Un invitado inesperado (Contigo a cualquier hora 6)

Chris de Wit

Fragmento

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Prólogo

Abrió los ojos con lentitud. Su cabeza estallaba de dolor, y se sentía agobiada por la sed.

«El alcohol no es tu mejor amigo», se dijo Valentina mientras estiraba el cuerpo como un gato. Al hacerlo, su mano izquierda rozó el cabecero de la cama, y algo ajeno a ella provocó un extraño ruido que le llamó la atención. Al enfocar la mirada en la causa del sonido, se cubrió la boca con la mano.  

Se incorporó en la cama y escudriñó el anillo que portaba en su dedo anular, el cual resplandecía frente a sus ojos, desconocedor de la angustia que comenzaba a invadir su interior.

«No puede ser...», se dijo con el corazón latiendo desbocado.

Giró el rostro, y al divisar la figura imponente y desnuda que dormía a su lado, contuvo un gemido en la garganta. Dos lágrimas gruesas se derramaron por sus mejillas. ¿Qué había hecho, por Dios? Se observó los pechos inflamados de caricias, así como las marcas de suaves mordidas en los muslos y en los hombros.

—La has cagado de verdad, Valentina —se reprochó por lo bajo, en tanto se levantaba con cuidado para no despertar al sujeto de cabello rubio.

Sorbiendo por la nariz, recogió la ropa desparramada en el suelo y se la colocó a toda prisa. A continuación, tomó su cartera y se dirigió hacia la puerta. Una vez ahí, se detuvo y, con algo de esfuerzo, logró quitarse el anillo, que depositó sobre la cómoda. Antes de salir, contempló por última vez al hombre más hermoso que hubiese visto en la vida y susurró:

—Adiós, amor.

Y con pasos apresurados dejó atrás aquella locura.

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PRIMERA PARTE

El olvido es una forma de libertad.

Khalil Gibran

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Capítulo 1

Valentina Gambín bajó las persianas que cubrían parte del ventanal en un intento de apaciguar la elevada temperatura del verano español que, como todos los años, estaba resultando bastante sofocante. Poco le importaba, porque ella amaba Santander, y si había algo de lo cual agradecer a sus padres era que su historia de odio-amor hubiese transcurrido en aquel sitio de ensueño al cual Valentina, ni en sus más locos sueños, se atrevería a abandonar.

Su padre, Antonio Gambín, era un argentino que a los veintidós años había emigrado a España en busca de un mejor porvenir. A los pocos meses, había conocido a Julieta Santos, una bellísima santanderina que lo conquistó con sus ojos verdes y sus curvas inolvidables. Recién casados, se habían instalado en una pequeña y rústica casita al lado de la playa, lugar en el que Valentina abrió los ojos por primera vez, treinta y dos años atrás.

Lamentablemente, no guardaba buenos recuerdos de su infancia, sobre todo por la tortuosa relación de sus padres, pero lo que la había salvado de volverse loca era el inmenso amor que desde niña albergaba por la tierra y el mar. Un sentimiento que vibraría en su corazón para siempre. 

El sonido de unos golpes a la puerta interrumpió sus pensamientos. Al abrirla, se encontró con Laura.

—Cielo, ¡qué gusto verte! —exclamó Valentina abrazando a su mejor amiga.

Cuando se separaron, Laura mostró un paquete que llevaba en la mano.

—Cruasanes con queso.

—Eres un tesoro —aseguró Valentina con una sonrisa radiante, ya que eran su debilidad—. Pero ven, siéntate y termina de contar lo que debimos interrumpir, por culpa de mi trabajo, en la charla telefónica de esta mañana.

—Es que todavía no me lo puedo creer —dijo Laura mientras se ubicaba junto a ella en el sofá de cinco cuerpos. 

—Me siento tan dichosa por ti. Gracias a Dios, Javier y tú han logrado superar al grano en el culo de Fonsi.

Su amiga sonrió de oreja a oreja.

—Te juro que creí que perdía el rumbo.

—Fuiste valiente al presentarte en el apartamento de Javi y exponer tus sentimientos. Te admiro de verdad. 

Laura estiró la mano para acercarle la bolsa con cruasanes.

—Toma, Valen. Tenemos mucho de qué conversar y solo disponemos de media hora.

