Capítulo 1
Primeros de julio 2019
Las pocas neuronas que le quedaban a Declan Campbell sin chamuscar, vagaban perdidas por su cerebro, ocupadas en buscar un hueco donde colocarse y ser útiles a su poseedor. No podía comportarse así en un cementerio y menos cuando al que daban el último adiós era su querido tío Keiran.
Pero es que a pocos centímetros de él estaba ella. ELLA.
Hacía años que no la veía, quince para ser exactos, desde que ella se marchó a estudiar una carrera, no recordaba cuál, en una universidad, no sabía dónde. Él era demasiado joven para fijarse en esas cosas.
En cuanto el oficiante del entierro acabó con su cometido, se produjeron unos minutos de silencio y a continuación la gente comenzó a dispersarse. Sabía que debía saludarla, por eso volvió a mirarla de soslayo, aunque con eso solo consiguió detectar el color del fuego. Giró su cuerpo lentamente, como si fuese en cámara lenta y se encontró con su perfil. Tan solo su bella silueta aquilina se ofrecía a sus ojos mientras se despedía de algún amigo. Percibió cómo poco a poco ella también dirigió su cuerpo hacia él, por lo que comenzó a esbozar una sonrisa cordial que se quedó congelada en cuanto chocaron sus miradas, la apartó, parpadeó, tragó saliva, volvió a parpadear e intentó de nuevo sonreír a la vez que volvía a concentrar sus ojos en ella. Por último, tosió ligeramente.
Patético. Realmente patético.
—Hola —balbuceó pese a todos sus esfuerzos por mostrarse natural. ¡Debía reponerse de inmediato!
—Hola —respondió Tara con el rostro inexpresivo a la vez que le tendía la mano. Él la miró como si fuese un bicho extraño a punto de picarlo antes de caer en la cuenta de lo que pretendía la joven. ¿La mano? ¿En serio que le ofrecía la mano en lugar de la mejilla para darse un casto beso? No recordaba a Tara tan puritana.
—Ah —exclamó y se la estrechó por fin—, sí.
—Cuánto tiempo sin verte, Declan —dijo Tara con voz gangosa.
—Es cierto —admitió él mientras observaba su rostro con mayor profundidad—. Oye, ¿te ocurre algo o tu nariz ha crecido desde que no nos vemos?
Tara hizo una mueca con su boca, con la misma boca que deseó besar durante años.
—Tengo un catarro tremendo que me ha congestionado la nariz.
Daba igual, de todas formas estaba preciosa con ese sonrojo natural en la punta. Desde que distinguió su hermosa mata de pelo roja nada más entrar en la iglesia junto a sus propios padres, su mente se había colapsado ante tanto recuerdo que acudía a ella de forma masiva.
Su madre había nacido allí, en Dingle, en la península del mismo nombre, donde él pasaba todas las vacaciones disponibles. En realidad, Declan vivía con sus padres a tan solo unos cincuenta kilómetros de distancia, en Tralee, pero para él esa pequeña localidad era otro mundo. Sus padres lo dejaban en la casa de su tío Keiran O’Sullivan, hermano mayor de su madre, casado con la tía Arlene Dunne —fallecida hacía unos años— y sin hijos; allí disfrutaba ayudándoles en su hotel, pero también tenía un grupo de amigos con los que se divertía.
El sentimiento de libertad, a la vez que el de responsabilidad, había ido calando en su forma de ser con el ejemplo del tío Keiran. Pero también otro sentimiento dejó su primera espinita en su corazón en aquel lugar.
Declan se enamoró perdidamente de la sobrina de la tía Arlene, Tara Murphy. La muchacha tenía cinco años más que él y lo tenía deslumbrado desde bien pequeño, algo que fue creciendo conforme los años pasaban. Lo mantenía en silencio, la adoraba a lo lejos, siempre pendiente de ella, y ella…
Tara lo trataba como a un crío.
De niño, ella era una adolescente mandona que siempre le recriminaba las bromas que gastaba a sus amigos o la guasa con la que se tomaba todas sus palabras de reproche. Cuando creció y se convirtió en el muchacho guapo y simpático que conquistaba a todas las jovencitas del lugar, ella se burlaba de su actitud chulesca.
Porque sí, él siempre había sido una persona de sonrisa fácil y trato conquistador, pero recordaba con angustia la época en la que le dio por intentar deslumbrarla a ella y terminaba balbuceando como un panoli.
Cuando Tara se marchó sin que demostrase hacia él el menor interés, le rompió el corazón. Era la primera vez que alguien lo hacía y fue bastante traumático para él. Desgraciadamente, ya no volvió a verla. Cinco años después, Duncan fue el que acudió al Trintity College de Dublín para estudiar Derecho y cambió su vida tranquila de los veranos en Dingle por viajes, másteres, prácticas de formación, intercambios estudiantiles, y un sinfín de otras actividades que consiguieron borrar de su mente los días felices en la península.
Hasta ese momento.
—¿Qué es de tu vida? ¿Vives aquí o has venido a despedirte del tío? —le preguntó a Tara con curiosidad.
—Vivo aquí, sí. Trabajo en el Dingle Oceanworld Aquarium. Soy bióloga marina.
—¡Vaya! Debe ser muy interesante. No sabía nada.
—Me lo imagino, hace más de quince años que no nos vemos. En cambio, yo lo sé todo de ti —admitió Tara con una sonrisa socarrona—. Sé que has formado una empresa de creación de videojuegos en Dublín con otros dos socios y que tú te encargas de la parte legal. Eres abogado. El tío Keiran me mantenía informada; estaba muy orgulloso de ti.
—Bueno… yo es que hace más de diez años que no vengo por aquí.
—También lo sé.
—Ya veo…
—Ahora he de irme. Espero no tardar otros quince años en volver a verte, Declan.
—Yo también.
La observó marcharse. ¡Dios! Ese culo respingón que lo volvía loco antaño había tomado cuerpo y ampliado las caderas. ¡Estaba soberbia! Su melena rizada roja y salvaje le caía por detrás hasta la mitad de la espalda. Su cuerpo reaccionó y el deseo lo inundó como si fuese un chaval y no tuviese la capacidad de controlarse.
A su mente acudieron los malos tragos que él tuvo que pasar de adolescente para ocultar su precoz excitación cada vez que evocaba sus pechos de tamaño pequeño que en cierta ocasión pudo ver al desatársele la parte de arriba del bikini mientras se bañaban en la playa cercana al hotel.
Esperaba haber superado esa época. No, no lo esperaba: estaba convencido de ello. Su respuesta física tan solo había sido provocada por la inesperada situación. El recuerdo caliente del pasado.
—Cariño, el albacea testamentario de mi hermano nos ha informado que debemos estar los tres esta tarde en su despacho.
Declan se giró para mirar a su madre, que se había colocado a su lado.
—¿Yo también? Pensaba volver esta misma tarde a Dublín.
—Imposible. Nos ha dejado muy claro que debemos asistir o no se podrá leer el testamento.
Pasó el brazo sobre los hombros de su madre y la arrebujó hacia él. Se la notaba muy acongojada. Había sido un duro golpe para ella. Su hermano Keiran O’Sullivan era el único familiar que le quedaba y el infarto fulminante que había arrasado con su vida había sido totalmente inesperado.
En cuanto su madre lo llamó, Declan acudió de inmediato. No podía ni quería faltar al último ad