda. Parecía estar en calma, todo lo contrario que su ánimo.

Aquel día debería estar feliz, era la boda de Susana, su mejor amiga, su hermana del alma. Anhelaba la fiesta desde que ella y Carlos habían acordado la fecha, pero Mat, su expareja, iba a estar allí y solo por eso estaba de mal humor. Él y el novio eran íntimos; no se perdería la celebración por nada del mundo. Una sonrisa malévola se dibujó en la comisura de sus labios y pensó que podría tener gastroenteritis, colitis o algo parecido que le impidiera salir de casa. No es que le deseara una enfermedad grave, no, pero un dolor de barriga, diarrea y un poco de ictericia no iban a matarlo.

Había esperado hasta el último momento para salir de Barcelona. La ceremonia tenía lugar en un hotel de Sitges, un pueblo de la costa, pero eso sería al día siguiente. La pareja había decidido hacer una cena de despedida de su soltería, con las dos familias. Para alargar el instante de la llegada, como si así pudiera evitar el encuentro indeseado con su exnovio, había tomado una decisión repentina. No accedió a la autopista Pau Casals, sino que eligió el antiguo camino por las cuestas de Garraf, la carretera que serpenteaba ese trozo de la costa catalana con casi un centenar de curvas y desde la que se podía apreciar los acantilados desde la zona montañosa del parque natural. Pero no contó con los atascos. La circulación iba lenta; si seguía atrapada en aquella caravana iba a llegar tarde.

Sentía que el fin de semana iba a ser como una prueba de supervivencia para ella. Odiaba que le preguntaran qué había ocurrido. Aunque la familia de la novia no le preocupaba; desde el gran suceso era su familia de adopción. Sin embargo, sí la incomodaba que amigos y conocidos la miraran con cara de lástima. Como si fuera responsable de lo ocurrido. Quizás lo era. Si ella hubiera sido... «No vayas por ahí, Mar, la culpa no fue tuya».

¿Por qué se sentía entonces avergonzada?

Hacía dos meses que había dejado a Mat. Se fue de la casa que compartían en el mismo momento en que lo encontró con otra en la cama. El recuerdo de aquella imagen la perseguía. ¡Maldita casualidad! Tuvo que pillarlo justo en el segundo de culminar. Los ojos de él, al saberse descubierto justo en aquel instante, no se le iban de la cabeza. Había farfullado su nombre. Ni siquiera le dio tiempo para una explicación. Dejó su casa y su vida y no había aceptado hablar con él ninguna de las veces que lo había intentado. ¿Qué pretendía justificar? Una imagen valía más que mil palabras.

Susana y Carlos la habían acogido en su propia casa, hasta que se trasladó al ático. Fue una semana dura, no paraba de llorar, se sentía tan humillada... No había vuelto a verlo, pero aquella noche y el día siguiente iban a ser un suplicio para ella.

Trataba de no pensar, pero ni las curvas cerradas ni los altos decibelios la ayudaban y restableció el volumen. Tampoco quería enloquecer. De repente vio el porqué de aquella ralentización del tráfico. Un coche estaba estacionado en un margen, pegadísimo a la roca, pero aún así había que sortearlo, dado el poco arcén. A medida que se acercaba vio a un hombre que se aproximaba de forma imprudente a los vehículos que pasaban por su lado. ¿Pero qué hacía? Lo iban a atropellar. Supuso que intentaba que alguien se detuviera. Desde su posición observó el impresionante coche que llevaba. «Buen bólido, pero te dejó en la estacada, amigo». Ni siquiera con él la gente paraba. Ya no había buenos samaritanos. Justo cuando iba a adelantarlo vio que le hacía gestos con un móvil en la mano. Lo ignoró y siguió su camino, pero se sintió mal. Era un fastidio quedarse tirado en las curvas. Sin siquiera reflexionar qué iba a hacer, buscó un recodo en la carretera y se detuvo. Hizo sonar el claxon, aunque, al mirar por el retrovisor, el hombre ya se encaminaba hacia ella. Con la seguridad de no ser descubierta se deleitó en su figura. Era un regalo para la vista. No le echó más de treinta y cinco años. Se bajó del coche cuando lo tuvo al lado.

—¿Problemas? —preguntó a la vez que se colocaba las gafas de sol sobre la cabeza.

—Hola —respondió el joven con una sonrisa de anuncio—. Gracias por parar. Algo que falla. ¿Tienes móvil? El mío se ha muerto.

Asintió e hizo un ademán de entrar de nuevo en su coche.

—Sí, espera. —Se inclinó dentro del vehículo y cogió su teléfono del asiento del copiloto. Lo desbloqueó y se lo pasó. Mientras él marcaba un número trató de no observarlo. Algunos coches que pasaban pitaron como si se burlaran de él. Quiso dedicarles un saludo con uno de sus dedos, pero se comportó. No pudo evitar escuchar la conversación.

—Abuelo... ¡Joder! ¡Que estoy en camino! El coche me ha dejado tirado y me quedé sin móvil, después de llamar al seguro. —La miró y con una mueca de compromiso se encogió de hombros. Mar dedujo que su interlocutor le estaba echando la bronca a la vez que le hacía un interrogatorio—. Sí, viene una grúa... Por las curvas... Ya, me gusta conducir... De una chica. —No fue ajena al escrutinio que él le dedicó—. Si viene Javier me encontrará. No creo que esté muy lejos de Sitges.

—Yo también voy a Sitges, puedo llevarte —soltó de pronto y justo al dejar salir aquellas palabras se dio cuenta de que era su voz la que sonaba. Él cortó la conversación y la miró con interrogación. Pero ¿qué decía? ¿Se le había fundido algún fusible?

—Espera, abuelo —pidió él a su interlocutor con la mirada clavada en ella. Arqueó una ceja y le preguntó—: ¿Me llevarías?

La duda la invadió. ¿Cómo iba a llevarlo? ¿Se había vuelto loca? Era un desconocido. No debía de ser tan confiada. Pero por otro lado una vocecita le decía que no se engañara, el tipo no tenía pinta de ser un asaltador de mujeres decepcionadas. Por cómo vestía, desenfadado y moderno, tenía pinta de educado. «¡Despierta! ¿Estás tonta? ¿Qué tiene que ver eso?». Él seguía mirándola a la espera y a ella le sabía mal dejarlo allí. Lo pensó un segundo más y asintió con la cabeza.

—Sí, no hay problema. —Esperaba no tener que arrepentirse.

Escuchó como el chico quedaba con su abuelo, quien parecía que le apremiaba y se despidió. Luego le entregó el teléfono con una sonrisa.

—Me haces un favor enorme. Llego tardísimo.

En aquel instante una grúa estacionó detrás de su vehículo. Con un gesto de sus manos, como si hiciera una plegaria, le pidió si podía esperar un momento. Ella sí que llegaba tarde, pero ya le había dicho que lo llevaría; no podía echarse atrás.

Mar lo vio acercarse al operario que contemplaba el coche. Después de un intercambio de frases los hombres se despidieron. Mientras el mecánico se preparaba para enganchar el vehículo, el joven sacó una maleta del portaequipaje, para su sorpresa de la parte frontal. Era un modelo antiguo, no tenía mucha idea de coches, pero aquel era precioso.

—Ya está, se encargará de llevarlo a un taller del pueblo —dijo serio al llegar a su lado. Le pareció preocupado. Guardó una tarjeta en el bolsillo trasero de sus bermudas y añadió—: Si me dejas

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