La locura de rimar contigo

Daniel De la Peña

Fragmento

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Me jodía sobremanera cuando a los tíos en los relatos de ficción (fuera en cine, series o literatura) se nos presentaba como seres insensibles, rudos y que nada nos hería.

Pues, señores y señoras, me llamo Lucas, tengo treinta años, soy poeta aficionado y acababan de partirme en dos el corazón. Aunque juraría que lo habían dinamitado directamente. Mi novia, después de tres años de relación, se había enamorado de otro tipo. Estaba convencido de que ese chico sí que era como los que presentan en las historias románticas y no sentía ni padecía. De lo contrario, se hubiera apiadado de mí y jamás se hubiese enamorado de Adriana, mi ex.

Así me encontraba, dolorido, perdido y sin ganas de relacionarme con el mundo. ¿Para qué? ¿Para que me traicionaran de nuevo? Solo quería comunicarme con Adri y era la única persona que no quería saber nada de mí. Irónico, ¿no? Me hubiese encantado saber cómo eran los protas de las historias de amor que, aparentemente, nada los lastimaba y así poder rehacer mi vida, superar la ruptura y ser feliz de nuevo..., pero eso sonaba tan a ficción.

Aquella mañana fría de enero, me levanté desganado y sin hambre. La resaca de la noche anterior y mi burdo intento de celebrar el fin de año habían conseguido que mi estado físico y mental estuviesen a la par: K.O. Hice tres cosas en exceso: comer, beber y llorar. ¡Suena tétrico, lo sé! Pero, cuando la persona que piensas que es la mujer de tu vida, en lugar de besarte bajo el muérdago, te confiesa que ya no te ama y que está enamorada de otro chico, os aseguro que las rosas, el arcoíris y hasta los putos teletubbies se tiñen de negro. Si al menos hubiese esperado hasta mediados de enero para romper conmigo, las fiestas navideñas no me habrían dado tanto repelús. Entre los cientos de maratones que emitían en televisión de películas empalagosas y con guiones pobres donde dos extraños se enamoraban, las parejitas que veía abrazadas por la calle y comprando regalos y mis familiares preguntándome por Adriana en cada comida o cena... ¡Deseé comprar un billete de avión y largarme al Caribe! Pero mi economía no estaba para tirar cohetes ni tenía el valor suficiente para viajar solo. Total, que para contrarrestar tanta cursilería amorosa-navideña me vi en Netflix las mejores sagas de terror y evité pisar cualquier centro comercial. Todos los regalos los compré en Amazon. ¡Bendita conexión a la red!

La puerta del cuarto se abrió y apareció con cautela mi madre.

—Cariño, ¿vas a salir a comer algo? —dijo con ternura.

Después de la agobiante fiesta de Nochevieja a la que había asistido hacía unas horas, decidí ir a dormir a casa de mi madre y alejarme de mi piso. Me recordaba tanto a Adri que necesitaba salir de allí de vez en cuando. Mi madre era buena consejera. Siempre tenía una palabra de aliento que me hacía sentir mejor. Su ejemplo era digno de seguir porque aquella mujer de sonrisa infinita había sacado adelante a su familia cuando mi padre nos abandonó. No dudó en aceptar todo tipo de trabajo ni le temblaron las piernas para arrodillarse a fregar portales y estudiar auxiliar de administrativo en sus escasos tiempos libres para que no me faltara de nada. Gracias a su esfuerzo, osadía y empeño consiguió un buen puesto de trabajo en un gran despacho de abogados de la ciudad. La admiraba y me sentía afortunado de ser su hijo... Sabía perfectamente que tenía muchos más ovarios que la mayoría de sus jefes y así lo había demostrado.

Ese día preparaba la comida de año nuevo en su casa y venían mis tíos y primos.

—Claro, mamá. Aunque no tengo mucho apetito...

Abrió la puerta para dejar pasar el olor de todo lo que había cocinado.