—Gracias —susurró Valentina antes de llevarse uno a la boca.

Se encontraban en su despacho ubicado en la cadena de televisión MCT, Mar Cantábrico Televisión, donde ella se desempeñaba como guionista, una de las tantas y tantos que trabajaban para la empresa.

—Me moría de miedo, Valen, pero era lo que dictaba mi corazón. —No bien pronunció esas palabras, Valentina clavó la vista en la de Laura y reconoció en sus pupilas un anhelo que no la tomó de sorpresa. No era la primera vez—. Pero antes de seguir hablando de mí, deseo quedarme con la frase que ha salido de tu boca y pedirte que la valiente ahora seas tú. Por favor, cuéntame de aquellas vacaciones...

—¿De nuevo, Lau? —interrumpió Valentina levantándose con rapidez, como hacía cuando alguien intentaba indagar sobre el suceso del que no quería discutir—. No sé cuántas veces te lo he repetido. ¡Nada! 

Se aproximó a su escritorio y revolvió algunos papeles que los asistentes le habían entregado esa mañana. Los guiones pertenecían a un programa que Ricardo Ríos, uno de los jefes de la empresa, había creado y cuya primera temporada había culminado con un rotundo éxito. Se llamaba Mujeres emprendedoras, y, en su momento, Ricardo había echado mano de este para enamorar a Cam, su actual novia, prima de Laura y, también, amiga de Valentina. 

—No te creo.

La voz de Laura provocó que Valentina se encogiese de hombros. 

—No sé qué te propones averiguar. 

—Hay algo allí —dijo su interlocutora señalándole el corazón— que no me cuadra, y me gustaría que lo expulsases de una vez. 

—Yo...

—¡Soy tu mejor amiga, cielo! 

Laura tenía razón, sin embargo, Valentina todavía no estaba preparada para desembuchar algo que llevaba sepultado en su interior desde hacía más de un año. Por eso, se atrevió a decir:

—¿Podemos seguir platicando sobre tu relación con Javi en vez de sondear sobre algo que solo existe en tu imaginación?

La expresión en el rostro de su amiga no la tomó de sorpresa. Laura sabía que mentía, pero Valentina abrigaba la esperanza de que hablar del hombre que había traído el verdadero amor a su vida la distraería de su indagatoria.

—Sabes adónde apuntar, Valen, pero no me subestimes. Desde que regresaste de ese viaje no eres la misma, y me juego la cabeza a que el motivo de tu cambio se debe a algo que pasó allí. 

Agotada, Valentina agachó la cabeza y susurró:

—Quiero pedirte un favor, Lau.

Su amiga se puso de pie y, al llegar a su lado, le pasó el brazo por el hombro. Ella la entendía mejor que nadie.

—Lo que quieras.

Valentina alzó la mirada.

—Confía en mí.

—Siempre lo he hecho, tesoro.

—Entonces, quédate tranquila. Cuando esté lista para comunicar lo que juré olvidar, tú serás la primera en saberlo. Mientras tanto, te ruego que no toquemos más este tema.

Laura la escrutó un instante hasta que asintió.

—Respetaré tu decisión. Pero no tardes mucho, porque sabes que es sano contar las cosas que nos carcomen. Y te aseguro que, sea lo que sea que alberga tu corazón, te lo está haciendo trizas. 

Valentina apretó la mano que descansaba sobre su hombro.

—Gracias.

Laura le regaló una de sus sonrisas más radiantes y se apartó para sentarse otra vez en el sofá.

—Con respecto a Javi y a mí, solo puedo decirte que estamos felicísimos. 

Valentina respiró aliviada por el cambio de tema. Laura, sin ninguna duda, era una mujer muy empática y la calaba en lo más hondo.

—Me da muchísimo gusto verlo tan enamorado de ti. ¡Lo mereces!

—Anoche cenamos juntos en casa de mamá. También estaba Matías, quien bebe los vientos por ella. 

—Cuando lo veo caminar por los pasillos de la empresa, se aprecia sonriente y hasta es capaz de ir silbando una canción. 

Rieron con ganas. Matías Ríos era el dueño de la cadena televisiva y, desde hacía un tiempo, el novio oficial de Águeda Rosas, la madre de Laura y de sus dos hermanas: Daniela y Aitana.

