1
El gran y largo camino blanco
Desde que era niña, Lux Dickson sabía que sería actriz en Broadway; no quería ser otra cosa. Todo había comenzado cuando a los cinco años sus abuelos la habían llevado a Nueva York a ver una producción de La Bella y la Bestia. En cuanto el telón se había levantado, Lux había sentido como si entrara en un mundo mágico, como el que había visto en Disney cuando había ido de vacaciones con sus padres y sus hermanas.
El castillo gigante en el que vivía la bestia, los personajes —Lumiere convertido en candelabro, la señora Potts transformada en tetera y su hijo Chip en tacita; eran personas reales disfrazadas—, las canciones que cantaban y los bailes que hacían mientras relataban la historia eran como los que había visto en la película, pero en vivo y en directo, encima de un escenario que estaba a solo unos metros de ella.
Cuando habían salido del teatro, sus abuelos le habían preguntado qué le había parecido y lo único que Lux atinó a decir fue que cuando fuera grande quería ser eso, y cuando su abuela le había preguntado a qué se refería con «eso», esta les había dicho que a actuar, bailar, cantar, estar en un escenario. A esas alturas habían llegado a un restaurante de la Séptima Avenida, por lo que, tras ordenar la cena, sus abuelos le habían dicho que, si quería actuar en Broadway, debía comenzar a prepararse desde pequeña, ir a clases de danza, canto y actuación, que tal vez incluso podía acudir al teatro local en Greenwich, Connecticut, en donde ella vivía.
Esa noche, en cuanto había llegado a su casa, les había contado a sus padres, toda excitada, sobre el musical y que cuando fuera grande quería ser una actriz de musicales en Broadway, por lo que debían enviarla a clases de actuación, danza y canto. Sus padres habían intercambiado una mirada entre divertida e incrédula, pero habían accedido a mandarla, para que de paso hiciera algo más que ir a la escuela. Sus dos hermanas mayores, Vivianne y Clare, tomaban lecciones de piano, ballet e idiomas. De todos modos, creían que con el tiempo Lux cambiaría de opinión, que solo quería ser actriz de Broadway porque, como era la primera vez que había visto un musical, había quedado deslumbrada y era lógico; todas las niñas debían de querer serlo tras ver uno. Pero, a medida que fue creciendo, Lux siguió tomando clases, participando en producciones locales y escolares, y nadie podía sacarle de la cabeza la idea de que sería una actriz, bailarina y cantante.
Cuando había llegado el momento de tomar los exámenes de admisión para la universidad, sus padres le habían preguntado durante la cena qué carreras escogería —ni siquiera las universidades—. Lux los había mirado extrañada, como si en los últimos doce años no hubiera hablado de otra cosa que no fuera ser actriz de comedias musicales, pero cuando les había dicho esto, en tono de obviedad, los dos habían intercambiado una mirada que Lux interpretó como preocupada. Después su padre le había dicho, con la cadencia suave que adoptaba cuando quería decirles algo importante a sus hijas, que era mejor considerar otras opciones más prácticas. Y su madre había añadido que tal vez podría ser profesora de canto, baile y actuación, poner una academia o algo así, y en sus tiempos libres ir a las audiciones. Lux no podía creer lo que estaba escuchando, pero luego le encontró sentido. Vivianne, su hermana mayor, era una abogada en Boston, en donde había estudiado, y Clare, la del medio, una dentista en un pueblo cerca de allí. Ambas habían escogido carreras «prácticas», o sea estables, que les brindaba un futuro seguro. Su madre le había dicho que entendían que era su sueño y que estaba bien preparada, pero que no era tan fácil llegar a tener un empleo fijo siendo actriz de musicales, y que fuera a muchas audiciones no significaba que conseguiría el protagónico a la primera, ni siquiera un papel secundario. Como si Lux no supiera todo esto ya. Por años había leído en internet historias de actores de Broadway y todos parecían tener el mismo camino: prepararse desde pequeños, actuar en cuantas producciones locales y escolares pudieran, tomar clases de canto, baile (de todo tipo) y actuación, ir a audiciones, en donde debían hacer fila por cuadras para el rol de un suplente o swing, desalentarse por no haber sido escogidos, seguir entrenándose y yendo a audiciones hasta que, finalmente, quedaban seleccionados. Era un círculo constante de entrenamientos, audiciones, rechazos hasta que llegaba tu oportunidad.
