Un mes para seducir a una dama (Minstrel Valley 6)

Diane Howards

Fragmento

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Capítulo 1

Septiembre de 1837. Minstrel House

Minstrel Valley, condado de Hertfordshire.

El radiante sol de mediodía incidía sobre los parterres de dalias, hortensias y crisantemos que componían el espectacular jardín trasero de Minstrel House, edificio que albergaba la prestigiosa Escuela de Señoritas de lady Acton, en Hertfordshire.

Rebecca Grant, alumna de esa respetada institución, salió a la terraza posterior de la mansión después de asistir al acto de presentación oficial de alumnas y profesores. Sentía las mejillas arreboladas y el corazón agitado. Una emoción cálida había anidado en su cuerpo y no encontraba una razón coherente para la inquietud que se le había despertado. ¿Estaría enferma?

Se sentó en uno de los bancos de piedra que se ubicaban contra las paredes laterales y trató de buscar la causa del malestar que la afligía de forma sostenida en los últimos días. No eran pocas las cosas que le habían ocurrido en esa semana y, quizás, su azoramiento estaba relacionado con alguna de ellas.

Podía, sin ir más lejos, haber cogido frío en la Boat Race, la carrera de remos que se había celebrado en Minstrel Valley dos días atrás y en la que ella había participado. O, quizás, la causa debía buscarla en la mezcla de bebidas que había tomado en la fiesta que tuvo lugar después y en la que se anunció el compromiso de una de sus mejores amigas, lady Rosemary Lowell.

A la copa de jerez que había ingerido al comienzo de la velada, tenía que sumarle una —o dos— de champán que habían sido preceptivas para brindar por los novios. Afortunadamente, su tía no se había dado cuenta de ese exceso o, de seguro, la habría reprendido por semejante acto, impropio de una dama. Becca no se culpaba por aquello; solo había deseado festejar la buena fortuna de su amiga, se justificó.

El hecho de no haber cenado lo suficiente antes de la fiesta por los nervios que le había suscitado el compromiso de Rose también podría tener algo que ver con su estado. A decir verdad, no comía lo suficiente desde entonces. Esa misma mañana había dejado casi la mitad de su desayuno.

¿Qué le estaba ocurriendo?

Una idea fugaz cruzó su mente, pero se dijo a sí misma que su indisposición no podía tener nada que ver con lo que acababa de ocurrir en el salón principal de la escuela, donde habían mantenido una reunión preparatoria de las clases de ese año.

Los ojos negros y chispeantes del nuevo profesor de arte no podían ser los responsables de su ánimo, ¿verdad que no?

Su mente regresó a la fiesta del compromiso y se recordó a sí misma envuelta en los diestros brazos de Alfred MacArthur mientras la conducía con maestría por la pista de baile. Aunque acababan de presentárselo, sintió cómo su corazón se atolondraba, pero culpó a la noche de verano y a la emoción de los acontecimientos.

Sin embargo, la misma sensación le había sobrevenido de repente, unos minutos antes, cuando lady Eleanor Harper, la directora de la escuela, había entrado en el gran salón donde las había convocado acompañada por el profesor de arte para presentarlo oficialmente a las alumnas.

«Señor Alfred MacArthur», pronunció mentalmente su nombre con deleite.

No negaba que era un hombre con cierta gallardía. «Es el hombre más apuesto que has visto», le dijo una vocecita interior que trató de silenciar. Acto seguido, se reprochó la idea porque no podía ser cierta. El prometido de Rosemary o incluso el condestable del pueblo eran hombres guapos, de los más guapos que conocía; el señor MacArthur no era tan excepcional.

Evocó el momento exacto en que, al pasear su mirada por el salón de baile, lo había descubierto. Estaba junto al señor Angus McDonald, el dueño de la forja, ya que, según le contaron después, provenían del mismo pueblo y eran amigos.

Una sonrisa se dibujó en su cara al recordar el revuelo de las compañeras cuando les fue presentado y se enteraron de que iban a tener un nuevo profesor. Un nuevo profesor de arte, más concretamente. Él se mostró cortés y agradable, bailó con todas ellas; con muchas damas de la fiesta, en realidad, incluida su tía.

Rememorando ese momento, Becca esperó de todo corazón que la baronesa, lady Cinthya, su tía, no lo hubiera estado interrogando respecto a ella cuando estuvieron bailando. No le había pasado inadvertido que no dejaba de vigilar a las alumnas mientras hablaban con el profesor unos minutos antes de que se iniciara el baile.

El señor MacArthur se le había acercado, amable, mientras ella conversaba con su amiga Emily Langston, Mily, y se había integrado en la conversación. Descubrió que era fácil hablar con él. Tanto, de hecho, que los nervios le habían soltado la lengua. ¡Si hasta monopolizó la charla hablando de su tía!

No obstante, nada en el rostro del profesor le hizo ver que se aburría. La estuvo animando durante toda la conversación y le preguntó por lo que hacían cuando no estaban en la escuela. Su amiga apenas había abierto la boca, y Becca se sorprendió de ser capaz de decir tantas cosas seguidas.

Ganar la atención del caballero le había gustado mucho.

Era bonita, lo sabía, su tía siempre se lo decía.

Volvió al presente. Miró hacia el fondo del jardín, donde las hojas de los árboles comenzaban a cubrir el suelo, y tuvo la reveladora sensación de que ese curso iba a presentarse muy interesante.

Suspiró de modo tan profundo que incluso se sobresaltó.

Era la primera vez que ponía sus ojos en un caballero y no sabía cómo sentirse al respecto. Recordó a Romola Seymour, una antigua alumna, prima de Tiberia. Ella había logrado conquistar al profesor sustituto de baile la primavera pasada, e incluso se había casado con él. ¿Eran entonces sus pensamientos tan disparatados?

—¡Becca! —La llamada de lady Rosemary la sacó de sus pensamientos—. ¿Te encuentras bien? Me ha extrañado que salieras justo cuando lady Eleanor y el señor MacArthur se han marchado.

Por un momento, temió que lo que estaba experimentando por culpa del nuevo profesor pudiera estar reflejándose en su rostro, pero se tranquilizó de inmediato cuando su amiga no dijo nada más. Rosemary Lowell estaba siempre pendiente de los demás y no hubiera dejado de mencionarlo si la hubiera notado rara.

Le sonrió con ternura y pensó en lo mucho que Rose había cambiado en el último mes, desde que lord Richard Bellamy había entrado en su vida.

El amor era la mejor medicina para el alma, estaba convencida.

—Sí, claro que lo estoy. Solo me había quedado absorta en lo bonito que está el jardín en esta época del año. Da mucho que pensar. El paso del tiempo… —comentó con aire ausente—. Esas cosas.

—Oye, venía a buscarte —continuó su amiga con un matiz suspicaz, a la vez que compasivo, en su voz—. Lady Eleanor nos ha autorizado a ir a las caballerizas. ¡Han sacado a los potrillos por primera vez a campo abierto! —anunció con entusiasmo.

—¡Oh, qué ternura! ¿Y nos deja ir solas? —preguntó con sarcasmo.

En la Escuela de Señoritas de lady Acton se cuidaban las reglas de etiqueta a pies juntillas.

—Nos acompañará lady Valery, por supuesto.

Rebecca Grant no era una joven que se quejara, pero en aquel momento un sus

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