Capítulo 1
Candela temblaba. Temblaba de ira, asco y tristeza. En su interior albergaba una mezcolanza de sentimientos que ni ella entendía, eso sí, ninguno positivo. Sentía rabia, estaba furibunda de pensar en quién había provocado esa situación. Se sentía ridícula, avergonzada, indignada...Y también sentía pena, mucha pena por sí misma. Pena como la que sentía desde hacía tres años.
Solo deseaba que se acabara el día ya. Debía de ser una broma de esos programas televisivos que, cuando ya no podías más, salía una cámara detrás de un árbol que te había grabado y alguien exclamaba: «¡Es una broma!». Sí, definitivamente debía de ser eso, alguien debía de estar gastándole una broma; eso o le habían echado mal de ojo. En realidad, Candela no creía en esas cosas, no era supersticiosa, pero no podía ser cierto que todas esas situaciones le pasasen a ella el mismo día.
En Valencia, donde ella vivía, solo llovía seis días al año, y no estaba previsto que el jueves fuese a ser uno de ellos; así que Candela no cogió el paraguas cuando salió de su casa para ir a trabajar al spa. ¡Si lo iba a echar de menos cuando terminara su jornada!
Tampoco estaba previsto que una bici la atropellase al ir a coger el autobús porque el alcalde, en su afán de peatonalizar todo el centro y fomentar el uso de la bicicleta, se olvidó de ordenar que pintasen unos cuantos pasos de peatones entre las paradas de autobús y la acera. Por supuesto, había perdido el transporte y había tenido que esperar treinta y cinco minutos al siguiente mientras diluviaba y se calaba hasta los huesos.
Pero lo siguiente ya era demasiado, era el colmo del egoísmo, la suciedad, la dejadez y la mala educación; además, estaba convencida de que sabía quién era el responsable de su entrada estelar en el portal de su casa. Ni siquiera los payasos del circo provocarían tantas carcajadas. No lo vio; claro que, si lo hubiese visto, tampoco le habría dado tiempo a reaccionar. Nada más entrar en el portal del edificio donde vivía, Candela puso el pie en un charco que la hizo resbalar y caerse de bruces sobre este.
Cuando apoyó la mano en el suelo para levantarse, sé fijo en que el líquido sobre el que descansaba su trasero era de color amarillo y desprendía un fuerte olor. ¡Era orín! Orín de perro, y el único perro que había en ese edificio era el de la puerta 16. No era la primera vez que, cuando llovía, su dueño no se molestaba ni siquiera en sacarlo a la calle para no mojarse, lo bajaba al portal a que hiciera sus necesidades y después no las limpiaba.
Candela no tenía nada en contra de los animales, aunque los perros le daban un poco de miedo, pero sí tenía muchísimos motivos para estar en contra de su vecino. Ya mismo tenía un precioso vestido empapado de motivos.
Candela fue directa al ascensor, tiritaba de frío, subió al cuarto y llamo al timbre de la puerta 16. El perro comenzó a ladrar desde dentro, oyó cómo su vecino iba hasta la puerta, miraba por la mirilla y... nada. ¡Nada! Candela volvió a llamar al timbre y le pidió que le abriera, pero ni siquiera le contestó, de manera que le dijo todo lo que pensaba de él y de su perro a través de la puerta. Se dio media vuelta y se dirigió hacia su casa mientras añadía frustración e impotencia por no haber podido siquiera decirle todo eso, toda esa lista de sentimientos, a la cara.
Cuando entró a su departamento, escuchó voces que provenían del comedor y caminó hasta pararse en el umbral de la puerta. Magda reparó en su presencia y se giró hacia ella.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Magda poniendo cara de asco—. No tienes buen aspecto, y hueles fatal.
—Mejor os lo cuento luego. Hola, Roma— saludó Candela—. Voy a darme una ducha y ahora salgo.
—Hola. Vamos a encargar la cena, ¿te apuntas? —inquirió Roma.
—No tengo mucha hambre —respondió Candela mientras caminaba hacia el cuarto de baño.
Candela entró en el cuarto de baño, se deshizo de la ropa sucia y mojada, conectó el altavoz y comenzaron a sonar las canciones de Bruce Jones, su cantante favorito. Se dio la vuelta y se metió en la ducha.
