Desavenencias del amor

Laura A. López

Fragmento

desavenencias_del_amor-2

Capítulo 1

El frío del invierno azotaba la casa solariega de los Lowel, en Hertfordshire. Cerca de la chimenea, rodeados por los adultos, se encontraban los pequeños de la familia; entre ellos, su hermano Octavio y sus hermanas recién nacidas.

Suspiró al recordar que era la mayor de todo el grupo y no tenía cabida en aquel sitio con los niños, sino que estaba metida —junto a su madrastra— en las conversaciones de adultos.

La esposa de su padre la amaba sin distinción de sus demás hijos.

—Melody, pon atención —exigió Violet para mostrarle cómo debía tomar una copa—. Esta es la forma correcta de tomarlo. No eres un caballero para agarrar tu copa como si fuera que beberias brandi —la regañó.

—Fue solo un descuido, madre —se disculpó sonrojada.

—La primavera no tarda y no esperará a que estés lista. Tu debut es importante. Recuerdo cuando estaba llena de ilusiones y, luego, me llené de desilusión ¡Pero ese no será tu caso, querida! —expresó para no espantar a su hija, que estaba ansiosa por debutar en sociedad.

—Lo comprendo. Espero hacerlo bien para no decepcionarla, madre.

—Tú nunca me decepcionarás, Melody. —La tomó de un brazo para llevarla a otro sitio.

Violet miró lo hermosa que era Melody con sus preciosos cabellos rubios y con su mirada azul cielo, oscurecida por las lámparas del salón, atiborrado de parientes y amigos.

La algarabía no se hacía esperar entre los caballeros que estaban bebiendo brandi y, por otro lado, las mujeres jugaban a las cartas. Otros solo miraban sin hablar, tenían una mueca de diversión al escuchar la perorata de los demás.

Su padre tenía un acento diferente al resto porque era escocés y los demás, ingleses. Él estaba muy animado con su charla junto a los primos de Violet, hasta que la vio y levantó una mano para saludarla.

—Melody es una niña encantadora —halagó Bradley, marqués de Blanford, a Marcus.

—He invitado a mi buen amigo, el marqués de Londonderry, a esta cena de Nochebuena para que trajera consigo a su hijo Brendan.

—¿Y lo consintió mi tío Brent? —indagó Brandon, marqués de Grandby y gemelo de Bradley—. Melody es su mimada.

—Por supuesto. Solo le he hablado de las ventajas de un matrimonio con el hijo de mi amigo —alegó Marcus—. Está muy entusiasmada con su debut; sin embargo, prefiero llevarla a buen puerto.

—Tiene sentido. Yo haría lo mismo por mi hija —apoyó Bradley mientras miraba a su alrededor—. ¿Dónde están el marqués y su hijo?

—Debieron retrasarse. El frío es implacable en el campo —justificó Marcus con tranquilidad.

En un carruaje, a varias leguas de la residencia del conde de Derby en Hertfordshire, el marqués de Londonderry iba acompañado de su hijo, que tenía un mal semblante.

—Si tendrás esa cara frente a los demás invitados, diré que te retrasaste —gruñó el marqués al ver el desinteresado y molesto rostro de su hijo Brendan.

—Usted me trae aquí para concretar uno más de sus negocios. No importa todo lo que pueda decirme de lady Melody. A veces los padres exageran con las habilidades y atributos de sus hijos para entregarlos al mejor postor. ¿No es así? —increpó Brendan con sus ojos verdes enfurecidos por haber sido obligado a viajar desde Londres junto a su padre.

—Conocí a lady Melody en una cena hace unos años atrás. Era una niña encantadora, y estoy seguro de que no ha cambiado, según lo que su padre me ha comentado. Lo que tú precisas es a una joven preparada para dirigir una casa y criar a tus descendientes. No necesitas de aquella mujerzuela con la que deseabas contraer matrimonio y, gracias a Dios, lo impedí. Hubiera muerto antes de permitirte esa barbarie.

—Linette no es una mujerzuela. Carecer de recursos económicos no significa que sea lo que usted dice —objetó intentando, una vez más, que su padre entrara en razón—. Diga lo que diga sobre la perfecta lady Melody Stratford no será de mi agrado, por el único motivo al que obedece que ella sea su predilección.

El marqués dejó de hablarle a su hijo hasta llegar a la cena, a la que ya iban bastante retrasados. Ambos hombres en discordia no podían ocultar sus rostros, fétidos por la amargura que cada uno se producía de manera recíproca.

Por la noche no podían distinguir la majestuosidad de la mansión solariega. La bruma y los vientos, en aquella que sería la Nochebuena, no los dejaban apreciar los pilares de color marfil en la fastuosa entrada.

Bajaron del carruaje, abrigados por sus capas, sin mirarse. El hombre del servicio les abrió la puerta para que pasaran al acogedor vestíbulo, donde se podía sentir una temperatura diferente. Entregaron sus capas y sombreros para esperar a ser recibidos por el duque de Montrose, en la residencia de su suegro.

El ama de llaves de los duques de Marlborough acompañó a Melody parar llevar a los más pequeños a la habitación de los niños. Ella llevaba a sus hermanas en brazos, en tanto los demás eran arrastrados por Lía.

—¡Octavio, Louis, April, Aurora, no corran! —exclamó impaciente. Tenía que dejarlos e ir para cenar.

—¡Cuéntanos un cuento, Melody! —pidió Octavio, su hermano.

—No puedo ahora. Después de cenar, les prometo venir aquí para contarles un cuento a quienes estén aún con los ojos en el techo. ¿Qué dicen?

Los niños saltaron de emoción y cooperaron para quedarse en la habitación mientras los adultos cenaban.

Melody dejó a sus hermanas en la cuna y se retiró para tomar su lugar en la mesa. Al bajar, vio que todos estaban esperándola para pasar a la mesa.

Dos rostros recién llegados se fijaron en ella. Melody desvió su vista con rapidez del buen mozo de cabellos marrones y de ojos verdes como esmeraldas. No había tenido tanta vergüenza, calor y remordimientos por tan solo una mirada. Se cohibió hasta el punto de solo buscar a su abuelo, el conde de Derby.

—Yo te acompañaré a la mesa —la tranquilizó el conde mientras le ofrecía su brazo.

—¿Crees que solo exageraba, Brendan? —inquirió el marqués a su hijo, que no dejaba de seguir a la muchacha con los ojos.

—Es hermosa, pero no lo suficiente para que renuncie a mi desprecio por usted, padre —replicó sin perder de vista a Melody.

Pasaron en filas para sentarse a cada lado de la mesa donde se les fue designado el lugar. Melody quedó frente al joven que no conocía. Probablemente era su Nochebuena más incómoda desde que se había convertido en mujer.

Ella no podía seguir el ritmo de los demás comensales para sus platos, estaba muy nerviosa siendo escrutada por el hombre. Sentía la necesidad de preguntar si tenía algún problema con su rostro, si por eso la miraba de esa forma. No obstante, debía contenerse. Su madre le pidió que dejara de ser desbocada, al menos, mientras estaba en la cacería de un marido, porque luego él se llevaría una sorpresa al casarse.

Soportó la incomodidad durante toda la cena, que fue bastante larga. Entre entradas, platillos, postres y bebidas, la noche se le hacía eterna e incómoda. El joven no tenía una buena expresión para con ella; sus ojos eran reprobatorios y acusadores. Al verlo, se sentía como si la estuvieran regañando.

Después de la cena,

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