No sin antes verla feliz

Paula Alaimo

Fragmento

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1

El centro comercial se encontraba en plena renovación. El grupo al que había pertenecido se había separado por ciertas diferencias entre sus miembros, por lo que ya no querían saber nada con esa mole. La nueva dueña, Ruth, entrada en sus sesenta años, soltera y acomodada, había comenzado pronto con la reorganización colmando de nuevas ideas cada rincón y espacio. Así fue como también había decidido darle mayor importancia y prioridad a la seguridad edilicia, ya que estaba bastante descuidado ese aspecto. Su obsesión por el resguardo de la seguridad de la gente que trabajaba ahí y de los visitantes hizo que contratara una empresa privada para asesorase y cubrir todos los aspectos necesarios, y asegurarse de que su centro comercial estuviera a la vanguardia en ese tema. Estaba estipulado para esa tarde, a la hora del cierre, comunicar a todos los propietarios de los locales las diferentes actividades que se llevarían a cabo en los próximos meses y era obligatorio asistir a dichas charlas para prepararse ante cualquier eventualidad.

Alejandra era la dueña de aquel bellísimo local en donde se exponían y vendían los más hermosos centros florales que se podía encontrar por la zona. Aromas y Colores tenía la mayor variedad de orquídeas, calas, rosas. Todo era encantador, perfumado y único. Las manos de Alejandra podían hacer magia con aquellas bellezas y las orquídeas eran cultivadas en jardines que pertenecían a su familia política o lo que quedaba de ella. El local de Barbi (el apellido de Alejandra era Barbirova y algunos la llamaban Barbi) era casi mágico y no había visitante que, por lo menos, no pasara a verlo. Pero sus amigos, los más cercanos, sabían a ciencia cierta que detrás de esa calidez y amor expresado en arte, detrás de todo ese brillo, había un gran dolor, un dolor latente, no curado, que la asfixiaba día a día y que le era casi insoportable. Todos temían que ese dolor, a veces suplantado por la desesperación, algún día hiciera explosión y se convirtiera en tragedia, pero esa vez Alejandra sería la protagonista. Cada uno la amaba y sufrían en silencio por ella, deseando que por fin algún día su alma se curara rápido y de verdad. No soportaban verla así por más que ella los quisiera convencer de que estaba bien con su amabilidad y su sonrisa, de que después de cinco años estaba bien. No cualquiera podía superar tanto y sola. Liz, su mejor amiga y dueña del local de artículos de decoración, estaba siempre atenta a sus estados de ánimo para apoyarla, para salvarla de su tristeza, de su negación a pedir ayuda, y para que tratara de reconocer que la necesitaba.

Alejandra, ni bien se daba cuenta de que alguien se acercaba por compasión o por lástima, se cerraba, se alejaba y después era muy difícil rescatarla. No soportaba que nadie la mirara como víctima, se lo tenía prohibido. A tal punto que muchas veces desaparecía por días sin que nadie supiera dónde estaba, ni a dónde había ido. Solo una empleada ocasional se encargaba del local cuando se presentaban estos episodios y, por una razón que nadie entendía aún, hasta las flores perdían su magia. Era como si ellas tomaran vida cuando Ale estaba, sin ella todo era diferente.

En cambio, Leo, en particular, le daba ánimos de una manera que solo él y su humor ácido y desenfadado podían, y lograba hacer desaparecer cualquier dejo de lástima. Era el único amigo del sexo opuesto que ella se permitía tener, no le daba cabida a ningún hombre excepto a su excuñado. Por un motivo que ni Liz ni Ale se explicaban, Leo, de buenas a primeras, se había impuesto buscarle una pareja, aun cuando no había podido tener éxito.

Esa era una misión titánica, ya que, en definitiva y de forma inconsciente, él quería quedarse con el candidato, cosa que pasaba muy a menudo y muchas de esas veces con acierto. Eso irritaba a Liz, pero en cambio a Ale la divertía, quizás porque la idea de salir con alguien no le hacía ninguna gracia y eso dilataba una situación que en definitiva quería evitar.

Siendo realistas, al verlo a Leo, uno podía entender que era muy tentador para el sexo masculino y, aunque muchas mujeres lo intentaban, no tenían chance.. Era moreno, muy alto y atlético. Cuidaba muy bien su físico y su estética, con ojos verdes como la menta y sonrisa deslumbrante. Las mujeres suspiraban por ese bellísimo hombre que, evidentemente, nunca lograrían tener y eso a Leo lo divertía. Su local era pura estrategia, sastrería masculina, una fuente de masculinidad a su alcance y sin ningún esfuerzo para salir a la caza de toda esa testosterona.

Al mediodía los tres se juntaban a picotear algo y charlar de cualquier cosa, los temas eran diversos, pero siempre muy divertidos porque el relato estaba a cargo del morocho. Aunque esa semana la novedad era esa bendita charla con el personal de la empresa contratada por Ruth, y ese sería el día que harían las presentaciones. Había cierta expectativa entre los empleados y dueños, era una novedad que los sacaba de sus rutinas.

Ale no estaba muy convencida de ir, pero sus amigos la mantenían a raya y no le dieron margen para decir que no. Era que el tema de accidentes, tragedias e incendios no la animaba, era más, la aterraba y ellos lo sabían.

—Ustedes toman nota, me traen los folletos y listo, prometo estudiármelo de memoria. —Lo decía tratando de convencerlos con ese tono dulce que tenía al hablar.

—Ale, ya te dijimos que queremos que vengas, no tienes nada que hacer después del cierre más que llegar a casa y mirar un capítulo de esas series que miras —le dijo Leo tranquilo tratando de convencerla—, además, después nos iremos a tomar unas copas y dejar que la noche nos sorprenda... Porfa, mi reina. —Hizo un pucherito con sus labios y Ale no pudo evitar la risa.

Liz se sentía frustrada de que Leo, de esa forma, siempre la convenciera. Nunca Liz podía convencerla con la misma rapidez que lo hacía ese delincuente hermoso y muy seguro de sí. Sin ganas de seguir dilatando la situación, Alejandra accedió y ambos sonrieron en agradecimiento.

—Además, si van a venir bomberos voluntarios, seguro que algún musculoso y ahumado bombero podría interesarte y, quién dice, conquistar ese corazón solitario. —Le guiñó un ojo.

—Leo, cállate —lo increpó Liz—, siempre con lo mismo. Deja de pensar solo en eso o se te atrofiará el cerebro, si es que tienes todavía. —Ale y Liz no pudieron contener la carcajada ante la cara horrorizada de Leo.

La tarde transcurrió sin inconvenientes, todos los locales estaban con plena actividad y el devenir de las horas pasaba con cierta dinámica para lo que era un miércoles. Por altavoz, se anunció a los visitantes que, por reorganización interna, el shopping cerraría sus puertas ese día a las diecinueve horas.

Ese shopping, además de varias características peculiares, tenía una jornada laboral particular, casi horario de oficina, pero no era obstáculo alguno, los turistas y público en general se las arreglaban para circular por sus pasillos y apurar las compras antes del cierre.

Roberto, el encargado de la seguridad, despidió a los últimos visitantes y, a la hora acordada en punto, el centro comercial cerró sus puertas. En el patio de comidas se organizó un pequeño lunch para todos los participantes y en el centro ya se había colocado una gran pantalla para que la empresa de seguridad

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