Hizo un repaso mental del día mientras el agua tibia se deslizaba sobre su piel, haciéndola entrar en calor. La jornada no había comenzado nada mal. Por la mañana había estudiado para el examen de Bienes y Patrimonio Cultural que tenía la próxima semana. Después se había ido a trabajar al spa, fue un día muy ajetreado ya que habían llegado un par de autobuses de turistas. Y cuando salió del spa... Mejor olvidarlo.
En días como esos, echaba terriblemente de menos a sus padres, en especial, a su madre. Lo que daría por abrazarla solo una vez más, por escuchar la voz de su padre diciendo que los malos días nos ayudan a apreciar los buenos...
Candela había perdido a sus padres cuatro años atrás. Cada vez que pensaba en ellos notaba un nudo en el estómago, y en muchas ocasiones rompía a llorar. A veces el dolor era tan fuerte que pensaba que no podría soportarlo. Las lágrimas se mezclaban con el agua de la ducha y bajaban por su cuerpo mientras deseaba tenerlos allí de nuevo.
Magda y Roma eran amigas suyas desde siempre y se habían convertido en su familia desde que sus padres se fueron. No la habían dejado sola en ningún momento, y les estaría eternamente agradecida por ello. Pero, a veces, tan solo los echaba tanto de menos que el dolor la desbordaba y rompía a llorar.
Cuando salió de la ducha, se puso un pijama, peinó su suave cabello de color azabache y lo dejó caer sobre sus hombros para que se secase al aire. Fue hasta el comedor y vio que Magda y Roma estaban poniendo la mesa.
—¿Os ayudo?
—¿Estás mejor? —preguntó Roma.
—Creo que sí —respondió Candela—. La verdad es que ha sido un día horroroso.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Magda mientras dejaba una jarra sobre la mesa.
—Pregunta más bien qué no ha sucedido.
Candela relató todo su día, cuando observó atónita a Roma que estallaba en carcajadas.
—¿Por qué te ríes?
—Lo siento. Tienes razón, no tiene gracia. ¿Del pis? ¿En serio te has caído encima del pis? —preguntó Roma con los ojos como platos, recomponiéndose del ataque de risa—. ¿Y porque había pis en el portal?
—Porque tenemos un vecino que es un guarro —intervino Magda—. Y la consecuencia es que, de vez en cuando, pasan cosas como esta.
Candela se dejó caer encima de la silla.
—¿Os podéis creer que he ido a su casa y ni siquiera me ha abierto la puerta?
—¡Ah! ¿Eras tú la que dabas esos gritos en la escalera? —consultó Roma.
—Supongo que sí. He tenido un día agotador, y a estas horas, la amabilidad que me caracteriza está de huelga.
—A la par que horroroso, un día agotador y horroroso, no te olvides de eso —dijo Roma.
—Eso, tú dame ánimos —contestó Candela.
Roma y Magda se miraron con complicidad y sonrieron.
—¿Qué pasa? —preguntó Candela—. ¿Por qué sonreís? A mí no me hace gracia.
—No nos estamos riendo —respondió Magda sirviendo la cena en los platos—. Venga, come algo, te vendrá bien.
—Magda me ha hecho una propuesta muy interesante —comentó Roma.
—¿De verdad? ¿De qué se trata? —preguntó Candela interesada.
—Un cliente importante de mi empresa quiere organizar un crucero para promocionar su nuevo álbum. Va a realizar parte de la gira desde el buque, y mi jefe me ha pedido que lo organice yo.
—¡Eso es fantástico! —exclamó Candela.
—Sí, lo es. He pensado en contratar a Roma para que su empresa provea las delicatessen para este cliente.
—¡Qué buena idea! No se me ocurre nadie mejor que ella —dijo Candela.
—La verdad es que esto podría ser una gran oportunidad —agregó Roma—. Si sale bien, tal vez nuestros productos puedan traspasar fronteras.
—¿Y quién es el cantante? ¿Alguien conocido? —preguntó Candela con curiosidad—. Bueno, si es confidencial no te preocupes, no hace falta que me lo digas.
—Eso es lo mejor de todo —respondió Magda sonriendo mientras le guiñaba un ojo a Roma—. ¡El cantante es Bruce Jones! —gritó Magda.
Cuando Candela escuchó el nombre del artista, expulsó toda el agua que tenía en la boca como si fuese un aspersor.