—Mamá revoluciona los corazones masculinos. 

—Su parecido a Jane Fonda la vuelve irresistible. 

—Pues él no debe de quedarse atrás. Me recuerda a Sean Connery. 

—¡Exacto! —respondió Valentina juntando las manos y apoyando las caderas en el borde del escritorio—. Pero ahora, cuéntame acerca de la cena. 

—Al principio, Javi y yo estábamos nerviosos. ¡Nuestras madres siempre quisieron vernos juntos!

Valentina podía dar fe de ello. La madre de Javier, Begoña, y Águeda se conocían desde niñas, y desde el primer día que jugaron a las muñecas se habían convertido en íntimas amigas. Cuando tuvieron a sus hijos, ambas habían expresado su deseo de emparejar a Laura y a Javier, aunque nunca se había dado la ocasión para presentarlos. Al llegar ese día, las mujeres se llevaron la grata sorpresa de que la vida ya se había encargado de reunirlos y que, a partir de entonces, habían iniciado su romance. 

—¿Y?

—A medida que nos ventilamos el vino que Matías nos sirvió, comenzamos a relajarnos y a abrirnos, hasta que, en medio de los postres, Javier le aseguró a mamá que me ama con locura. 

Valentina abrió grande los ojos en tanto se le hacía un nudo en la garganta. 

El corazón de Laura había sufrido demasiado por culpa de un desgraciado con el que había tenido un romance en Londres cuatro años atrás. Había quedado tan inutilizada emocionalmente que Valentina había temido por el futuro de su gran amiga. Pero, a Dios gracias, lo acontecido la noche anterior aplacaba sus miedos y, en su lugar, surgía una vibrante confianza en el camino que Javier y Laura emprenderían juntos. 

—Aunque yo lo sé —prosiguió Laura—, el que Javi se lo haya dicho a mamá de esa forma tan cabal provocó que un pedazo de patata al horno se me atragantase en la garganta y empezase a toser como una condenada. Un verdadero papelón.

—¡Laura! —exclamó Valentina al imaginar la situación. 

—No te lo imaginas. Javier me daba de beber de su agua mineral, pero al recordar el episodio, me ahogaba otra vez y escupía el líquido por la boca y la nariz. Un asco.

—Bastante boluda has resultado.  

—Ni que lo digas... Encima, en ese instante llegó Daniela acompañada de su novio Sergio, quien se apresuró a abrazarme desde atrás para presionar y provocar que escupiera la puta patata de la boca.

—¿Lo logró?

—¿A ti qué te parece? ¡Joder! Todavía me duelen los músculos de la columna.  

—Como buen médico, sabe lo que hace, Lau. 

—De acuerdo. La cuestión es que Javi se puso blanco como la leche al no saber cómo ayudarme, pero después se dedicó a mimarme como solo él podía hacerlo. Hasta me dio un masaje en los pies que casi me condujo a un orgasmo.

Valentina tragó con dificultad.   

—¿Y eso? ¿Será que en Nueva Zelanda manejan técnicas secretas para generar esa clase de agitación? 

—Ni idea, Valen. Solo puedo decirte que mientras Javi me tocaba, perdí el sentido de la realidad, aunque alcancé a ver a los demás alzar las copas para brindar por la boda que se aproxima. 

Al escuchar las palabras de Laura, Valentina se maravilló: 

—Por Dios, ¿me estás diciendo que Matías y Águeda han fijado fecha?

—¡Sí!

—¿Para cuándo?

—El 22 de agosto. 

 Se fijó en el calendario de su teléfono.

—En un par de meses.

—Sí. Hay muchísimo que planificar, y tú —la señaló— no te salvarás de ayudarnos. 

—No pienso perderme ningún detalle. ¿Cuándo empezamos? 

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Capítulo 2

Toke Lund Svendson trotaba por las calles aledañas al puerto de Copenhague. Llevaba un humor de perros y necesitaba descargar la adrenalina que recorría su cuerpo. A veces tenía ganas de mandar al cuerno su carrera cuando esas cosas ocurrían, porque odiaba la falta de control en las personas.

