Segundas oportunidades

Ana E. Guevara

Fragmento

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Capítulo 1

Le sudaban las manos y las pasaba mecánicamente por los pantalones tratando de secarlas en un gesto del que era vagamente consciente. Sus largos dedos de manicura perfecta se pasaban por la pernera de un pantalón de traje sastre impecablemente cortado. Llevaba esperando casi cuarenta minutos en el pasillo del juzgado a que llegaran la abogada y su marido, «pronto exmarido», se dijo con una mueca de disgusto.

A Elvira le gustaba llegar temprano, de hecho, tenía una especie de fobia a llegar tarde a los sitios que la obligaba a pasarse horas esperando cada vez que tenía una cita importante. Y por supuesto, esta no era una excepción, llevaba más de media hora paseando la mirada por el suelo y el techo del pasillo cuando su abogada entró risueña y llena de energía como ya la tenía acostumbrada.

—Elvira, ¿has llegado hace mucho?

—No, solo llevo aquí un par de minutos —mintió como tenía por costumbre; a la gente le resultaba raro que alguien quisiera esperar más de media hora únicamente por un pánico atroz a llegar tarde.

—No te preocupes, todo será rápido y en los términos que habíamos pactado. Como es un divorcio amistoso el juez solo tiene que validar lo que hemos decidido todos de mutuo acuerdo y por fin podrás olvidarte de todo este asunto —le dijo con una sonrisa que debería haberla reconfortado pero que a ella le resultó como la última palada de tierra sobre el ataúd de su matrimonio.

Elvira asintió sin confianza y vio cómo su abogada se dirigía a hablar con uno de los funcionarios del juzgado. Se levantó y decidió ponerse a caminar por el pasillo, una cosa era que no le gustara llegar tarde y otra que soportara pasarse mucho rato sentada. Se dirigió al baño de señoras para lavarse las manos y tratar de calmarse. El gran espejo rectangular del baño le devolvió su imagen con una mueca irónica. Tenía cuarenta y seis años, le sobraban unos cuantos kilos y estaba a punto de terminar con treinta años de relación. Una lágrima rebelde se asomó a sus ojos y la espantó a base de parpadear.

Seguía sin entender cómo Lucas era capaz de algo así, de dar al traste con toda una vida juntos. Y no era una forma de hablar, conoció a Lucas en el instituto y él había sido el único hombre de su vida.

Cuando volvió al pasillo a encontrarse con la abogada él no había aparecido todavía. Elvira bufó mirando el reloj, quedaban tan solo dos minutos para la hora prevista. Esa era una de las cosas que seguramente no echaría de menos cuando Lucas ya no estuviera en su vida, pero lo demás… De nuevo otra lágrima hizo un intento de asomarse y la mandó de vuelta al interior, no pensaba dejar que nadie supiera lo mucho que la afectaba esa situación. Seguiría mostrándose perfecta, con sus mechas perfectas, su manicura perfecta y sus palabras siempre agradables para que nadie notara la procesión que avanzaba lenta e inexorablemente por dentro.

Cuando solo quedaban treinta segundos para que se cumpliera la hora que habían acordado, Lucas apareció con el semblante adusto y paso ligero. La saludó con dos besos, como si fuera una prima lejana con la que uno se encuentra durante la cena de Navidad, y buscó con la mirada a la abogada que compartían. En cuanto la localizó se dirigió hacia ella e intercambiaron unas cuantas palabras.

***

Marta, su abogada, había tenido razón, divorciarse había sido una cuestión de pocos minutos. Elvira suspiró pensando en los días que pasó organizando su boda con la ayuda de su madre para que todo fuera perfecto, y en ese momento… Pues bueno, ahora tenía unas fotos gastadas de tanto mirarlas para recordar aquel día porque su marido, «exmarido», se corrigió de nuevo mentalmente, había decidido poner fin a todo aquello.

—Bueno, pues ya está hecho —dijo Lucas sonriendo sin poder ocultar su felicidad.

Por lo menos debería aguantar hasta que salieran del edificio para mostrar que estaba exultante. Esa falta de clase y de modales exasperó de nuevo a Elvira y se dijo que eso tampoco lo iba a echar de menos.

—Sí —añadió ella sin saber qué más decir.

—En fin, Elvirita, te veo dentro de quince días, que tenemos la cosa esa del niño.

—Un partido de la liga universitaria —le corrigió sin perder la compostura.

—Eso, eso.

Y dándole otra vez dos besos se despidió de ella y salió a la ruidosa Madrid a perderse entre el gentío. Seguramente llamaría a su sustituta, como Elvira se empeñaba en llamarla para darle la buena noticia de que ahora ya podían estar juntos y conformes a la ley. Una mujer que no era ni más joven, ni más guapa, ni más inteligente y que lo único que había podido decirle Lucas en una de sus interminables conversaciones antes de decidir divorciarse es que «ella no es tú, Elvirita, y eso es precisamente lo que me gusta».

Esperó un par de minutos hasta que Lucas estuviera lo suficientemente lejos como para no cruzárselo esperando al autobús y salió ella también a una de esas mañanas despejadas y frías propias del mes de febrero. Los edificios se le antojaban más sucios que de costumbre e incluso el sol le parecía que brillaba con menos intensidad. Una vibración proveniente de su bolso la sacó de su ensimismamiento y la devolvió a la realidad.

—¿Dígame? —preguntó de forma mecánica sin haber prestado atención al nombre que aparecía en la pantalla.

—¿Qué? ¿Ya está hecho? —le devolvió una voz joven y llena de vitalidad desde el otro lado de la línea.

—Sí, ya está hecho.

Un ruido sonó al otro lado, seguramente Carla había golpeado la mesa, en un gesto que repetía cada vez que una emoción fuerte la inundaba y que Elvira todavía no había sido capaz de aceptar.

—Pues perfecto, ahora que eres una mujer libre, tú y yo vamos a salir a emborracharnos esta noche —dijo con su melódico acento que recordaba a playas de arena blanca y aguas turquesas.

—De verdad, Carla, no estoy de humor para salir a ningún sitio.

—Claro que sí, te vas a venir conmigo a un bar que conozco donde siempre hay hombres dispuestos a dar calor a una mujer hermosa. —Estalló en una carcajada y dio otro golpe a la mesa.

—No te lo tomes a mal, pero es que los sitios que tú frecuentas no son precisamente el tipo de ambiente que me gusta a mí —dijo Elvira tratando de sonar educada, le costaba mucho decir que no pues no quería nunca herir los sentimientos de sus interlocutores.

—¡Razón de más! Ya va siendo hora de que dejes de frecuentar sitios donde solo hay gente estirada y te mezcles con el pueblo llano. Te va a encantar, hay un bar latino donde ponen toda la noche bachata, salsa y kizomba y puedes sentir la pasión en el ambiente. Esos bailes son puro sexo con ropa, querida —añadió antes de volver a reír con esa risa tan suya que recordaba a una catarata salvaje.

—En serio, me apetece más estar hoy tranquila. —Elvira miraba al suelo tratando de buscar las palabras para formular el rechazo perfecto pero al final no fue necesario.

—Está bien, aburrida. Se lo diré a las chicas y a las nueve estaremos en tu casa para brindar contigo y acompañarte en tu primera noche de libertad.

Elvira se quedó en silencio unos segundos, conocía a Carla demasiado bien como para saber que no conseguiría un trato mejor que eso, con

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