Voy a volverte loco

Pilar Piñero

Fragmento

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Capítulo 1

Ya vuelvo a llegar tarde: no me lo puedo creer. Es la segunda vez esta semana. Tengo que dejar de trasnochar. Me va a costar un disgusto en el trabajo y mil arrugas, y eso sí que sería una tragedia. Pero es que la lectura me gana cada noche. Soy una devoradora de libros, tal cual, sobre todo novela romántica y, si hay algo de picante, pues mejor. Me gusta Noé Casado, Megan Maxwell, Nadia Noor, Noelia Amarillo, Lena Valente, Fabiana Peralta, Anna Casanovas; hay muchas escritoras que me apasionan, por las historias que cuentan y por cómo lo hacen. Es divertido vivir otras vidas a través de la lectura, situaciones divertidas e intensas que sé que no voy a vivir, pero que me hacen olvidar la mierda de vida que tengo.

Lo primero: soy Eva, tengo 28 años, nací y vivo en Barcelona, y no tengo familia. Mis padres murieron en un accidente de coche junto con mi hermano. Yo fui la única superviviente. Me quedé sola con siete años y, desde entonces, me cuidó mi abuela María, que murió hace diez años.

Mis padres eran personas de buena posición económica y me dejaron un dinero que me ayudó a salir adelante cuando mi abuela murió y, gracias a ese dinero, también pude estudiar. Después de mucho pensar, me decidí por geriatría. Me gustan las personas mayores, sus historias de vidas tan distintas a las nuestras, de sus luchas, sus miedos, su sabiduría, y mi instinto protector me llevó a querer ocuparme de nuestros mayores. Cuando ya tenía el título y trabajo, estudié enfermería, soy una chica inquieta.

Trabajo desde hace ocho años en la residencia Alba; es un lugar precioso en el que se cuida a los ancianos como se merecen, con respeto y cariño, y donde se les ofrece todo el apoyo y los cuidados que necesitan en el último tramo de sus vidas. Hacerlos felices para mí es una prioridad.

Últimamente se rumorea que la cosa no va bien; la verdad es que se nota que falta material, pero no hay que ser alarmista; seguro que se soluciona. No me puedo permitir ser pesimista. Ese pozo oscuro y solitario me da miedito.

Mis ahorros menguaron bastante cuando mi abuela enfermó. Sin ella saberlo, pagué un dineral por tenerla ingresada en la clínica donde finalmente murió. Ella no tenía ni idea, y yo le decía que era de la Seguridad Social. Era una buena mujer, pero tacaña hasta decir basta. Nunca hubiera consentido que le pagara esa clínica. Y no solo fue su estancia allí, fueron las pruebas que le realizaron y las consultas médicas las que se comieron casi todo mi dinero y mi piso, el que me habían dejado mis padres. Lo tuve que vender para afrontar todos los gastos hospitalarios, así que cuando murió, me quedé un poco pobre, pero con la sensación de haber hecho todo lo que pude por ella.

Así que entre los estudios y cuidar de mi abuela, mi vida social ha sido y es, un desastre, bueno, simplemente no tengo. Tengo compañeras de trabajo, pero solo son eso: compañeras, y solo he salido con un chico, Román. Lo conocí cursando enfermería. Era cinco años mayor que yo. Nos hicimos amigos y, cuando ya estaba coladita por él y dispuesta a que me desflorara, descubro que el muy capullo estaba casado.

Después de ese desengaño que me dejó hundida, no he tenido ganas de repetir la experiencia y he mantenido alejado a todo maromo que ha intentado un acercamiento. Así estoy de coña, tengo mi curro, mi pisito de alquiler y mis libros. Mi mundo es seguro y eso me encanta.

Por fin llego a la residencia, solo diez minutos tarde.

—¡Buenos días, Sami! —saludo a la recepcionista mientras vuelo hacia los vestuarios.

—Buenos días, Eva, ¡me han dicho que en el descanso te pases por el despacho de Germán! —Me paro de golpe. ¿El director quiere verme?