—Menos mal que no me he puesto mi blusa nueva— se quejó Roma, limpiándose con una servilleta.
—¿Me tomas el pelo? —exclamó Candela sorprendida—. ¿Bruce Jones? ¿El mismo Bruce Jones que escucho todos los días cuando me levanto? ¿El mismo Bruce Jones que he escuchado mientras me duchaba?
—Ese, ese Bruce Jones —dijo Magda cantarina.
—¡Qué suerte tienes! Me alegro mucho por ti, Magda. Oye, si llegas a conocerlo, ¿podrías pedirle que te firmase un autógrafo para mí?
—Sí, podría —respondió Magda—. Pero también podrías pedírselo tú misma.
—¿Yo misma? No te entiendo —respondió Candela confusa.
—Yo tendré que estar en el crucero, no será muy largo, pero tengo que estar allí para organizarlo todo. Y tú, si quieres, también puedes venir conmigo al crucero. Creo que podría conseguir un descuento para ti y colarte en los eventos vip. ¡Seguro que podrás ver a Bruce muy de cerca!
—Yo también voy a ir —intervino Roma—. Tengo que asegurarme de que todos los productos se sirvan correctamente y sean de su agrado. Es una oportunidad única para la empresa, y no confío en nadie lo suficiente como para delegar.
Los ojos de Candela, de repente, se apagaron y su sonrisa se tornó triste.
—¿Qué te pasa? —preguntó Roma, que notó enseguida el cambio en su amiga.
—Me encantaría, pero no puedo ir. Tengo que trabajar y ponerme al día con los trabajos de la UNED.
—Eso ya lo haces todos los días —respondió Magda—. Venga, Candela. Te mereces unas vacaciones, todavía te deben la mitad de las vacaciones del año pasado en el spa y todas las de este año en el escape room.
—No puedo pagarlo. No sé cuánto cuesta, pero seguro que es carísimo, y no puedo permitirme el lujo de irme a un crucero.
—Yo podría ofrecerte un pase vip y el descuento que te he comentado antes, con eso quedaría un precio más que razonable para unas vacaciones. Además, es nuestro cantante favorito. ¿Cuánto hace que no nos vamos de vacaciones juntas? ¿Cuándo fue la última vez que te fuiste de vacaciones?
—Ya casi ni me acuerdo —reconoció Candela.
—Dela —intervino Roma, cautelosa—. Necesitas esas vacaciones, será increíble poder estar las tres juntas lejos de todos los agobios diarios.
—Pero vosotras tenéis que trabajar allí. No quiero estar sola todo el día en un barco.
—Tendremos que dedicar algún rato a trabajar, pero el resto del tiempo lo tendré libre para estar con vosotras —respondió Roma.
—En realidad, yo solamente voy a tener dos días fuertes de trabajo, los dos días que esté Bruce Jones en el crucero, el resto del tiempo son vacaciones para mí, y la excusa perfecta para descansar y viajar. No puedes decir que no, Candela, no me imagino un concierto de Bruce Jones sin ti. Prométeme que, por lo menos, hablarás con tus jefes sobre las vacaciones.
—¿Y J.?
—¿Qué pasa con él? —bufó Roma con evidente fastidio.
—No lo veré durante el tiempo que dure el crucero.
—¿Y...?
—No puedo irme sin saber qué sucede entre nosotros.
—¡Pues pregúntaselo! Habla con él de una vez y aclara lo que sea que tengáis que aclarar, y después vámonos de crucero —alegó Magda perdiendo la paciencia.
—¡No puedo hacer eso! —exclamó Candela—. No quiero presionarlo. Estoy segura de que pronto me va a pedir que quedemos.
—Cariño, si quiere quedar contigo, ya te lo dirá. No hay nada de malo en que te eche un poco de menos. Pasáis mucho tiempo juntos.
—Pasamos tiempo juntos porque trabajamos juntos —respondió Candela—, pero no es así como me gustaría pasar tiempo con él.
—Roma tiene razón —añadió Magda—. No hay nada de malo en que te eche un poco de menos. Tal vez así, cuando vuelvas, se decida a pedirte una cita.
—Puede que tengáis razón —suspiró Candela.
—Entonces, ¿nos vamos de crucero? —preguntó Roma esperanzada.
