Capítulo 1
Quizás sea que he vivido siempre rodeado de mujeres y en el momento que me ocurrió lo que voy a relatar no estaba yo en ese punto de fijarme excesivamente en ellas. Me fijaba, como era lógico, pero no demasiado. Mis prioridades entonces eran otras. Yo estaba más centrado en mis amigos, en mis estudios, en pasármelo bien y en hacer deporte. ¿Que una chica se acercaba?, pues no desaprovechaba la ocasión, pero no era algo que me preocupara en exceso. Obtenía lo que quería cuando quería.
Vivía con mi abuela, mi madre, mis dos hermanas, y la chica del servicio; el estar rodeado continuamente por mujeres no me afectaba en absoluto. Mi padre también vivía con nosotros pero apenas lo veíamos, no paraba de trabajar, pasaba más tiempo fuera de casa que en ella. Así que se podría decir que el único hombre de la familia era yo.
Una tarde de invierno estaba solo en casa. Mi abuela había salido con sus amigas al club social a jugar a las cartas como casi todas las tardes, mi madre y mis hermanas habían decidido ir de compras, y mi padre, para variar, estaba trabajando —era lo que tenía ser el dueño de una gran empresa, le absorbía todo su tiempo. La quietud de la casa, la tranquilidad y el día desapacible que había fuera creaban la atmósfera perfecta para mí. Yo estaba preparando mis exámenes y quería estudiar tranquilo. Tenía todos los elementos necesarios para conseguirlo. Por aquella época estaba muy centrado en mi carrera. Era mi segundo año en la universidad y, si al igual que el primero todo iba bien, mi padre me iba a regalar un viaje extraordinario. El año anterior estuve por varias capitales europeas y, si ese año aprobaba todo, le iba a pedir que el destino del próximo viaje fuera a los Estados Unidos. Quería hacer ese viaje por encima de todo. Había estado ya en Estados Unidos, con mis padres y mis hermanas, pero esta vez quería hacer mi vida. Casi siempre iba con algún amigo, al que como a mí, su padre se lo pagaba. Para mí era un premio por mis logros académicos, una motivación más para seguir estudiando y labrándome un porvenir. Mi padre consideraba que si estábamos motivados nuestro rendimiento sería mejor, y así era. No dudaba en quitarnos el capricho si las expectativas académicas no se cumplían. Para mí no suponía un problema. Era buen estudiante, y aunque alguna asignatura se me atravesaba, lograba sacarla adelante. El esfuerzo era evidente, pero ese esfuerzo al final tenía su recompensa. En mi caso, viajar.
Vivíamos en una zona bastante exclusiva en la que todos o casi todos poseíamos un estatus económico bastante alto y eso se notaba en todo, o en casi todo. Con esto no quiero alardear de nada, pero lo cierto era que mis compañeros de clase y mis amistades de la urbanización se movían en mi mismo mundo. Nos conocíamos todos, todos sabíamos lo que teníamos y en muchas ocasiones los padres de mis amigos tenían negocios en común unos con otros. Se podía decir que formábamos una amalgama de personas de la misma clase social que se movía en el mismo mundo. No éramos ajenos al resto, eso era evidente, pero los intereses, las aficiones y la vida en general que llevábamos era bastante similar.
Tenía todo preparado en mi habitación: los apuntes, agua para no tener que moverme de la silla, el ordenador donde ponía música para estudiar —música suave casi siempre, sin letra para no distraerme—. Siempre me había gustado estudiar con una melodía de fondo. Yo mismo también me había preparado, iba vestido con ropa cómoda, un pantalón de chándal, sudadera y unas zapatillas de andar por casa.
Estaba centrado en mis apuntes cuando se puso a llover de forma incesante, el agua rompía fuerte contra los cristales de mi habitación. Era una lluvia violenta, incluso los árboles del jardín eran movidos con furia. Tras unos segundos observando cómo se agitaban las ramas volví a lo mío, tenía que centrarme. Estuve bastante tiempo concentrado en mis apuntes, con mi rotulador fluorescente y tomando algunas notas para ayudarme a retener lo que estaba estudiando. El caso era que entre la música y la lluvia se había creado un ambiente muy favorable para mí. Me sentía seguro dentro de mi casa y motivado como nunca para sacar adelante el examen que tenía entre manos y también los siguientes.
El timbre sonó, no había nadie más en casa, así que no me quedó otra opción que bajar a abrir. Quien fuera no era de la familia porque no tenía llaves. Y el timbre que sonaba era el de la puerta del jardín, no el del edificio principal. Descolgué el telefonillo y pregunté quién era. Una voz agitada me contestó.
