Antología de relatos románticos. Navidad 2018

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Fragmento

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Alina Covalschi

¿Papá Noel o novio?

Las puertas del ascensor se abrieron y casi me dio un infarto cuando vi lo que había montado una de mis empleadas. Odiaba la Navidad y todo lo que era relacionado con esa fiesta tan descabellada. El año pasado tuve que despedir a diez personas por haber colocado un árbol de Navidad al lado de mi oficina. Y tuvieron el descaro de reprocharme que no había apreciado el esfuerzo que pusieron en adornarlo.

Me acerqué a la mesa y tiré al suelo al dichoso Papá Noel de juguete. La chica alzó la mirada, sorprendida, y se puso de pie.

—Buenos días, jefa —dijo en silencio, formando claramente las palabras con los labios.

—Estás despedida. Recoge tus cosas y vete ahora mismo.

—Lo siento... —Sus manos empezaron a temblar y agachó la mirada—. Necesito este trabajo, mi madre está enferma y...

—Fuera. ¡Lárgate de mi vista! —dije, irritada.

Alcé la mirada y vi como los demás agacharon las cabezas. Nadie se atrevía a llevarme la contraria porque sabían que se quedarían sin trabajo.

—¡Carla!

Puse los ojos en blanco y tiré de mi vestido hacia abajo. Había llegado el buen samaritano, el hombre más débil que existía en la tierra.

—¿Qué quieres, Clark? —Se me escapó un gemido de rabia—. ¿No ves que estoy ocupada?

Miré de reojo a esa chica. Lloraba mientras recogía sus cosas. No me daba pena, se lo merecía.

—Ven conmigo. —Me agarró por el brazo y me arrastró hasta su oficina.

Cerró la puerta y se apoyó en ella. Permanecía inmóvil y en silencio, mirando con preocupación mi cara.

—¿Desde cuándo nos conocemos? —preguntó, y cruzó los brazos sobre su pecho—. Alrededor de cinco años, ¿verdad?

—¿A qué viene esto? No tengo tiempo para tus tonterías, hoy tengo tres reuniones y...

—¿Quieres callarte y dejarme hablar? —preguntó con brusquedad.

—Habla. —Me apoyé en su despacho y lo miré con los ojos entrecerrados—. Si es el mismo discurso de siempre, juro que te parto la cara. Tú y mis padres sois los únicos que me dan la lata. ¿Qué es lo que no entendéis? Me gusta estar sola.

—Llevas siete años sin tener una cita, un novio... Por Dios. Dime que por lo menos usas un vibrador. —Ladeó una sonrisa.

—¿Cómo te atreves? —Me acerqué a él y lo agarré por el cuello de su camisa—. Mi vida privada no te incumbe.

—Sabes que soy tu único amigo. Nadie más te aguanta...

—Tengo dos amigas. Salgo con ellas todos los fines de semana.

—De compras, Amanda —bufó—. Deberías salir de fiesta, emborracharte, echar un polvo con un desconocido... Vivir.

—Estoy más que bien, Clark.

—Me importas y quiero verte feliz. Ni siquiera saludas cuando llegas al trabajo, no sonríes, no hablas con tus empleados, y despediste a una pobre chica por una tontería.

—¿Tontería? —mascullé—. Sabes que odio la Navidad, y ellos también deberían saberlo.

—Esa chica es nueva.

—No es mi problema.

—Sí que lo es. —Me agarró por el brazo y apretó con fuerza—. Es una persona y tiene sentimientos. Te guste o no, voy a contratarla de nuevo.

—Clark, por favor... —suspiré—. Hoy tengo mucho trabajo.

—No te molestaré más. Veo que no llegamos a ninguna parte. —Cerró los ojos, apretándolos con fuerza por un instante, luego se relajó y se volvió hacia la puerta.

—Gracias.

—Una cosa. —Se tocó los labios, pensativo—. Estás invitada a mi casa en Nochebuena.