Lux era consciente de que una profesión en «El gran camino blanco» (como llamaban a Broadway) estaba llena de obstáculos y era una ruta sinuosa en la que no podía saltearse ni un paso o tomar atajos, que debía derramar mucha sangre y que, al igual que ella, había mucha gente en todo el país preparándose para ello. Además de que no era como las demás carreras en las que, en cuanto te graduabas de la universidad, encontrabas un empleo en una oficina o en un hospital o escuela. No había garantías de nada, ni de trabajo, ni de dinero o de seguro social. Lux sabía todo eso de antemano y se los dijo a sus padres de esa manera, para que entendieran que era lo único que quería hacer. Tal vez su madre tenía razón y podía poner una academia de danzas, música y actuación, pero lo principal sería intentar en Broadway.
Sus padres habían asentido como derrotados. Sabían que no podrían hacerla cambiar de opinión, así que le dijeron que escogiera una universidad en donde pudiera prepararse aún más. Desde luego que Lux había averiguado al respecto y, si bien muchos actores habían ido a Carnegie Mellon por la formación musical que tenía, esa estaba en Pensilvania, así que había elegido tres universidades de Nueva York para poder ir a audiciones, y se alegró cuando fue escogida en Pace; de ese modo estaría en la Gran Manzana, cerca de Broadway.
La primera audición a la que había ido había sido para un musical basado en un cuento de hadas. La noche anterior había estado preparando una canción y un monólogo —algo que siempre debía tener a mano para cualquier audición— y se había acostado nerviosa. Ese día se había levantado demasiado temprano y se había asegurado de acudir dos horas antes del horario requerido, aun así, tal como lo esperaba, ya había muchísima gente que pensó que le pedirían que se fuera y regresara otro día (lo que ocurría a veces cuando habían muchos actores en fila).
Cuando había llegado su turno se puso tan nerviosa que creyó que le daría una especie de miedo escénico. Había imaginado ese momento tantas veces y por fin estaba sucediendo, pero fue consciente de que la verían y escucharían y concentrarían su atención en ella. Recordó la voz de la señorita Gibbons, su profesora de canto, diciéndole que en la primera audición era natural paralizarse, después de todo era una experiencia por la que había estado esperando toda la vida, pero que recordara el tiempo que llevaba anhelando por esa oportunidad y que fuera ella misma. La primera vez que le había dicho eso, Lux le había preguntado qué significaba «ser uno mismo» cuando se estaba en una audición. La señora Gibbons le había respondido que ser como era ella misma cuando nadie la estaba mirando, que cantara como lo hacía cuando estaba sola, solo porque amaba cantar; porque cantar era parte de su existencia, casi tanto como respirar.
Así que, en cuanto Lux se acordó de esto, tomó aire, exhaló y comenzó a cantar. Desde luego que le habían dicho que la llamarían y nunca lo hicieron, pero era de esperar, y lo mismo les habría ocurrido a miles que habían ido a la audición. Así fue a muchas otras en las que tampoco la llamaban. Lux no podía negar que eso la desilusionaba un poco, pero, tal como la señorita Gibbons le había dicho muchas veces, solo debía seguir preparándose y yendo a audiciones hasta que, algún día, alguien apreciaría su talento y la contratarían.
Ese día llegó poco después de graduarse. Lux había estado trabajando como camarera para poder pagar la renta de su departamento que, por cierto, era demasiado elevada para ser del tamaño de un estudio. En realidad había recibido la llamada de su agente —una que había conseguido para parecer más profesional ante los productores y para que, de ese modo, otra persona se ocupara de informarle de los horarios y otras cuestiones. Esta le había pedido que se tomara una fotografía en primer plano y armara un currículo— anunciándole que querían verla una vez más. Lux había ido por lo menos a ocho audiciones para ese musical y le parecía que una más sería en vano; sabía que no conseguiría el papel, pero aun así iría.
Para cuando terminó de cantar le avisaron que había obtenido el rol, aunque era una swing, lo que significaba que era como una especie de suplente pero no de un solo personaje, sino de ocho, lo que era mucho; claro que había musicales en los que se sustituían a más de diez actores, así que, en ese caso, tal vez era un alivio.