—Soy Amelia —dijo una voz femenina algo distorsionada por el propio micrófono del telefonillo y por el ruido de la lluvia.
Sin dudarlo abrí.
Amelia era amiga de mi hermana pequeña Beca, se llama Rebeca, pero en casa todos la llamábamos Beca. De hecho a ninguno de nosotros nos llamábamos por nuestro nombre completo, cosa que no entiendo: yo soy Oli, de Oliver; mi hermana mayor, Clau, de Claudia. Seguro que nuestros padres estuvieron exprimiéndose el cerebro y al final nuestros nombres se han visto reducidos a una o dos sílabas como mucho.
Al rato volvieron a tocar al timbre, esta vez el de la puerta principal. Abrí raudo y allí estaba ella, Amelia, empapada. Llevaba una gabardina color beige que se había vuelto más oscura debido al agua que escurría por ella. Su pelo se le pegaba a la cabeza. Me miró con una tímida sonrisa mezcla de vergüenza y de alegría.
—Hola, Amelia, pasa, no te quedes ahí —le dije.
La pobre chica estaba muy apurada. Estaba chorreando y no sabía muy bien qué hacer.
—Hola, Oliver, —dijo—. ¿Está Beca?, —preguntó quitándose con sumo cuidado su gabardina y colgándola en el perchero de la entrada.
—No, se ha ido con mi madre y mi hermana de compras —expliqué—. ¿Habías quedado con ella?
—Sí, venía a hacer un trabajo —me explicó mientras intentaba deshacerse del agua que amenazaba con entrar en su mochila y echar a perder todos sus apuntes.
—Pasa, no te quedes ahí, será mejor que te dé algo de ropa seca, te vas a quedar helada.
—No, no hace falta, esperaré un rato a ver si para un poco la lluvia y si llega tu hermana, y si no viene me voy a casa —dijo la muchacha.
Amelia iba con el uniforme del colegio, el mismo que tenía mi hermana, eran compañeras de clase desde que empezaron. Sus padres hacían verdaderos esfuerzos para que Amelia pudiera estudiar en ese colegio, ella no vivía en nuestra zona y su vida no era tan cómoda. La verdad era que Amelia era una estudiante excepcional, y estaba aprovechando al máximo cada céntimo que sus padres invertían en su educación. Yo tenía toda esa información porque mi hermana Beca hablaba de su mejor amiga con una admiración increíble. Amelia iba al colegio Internacional, al igual que habíamos ido mis hermanas y yo. El uniforme era gris y verde, ella llevaba unos calcetines color verde oscuro hasta la rodilla, solo uno de ellos, el otro se le había resbalado hasta los tobillos, seguramente por la carrera. Tenía el pelo empapado y pegado a su cabeza, era castaña y de pelo liso. Era una chica normal, vestida de uniforme que estaba goteando en la entrada de mi casa. Animé a Amelia a que se quitara sus zapatos y me acompañara a buscar algo de ropa de mis hermanas, yo no tenía ni idea de qué era lo que le podía servir; quizás con su ayuda lo lograríamos. Mientras subíamos por la gran escalinata, Amelia se iba secando un poco su melena con una toalla que yo había cogido del baño de servicio y le había dado.
Para nuestra decepción la habitación de mi hermana Beca estaba cerrada, era una manía adquirida por todos en mi casa. Tanto mis padres como mis hermanas, incluso yo mismo, cerrábamos con llave nuestras habitaciones cuando salíamos. Evidentemente mi madre tenía llave de todas ellas, y Ángeles, la mujer que limpiaba en casa, también. Tras intentar abrir la puerta de una y otra habitación sin éxito, llevé a Amelia a la mía. Tenía que cambiarse, ya había estornudado un par de veces desde que había llegado.
—Ven, Amelia, en mi habitación encontraremos algo —sugerí.
—Que da igual, Oliver, que no pasa nada. Con la toalla es suficiente —decía ella apurada. Mostraba una inocencia y una vergüenza increíbles.
—No digas tonterías, vas a coger una pulmonía —insistí.
Abrí mi armario para buscar algo de ropa que pudiera servir a Amelia, evidentemente ella era más menuda que yo. Yo, con mis diecinueve años, era un monstruo de tío, era alto y ancho de espaldas, hacía deporte prácticamente a diario y eso se notaba, así que poco o nada tenía que ver con Amelia, una chica de diecisiete más baja que yo y más pequeña. Encontré una camiseta que me estaba algo justa y una sudadera, para la parte de abajo fue prácticamente imposible encontrar algo que pudiera servirle. De hecho, la sudadera le podría servir como vestido.
