Degústame

Julianne May

Fragmento

degustame-5

Capítulo 1

Abrí la puerta de mi apartamento lo más rápido que pude, entré y la cerré con mi propia espalda, que no pudo sostener más el peso de mi empapado cuerpo. Llovía. En el peor día de mi vida, llovía como nunca antes... Aunque al tratarse de Londres, dudo de que fuera muy diferente a lo de siempre. En realidad, lo que había hecho distinto ese día de otros no era el horrible tiempo, sino la escena asquerosa que habían contemplado mis ojos quince minutos atrás y que, dicho sea de paso, me había hecho renunciar a mi trabajo. ¿Habrían sido mis pecas? ¿Mi mirada marrón y común? ¿O mi cabello ligeramente rojizo lo que no le convencía tanto? No lo sabía. Y, aun así, no podía dejar de llorar. Las fuerzas se me iban en cada suspiro mocoso que largaba, por lo que dejé que mi cuerpo, aún apoyado en la puerta, se escurriera hasta el piso. Me acurruqué, abracé mis rodillas y permití que mi más molesto alarido de rabia y sollozo saliera. Claro que no duró mucho, pues enseguida escuché resonar el palo de la escoba de mi única vecina del primer piso. Vieja de mierda. ¿Acaso nunca había sufrido por amor? ¿Su corazón no era más que un maldito témpano como el de...? De solo recordarlo, se me hizo un nudo en la garganta. Los puños se me tensaron más y mis piernas tomaron las últimas fuerzas que tenían para hacerme correr hacia mi habitación. Revoleé mi viejo morral, limpié mi congestionada nariz con la manga de mi uniforme de cocina y emparenté mi móvil con mi home theatre. Al demonio con los ruidos de escobas y las brujas malas vecinas. Puse a todo volumen el único tema musical que me permitía liberarme de toda la porquería que tenía que soportar mi corazón... No, en realidad, puse la canción que hacía años nos identificaba como novios. Bueno..., más bien puse el tema que solo yo sentía que nos representaba como la pareja que, por supuesto, para él ni siquiera existía: Other side of the world, de KT Tunstall.

Me lancé sobre la cama y empecé a aullar toda la letra que pude hasta que no lo soporté más y me ahogué en llanto sobre mi almohadón favorito. Lo había hecho mi abuela con retazos de distintas telas. Pero recordar aquello no me ayudó mucho. Había fallecido hacía tres meses y sus últimas palabras no fueron «Te quiero» ni «Sé feliz». Lo último que le dijo a su más amada y única nieta fue: «Déjalo. Es un idiota. No es para ti».

«¡Mierda! ¡Mierda!».

Tomé el cojín y, con toda la rabia del mundo, intenté hundir mi rostro en él, pero no pude, pues una masa dura hizo que cada una de las terminaciones de mi cara insultara al maldito libro que guardaba siempre allí. Abrí la funda y, como cada día de mi triste vida, leí las primeras páginas por enésima vez.

***

—¿Otra vez? —dijo, sentado en el borde de mi cama, sosteniendo mi edición favorita de Sentido y sensibilidad, de Jane Austen.

Era Chad, el poseedor de la única copia de llaves de mi apartamento y mi mejor amigo. Ese tipo de amistad que todos dicen que no existe. No lo conozco desde mi sana y tierna infancia —gracias al cielo— ni mucho menos es homosexual —¿por qué rayos todos los mejores amigos de chicas tienen que ser gays?—. Por el contrario, es un maldito bastardo rompecorazones de puras jovencitas, mentiroso, fiestero, asqueroso, fanático de los Red Hot Chili Peppers y obsesivo del porno. Ese es Chad. Y aunque resulte inverosímil, jamás se me lanzó. Jamás. Simplemente nos hicimos amigos y punto. Agradezco a mi primer trabajo en la pastelería de su abuelo —igual de baboso y puerco—, donde lo conocí cinco años atrás.