—Está bien —dijo Candela sonriendo—. Tenéis razón. Me merezco esas vacaciones, nos las merecemos las tres; además, no creo que aguante muchos más días como el de hoy. Esta semana hablaré con mis jefes.
***
Era casi media noche. Enzo esperó a Fabián y a Alec sentado en una mesa del bar del pueblo mientras miraba cómo John, el dueño del local, se movía tras la barra. Hacía ya cuatro años que el escocés había decidido quedarse y comprar un comercio en el pueblo. Había hecho un buen trabajo con aquel antro. Lo redecoró entero, revistió las paredes de madera y espejos, colgó de estas algunos objetos típicos de su país y forró las sillas y taburetes con una tela en tonos rojos, parecida a la que utilizan para hacer los kilts escoceses. No entendía qué podía haber visto aquel hombre en un pueblo como Biescas, pero allí decidió asentarse.
Ese había sido un buen día. Enzo, entre muchas otras cosas, trabajaba como monitor multiaventura y guía para una empresa local. Por la mañana tenía una actividad de piragüismo con un grupo.
Se levantó pronto y corrió hasta llegar al embalse de Búbal. Cuando arribó, se dirigió a la caseta junto al embarcadero, saco las piraguas y preparó el equipo necesario para la actividad. Después almorzó, mientras esperaba al grupo.
Cuando finalizó la actividad, recogió todo, se dio un baño en el embalse y volvió a Biescas a comer. Por la tarde, acudió al colegio donde trabajaba como monitor de extraescolares. Los jueves tenía futbito, una de sus favoritas. Al terminar pasó por su casa a recoger a Fuji para dar un paseo por la Vía Verde.
Esa noche, Enzo había invitado a su hermano a cenar en su casa. Preparó tallarines de calabacín con pisto de verduras y queso de oveja. Le encantaba cocinar. Su hermano llevó el postre, tarta de queso. Mientras cenaban, mantuvieron una conversación animada sobre todo y nada en especial, pero de repente, su hermano se puso serio, carraspeó y le dijo que había visto a Sergio, el hermano de Elena, la ex de Enzo. Sergio le había comentado que Elena iba a ir a visitar a sus padres y estaría un par de semanas en el pueblo.
Lo cierto es que no le apetecía ni lo más mínimo coincidir con ella. Después de tanto tiempo, todavía había gente que cuchicheaba cuando lo veía pasar por delante, y la vuelta de Elena solo haría reavivar los rumores y habladurías.
Mientras esperaba a sus amigos en el bar, Enzo pensó que solo le quedaba un mes para coger las vacaciones, pero las necesitaba como el aire que respiraba. Ese año no había sido el mejor de su vida. Se sentía cansado. Todavía se estaba recuperando de una lesión que le había impedido entrenar y poder salir a la montaña durante bastante tiempo.
Estaba convencido de que las vacaciones lo ayudarían a reponerse y coger fuerzas para la siguiente temporada.
Sumido en sus cavilaciones, le dio un sorbo al refresco que tenía delante y oyó el tintineo de las campanas que había en la puerta del pub. Levantó la mirada y vio a Fabián y a Alec que hablaban mientras lo buscaban.
—Llegáis tarde. Espero que sea importante eso que tenías que decirnos —dijo Enzo—. Mañana he quedado para salir un rato a correr e intuyo que me voy a acostar tarde esta noche.
—¿Qué ha pasado? ¿Hay algo importante que contar? —preguntó Alec—. No me has dicho nada mientras veníamos. Pensaba que solo habíamos quedado a tomar algo.
—Tengo que haceros una proposición —dijo Fabián, poniéndose muy serio.
—¿Una proposición indecente? —replicó Enzo divertido—. Porque si es como la de la película, no cuentes conmigo, amigo.
—Será todo lo indecente que tú quieras que sea —respondió Fabián—, pero eso lo dejo a tu elección.
—Venga, suéltalo ya —intervino Alec—. Nos tienes en ascuas.
—Esta mañana me han llamado de la galería para darme fecha. Expondré en octubre.
—¡Enhorabuena! —exclamó Alec.
—Eso es una muy buena noticia, llevabas casi un año detrás de esa galería. ¡Tenemos que celebrarlo! —gritó Enzo, girándose para llamar al camarero.
—Sí, nunca me había costado tanto acceder a una muestra, pero la espera ha merecido la pena. Pero no es la única noticia que tengo que daros —añadió Fabián.