—Vale... esto. Gracias, guapa. —Ahora a comerme la cabeza toda la mañana.

A la hora del descanso, me cojo un café en el office y me voy para el despacho de Germán. La incertidumbre me ha tenido inquieta toda la mañana.

—¿Se puede?

—Pasa Eva, pasa y siéntate. —Germán es un hombre de unos sesenta años, tranquilo y amigable, es un buen jefe.

—Me has mandado llamar. ¿Pasa algo? —Estoy un poco escamada, lo noto más serio de lo normal.

—Sí, Eva, verás... no sé cómo decirte esto. Tu trabajo es impecable y no tengo ninguna queja, pero el consejo de dirección me ha mandado decirte... que estas despedida.

—¡¡¡¡¿¿CÓMO??!!!! —Me he puesto de pie como un resorte y más tiesa que la vara de un zahorí.

—Lo siento de veras; ya sabes que, aparte de ti, tenemos otro enfermero titulado, Paco, que hace el turno de tarde, pues el consejo ha decidido despedirte a ti, ya que Paco es padre de familia y su sueldo es el único que entra en su casa y tiene cincuenta años. Tú eres joven, soltera y con más posibilidades de encontrar trabajo. —Estoy alucinandooooo. ¿Qué mierda de escusa es esa?

—Pero, Germán, yo también como y tengo un alquiler. ¡Tengo que trabajar para poder vivir! Yo...

—A ver Eva, tú tienes más preparación académica y más posibilidades de encontrar un trabajo, ya que tienes dos carreras. Te pagaremos un buen finiquito y podrás arreglar el paro. —Joder, joder, joder.

—Ah... bueno, vale. ¿Cuándo acabo? —No sé qué más decir y me niego a mendigar.

—Pues, hoy mismo, lo siento, Eva. Sabes que te aprecio, pero son órdenes de arriba. —Parece hasta afectado, pero aquí la desahuciada voy a ser yo.

—Ya... lo supongo. —No me reconozco, con el carácter que tengo, y no soy capaz de decirle cuatro cosas bien dichas, pero ¿para qué? Germán es un mandado.

—Te llamaremos para que vengas a recoger el finiquito y los papeles del paro. Mucha suerte, Eva —Y me tiende la mano; se la acepto, claro.

—Gracias, adiós —Ahora sí que estoy en un lío. Mi economía no me va a permitir estar sin trabajar, y ya sé que por rollos de nóminas y retenciones, el paro que me pertenece va a ser de risa. Otra más Eva, otra más. ¿¡Por qué Señor, por qué!?

Hace ya un mes que me echaron de la residencia. Me llamaron y me dieron los papeles del paro y el finiquito, una MIERDA de finiquito. Veinte días por año y el paro que me ha quedado solo cubre gastos. No me puedo permitir ni el Canal+ y no encuentro nada. Estamos casi en verano y encontrar curro en esta época es difícil. Al final, me veo sirviendo copas, aunque no creo que dure demasiado. Soy patosa por naturaleza, mis manos son de papel, soy torpe y despistada. Solo sirvo para trabajar en lo mío, no soy una superviviente. No soy como las chicas de las novelas que leo; no sirvo para gran cosa.

Estoy mirando la tele cuando me suena el móvil. Me extraño porque no me suele llamar nadie. En realidad, mi lista de contactos es la más corta del mundo mundial.

—¿Diga?

—Hola, Eva, soy Germán. —Y a mí que me importa imbécil de mierda.

—Ah... hola.

—Te llamo para saber si ya has encontrado trabajo. —Que majo él.

—Pues no, está difícil la cosa.

—Ya... bueno, mira, tengo una oferta que te puede interesar. —Soy toda oídos, imbécil.

—¿Ah sí? tú dirás.

—Pues un amigo me ha comentado que un conocido suyo está buscando una enfermera particular. No sé demasiados detalles; solo que no es un señor demasiado mayor, pero hace una semana se cayó y

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