—Toma, Amelia, esto que he encontrado es lo que creo que te servirá. En cuanto llegue Beca, que te preste ella algo —dije tendiéndole las dos prendas.
—No te preocupes, de verdad —contestó ella cortada.
—Voy al baño a por otra toalla.
—Vale —contestó sin mirarme.
Salí de la habitación dejando a Amelia en ella mientras iba a buscar la toalla. La música seguía sonando y la lluvia no tenía visos de cesar en un buen rato.
Mis padres tenían baño en su habitación y mi hermana Clau también, pero ni Beca ni yo teníamos. Se ve que mis padres no pensaban tener más que un hijo y el resto de habitaciones serían de los invitados. El baño de invitados, como se denominaba en mi casa, estaba entre la habitación de Beca y la mía, por lo que lo compartíamos, no sin disputas, como buenos hermanos que éramos.
En cuanto volví vi a Amelia prácticamente desnuda, me quedé impactado, no me esperaba para nada aquello. Había dejado su falda sobre mi silla de estudio y ya se había quitado el jersey de punto, solo tenía la camisa blanca y la corbata puesta, estaba descalza. No pude evitar mirarla para ver cómo se desnudada del todo escondido tras la pared. Se quitó la corbata y la camisa y ante mí apareció una mujer de un cuerpo bellísimo. Era una criatura deliciosa y excitante. Yo era joven e inexperto, pero aquel cuerpo menudo era maravilloso. Llevaba una braguitas que podrían considerarse infantiles, blancas, de algodón con un ribete amarillo y alguna figurita pintada en el centro que desde mi posición no sabía muy bien qué representaba. El sujetador era tipo deportivo, también en blanco. Entré haciendo ruido para que ella se pudiera cubrir, hice que mis pies golpearan el suelo de tarima para emitir un sonido que la alertara de mi presencia y tosí. Eran mis únicas armas para avisarle que llegaba. No quería incomodarla. Pero no lo hizo en absoluto, me recibió con la sonrisa más mágica que he recibido por parte de una mujer en mi vida, era una mezcla entre inocencia y lujuria que aún después de los años recuerdo como si estuviera pasando ahora mismo. Y eso aún me hace estremecer.
—Toma —dije más cortado aún que ella ofreciéndole una toalla más grande.
—Gracias —contestó ella sin un ápice de vergüenza.
—Yo… yo… —titubeé—, será mejor que espere fuera.
Yo no soy ni era de piedra en aquel entonces, y ver a Amelia desnuda en mi habitación provocó que mi cuerpo reaccionara como era lógico. Cuando salía por ahí con mis amigos tenía mis cosillas, aunque he de decir que no era un conquistador nato. Pero la naturaleza no entiende de esas cosas. Si todo esto me hubiera ocurrido ahora con unos cuanto años más hubiera sido diferente seguramente. Ahora todo ha cambiado, sé por dónde me ando y no desaprovecharía las buenas oportunidades, en el caso de que buscara algo nuevo y excitante.
—No quiero que te vayas —confirmó ella de forma tranquila.
—Es que… creo que será lo mejor —dije con toda la fuerza de voluntad de la que hice acopio. Mi corazón bombeaba de forma atropellada.
—Oli, —me dijo, era la primera vez que me llamaba por mi diminutivo y eso hizo que mi pene reaccionara poniéndose aún más erecto. No podía disimularlo. Mi nombre en sus labios sonaba muy sensual—, yo… —añadió entonces ella. Estaba igual de cortada que yo.
—Tú ¿qué? —me atreví a preguntar. No sabía si era buena idea saber pero me pudo la curiosidad y esa inocencia que desprendía.
—Yo no soy virgen, ¿sabes? —aclaró con una mueca de picardía en su cara.
Aquella invitación y aclaración me dejó perplejo. No esperaba que saliera por ahí. Aún ahora no entiendo muy bien si aquello fue una aseveración para invitarme a follarla y demostrarme que no era una cría, una aseveración para infundirse el valor a sí misma o quizás para infundírmelo a mí. Pero el caso es que lo dijo.
—Ya —dije, como si lo supiera, disimulando mi sorpresa.
No me importaba en absoluto ni su vida sexual ni sus explicaciones, estaba noqueado por todo, la verdad. Aunque la aclaración me alivió un poco. Si lo hubiera sido no sé cómo hubiera reaccionado, en realidad ya había estado con otras chicas vírgenes y no había sido para mí agradable. No quería volverá a pasar por aquello.
Amelia se acercó hasta donde yo estaba. Yo estaba en medio de la habitación, en frente de ella, anclado como si tuviera en mis pies dos bloques de hormigón que no me dejaban caminar, venía decidida hacia mí, en ropa interior, con su