—¿Más noticias? ¿Buenas noticias?
—Bruce Jones va a comenzar su nueva gira en un crucero.
—Oye, ¿Bruce Jones no es ese cantante que te gusta tanto? —dudó Alec.
—Sí, el mismo —respondió Fabián—. Y como estoy de acuerdo con que hay que celebrar lo de la exposición, os propongo hacerlo a bordo del crucero que va a realizar en junio.
—Celebrarlo en un crucero... —repitió Enzo.
—Os propongo que nos vayamos los tres al crucero de Bruce Jones.
—¿Y qué pintamos nosotros en ese crucero? Al que le gusta Bruce Jones es a ti, aunque todavía no entiendo muy bien por qué. —Rio Enzo.
—Venga, será divertido. Habrá conciertos de él, veremos otros países, haremos turismo y seguro que podremos hacer alguna actividad multiaventura. Habrá mujeres preciosas, ¡mujeres que no conocemos! Tendremos las vacaciones que tanto nos merecemos los tres y el viaje que siempre hemos querido hacer. Tal vez yo pueda tomar algunas fotografías más para la exposición.
—Ni hablar —respondió Enzo riendo—. Si a esas mujeres que tú dices que habrá en el barco les gusta Bruce Jones, posiblemente no tendrán cumplida la mayoría de edad. No quiero verme involucrado en ninguno de tus líos de faldas.
—Es un crucero temático organizado por y para Bruce y su banda, para promocionar su nuevo álbum. Será divertido, podremos descansar y viajar. ¿Cuánto hace que no tienes vacaciones, Enzo? ¿Y tú, Alec?
—La verdad es que hace más de cinco años que no viajo por placer —apuntó Alec.
—Enzo, tú trabajas muy duro durante todo el año, y a principios de junio todavía no estamos en temporada alta, podrías organizarte.
—Sigo sin ver qué hago yo en un crucero de Bruce Jones —respondió Enzo.
—Creo que Fabián puede tener razón —sugirió Alec—. No te vendría mal salir del pueblo una semana. Lola me ha dicho que Elena estará un par de semanas aquí por esas fechas y, si fueras al crucero, no tendrías que encontrártela.
—No quiero tener que irme de mi casa para no ver a Elena. Es verdad que no me apetece tener que aguantar más chismorreos, pero no creo que la solución sea irme de crucero —bufó Enzo.
—Pues yo creo que podría estar bien cogerme unas vacaciones —afirmó Alec—. Sería divertido irnos los tres.
—¿De verdad te dejas convencer para ir a un crucero de un cantante que ni siquiera te gusta? —preguntó Enzo incrédulo.
—No, me dejo convencer para cogerme unas vacaciones e irme de crucero. Llevo muchos años sin tener un descanso de verdad, y me gustaría poder desconectar y conocer un poco más el Mediterráneo antes de febrero. Sería estupendo poder hacer el viaje que siempre hemos soñado antes de volver a Escocia, después... será mucho más difícil poder hacerlo.
—El viaje del que siempre hemos hablado incluía una mochila, una bicicleta y muchos países. No un barco enorme con un cantante rodeado de groupies.
—Venga, chicos, será divertido.
—No es muy caro, acabo de ver los precios y hay una oferta especial para las quinientas primeras personas —añadió Alec.
—¿Lo estás diciendo en serio? —preguntó Enzo sorprendido.
—Claro que sí, ya sabes que no suelo bromear con este tipo de cosas.
—Querrás decir que no sueles bromear nunca.
—En esas fechas no tengo exámenes del máster ni prácticas, así que puedo faltar algunos días a clase si me organizo bien y hablo con los profesores —comentó Alec.
—Es cierto que no es el viaje que habíamos planeado, no se parece en nada, pero Alec vuelve a Escocia en febrero y pasará bastante tiempo antes de que podamos juntarnos de nuevo los tres. ¿Cuántas ocasiones más vamos a tener de viajar juntos? —expuso Fabián.
—No os prometo nada. Miraré las fechas porque tengo un curso en junio, aunque creo que es la primera semana.
—De momento me conformo con eso —contestó Fabián.
Capítulo 2
Candela había vuelto a perder el autobús esa mañana, ya era la tercera vez en la semana. Había perdido la cuenta de en cuántas ocasiones se le había ido a lo largo de todo el mes.
