Directo al corazón (Contigo a cualquier hora 4)

Encarna Magín

Fragmento

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Capítulo 1

«Joder, joder..., ¿qué coño he hecho?». Eduardo Ríos empezaba a ser consciente del tremendo error que había cometido nada más las últimas lagañas de sueño desaparecían. Había estaba demasiado borracho para darse cuenta de que había perdido la cabeza hacía unas horas. ¿Cómo era posible que un hombre como él se hubiera dejado llevar en una noche loca? ¿Dónde estaba su cordura cuando la necesitaba? Siempre había alardeado de seriedad y responsabilidad, hasta ese maldito sábado. De todas las mujeres que había en la fiesta, se había acostado con África, la única de la que huía como si de la peste se tratase por ser tóxica y exasperante. En su defensa alegaría que su humor de perros y la alta ingestión de alcohol lo habían llevado a confundir la realidad. Y que sus dos hermanos tuvieran novias y que su padre ligara más que él había contribuido a que la bola de su interior se hiciera más grande, más pesada, más insoportable, si cabe.

Eduardo Ríos acababa de despertarse y no lo había hecho solo. A su lado dormía África, la presentadora de los informativos de noche en MCT, Mar Cantábrico Televisión. Ella era una mujer exuberante, y su metro setenta y sus curvas de infarto la habían catapultado a la fama. La audiencia televisiva se disparaba cuando ella narraba las noticias con una voz tan melosa que hipnotizaba. Solía ser el centro de atención, y en un mismo espacio congregaba a infinidad de personas. Mientras los hombres la idolatraban y soñaban con poseerla, algunas mujeres la odiaban de tal manera que si las miradas asesinaran, África habría muerto de todas las maneras más crueles posibles. Ella estaba de moda, era la diva de los programas de cotilleos y los paparazis de las revistas de corazón la perseguían sin descanso.

El estómago se le revolvió al tomar conciencia de que si alguien los había fotografiado saliendo juntos de la fiesta, su vida se convertiría en un infierno. Se levantó de la cama sin hacer ruido, entrelazó los dedos en la nuca y empezó a pasearse por delante de la enorme ventana de cristal que había frente a la cama. Santander dormía, y las luces le otorgaban un aire bohemio y relajante. Pero no para él, que se sentía como si lo llevaran al matadero. ¿Qué demonios había hecho? Si lo que buscaba era suicidarse, sin duda lo estaba consiguiendo; ni saltando al vacío por la ventana conseguiría lastimarse más de lo que lo había hecho esa noche. A cada minuto que pasaba, su ánimo decaía a un ritmo vertiginoso, y esa vocecita maléfica de su cabeza, que se mofaba entre risas diciéndole que era un gilipollas, le crispaba los nervios.

Era demasiado consciente de su poco tino al haber consentido que la presentadora se acercara durante la fiesta y que se restregara en su cuerpo como una gata en celo. Siempre la había mantenido a distancia, precisamente para ahorrarse problemas. Ya había intentado seducir a su padre cinco años atrás, cuando se quedó viudo, y había sido listo rechazándola con su diplomacia elegante, de la que siempre hacía gala y tan característica en su manera de ser. Incluso su hermano Ricardo la quería lejos, pues sabía de la ambición de la susodicha por pescar un Ríos. Todos habían sido listos, no como él, que había sucumbido a la magia femenina de África, acostándose con ella una vez. No obstante, por nada del mundo habría una segunda, eso lo tenía clarísimo, tan claro que si tenía que hacerse un nudo en su polla, no se lo pensaría dos veces.

Eduardo, o Edu, como lo llamaban sus conocidos, vivía en Santander, en un ático-dúplex de doscientos metros cuadrados ubicado en el Sardinero, la zona más pudiente de la ciudad. Ricardo también tenía su hogar en el Sardinero, se podía ir andando, pero desde que vivía con Cam, se pasaba más tiempo en la granja escuela de ella, en Fontibre. La vivienda de Edu era de estilo moderno, con enormes vidrieras que hacían de paredes transparentes. Estas estaban ligeramente inclinadas y encaradas al mar, y creaban la sensación de estar en la cima del mundo. Además, eran el principal foco de luz, por donde la claridad natural entraba a raudales y rebotaba en los muebles blancos de líneas rectas, con algunos toques en madera oscuros y detalles plateados, resaltando la sensación de pureza. A Edu siempre le había gustado el lujo y no había escatimado en darle clase a su hogar contratando a expertos decoradores. El resultado había sido espectacular, y él se sentía muy satisfecho.

Decidió que se daría una ducha, pues sería lo único que lo relajaría en ese instante. Como África dormía y no quería despertarla, se fue al baño del piso de abajo. Descendió por los peldaños y pasó por delante del hall, que distribuía el inmueble en dos zonas: a la izquierda se ubicaba un baño de invitados, un despacho y la zona de día, donde el comedor y la cocina tenían una distribución abierta y amplia con unas vistas impresionantes al mar Cantábrico, incluso había una chimenea de gas de diseño delante del sofá. Y a la derecha del hall, llevaba a la escalera por donde él había descendido y por la cual se accedía a la segunda planta en la que se encontraban dos dormitorios con sus respectivos baños. La suite principal disponía de un enorme vestidor y baño en el que había un jacuzzi.

Entró en el baño, que si bien era más sencillo que el de su dormitorio, había una ducha, que era todo lo que necesitaba en ese momento. Se metió bajo la alcachofa y suspiró mientras la lluvia caliente caía sobre él. Con las manos, se restregó con vigorosidad la cara en un intento de aclararse la mente. Unos segundos después, se apoyó con las palmas de las manos de caras a la pared, alicatada de losas de mármol de Carrara, e inclinó la cabeza para que el agua acariciara su espalda y la relajara. Estaba tan absorto en las sensaciones que le producían las gotas al estrellarse en su piel que no reparó en que África abría la puerta acristalada de acceso a la ducha. Entró y se colocó detrás de él, le rodeó con sus manos el torso y pegó sus grandes pechos en su espalda.

—Edu...

El hombre se dio la vuelta de inmediato y se encontró con el bello rostro de la presentadora. Su melena pelirroja empezaba a mojarse y lo miraba con sus ojos grises velados por el deseo. Los labios estaban medio abiertos y mojados. Sin duda era una mujer sensual, lujuria pura, y el sueño de muchos varones. Pero no el de Edu, que la miró con sus ojos turquesa llenos de indiferencia.

Sin cruzar una palabra, ella adelantó su mano y agarró su pene. Sin embargo, él rechazó la invitación, se limitó a escabullirse de la ducha sin tan siquiera mirarla y se colocó una toalla alrededor de la cintura. Cogió otra para secarse el pelo negro, se quitó la humedad con movimientos vigorosos, evidenciando su mal humor mientras la miraba. Ella lo contemplaba con una sonrisa de triunfo en sus labios que él detestó. Edu maldijo en silencio por milésima vez esa noche, al tiempo que sacaba otra toalla grande del armario y se la alargó. En un primer momento, ella la miró como si no supiera qué hacer con esta, era evidente que le encantaba estar desnuda y que buscaba seducirlo con su cuerpo perfecto. Pero cuando la mirada azul turquesa de Edu se endureció, la presentadora captó al vuelo el mensaje y utilizó la toalla para liársela alrededor de su cuerpo.

—Llamaré a un taxi —dijo él con sequedad.

Edu se fue a su dormitorio, cogió el móvil de

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