Nadie me gusta más que tú

Maria Ferrer Payeras

Fragmento

nadie_mas_que_tu-3

Capítulo 1

Nueva York, finales de febrero de 1992

La sala de urgencias del New York Presbyterian Hospital se encontraba en calma esa tarde. Joana Brunet, una de los mejores médicos que había pisado nunca el servicio, estaba terminando de hacer unas anotaciones en la historia de uno de sus pacientes antes de irse a descansar un rato.

—Joana, ¿ya te han dicho algo?

Sharon se había acercado a ella mientras estaba entretenida con sus notas.

—No, nada. Pero imagino que ya no tardarán mucho.

—Estoy de los nervios, no sé cómo tú puedes estar tan tranquila.

—No sé si esa falta de confianza en mí debería ofenderme o hacerme reír.

Sharon entrecerró los ojos y miró a Joana sin disimular un reproche.

—¡Eres mema! Claro que confío en ti, pero es que no entiendo tu calma.

—Pues porque sé que me darán la jefatura de Urgencias a mí. No hay otras opciones. Soy la incuestionable sustituta de Patrick. Y tú, que eres mi amiga y dices que me quieres, deberías saberlo tan bien como yo.

Sharon negó con la cabeza. Era una enfermera bajita con muchas curvas y con el pelo rubio y ondulado. Ella y Joana tenían aproximadamente la misma edad y no podían ser más diferentes. Mientras que Joana era calmada, eficaz y muy resolutiva, Sharon era pura energía en movimiento, tan capaz como su amiga, pero que parecía multiplicarse por diez cuando tenían trabajo, o cuando estaba ansiosa, como en esos momentos.

—Anda, que, el día que repartían inseguridad, tú no hiciste cola, ¿verdad? Ven, vamos a tomarnos un café, ahora que esto está tranquilo.

—Vale, pero vamos a la sala de descanso, no quiero ir a la cafetería.

—¿Por qué no?

Joana miró a su amiga con los ojos muy abiertos y negando con la cabeza.

—Sharon, ¿no te cansarás nunca de intentarlo? —ironizó.

—Joana, dentro de nada serás la jefa y no pasarás tantas horas aquí dentro. Tendrás que acostumbrarte a que otros hagan el trabajo «sucio» y a desentenderte un poco de las urgencias que entran por la puerta. Tienes que empezar cuanto antes a asumir el hecho de que tu trabajo, a partir de ahora, será mucho más burocrático.

—Que vaya a ser la responsable del servicio no significa que vaya a estar encerrada en mi despacho todo el día.

—¡Sí, claro! Si cuando seas la jefa le dedicas tantas horas al trabajo asistencial como actualmente, y a eso le añades el trabajo de coordinar y el administrativo, ¿cuándo piensas vivir? Si hoy por hoy ya no sales de aquí más que cada tres o cuatro días, a partir de marzo, ¿qué? ¿Te montarás un apartamento en el despacho?

—Sabes perfectamente que pienso pasar tantas horas en la planta como ahora, o más. Además, todavía soy adjunta y no quiero alejarme de la sala de urgencias más de lo estrictamente necesario, como no quería ayer, ni antes de ayer. Si quieres café, vamos al office. Además, y para tu información, fui a mi piso el viernes. No hace tanto de eso.

—Recuerdas que estamos a martes, ¿no? ¿Cuántas horas has dormido desde que volviste de tu casa?

—Las suficientes, estoy tranquila y despejada. No necesito descansar.

—Esto puedes hacerlo ahora que tienes treinta y dos años, pero dentro de nada no podrás llevar este ritmo. Necesitas frenar un poco, Joana, vivir la vida.

—Mi vida está muy bien tal como está. —Joana archivó la ficha del paciente que aún tenía entre las manos y se dirigió hacia la sala de personal—. No empieces otra vez con lo mismo. ¡No sé cómo lo hacemos para que nuestras conversaciones siempre acaben siendo sobre los mismos temas! Cada uno debe hacer lo que más le guste, y lo que a mí me encanta es estar aquí dentro. Ya he probado lo de la vida social y no es para mí. Te consta.