Toke era løjtnant, un teniente de la Marina danesa que tenía a su cargo, entre otras cosas, dirigir el grupo de hombres especializados en el sistema de armamento de los barcos mayores de guerra y prepararlos para las exigencias establecidas por la OTAN.

Si bien la disciplina que desempeñaban los soldados era estricta y altamente calificada, en los últimos días habían sucedido un par de tumultos que a él no le habían gustado un carajo, y que dos noches atrás habían culminado en un acto por completo embarazoso. Tampoco le sorprendía. Cuatro mil quinientos marineros de dieciséis naciones reunidos en cuarenta buques de guerras en el puerto de Copenhague no era moco de pavo. Se habían encontrado para llevar a cabo un ejercicio naval en el mar Báltico, bajo los auspicios de la alianza de defensa de la OTAN, denominado Costas del Norte. Duraría doce días, y tanta testosterona concentrada en un solo punto podía resultar una bomba de tiempo. 

El mencionado ejercicio se realizaba cada año, y en este los marineros entrenaban operaciones marítimas que demostraban la presencia de la OTAN en el mar Báltico, y que reforzaban la cooperación y la voluntad de defensa entre las naciones aliadas. 

Ante tal honorable causa, Toke no toleraba que un grupo de hombres formados para representar la nación danesa y destacar en los mares del mundo pudiesen haber caído tan bajo como para que, aquella noche, terminasen peleando como salvajes contra soldados noruegos en un bar de la ciudad.

Las trifulcas entre marineros no eran desacostumbradas, pero ese hecho en particular había alcanzado una publicidad inusitada debido a que varios de sus hombres, borrachos como cubas, habían apaleado al príncipe Haakon Magnus, el heredero del trono de Noruega.

El futuro rey había estudiado y participado en la Marina de su país, y su presencia representaba un acto de honor y confianza al compromiso existente entre las naciones congregadas en Copenhague. Por eso, cuando el monarca había acudido al bar junto a su batallón en forma pacífica y los hombres de Toke habían iniciado la pelea que culminó con Magnus internado en una clínica de Copenhague, todo se había desplomado al suelo.

Respiró hondo varias veces, intentando que el aire llegase a sus pulmones y que ganase a la rabia que lo ahogaba al recordar cómo la policía lo había contactado una hora después de la contienda para informarle de lo acontecido. Toke, enfurecido, había mandado llamar a sus soldados de inmediato, debido a que solo él podía hacerse cargo de ellos a causa de la inmunidad que los militares contaban frente a las autoridades policiales.

Apresuró la marcha al recordar el motivo de la pelea, ese mismo que había conducido a tantos hombres, en la historia del mundo, a muchas de las más cruentas batallas: el deseo por una misma mujer.

No conocía al marinero noruego implicado, aunque sí al danés, quien, entre lágrimas, había confesado su amor por una chica de ese país, cuyo novio era con quien se había enzarzado en la pelea. Las alianzas entre soldados eran fuertes e incuestionables, por lo que si uno de ellos se encontraba en aprietos, los amigos se sumaban a la escaramuza sin preguntar la razón.  

—Idiotas —masculló entre dientes, mientras se quitaba el sudor que le caía por las sienes con el dorso de la mano.

Prosiguió trotando con un amargo sabor en la boca ya que, si tenía que ser honesto, poco podía criticar al muchacho. Él mismo habría hecho algo similar si la joven en cuestión hubiese sido Soledad Santillán, aquella que había puesto su mundo patas arriba.

Al rememorarla, el estómago se le contrajo y la bronca volvió a sofocarlo. Estaba harto de pensar en ella sin ser capaz de arrancársela del corazón, por lo que eligió quemar los últimos restos de adrenalina que le quedaban en el cuerpo con una carrera a toda velocidad hacia el barco Margrethe.

Al arribar a la gigantesca figura de hierro que descansaba en las aguas del Øresund, subió las escaleras y, en el rellano, dos soldados lo recibieron con la venia que el protocolo exigía y que él devolvió. 

Una vez en sus aposentos, procedió a darse una ducha y a vestirse para la cena. Esa noche tendría una reunión con los más altos jefes de varias naciones en donde se discutirían las próximas maniobras a desarrollar en alta mar.