—No puedo, me esperan mis padres.

—Uy, problemas. —Se echó a reír—. Yo que tú no iría. No sin una pareja.

—No tengo más remedio. —Lo miré con los ojos entrecerrados—. Aunque...

—No, ni se te ocurra decirlo. Sabes que tus padres no te creyeron. —Hizo una pausa para respirar hondo—. No puedo hacer de nuevo de novio, lo siento. Quiero pasar la noche con Angela.

—Gracias de todos modos. —Miré la puerta—. Dile a esa chica que no está despedida, pero quiero que tire todos los adornos a la basura.

—Gracias. —Se acercó y besó mi mejilla—. Estoy seguro de que, detrás de esta faceta fría, hay una mujer sensible.

***

Molesta, inhalé una bocanada de aire y me senté con fuerza sobre la silla.

—No pienso acudir a esa fiesta —dije con frialdad.

—Tienes que ir. —Con expresión vacilante, Alicia analizó mi rostro—. Hazlo por Amber y por mí. Estuvimos ayer toda la tarde organizándolo todo. Y, además..., tenemos un regalo para ti.

—Sabes que odio que mi cumpleaños se celebre un día antes de Navidad.

—No me escuchaste... y no me haces caso. Por lo menos abre el regalo. Lo hemos dejado en la sala de reuniones.

Durante un momento, permanecí en silencio. No sabía cómo reaccionar, no sabía qué decir al respecto.

—Yo me voy.

Alicia abandonó la oficina y miré hacia la puerta con curiosidad. El año pasado me habían regalado un cuadro pintado y un bolígrafo con mi nombre grabado.

Salí detrás de ella y me encaminé hacia la sala de reuniones. Giré el pomo de la puerta y metí la cabeza en el interior. Las persianas estaban bajadas y había un olor desagradable en el aire. Encendí la luz y vi, al lado de la mesa, a un hombre sentado en una silla, de espaldas. Tenía los pies envueltos en papel de regalo y alrededor de su cintura había un lazo rojo. Estaba vestido de Papá Noel. No podía dar crédito a lo que veía; mis amigas me habían regalado un hombre disfrazado por mi cumpleaños.

Con una mueca, me crucé de brazos. No quería quedarme allí con un desconocido, pero tampoco quería irme. Él podría ser mi salvación.

Me acerqué y sentí de nuevo ese olor desagradable. Me tapé la nariz y golpeé sus pies con mi zapato. El hombre movió un poco la cabeza y gimió. Lo golpeé otra vez, pero más fuerte.

—¿Qué mierda quieres? —gritó y meneó la cabeza. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que sus manos estaban atadas con cinta roja. Levantó los brazos en el aire y maldijo un par de veces hasta que consiguió soltarse.

Respiraba con dificultad y su pecho subía y bajaba con rapidez. Empecé a sentir pánico y di un paso hacia atrás.

—Quieta allí —dijo con voz ronca.

Me congelé al instante y tragué saliva. Miré como se ponía de pie y se quitaba el papel de regalo con movimientos bruscos, sin decir nada. Empezó a bajar la cremallera de su traje y cerré los ojos. Contuve la respiración y apreté los puños.

—Puedes abrirlos, mujer. No estoy desnudo —gruñó—. Necesito que me digas cómo demonios llegué aquí.

Parpadeé y lo primero que vi fue su torso desnudo y musculoso. Cada parte expuesta estaba llena de tatuajes, excepto su cuello y cara. La respiración se atascó en mi garganta ante su belleza. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, lo que hizo que mis piernas temblaran con deseo y miedo al mismo tiempo.

—¿Eres un estríper? —Mi voz sonó débil.

Él se volvió hacia mí y arrugó la frente con molestia.

—No... ¿Por qué piensas eso?

—Por nada. —Me mordí los labios para no decir alguna estupidez. Él tenía un cuerpo perfectamente trabajado, de

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