Así que Lux debía ensayar cada uno de esos personajes, tanto las líneas como las canciones y las coreografías, y si una de las actrices que interpretaban esos roles se enfermaban, sufrían algún accidente en el escenario, o por cualquier otro inconveniente no podían estar presentes en el teatro, Lux ocupaba su lugar. Solo había ocurrido en dos ocasiones, y ni siquiera eran protagónicos, tampoco secundarios, eran más bien parte del elenco de bailarines y coro, pero estaba bien, porque eso le permitía estar en un musical de Broadway, recibir una paga mensual, a pesar de que a veces no hacía nada más que acudir al teatro, estar encerrada en el camarín para cumplir el horario que le correspondía y aguardar por si debía cubrir a un actor. Tampoco era un tiempo perdido, mientras estaba ahí leía, hablaba con las otras suplentes o swings, o se preparaba para otra audición, aunque claro que era frustrante estar en un teatro y no poder aparecer en el escenario cada día.
Una vez que ese musical hubo terminado, consiguió trabajo en otro, esta vez como parte del elenco y suplente, lo cual era un alivio. Eso significaba que solo debía ensayar su papel y el de uno de los personajes que cubría, no ocho como la vez anterior, además de que esto le permitía estar en el escenario cada noche.
Cuando esa producción culminó, estuvo unos meses sin trabajar en un teatro, así que tuvo que retomar su empleo de camarera en un bar nocturno. No le importaba hacerlo, tampoco le parecía denigrante, sabía que era solo una manera de ganar dinero para cubrir sus necesidades mientras seguía yendo a audiciones y, de todos modos, era lo que muchos actores hacían; aun así, sabía que a sus padres no les agradaba para nada. No les parecía correcto que una muchacha que había pasado toda su vida recibiendo la mejor instrucción anduviera sirviendo mesas, en su mayoría a ebrios, en especial cuando cuyas hermanas tenían empleos estables, pero Lux ya sabía que lo verían de esa forma, por lo que no le afectaba.
Una tarde su agente la había llamado para decirle que harían un revival de Guys and Dolls y que habría audiciones al día siguiente; desde luego que Lux había ido. Las ventajas de tener una agente era que no debía ir temprano a las audiciones y hacer fila como el resto. Esta arreglaba esa cuestión con los directores de casting, por lo que le asignaban un horario y su nombre ya quedaba apuntado en la planilla de estos.
Ese día, al llegar, se encontró con algunos rostros familiares de otras audiciones y, como era lógico, se habían puesto a especular respecto a quienes obtendrían los papeles protagónicos. Se mencionaron algunos nombres conocidos en el ambiente: para el personaje de Nathan Detroit, Randall McCormick, un muchacho bien parecido que había hecho el papel principal de varias producciones populares. Para el rol de Sarah Brown, Addison Hicks, que también había aparecido en musicales exitosos. Como Miss Adelaide, Kendra Kauffman, que había interpretado a Glinda en Wicked y su contrato había terminado hacía poco; de hecho, comentaban haberla visto por los pasillos. Y tal vez Demon West como Sky Masterson. Algunos incluso habían hecho apuestas sobre que serían esos cuatro.
Esa noche, tras regresar del bar, Lux se había desplomado en la cama cuando recibió un mensaje de su agente en el que le informaba que, un productor que la había visto cantar en un concierto, la quería contratar para un crucero por seis meses. Lux se quedó mirando a la pantalla mientras en su cabeza evaluaba esa oportunidad. Debía admitir que viajar por muchos sitios en un barco, en donde tenía la comida incluida y no debía pagar alquiler, era una idea bastante tentadora, además todo lo que debía hacer allí sería cantar cada noche y el resto del día tendría libre, aunque dentro del barco. Eso sin mencionar el hecho de que la halagaba que un productor la hubiera visto por ahí cantando y la hubiera tenido en cuenta. Sabía que eso era algo que ocurría a menudo, por lo que Nora, su agente, le había recomendado que incluso si cantaba en un karaoke lo hiciera de manera profesional; nunca se sabía quién te estaba viendo o escuchando.
La propuesta era tentadora por estas razones y porque hacía tiempo que no se tomaba unas vacaciones, y eso, en cierta forma, lo sería, ya que vería otros sitios que no serían Connecticut o Nueva York, por mucho que le gustaran ambos lugares, pero no se había movido de allí desde que se había graduado de la secundaria, ni siquiera cuando sus padres la habían invitado a viajar con ellos y sus hermanas. De inmediato le respondió que aceptaba y después se quedó dormida.