—No me molestes —contesté, aún medio dormida. Tomé la manta y volví a cubrirme hasta la cabeza.

Chad tomó mi móvil y cortó mi canción favorita que, al parecer, había estado sonando de forma incesante durante siete horas.

—Estoy harto de esto, Pam. —Lanzó el libro como si fuera un frisbee—. Tu vida es un desastre y solo porque tú dejas que así sea.

Me senté en un solo movimiento y escruté su intensa mirada azul.

—¡Ja! ¡Mira quién lo dice! El más repugnante hombre destroza-sentimientos de Londres al que no le basta cuanta vagina andante haya en la ciudad, que consume los vídeos más cochinos del mundo para terminar de satisfacerse. Oh, sí... Eso sí que es ser feliz.

—Al menos no me la paso llorando —dijo sin problemas y arqueando sus gruesas y oscuras cejas—. Y, por cierto, soy el segundo hombre más repugnante de Londres. El primer puesto será por siempre para ese idiota al que dices amar...

«Hijo de...».

—¡¿Y para qué vas a llorar tú, si para eso están todas las estúpidas que tienen la mala suerte de cruzarse con tu maldito pene?!

El guaso sonrió.

—¿Mala suerte? Yo no diría eso. Y creo que ellas tampoco...

Resignada, puse los ojos en blanco y suspiré.

—Eres un estúpido. No entiendes nada del amor.

—¿Y crees que tú sí? —inquirió en una mezcla de enfado con indignación. Se levantó y clavó su mirada directo en mis hinchados ojos—. Ya basta, Pam. Esto no es sano y lo sabes. Debes dejarlo. No merece una mierda, pero menos de ti. Hasta la pobre Maggie se cansó de decírtelo, incluso minutos antes de morir.

—¡Hey! ¡Mi abuela no murió por eso! ¿OK? —contesté rabiosa.

—Yo no dije eso, aunque...

—¡Ya frénate, Chad! Además, si es por hacer lo sano y toda la estupidez que profesas, no eres el más indicado para hablar.

Bufó y revoleó los ojos.

—Espera, espera. Yo no les digo que quiero ser su novio ni nada parecido, Pam. De hecho, jamás siquiera nombro palabras ñoñas ni relacionadas a tu vomitivo «amor».

—¡OK! —exclamé harta—. Dejemos de lado a las pobres almas de todas las mujeres a las que dejas suspirando y centrémonos en lo único que no puedes negar que es enfermizo y constante: ¡tu estúpido porno, Chad!

Elevó las cejas, desafiante.

—Muy bien. Lo acepto. No soy el más indicado para hablar ni dar consejos. Pero si lo fuera, cambiarías de parecer, ¿cierto?

Dudé unos segundos.

—Calculo que sí... Aunque no se me ocurre cómo. Así que, lo siento —respondí, haciendo una exagerada mueca de falsa pena.

—Yo sí sé cómo —dijo, cruzándose de brazos. Arqueé una ceja, sorprendida por su determinación—. Te propongo un pacto.

Largué todo el aire de mis pulmones.

—No, Chad. Eres un idiota mentiroso. ¿Crees que soy tan estúpida como para creerte?

—No. Pero sí creo que eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta de que esta es una buena excusa y oportunidad para empezar a vivir en serio, Pam. —Entrecerré los ojos—. Y prometo que también cumpliré.

Suspiré.

—Habla...

—Pues yo te prometo que no consumiré pornografía durante un mes, si tú...

Lancé la más chocante carcajada. Él solo se limitó a parpadear lento y sin palabras de por medio hasta que se me pasara.

—¡No, no, no! ¡Es que realmente subestimas mi maltratado cerebro! Entiendo que mi delicada situación sentimental me hace un blanco fácil para creer hasta en hadas madrinas y unicornios, pero esto... ¡Esto es demasiado, Chad! —exclamé sin poder dejar de reír.

—Pam, lo digo de verdad —expresó más serio que nunca, lo que me hizo callar de inmedi

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