Una esposa para Alejandro

Mari Díaz

Fragmento

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Capítulo 1

Tres meses antes...

Elisa

Un soplo de aire fresco acarició con sutileza mi rostro. Podía escuchar con claridad el canto melodioso de los pequeños pichones de pájaros acunados en su nido; en especial, cuando el viento movía la copa del árbol que estaba justo al lado de la banca donde me hallaba sentada.

La sombra se expandía a unos tres metros, y su frondosidad me daba la sensación de ser abrazada por la misma naturaleza, que con el siseo de sus hojas me susurraba palabras de aliento.

Era un precioso día soleado del mes de junio, y un espléndido verano en Montreal, pero sentí frío, me ajusté la chaqueta de mezclilla y entrelacé las manos sobre mi regazo.

Con un suspiro me perdí sobre las tranquilas aguas del lago, las leves ondulaciones provocadas por la brisa formaban un bonito patrón simétrico.

El estupendo cielo despejado con pequeños copos blancos dispersos en el firmamento se reflejaba con claridad sobre la superficie cristalina.

Sentí un gran vacío en mi corazón, y una vez más cuestioné las razones por las cuales me sucedió esto a mí.

Tenía una vida casi perfecta, con una hermosa hija, amigos, una gran casa donde vivía como una verdadera reina y un marido que me amaba con locura.

Sin embargo, la tortuosa distancia que interpuse entre nosotros podría haber causado un inminente divorcio; y aunque veía en los ojos de Alejandro el rencor y la frustración cada vez que intentaba acercarse, lo rechazaba sin darle ningún tipo de explicación.

Estaba agotada, cansada de escuchar el mismo diagnóstico; y tras quince semanas en la búsqueda implacable de una pequeña luz de esperanza, terminé por ceder, y aferrarme a una idea que se convirtió con rapidez en una meta que me ayudaría a irme en paz.

—Te he buscado por todo el parque. —La voz grave llegó a mis oídos como música celestial.

Levanté la cabeza y vi los ojos verdes de Ryan. Ya no llevaba corbata, sino tres botones sueltos de su camisa que dejaban ver parte de su pecho.

Era un hombre sumamente atractivo, aunque su mayor encanto no era físico, sino la forma cálida como miraba a las personas.

—Pues me has encontrado, ¿cómo supiste que estaba aquí?

Exhaló y miró en varias direcciones con una ligera sonrisa.

—Es uno de tus lugares favoritos, en realidad no me costó mucho dar contigo.

Una ráfaga de viento sacudió algunos mechones de su pelo rubio y con un ligero movimiento los recolocó en su lugar, antes de tomar asiento junto a mí.

—¿Sabes?, jamás te agradecí todo lo que has hecho, ni por haber sido el maravilloso amigo que eres. No podría con esto si tú no estuvieses a mi lado —revelé con una mueca de sonrisa.

—Olvídalo, siempre seré tu amigo, ahora eres mi paciente.

—Deja de hablar como médico, no necesito más medicinas, sino paz, felicidad y amor. Ya no quiero tener que verme en el espejo y pasar más de dos horas para cubrir las señales de esta enfermedad.

—Lo siento, Eli, pero debemos comenzar de inmediato las quimioterapias, la enfermedad se ha extendido y...

—No lo haré —declaré con firmeza interrumpiéndolo.

—¿Escuchaste lo que he dicho? —exclamó incrédulo.

La pregunta se llevó la expresión suave de su rostro, y dejó en su lugar uno severo con los surcos del entrecejo demarcados.

—Y yo dije que no lo haré, no voy a someterme a más tratamientos que lo único que harán será extender la agonía que sufro, o que le revelen a mi marido lo que sucede.

—Tienes que hablar con Alejandro, él debe saberlo.

—¡Todavía no!

—¿¡Acaso has enloquecido!? Él es tu esposo, el hombre que te ha apoyado en todo, y le has ocultado esto, a pesar del amor que sientes por él.

—Necesito tiempo —supliqué con la voz quebrada.

—Lamento decirte, Elisa, que no es algo con lo que contamos.

—Bien, se lo diré, pero primero debo concretar un plan.

—¿Para qué?, no necesitas un plan, sino tratamiento médico, y de inmediato —acotó en tono urgente.

—Arreglaré todo para cuando...

—¿Cuando mueras? —Terminó la frase con una pregunta que rezumaba tanto dolor como sarcasmo.

—Para cuando parta a mi gran viaje.

—¡¿Gran viaje?! Nena, eso es un eufemismo, de la muerte no se regresa.

—Lo sé, pero prefiero verlo como un viaje sin retorno, tal vez creas que estoy loca.

—Descuida, ya lo he pensado, y fue esa la razón que hizo que me prendara de ti.

—Siento mucho haberte abandonado, Ryan, no fui justa contigo.

—Te enamoraste de Alejandro y, con el transcurso de los años, me ha demostrado que te ama y haría lo que fuera por ti.

—Me alegra tanto de que haya sido así, aunque sea egoísta de mi parte, porque ahora eres mi mejor amigo, me entristece que Katherine no lo haya comprendido.

Resopló e hizo una mueca de tedio.

—Ella es una mujer insegura, y nuestro divorcio fue la consecuencia de su celotipia; hasta que no aprenda a amarse a sí misma, jamás podrá apreciar a nadie más.

—Es una pena, hacían una bonita pareja.

—Pues, parece que no fue suficiente; vamos, cuéntame tu plan.

—He considerado la idea de viajar, y hacer las cosas que siempre quise, y que lamento haber postergado, ahora ese mañana está tan cerca que temo que el tiempo no me alcance para tanto.

Su actitud me dejó sorprendida, tras mi revelación, tomó su móvil y comenzó a buscar en su lista de contactos.

—¿A quién telefonearás?

—Al doctor Sullivan, tu neurólogo, porque estoy seguro de que algo no anda bien en tu cabeza.

—¿Te parece divertido? —bufé irritada.

—¡No, por el contrario, tú estás burlándote de mí, de Alejandro y hasta de tu propia hija! —Se veía enojado o frustrado, no podía saberlo, pero sus ojos tenían un extraño brillo que nunca antes les había visto— Además, sería absurdo tomar riesgos como esos, te conozco bien, Eli, y sé a lo que te refieres; tal vez de esa manera acabes con tu vida mucho antes de que la enfermedad lo haga.

—Es una posibilidad que debo intentar.

—Pues yo preferiría no malgastar el tiempo en posibilidades.

—Comprende —supliqué y cogí sus manos suaves y tibias entre las mías—, no se trata de perderlo, sino de aprovecharlo; quiero saber lo que se siente volar en paracaídas, esquiar en el mar, o escalar una montaña, aunque sea pequeña, solo deseo saborear los pocos días que quizás me queden y regalarme algo extra de felicidad al lado de mi pequeña niña, y que los recuerdos que conserve de mí sean los mejores.

La añoranza de los deseos que un día fueron el impulso de mi vida hizo que mi voz se llenara de exaltación.

Pareció consternado, y sé que luchaba contra un dolor que no podía exteriorizar, él era la roca donde hasta ese momento me apoyaba, y no debía derrumbarse, era demasiado sufrimiento para una sola persona; ahora lo comprendo, y cuánto lamento haberle hecho llevar esa carga.

Exhaló con pesadez y cerró los ojos; estaba segura de que se daría por vencido, y terminaría por ceder, y así fue.

—Si te niegas a aplicarte las quimioterapias, al menos toma

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