Sharon se dejó caer pesadamente sobre una de las destartaladas butacas de la sala de descanso.

—Espero que lo primero que hagas como jefa de urgencias sea ampliar este cuchitril. —La enfermera estaba dirigiendo la vista a ningún punto en concreto, pero fijándose, una vez más, en los azulejos de la pared más cercana a ella; de un verde deslucido, y exactamente iguales a las del mortuorio, le daban a la habitación un aspecto lúgubre que le ponía los pelos de punta—. Cada día la odio más. —Se metió un trozo de rosquilla en la boca mientras esperaba a que Joana se acercara con las tazas de café.

—Hay algunas cosas que me gustaría cambiar de la unidad, pero esa no es precisamente la primera de ellas. Además, si Patrick no lo ha hecho ya, ha sido porque siempre le han denegado el presupuesto, y no te comas las rosquillas de Jonathan, que después se enfada.

—¿Por qué crees que lo hago? —preguntó con una sonrisa pícara—. Cuéntame otra vez qué te preguntaron los de la junta durante la entrevista.

—¡Venga ya! Te lo he contado un millón de veces, y lo has analizado y diseccionado palabra por palabra. Incluso podría decir que sílaba a sílaba.

—¡Tienes razón, tienes razón! Te lo darán a ti, estoy segura. No hay nadie en el servicio que esté más preparado que tú. Me atrevería a decir que si el jefe te aventaja es solo porque lleva treinta años más en la profesión, por nada más.

Joana se rio.

—Espero que Patrick no te oiga decir eso, no le haría ni pizca de gracia.

—¡Oh, vamos! Si sabes que te adora. Además, prácticamente te ha adoptado desde lo de tus padres.

La cara de Joana se ensombreció de golpe, aunque le gustaría no ser tan transparente, no podía oír mencionar a sus padres sin que un velo de tristeza empañara sus ojos. Intentaba disimular y aguantar el tipo, pero el dolor estaba ahí, todavía muy patente y casi palpable, después de cuatro años.

—Desde que Patrick me anunció que iba a jubilarse no he dejado de pensar en ellos y en todas las cosas que se han perdido. ¿Sabes que pensaban dedicarse a viajar? Pasar temporadas en España, leer un montón de libros que tenían atrasados, cuidar de mis hijos; eso lo decía mi madre. —Una leve sonrisa, que no le alegró la cara, apareció en sus labios.

Sharon observó a su amiga, a pesar de la pena que reflejaba su rostro en esos momentos, era una mujer guapa. Morena, alta y con unos ojos enormes de un color verde oscuro, hubiera sido una rompecorazones de darse a sí misma la oportunidad de salir a ligar. Pero Joana pasaba mucho de eso, era una mujer independiente y que solo vivía para su trabajo. Ella había intentado presentarle a alguno de sus amigos, siempre sin éxito. Bueno, no siempre; con Bruno, el decorador, había estado saliendo durante al menos cinco o seis meses, pero el chico se cansó de no tenerla nunca en casa. Después de remodelarle el piso de arriba abajo, había decidido seguir con su vida y buscar a otra mujer que estuviese más pendiente de él y menos de su trabajo.

—Siento haberlos mencionado, sé lo mucho que los echas de menos. Soy una bocazas.

—No te preocupes. —Joana estrechó la mano de su amiga—. Ya no duele tanto como antes. Pero no me acostumbro a su ausencia.

En ese momento Jonathan entró en la pequeña sala de estar.

—Joder, Sharon, siempre igual. ¿Quieres hacer el favor de traer comida de tu casa y no zamparte la de los demás? Jefa, dile algo, anda.

—Ya se lo he dicho, pero, to

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