Matrimonio de apariencia (Los Knightley 2)

Ruth M. Lerga

Fragmento

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Prólogo

Había acudido a visitar a su madre aprovechando que su esposo, el vizconde de Maine, no estaba en la ciudad. Aborrecía a su padrastro tanto como le temía, a él y a su carácter violento. Solo la necesidad de un enlace la había defendido durante su juventud de sus golpes, pues no podía marcarla con cicatrices. Su madre, en cambio, no había gozado de la misma suerte.

Tres semanas antes, las expectativas de los Maine se habían visto superadas y la habían casado mediante una licencia especial con el duque de Neville. No podía haber sido más afortunada: lord Marcus Knightley era un caballero de veinte años que acababa de heredar, tan guapo como educado.

Esa tarde Helena, su nueva duquesa, estaba ilusionada. Compartía con su madre sus maravillosas sospechas.

—Neville estará muy orgulloso de ti, si estás en lo cierto.

Se tocó el vientre, emocionada.

—Oh, mamá, es pronto para saberlo, pero nunca había tenido un retraso.

Hacía tres días que debería haber caído «enferma». De algún modo sabía que estaba encinta.

—La gente hablará, a pesar de todo. La vuestra fue una unión muy precipitada.

Era cierto. Ni Marcus ni su padrastro le explicaron las prisas. Una mañana el vizconde las esperaba a ambas, madre e hija, en la sala de desayunos, tras otra noche de libertinaje, para darles la noticia: le había granjeado el mejor de los esposos. Se casarían al día siguiente a pesar de que ni siquiera se conocían.

Temió que fuera un hombre cruel, como su padrastro, pero por lo que había visto en el tiempo que vivía con él y por lo que el servicio de la casa comentaba, era un caballero joven que necesitaba de una esposa que cuidara de sus dos hermanas, todavía niñas.

—Él sabe que yo no he conocido a otro hombre y que llegué al altar doncella. Eso me basta.

La vizcondesa asintió.

—Si tu hijo es un varón, tendrás a tu esposo a tus pies.

¿Sería cierto? No había sabido qué esperar de su nueva vida y era consciente de que podía haber sido un infierno. Aunque era pronto, estaba satisfecha; sin embargo, recordaba el matrimonio de sus padres y sabía lo feliz que podía ser la vida de casados. Marcus era un hombre distante. Tal vez un hijo los uniera.

—Sea o no varón, tendremos más.

—Dos niños, como mínimo.

Siguieron departiendo durante otra hora, antes de que regresara a casa para contarle a él las buenas nuevas.

***

—¿Embarazada?, ¿estás segura?

Estaban en su estudio. La había escuchado sin interrumpirla y, una vez había terminado, esa había sido su única pregunta.

No había habido muestras de alegría ni preguntas sobre su estado de salud. Solo eso.

Intentó convencerse de que era un hombre frío que se basaba en hechos, no en especulaciones. No lo logró.

—Es pronto para estar convencida de nada —dijo en un susurro—. Tal vez debí guardar las sospechas para mí.

Marcus dio un paso hacia ella. Mas no dio ningún otro.

—No, no, has hecho lo correcto. — Por alguna razón no sintió que fuera así—. Mientras no venga tu período —Helena se sonrojó con violencia a pesar de su naturalidad—, no te visitaré por las noches, por si acaso. Si al final tienes razón, será mejor que viajes a Donwell Abbey, la finca familiar, hasta el feliz acontecimiento. Yo me reuniré contigo cuando cierren las sesiones del Parlamento.

—¡Faltan todavía siete meses para eso! —protestó.

La miró, sorprendido por su vehemencia.

—Yo debo estar aquí, acabo de heredar el título y las propiedades, y mis asesores y abogados están en la ciudad. Tú, en cambio, te encontrarás mejor en Sussex. Además, estando encina no tiene sentido que estemos juntos.

El duque deseó tragarse sus palabras en cuanto las pronunció, por su falta de sensibilidad. Pero era cierto, después de todo.

—Claro. —Fue la resignada respuesta.

Cualquier idea preconcebida sobre su matrimonio murió en aquel momento. Y, aun así, se recordó ella, era una mujer afortunada.

—Si no lo estuvieras, házmelo saber y acudiré de nuevo a tu alcoba.

—De acuerdo.

Sintiéndose una boba, se despidió. ¿Qué había esperado?

***

Dos semanas después el médico de los Neville confirmó que había un pequeño en camino y aconsejó reposo. A la mañana siguiente, a punto de subir al carruaje que la llevaría a Sussex, se acercó a Marcus, que la esperaba para despedirse.

La noche anterior, hasta que la había vencido el cansancio, estuvo pensando cómo decirle lo que la consumía. Así que se acercó a él y le susurró, a nadie más le importaba:

—No voy a pedirte un respeto en forma de fidelidad que este matrimonio no merece, Neville. —Aunque pensara en él como Marcus, él nunca le había pedido que lo llamara por su nombre de pila—. Pero soy tu esposa y sí te exigiré discreción.

Lo vio tensarse, ofendido, no supo si porque le reclamaba algo en lugar de pedírselo o porque dudara de su caballerosidad. No le importó.

Dándole un beso en la mejilla, para el público presente y porque lo necesitaba para los meses de carestía, subió al coche de caballos y ya no se volvió.

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Capítulo 1

Donwell Abbey, Sussex.

Día de Año Nuevo de 1816, diez años después.

Hacía menos de diez minutos que el reloj había dado una campanada. Estaba solo la familia en el enorme comedor, los sirvientes habían sido relegados de sus obligaciones para celebrar la llegada del Año Nuevo hacía un par de horas.

Angie y Beatrice, las hermanas Knightley más pequeñas, acababan de despedirse, dejando a los hermanos mayores con sus esposas: Marcus y Helena, duques de Neville, y Rafe y Jimena, duques de Tremayne desde hacía alrededor de seis meses, cuando se casaran.

Aunque rara vez se servía alcohol, siendo aquella una velada especial, había dos botellas de champán vacías sobre la mesa.

Helena miró las copas. Ni Marcus ni Rafe habían tocado el líquido espumoso, limitándose, como siempre, a una o dos copas de vino durante la cena. Había permitido brindar a sus cuñadas, dado que tenían ya edad suficiente para ello. Angie debutaría aquella primavera y Beatrice lo haría al año siguiente. No obstante, solo se habían mojado los labios. Eso significaba que se habían tomado una botella cada duquesa, dividió. Nada habitual en ella.

Pero ¡qué diantres! Por Navidad, después de varios meses de descontentos y reflexiones, había decidido regalarse una vida nueva. Beber un poco por primera vez, en una fecha muy señalada y rodeada de su familia, no era un pecado capital. Eso sí, alejó la copa y acercó, en cambio, el vaso de agua.

—Angie hará una presentación magnífica ante la reina.

Escuchó que estaba comentando su cuñado en ese momento.

—Compadezco a la reina —respondió Jimena, su esposa, al punto.

¡Vaya!

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