Miró el reloj. Le quedaba una hora para revisar unos documentos, por lo que se sentó frente a su escritorio y procedió a su lectura. Apenas habían pasado unos minutos cuando su teléfono móvil sonó. Al reconocer el número en la pantalla, se apresuró a atender.

 —¿Qué tiene para mí, Christiansen?

—Buenas noticias.

Al escuchar las palabras de su interlocutor, Toke inhaló con la boca enjuta.

—Soy todo oídos.

—La información que hemos estado esperando ha llegado a mis manos. Gracias a ella, dimos con su esposa.

Cerró los ojos, acosado por un torbellino de sentimientos que dejó atrás a la OTAN, así como al príncipe y todo lo relacionado con él. Solo una imagen colmaba sus emociones, su mente y, también, su respiración.

—¿Dónde está?

—En España. 

Una furia inusitada recorrió su espalda. Soledad era procedente de ese país, así que no entendía cómo Peter Christiansen, el investigador que había contratado y que le costaba una buena fortuna, había demorado más de un año en dar con su paradero.   

—Usted me está tomando por estúpido, ¿no? 

—Sé lo que piensa —lo interrumpió el hombre—. Pero la muchacha no es tonta.

—¿A qué se refiere? 

—A que ha sabido jugar sus fichas.

Toke reclinó el cuerpo contra el sillón, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

—¿Qué está insinuando?

—Por favor, anote lo que voy a decirle.

Tomó un bolígrafo de la mesa y lo apretó entre los dedos. 

—¡Hable, Christiansen! —bramó, pero al oír las palabras del sujeto, empalideció.

Y Toke comprendió.

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Capítulo 3

—Iván hace el ramo de novia de calas, ¿no?

La pregunta de María provocó que las jóvenes a su lado asintiesen.

Esa tarde, Laura había llamado a Valentina para invitarla a participar de los preparativos de la boda. Se habían reunido, junto con Aitana y con las primas de las chicas, Cam y María, en el apartamento que Daniela compartía con su novio, Sergio.  

Cada vez que Valentina contemplaba a esas fabulosas mujeres, se enorgullecía de la unión que existía entre ellas, la cual, estaba segura, era resultado del enorme corazón de Águeda. Y lo que no dejaba de sorprenderla era constatar cómo la vida se había encargado de vincularlas con los hombres Ríos.

Matías Ríos tenía tres hijos: Ricardo, Eduardo y Guillermo. Los dos primeros, además de trabajar junto a su padre en la cadena televisiva, eran las parejas de Cam y María, a quienes Águeda amaba como si fuesen sus propias hijas. Por su parte, Guillermo había encontrado el amor en brazos de Lily, una joven monitora de Liverpool a quien había conocido durante un viaje a las montañas. Al continuar con un doctorado sobre la obra de John Stuart Mill y su impacto en la sociedad del siglo XIX, Guillermo asistía dos veces por semana a la cadena, aunque Valentina había escuchado decir a los hermanos mayores que el menor de los Ríos albergaba la intención de implicarse cada vez más en el negocio familiar.  

Al pensar en Lily, Valentina sintió un poco de pena, ya que la joven no había podido asistir al encuentro con ellas debido a una clase de yoga que debía impartir. No la conocía demasiado y había abrigado la esperanza de hacerlo ese día. De todos modos, confiaba en contar con futuras oportunidades para confraternizar con la inglesita de la que todos hablaban con tanto afecto.  

Una vez que estuvieron listas, lo primero a lo que se habían dedicado fue a revisar fotos impresas, descargadas de Google, de arreglos florales para centros de mesas y decoración del lugar de la boda. Por suerte, después de una hora de debate, habían arribado a un acuerdo.

—¿A quién le confiaremos el trabajo? —preguntó Aitana y miró a Valentina—. No sé si Laura te lo ha comentado, pero Iván lamentó no poder ayudarnos con esta parte de la tarea.

—No, no tuve oportunidad de decírselo —replicó Laura al mismo tiempo que Valentina negaba con la cabeza.

—Para la fecha en que se casan Matías y mamá —comenzó a explicar Aitana, quien degustaba un pedazo de tarta de manzana que María había hecho—, el amigo de mi hermana ya había concretado la realización del decorado de los salones para otras tres bodas y un cumpleaños, así que solo pudo comprometerse para hacer el ramo.