Necesitaba ponerse en forma, se pasaba el día sentada sin moverse demasiado. Su trabajo en el escape room implicaba estar la mayor parte del tiempo quieta, mirando una pantalla y, en el spa, se pasaba casi toda la jornada sentada, tecleando, o de pie, atendiendo a los clientes. Cuando llegaba a casa, que era el único momento en el cual podía hacer algo de ejercicio, estaba cansada y tenía que ponerse a estudiar para los exámenes o a preparar los trabajos que tenía que entregar a lo largo del trimestre.
Pasaba demasiadas horas encerrada entre cuatro paredes, su vida consistía en ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, no le quedaba tiempo para mucho más, y echaba de menos estar al aire libre. También extrañaba poder ponerse su ropa sin parecer una morcilla, definitivamente tenía que hacer algo.
Aun habiendo perdido el autobús, había llegado la primera al escape room donde trabajaba los fines de semana. Levantó la persiana, desactivó la alarma, encendió las luces y colgó la chaqueta dentro de su taquilla. Encendió los ordenadores y se giró al escuchar la puerta.
—Buenos días —saludó, alegre, J.
—Buenos días —respondió Candela, sonrojándose. No podía evitarlo, era verlo y se dibujaba en su cara una sonrisa bobalicona que no se le borraba en el resto del día.
Mientras J. dejaba sus cosas en la taquilla, Candela aprovechó para revisar todas las habitaciones. Cuando regresó al puesto de control, J. ya estaba sentado en su sitio, revisando la agenda para ese día.
—Hoy vamos a tener un día movidito.
—¿Estamos completos? —preguntó Candela.
—No solo estamos completos, sino que tenemos tres despedidas de soltero, un cumpleaños y dos grupos de extranjeros; aparte de todo eso, también hay reservas sueltas.
—¿A qué hora tenemos el primer grupo?
—A las 10. Tenemos tiempo de desayunar juntos. ¿Te apetecen galletas de chocolate? —preguntó J., ofreciéndole una bolsa repleta de deliciosas galletas recién horneadas.
—Sí, te cojo una —respondió Candela, pero cuando estaba alargando la mano para tomarla, se acordó de que había perdido el autobús y de su intención de perder peso—. Bueno, mejor que no, gracias de todas maneras.
—¿Cómo que mejor que no? —respondió J. indignado—. Las he horneado yo mismo esta mañana, no puedes decirme que no, están deliciosas, son de chocolate y canela, son tus favoritas.
—Lo sé, pero no debo —respondió Candela apesadumbrada.
—¿Y eso por qué? ¿Acaso estás a dieta? —preguntó J. extrañado.
—No, no estoy a dieta, pero me gustaría cuidarme un poco más y ponerme en forma, lo que pasa es que no tengo tiempo para hacer ejercicio, así que voy a intentar, por lo menos, fijarme en lo que como.
—Yo voy a hacer running todos los días. Empecé a correr hace un año, un amigo me prestó un libro sobre la actividad, y lo vi todo tan claro cuando terminé de leerlo que comencé a correr; desde entonces, no he parado.
—¿Un libro sobre running? ¿Te acuerdas del título?
—Sí, Una carrera para toda la vida. Es un libro muy completo donde te explica, paso a paso, cómo comenzar a correr, qué ejercicios de calentamiento puedes realizar, cómo ir alcanzando tus objetivos y fijarte otros nuevos... Y todo a través de la experiencia vital de un chico al que correr le cambió la vida.
—¡Vaya! —exclamó Candela—, voy a apuntarme el título porque me interesa mucho.
—Si el libro fuera mío, te lo prestaría.
—No te preocupes J., lo buscaré al salir de aquí. Hablando de salir, no sé muy bien cómo decirte esto.
—¿Qué sucede, lucecita mía? —dijo cogiéndola de la mano y acariciándosela.
Candela se quedó mirando fijamente su mano, J. era tan cariñoso con ella... Solo a él le permitía llamarla así. ¿Cómo iban a separarse más de una semana?
—Bueno, había pensado en pedirme vacaciones en junio. Me ha surgido un viaje, y la verdad es que me vendría muy bien ir, me apetece mucho. Mi cantante favorito va a dar un concierto en alta mar en un crucero para promocionar su nuevo álbum y me ha salido la oportunidad de ir con mis amigas. Hace mucho que no me voy de vacaciones y... bueno.
