¡Devuélveme mis besos! (Besos 2)

Priscila Serrano

Fragmento

devuelveme_mis_besos-2

Capítulo 1

Dos meses después

En estos dos meses que llevaba viviendo con mi hermano, no había visto a mis padres y no porque no quisiera yo —a mí me daba igual—, pero ellos no querían ver a la hija que lo había dejado todo tirado por seguir su sueño de ser feliz. Parecía irónico: me había ido lejos de mi familia para ser feliz. Se suponía que estar rodeada de la familia era la mayor felicidad que alguien podía alcanzar, pero en mi caso no era así y por eso me había largado.

Mi hermano y mis padres tampoco se llevaban bien, pero en este caso era mi hermano el que no quería saber nada de nadie. Tenía un gran peso y motivo para querer estar solo, pues se había quedado sin su familia meses antes de haber llegado yo a su vida. Su mujer y mi sobrina habían tenido un accidente que hubo acabado con la vida de ellas, y eso no podía superarlo nadie. ¿Cómo se hace? Yo sería incapaz, si por el problema con Martín me estaba muriendo. Desde luego que, a veces, no sabemos valorar lo que tenemos en la vida, y yo me había dado cuenta con la desgracia de mi hermano. No se puede vivir con rencor, y me hacía pensar que, a lo mejor, con el tiempo, podría perdonar a Martín, aunque no olvidarlo, pues eso sí que era complicado para mí.

Me encontraba en la cocina preparando el desayuno para ambos. Eran las siete de la mañana, y mi hermano tenía que ir a trabajar. Tenía una empresa de telecomunicaciones bastante conocida y me había ofrecido un trabajo, pero no quería ser la enchufada y le había dicho que aceptaba si primero el jefe de Recursos Humanos me hacía una entrevista para que él mismo valorara si servía para el puesto. Yo había estudiado enfermería, pero también tenía un grado superior en secretariado, y era ahí donde mi hermano quería que yo trabajara. Quería que fuera la secretaria de su socio y, bueno, me gustaba la idea, pero solo con mi condición.

En ese momento que estaba en la cocina terminando de servir el café y las tostadas, entró mi hermano vestido con su traje en color gris marengo. Me miró y dibujó una pequeña sonrisa que me alimentó el alma pues, desde que había llegado, no lo había visto sonreír en ningún momento. Mi hermano era guapísimo: rubio, con ojos verdes de escándalo y un cuerpo bastante trabajado en el gimnasio. Podría tener a la mujer que él quisiese, pero era normal que no se sintiera preparado para eso; solo hacía siete meses que su mujer no estaba con él y, por lo que pude ver, estaba muy enamorado de ella.

—Guau, pero qué guapetón se levantó el baja bragas de mi hermano. Podrías sonreír más, precioso —saludé con burla y lo hice reír.

—Estás loca. No me extraña que papá y mamá renieguen de ti, si eres la oveja negra de la familia —respondió con sarcasmo.

Le tiré el trapo de la cocina en la cara por su comentario, y luego nos reímos, pues tenía más razón que un santo. Me senté a su lado y comenzamos a desayunar. Mientras nos comíamos las tostadas tan ricas que había preparado, hablábamos del trabajo, sobre todo, pues me contaba en qué consistía. La empresa de mi hermano se dedicaba a ampliar la telefonía a otros países y estaba intentando llevar la suya al resto del mundo. La verdad, no le iba nada mal, pues era una nueva línea más económica que todas las que en ese momento estaban en la cumbre. La empresa se llamaba «Líneas Vega» y estaba subiendo como la espuma.

Después de terminar de desayunar, mi hermano y yo salimos de su apartamento para ir a la empresa. Yo tenía la entrevista a las diez de la mañana pero, al irme con él, no me quedaba otra que llegar una hora antes, pues aún no tenía coche ni nada. Quince minutos después, ya estábamos en la entrada de Líneas Vega. Me quedé perpleja al ver el edificio donde mi hermano tenía sus oficinas. Era uno de los mejores edificios y tenía la empresa dividida en cuatro plantas diferentes. Me sentía orgullosa del lugar a donde había llegado en la vida. Lo único que me dolía era que había pasado por la pena de perder a su familia, familia que yo ni siquiera sabía que existía. Me habría encantado conocer a mi sobrina Hanna y a mi cuñada Estela. No me podía creer lo que le había pasado y que mis padres no hubieran estado con mi hermano. Pero, claro, si no conocían ni a su nieta de tres años.

—Cierra la boca, que al final te entra una mosca. Y vamos, que ya llego tarde hoy por tu culpa —habló mi hermano, lo que me sacó de mi trance.

Caminamos para el interior del edificio y subimos en el ascensor hasta la planta doce, que era donde estaba su oficina.

—El de Recursos Humanos aún no llega así que, si quieres, puedes esperarlo en mi oficina. Me gustaría que conocieras a Joseph, mi socio. —Asentí en el mismo momento en el que salíamos del ascensor.

—Vale, pero ¿cuándo llegará el de Recursos Humanos? Ya sabes que no me gusta esperar. Me desespera. —Íbamos caminando mientras hablábamos, y las trabajadoras de telefonía, que ya se estaban incorporando a sus puestos de trabajo, nos miraban al pasar, así que quise hacer un poco la gracia y me agarré del brazo de mi hermano. Este me miró y sonrió mientras que yo le guiñaba un ojo.

Me hacía mucha gracia cómo todas abrían las bocas, desencajadas, como si hubieran visto algo raro. Pero, claro, si mi hermano era viudo y, solo unos meses después, entraba en sus oficinas con una mujer agarrada de su brazo, ¿cómo no iban a reaccionar así? Al llegar a su despacho, mi hermano abrió la puerta y me invitó a pasar para luego entrar él y cerrar la puerta tras de sí.

—¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre hacer eso? Ahora mismo somos la comidilla de toda la empresa —refirió mi hermano, divertido, y yo me carcajeé mientras me sentaba en uno de los sillones de cuero que tenía. Miré con detenimiento el cubículo, y la decoración era muy personal, tanto que supe de inmediato que fue mi hermano quien la había decorado minuciosamente.

—Déjalas que piensen lo que quieran, así no se aburren.

Justo en el momento en el que mi hermano se sentaba en su silla, la puerta se abrió y, como un vendaval, entró un hombre alto que casi me quita hasta el hipo. Imposible ser tan guapo. Era moreno, con unos ojos verdes de infarto. Todo un bombón. Este se me quedó mirando y enarcó una ceja mientras que curvaba sus labios en una fina sonrisa. Mi cuerpo se erizó justo en ese momento, y me removí nerviosa en el sillón. Jamás me había pasado eso y mucho menos con alguien desconocido. Pensé en Martín y me insulté internamente por hacerlo, pues ni eso se merecía.

—Perdona, hermano, no sabía que estabas tan bien acompañado —dijo mirándome de arriba abajo.

—No te preocupes. Entra y cierra. —Joseph le hizo caso y todo sin apartar la mirada de mí—. Te presento a mi hermana Belén.

—No sabía que tenías una hermana y mucho menos que fuera tan guapa.

Fruncí el ceño y este sonrió satisfecho. Ya me caía mal; parecía el típico que utilizaba a las mujeres y, si te he visto, no me acuerdo. Crucé una mirada con mi hermano, que entendió mi mensaje y se carcajeó.

—A mí no me hace ni puta gracia, hermanito—dije a la defensiva.

—Vaya, pero si habla —se burló Joseph.

—Será mejor que no me busques la boca, y así no me escucharás —respondí cabreada.

—Si buscara tu boca, sería para otra cosa

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