Como se había acostado tarde, al día siguiente se había levantado pasadas las once. En cuanto abrió los ojos revisó su teléfono y descubrió varias llamadas perdidas de Nora, su agente, y un mensaje en el que le pedía que se contactara con ella lo más rápido posible. Mientras marcaba su número, Lux pensó que era para ultimar los detalles del viaje, pero en cuanto escuchó que Nora le dijo que había quedado seleccionada para la producción de Guys and Dolls como una de las chicas Hot Box que bailaban con Miss Adelaide, además de una de las misioneras y la suplente de Sarah Brown —lo que significaba que si la actriz que tenía ese papel faltaba un día sería el debut de Lux en Broadway—, se puso pletórica.
Desde luego que se olvidó por completo de la propuesta de cantar en el crucero; estaría en un revival de uno de sus musicales preferidos y un día, tal vez, hasta sería una de las protagonistas.
2
Ciudad de ángeles
Hollywood. Allí era a donde Nathan Stanhope pertenecía. Había comenzado a actuar en películas a los quince, tras que un productor lo viera en una playa de Beverly Hills y lo alabara por su altura y apariencia y le hubiera dicho que buscaban muchachos como él en la industria cinematográfica. Después le había entregado una tarjeta con sus datos y le había dicho que lo llamara si estaba interesado. Nathan había tomado la tarjeta, pero con sus amigos se habían reído. La actuación era algo que jamás se le había pasado por la cabeza, a pesar de que vivía en California, cerca de Hollywood. Uno de sus amigos le había dicho que de seguro el productor les decía eso a muchos y a Nate le pareció que era así.
Cuando había llegado a su casa le había contado sobre ello a su padre, creyendo que se reiría, pero este había sostenido la tarjeta en sus dedos con expresión pensativa y después le había preguntado si no recordaba que cuando era niño solía decir que seguiría los pasos de su abuela Hester, la madre de este, quien había sido una actriz muy famosa en Broadway. Hester era la abuela preferida de Nathan y, como esta vivía en Nueva York, se veían muy poco, pero hablaban por teléfono a menudo.
Nathan rememoró las conversaciones que solía tener con ella sobre Broadway. Hester había comenzado a actuar a los quince, en los años cincuenta. Habían audiciones para un musical llamado Guys and Dolls y había sido escogida como una de las bailarinas, y unos años más tarde había obtenido el papel de una de las protagonistas en un revival —el equivalente a una remake en el mundo del cine— de esa producción y, desde entonces, había protagonizado varios musicales conocidos.
Por desgracia se había visto obligada a renunciar a su carrera tras un accidente que había tenido que le había dejado un poco mal la cadera, pero su reputación en Broadway perduraba.
De repente, Nathan se puso a pensar en su abuela, por lo que decidió llamarla para ponerse al día y, de paso, contarle sobre lo ocurrido esa tarde en la playa. Hester se había quedado un momento en silencio y después le había preguntado si eso era lo que quería hacer y Nate le había respondido que no sabía; en realidad todavía no había pensado qué podía ser. En la escuela estaba en el equipo de básquet, por su altura, y en una banda de música, porque le gustaba tocar la guitarra y cantar un poco, aunque no estuviera de vocalista, pero no se había puesto a vislumbrar qué profesión tendría. Nunca había actuado y tampoco se le había cruzado por la cabeza como una posible carrera, aunque claro que no tendría que serlo. Finalmente le había dicho a su abuela que iría a la audición solo para ver cómo era.
Una semana después fue hacia los estudios que estaban ubicados a más de una hora de su casa. Le dieron un guion y le explicaron que era para una comedia. Tuvo que aguardar en un salón mientras leía y después lo hicieron pasar a una habitación en donde estaba el productor que le había entregado la tarjeta junto a dos directores de casting. Primero leyó el guion y luego tuvo que recitar las líneas con alguien.
Esa noche recibió el llamado de uno de los directores para confirmarle que había obtenido el papel. Nathan no creyó que lo haría. Solo había ido a la audición por mera curiosidad, y en parte para probar, en cierto modo, la experiencia que había tenido su abuela, pero de repente tuvo que firmar un contrato con varias clausulas (por ser menor de edad debía tener un abogado y, como su padre era uno, este lo representaba en ese aspecto), ponerse a organizar sus horarios entre las grabaciones y las clases, familiarizase con un estudio de filmación, con las indicaciones que el director le daba, con las posiciones de