—Ya sabes que por mí no hay problema. En todo lo que yo te pueda ayudar, lo haré —respondió J.—, pero te voy a echar mucho de menos.
—Bueno, tampoco me voy un mes, sería poco más de una semana —respondió Candela.
—Sí —respondió J., acariciándole la mejilla con la mano—, pero venir a trabajar no será lo mismo sin ti. Me he acostumbrado a desayunar contigo, ponernos al día un rato antes de empezar; y desayunar con Carla o Esteban no será lo mismo.
—Bueno —recapacitó Candela—. Tal vez pueda cogerme vacaciones en otro momento, seguro que hace más conciertos. Si te vienen mal las fechas, puedo pedir otras.
—Pero ¿no dices que va a ser un concierto en un crucero? —preguntó J.
—Sí, pero tampoco es tan importante, puedo ver un concierto suyo en cualquier otro momento.
—¿Y por qué ibas a hacer eso? Pide las vacaciones, no pueden negártelas, no has faltado al trabajo ni un solo día desde que comenzaste y tienes derecho a esas vacaciones. Ve a ese concierto, disfruta del mar, de las canciones, de tus amigas... y después vuelve y cuéntamelo todo. Yo estaré aquí, esperándote ansioso por saber cómo te ha ido.
Candela esbozó una sonrisa forzada, la verdad es que no le apetecía nada separarse de J., estaba convencida de que en cualquier momento surgiría la chispa entre ellos y acabarían juntos; y si se iba, podía ser que ese momento pasase. Por otra parte, le apetecía muchísimo irse de vacaciones con Magda y Roma, y más todavía a un concierto de Bruce Jones.
Se abrió la puerta y entraron sus jefes cargados con algunas bolsas. Candela y J. se levantaron para ayudarlos.
—Venga, aprovecha ahora que acaban de llegar, antes de que venga el primer grupo, díselo para que puedan organizarse. Cuanto antes mejor —susurró J. en su oído, le plantó un beso en la mejilla e hizo que Candela se sonrojase de nuevo—. Buenos días, Rosa, buenos días, Sento; dadme las bolsas, yo las llevaré abajo.
—Gracias—respondió Rosa—. Venimos muy cargados.
Candela respiró hondo y se dirigió hacia Rosa.
—Buenos días, Rosa, ¿tienes un momento? quería comentarte unas cosas —preguntó Candela.
—Claro, vamos al despacho —respondió esta.
Candela salió, ese día, flotando del trabajo. Le había costado mucho pedir las vacaciones, de alguna manera pensaba que no era muy responsable por su parte irse de descanso. No nadaba en la abundancia. Es cierto que sus padres no le habían dejado deudas y el piso donde ella vivía había pertenecido a la familia de su madre. Sin embargo, cuando ellos murieron, Candela se vio en la necesidad de buscar trabajo. Sin tener ninguna formación previa, recién empezada la carrera de Turismo y sin experiencia laboral, no podía acceder a un buen trabajo, de manera que fue rodando de un lugar a otro hasta que, finalmente, la seleccionaron para trabajar en el escape room los fines de semana. Un par de meses más tarde, surgió la oportunidad de trabajar como recepcionista en el spa de un hotel de la ciudad a media jornada, de lunes a viernes, y Candela no dejó pasar esa oportunidad. Al final del mes había que pagar facturas, así que no podía renunciar a ninguno de los dos trabajos.
La muchacha se dirigió a su casa, pero antes paró en una de sus librerías favoritas y encargó el libro que le había dicho J. Estaba dispuesta a ponerse en forma, y el running le parecía una manera estupenda de comenzar. Tendría que escribir algunos correos al llegar a casa para informar a sus profesores de las fechas en las que iba a ausentarse y pedirles que le dejasen entregar, antes de los plazos establecidos, los trabajos para el último trimestre. Ese era su plan para esa noche y la siguiente, adelantar todo lo que pudiera los trabajos de la UNED.
***
Enzo se levantó temprano y fue a correr con Fuji por la montaña. Había un camino, cerca de su casa, que ascendía hasta la cima de la montaña atravesando un bosque de pinos y hayas, y mostraba todo su esplendor en esa época del año.