—He preparado un almuerzo muy especial. Huevos, jamón y longaniza —sonrió con más ansia que el payaso de It. ¡Ya os dije que había visto muchas pelis de miedo!

—Quizás pruebe algo... —dije con desgana. En realidad, estaba deseando devorar todo aquel festín. ¡Qué bien olía! ¡Cómo sabía levantarme la moral!

El almuerzo de mi madre me rescató de ultratumba y me sentí con el ánimo suficiente para enfrentarme a la comida familiar. Poco a poco, fueron llegando los invitados y yo repetía el mismo ritual. Abrir la puerta, saludar y recibir los halagos de mis tías: «Lucas, ¡estás guapísimo!», «¡cariño, casi no te reconozco! Eres el más apuesto de la familia». Yo sonreía con disimulo y deseaba que Adriana pudiera escuchar todos esos piropos que me regalaban, para que se arrepintiera y quisiera volver. Pero, seguramente, estaba durmiendo en la cama de su nuevo amor después de una noche de juerga y sexo pasional. Intenté hacer un esfuerzo para no pensar en ella... Suspiré y cambié mi gesto cuando vi a mi prima Raquel. ¡Me dio un vuelco el corazón! Llevaba dos años sin verla desde que se mudó a Madrid para trabajar en uno de los portales digitales de mayor prestigio y popularidad del país.

—¡Joder, Raquel! ¡Qué alegría! —le dije mientras nos fundíamos en un abrazo.

—¡Lucas, mi primo favorito! Te he echado en falta —exclamó feliz.

Nos separamos, mi sonrisa se quebró. Raquel y yo siempre habíamos tenido una relación muy estrecha hasta que se fue a vivir a la capital. Seguíamos en contacto por redes, pero dejamos en punto muerto nuestra complicidad y amistad.

—¿Qué te pasa? —susurró—. Hace días que no actualizas ni subes nada en tu perfil de Instagram y, ahora, pones ese careto de cachorrillo abandonado...

—He roto con Adri... —resoplé.

—¡Felicidades! Era una arpía que solo pensaba en ella misma y te utilizaba a su antojo. Nunca te lo dije, pero me caía fatal. No la soportaba. En sus redes vi que salía con otro chico, así que di por hecho lo de vuestra ruptura —soltó y se quedó tan fresca.

—Si ya lo sabías, ¿por qué no me llamaste para saber cómo estaba?

—Y tú, ¿por qué no hiciste lo mismo para contarme que habíais roto? —Me dejó sin argumentos.

—Lucas, dejémonos de echarnos en cara cosas superficiales. Lo importante es que ahora eres libre y que ve vuelto a Zaragoza para quedarme. —Levantó los brazos.

—¡¿Qué!? —¡Por fin una buena noticia!

Dio una vuelta sobre sí misma, dejando bailar su holgada falda roja y su melena larga y rubia mientras lucía una descarada sonrisa.

—Saluda a la nueva jefa de redacción de la sucursal de Top News en Zaragoza.

—¡Qué barbaridad, Raquel! ¡Felicidades! —La abracé de nuevo.

—¡Gracias, primo! Estos dos años me lo he currado mucho en Madrid y, ahora que el portal web va tan bien, han decidido abrir sucursales en distintas ciudades de España y me han dado la de Zaragoza.

—Estoy superorgulloso de ti.

Mi madre nos avisó que la comida estaba lista para que fuéramos al salón a devorar los aperitivos. Mi prima me cogió del brazo y susurró:

—¿Sabes lo que significa que haya vuelto a la ciudad?

—Miedo me da... —respondí.

—¡Que se acabó el aburrimiento! Así que borra esa expresión de estreñido y predisponte para volver a nuestras fiestas de los viejos tiempos y olvidarte de la pelma de Adriana.

—¿Cómo se consigue?

Raquel cogió dos copas de la mesa, las llenó de champán y me ofreció una.

—Para empezar, bébete esto... despu

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