—Gracias por ponerme al tanto —dijo Valentina, sonriente, en el preciso instante en que comenzó a sonar su móvil.

—¿Ya empiezas? —preguntó Laura arqueando una ceja.

Valentina asintió frustrada. Uno de los abogados del departamento legal de MCT no había parado de comunicarse con ella desde la mañana. La protagonista de una telenovela que la cadena emitía había enviado al canal una demanda por problema en su caché. Por un error del personal, el contrato con la actriz se había extraviado, por lo que se había ocasionado un descalabro entre los abogados. Por suerte, Valentina había dado con él y había examinado los papeles y descubierto algunas cláusulas que le interesarían al departamento legal. Si bien no era abogada, conocía al dedillo muchas de esas cuestiones, porque su adicción al trabajo provocaba que se hiciese cargo de muchas más cosas de las que le correspondían. Y encima, lo hacía bien.

—Discúlpenme. Tomo esta llamada y enseguida regreso.

—Más te vale —respondió Laura con fastidio. Su amiga, mejor que nadie, sabía las horas interminables que utilizaba en MCT.

—Hola, Marcos. ¿Recibiste la documentación que te envié?

—Por eso te llamo. Gracias a ti, podremos detener a esta tía que se cree la diosa de la televisión. Se negaba a seguir con las grabaciones si no duplicábamos su sueldo.

—En su contrato existe un pacto de plena dedicación para su actividad artística, por lo que ella percibe la cantidad adicional que pactó con ustedes al momento de firmarlo. Ella no puede rescindir el acuerdo en forma unilateral, ya que, en ese caso, MCT podría exigirle una indemnización por daños y perjuicios.

—Por Dios, Valentina, podrías sumarte a nuestro staff. De verdad, valoramos tu rápida actuación. Por eso quiero invitarte a cenar un día de esta semana, ¿qué te parece?

Valentina prosiguió con la conversación, sabiendo que Marcos lo hacía en calidad de amigo agradecido, pero como ella no quería generar ningún tipo de expectativa en los hombres, se despidió con la excusa de que apenas tuviese un espacio libre, lo llamaría. Lamentaba haberle mentido, pero demasiado tenía con sus recuerdos.

Después de cortar, se unió a las chicas justo cuando Cam levantaba la mano. Como eran muchas mujeres, se habían puesto de acuerdo en que, ante una pregunta, utilizarían esa estrategia para respetar el orden y la palabra de cada una. A su vez, Laura sería la encargada de escribir todo lo que acordasen ese día.

—¿Sí? 

—Tengo una propuesta.

—¿A ver?

La curiosidad de María representaba a las de las demás allí presentes, sobre todo la de Valentina al haberse perdido parte de la conversación.

—Una de las jóvenes que trabaja en la granja, Aída, y que enseña a los niños sobre herboristería y flores, dedica su tiempo libre a hacer decoraciones para bodas, bautizos y cumpleaños. Se me había ocurrido que ella, ayudada por los niños, podría realizar esas preciosidades.  

—Guau —susurró Aitana con los ojos agrandados, y todas sonrieron. Valentina también, a la vez que suspiraba aliviada al comprobar que no se había perdido mucho de la conversación.

—Puedo aseguraros de que he visto los trabajos que esta muchacha hace y doy fe de que están a la altura de lo que merece la tía Águeda.

—Me encanta la idea de que los niños intervengan —agregó Valentina.

—Ellos podrían ayudar a conservar las flores en baldes con agua —explicó Cam—, como he visto hacer a Aída; a cortar los tallos y las hojas que están de más; las cintas que adornarán los centros... en fin, todo aquello que a Aída le parezca y que resulte una tarea para los peques, quienes, estoy segura, imprimirán una hermosa energía a esas flores.

—No se diga más —afirmó Daniela, y las demás estuvieron de acuerdo.

Cam asintió con una sonrisa radiante. Valentina conocía el gran esfuerzo que la muchacha volcaba en la granja escuela que dirigía y no tenía duda de que se sentiría orgullosa de colaborar con la tía Águeda.

—Lo que sí, Cam —apuntó Laura a su prima, quien clavó sus ojos celestes en ella—, si Aída decide poner algún detalle verde en lo

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