Tan perversa como inocente

Laura A. López

Fragmento

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Capítulo 1

Besar muchos sapos es la única manera de encontrar a tu verdadero príncipe.

La irreflexiva mente de Eloise era un misterio hasta para ella misma, el modo en que la habían criado, como si fuera la única mujer valiosa en toda Inglaterra, había repercutido negativamente en su vida. Era altanera, frívola y poco recatada, para el dolor de cabeza de su padre y su madre, quienes no olvidaban el refrán «cría cuervos y te sacarán los ojos».

—¡Pepper! ¿Estás escribiendo lo que te digo? —berreó Eloise, cuestionando a su mejor amiga.

—Mmm... Sí... Creo que dijiste «los labios de lord Wislet saben a... naranja rancia» —respondió lady Payton, mejor conocida como Pepper por Eloise; eran amigas desde la escuela de señoritas, inseparables en los eventos sociales.

—¡No dije rancia! ¡Dije podrida! ¿Ves como no me escuchas con atención? Hay una gran diferencia. ¿Cómo es que no lo comprendes? Ah claro, aún no has besado a ningún caballero como para comparar una dulce fresa con un limón agrio.

—Creo que mi reputación está en decadencia juntándose con la tuya, Eloise, que ya prácticamente no tienes ninguna. Es nuestra segunda temporada y yo no puedo pescar siquiera un resfriado, y sabes cómo lo necesito, pero no lo conseguiré ni por más que mi dote sea todo el oro del mundo —dijo Pepper con tristeza.

—Puede que tengas razón, nadie quiere una niña enferma como esposa. Los hombres quieren a mujeres bellas y saludables, y creo que tú careces de ambas cosas —agregó Eloise, mirándose frente al espejo y observando su hermoso cabello negro y sedoso, sus mejillas rosas, sus ojos azules, labios rojos y una piel más hermosa que la porcelana fina.

—Lo sé, soy consciente de mis propias carencias —alegó su amiga con el rostro avergonzado.

—¡Basta! Deja la cursilería, siempre existe alguna excepción, encontrarás a alguien.

—Si eso no sucede el próximo año... Puedes decirme adiós para siempre, recluida en un convento por mi padre. Ninguna mujer de su familia había ido a una segunda temporada.

—Recuerdo su infarto al día siguiente, ¿o su infarto fue porque me acerqué demasiado a él? Ya no sé ni por qué había sido.

—Eres mala, Eloise, mi padre casi se muere. Estoy segura de que fue por mi paso a segunda temporada, tú no tienes problemas de pretendientes.

—No los tengo, pero los diez cupos anuales de besos no surtieron el efecto deseado en mi primera temporada.

—¿De qué estás hablando? ¡Tuviste una veintena de propuestas! Entre ellos barones, condes, vizcondes, marqueses y duques.

—Pero si la mayoría eran adefesios de colección. ¿Cuántos años tenía el más joven de los duques? ¿Doscientos? Matusalén es más joven que todos esos juntos, ¡por favor, Pepper! Si me casaba ya sería viuda con todos esos carcamanes a cuestas…

—No estaban tan mal. El duque de Kent tiene como cuarenta años y apenas posee canas, es muy atractivo.

—Mmm... —gruñó Eloise, pensando—, puede que me fije mejor y le dé una oportunidad en la próxima temporada, a mí no me urge casarme.

—¡Qué bendición! Continuemos, debo escribir tus delirios.

—Bien... Estábamos en que lord Wislet al parecer carecía de higiene bucal, pese a ser uno de los condes más agraciados, su aliento pestilente dejaba mucho que desear; queda descartado para una próxima oportunidad —dijo Eloise, peinándose el cabello.

—No sabía que él tuviera tan mal aliento —comentó Pepper, cerrando el diario.

—Pues bien, las apariencias engañan a veces, y lo sufrí, es el castigo seguro del que habla mi padre, pero no lo escucho con mucha frecuencia.

—Eso lo sabemos, ahora ya me iré, al parecer el clima nos traerá gotas. —Miró Pepper por la ventana.

—¡Lloverá! Dilo como es... Deja el drama. —Eloise volteó los ojos.

—Te veo mañana, no te pierdas la velada nocturna.

—Como si fuera que me la perdería. No hay una celebración donde yo no vaya. —Caminó sonriendo mientras Pepper se alejaba—. ¡Pepper, espérame, voy contigo!

Ambas bajaron corriendo y cuchicheando por las escaleras de la mansión de lord Luke Clement, padre de Eloise.

—¡Pepper! —habló Luke—. No debes agitarte mucho, si te pasa algo tu padre pedirá mi cabeza.

—¡Lo siento, milord, es cierto! Debo irme, o me mojaré. Adiós, Eloise, nos vemos —se despidió Pepper, escuchando un trueno a lo lejos.

—Jovencita, debes tener cuidado con esa niña, es enfermiza y tú no tienes control sobre nada.

—Usted, padre, ¿no cree que está exagerando la enfermedad de Pepper? Nadie la deja ser libre, la pobre viste harapos, aparte de que no es una belleza andante y tiene que esforzarse para poder tener un esposo, la recluyen por enferma y ella se resigna.

—¿Y qué quieres? ¿Qué sea como tú, Eloise? Payton es una joven recatada, culta, inteligente...

—¡Pues yo también lo soy! Si usted, padre, reniega de mi forma de ser, ¡quédese con su perfecta Pepper! —dijo dándole la espalda de forma altanera para ir a la biblioteca.

—No es eso, Eloise, pero no te mides. Quiero un buen matrimonio para ti, pero si sigues pensando que tu forma de actuar es correcta te darás un fuerte golpe en la cara.

—Sin ambiciones la vida no es nada, padre. Yo sueño con ser alguien, la esposa de hombre importante y adinerado, que me pueda dar lo que deseo. Hablando de eso, padre... —se pausó—, necesito un vestido nuevo y joyas ¡nuevas! No se mida. Recuerde que quiere lo mejor para mí —continuó cínicamente y caminó hacia la biblioteca.

La vida de una simple jovencita, gracias a la providencia y las amistades que tenía, estaba dentro del mundo de la aristocracia, donde ella quería estar. Quería lucir los vestidos más opulentos como las grandes duquesas o marquesas que había en Londres.

Siempre las observaba cargadas de glamoroso toque, al igual que sus hijas, salvo Payton que era la excepción a toda regla; su amiga era desarreglada e insípida. Durante años había sido su amiga por beneficio, pero con el tiempo le había cogido cariño.

—¡Aburrido! ¡Aburrido! ¡Y simplemente aburrido! —se quejó arrojando uno por uno los libros que había en el estante. Ninguno era de su agrado, todos hablaban sobre el amor, pero ella no quería saber de él, porque simplemente no lo comprendía.

Su padre le había dicho que el amor la haría feliz, pero el amor no podía comprar cosas que ella deseaba, esas cosas se compraban con dinero: joyas, vestidos, grandes fiestas, y los esposos eran unas marionetas que debían ocuparse de que sus esposas estuvieran contentas.

Ella había decidido no privarse de vivir “el susodicho amor” por lo que empezó a besar a todos los caballeros que le interesaban y a describir las sensaciones que le producían sus besos, su aroma y su sabor.

Hasta el momento había pasado de todo, eran los riesgos de su ritmo de vida. Un hombre sin todos los dientes, con mal aliento, que no supiera besar; solo había besado puros sapos. Pero tenía un límite, se fijaría en los jóvenes de como máximo treinta años, más de eso era como besar a su abuelo.

La ventaja que tenía sobre las demás damas era que ella podía escoger y no ser escogida, ella

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