Cuando volvió, dejó a Fuji en casa, salió a comprar el pan y a hacer algunos recados. Pasó por casa de sus padres y, cuando se marchó, vio a dos de sus anteriores vecinas hablando en la acera de enfrente.
—Buenos días —saludó Enzo.
—Buenos días —dijeron ellas, mirándolo mientras se despedía de su madre en la puerta.
Enzo escuchó sin querer, al pasar por su lado, el nombre de Elena. Era como intentar huir de un huracán; cada vez que pensaba que se había alejado lo suficiente, volvía a abalanzarse encima de él, arrollando todo a su paso.
Habían pasado ya unos cuantos años desde que Elena y él lo dejaron, pero Enzo sabía que seguía estando en boca de todos de vez en cuando. Odiaba que se compadeciesen de él y, sobre todo, que hablasen a sus espaldas, pero en cierto modo era inevitable porque vivía en un pueblo y allí era difícil tener secretos de semejante tamaño.
Emprendió el camino hacia su casa, intentando desviar sus pensamientos, pero fue una pérdida de tiempo cuando se dio cuenta de que estaba pasando por la casa de los padres de Elena. Miró hacia la puerta y apresuró el paso.
Recordó la primera vez que entró en esa casa para ser presentado como el novio oficial de Elena, tenía quince años y mucha vergüenza. En los pueblos, todos conocen a todos, así que no hicieron falta muchas presentaciones. Enzo fue a la casa de Elena a regañadientes, eran las fiestas de Biescas y ella iba a coger una cazadora y algo de dinero para cenar con Enzo y sus amigos en el bar del pueblo. Nada más entrar, saludó a su madre que estaba en el jardín de su casa e hizo las presentaciones oficiales: «Este es Enzo, mi novio». Su madre se quedó lívida, y él quiso que se abriera un agujero en mitad del jardín que le permitiese enterrar la cabeza como los avestruces. Elena lo dejó solo en el jardín mientras su madre llamaba a su marido para hacer las presentaciones oportunas y ponerlo al día de los últimos acontecimientos de la vida de su hija. Ella apenas tardó en volver, pero fue suficiente para que su madre lo sometiera a un interrogatorio digno de la Stasi.
Poco quedaba en él del Enzo que entró en aquella casa, y menos todavía de la Elena con la que comenzó a mantener una relación cuando era tan solo un quinceañero. Ambos habían cambiado, no solo en su manera de ser, sino también en la de actuar. Las circunstancias y las motivaciones de cada uno de ellos habían recorrido caminos diferentes; sin embargo, Elena seguía teniendo poder sobre él. Sus decisiones continuaban afectándolo indirectamente y lo hacían sentir mal cada vez que escuchaba a alguien hablar de ellos, compadeciéndose de él, o cuando veía a los padres de ella fingiendo indiferencia delante de él.
Sentir indiferencia era algo que Enzo no había logrado experimentar, más bien, cuando se paraba a pensarlo, la rabia asomaba amenazante de nuevo para remover ese pasado al que Elena pertenecía y que Enzo deseaba aparcar en un rincón de su memoria.
Enzo se dirigió hacia su casa, dejó la compra y se fue a trabajar caminando hasta el centro social donde tenía que impartir un taller para niños sobre cuidado del medio ambiente. Se esforzaba muy duro durante algunas épocas clave del año, más o menos durante siete meses y en temporada alta, pero el resto del año tenía poco volumen de trabajo y vivía cómodamente con lo ahorrado. Su sueño siempre había sido crear una empresa multiaventura con la que lograse transmitir a los demás su particular visión de la naturaleza.
Por la tarde, después de dar su paseo con Fuji, había quedado con Alec y Fabián para tomar algo en el bar de John, donde se pondrían al día y comenzarían a organizar su viaje. En el fondo, necesitaba esas vacaciones para desconectar de todo, y aunque no albergaba grandes expectativas al respecto, pensaba disfrutar al máximo del viaje.
Capítulo 3
Enzo se levantó muy temprano para recoger a Alec. Tenían que embarcar en Valencia y todavía debían parar en Huesca para recoger a Fabián.
Durante el trayecto hasta la ciudad, mantuvo una animada conversación con Alec, que había elaborado un minucioso planning de todas las excursiones que podían hacer en las diferentes escalas del crucero. Adoraba a su amigo, pero le costaba entender la necesidad que tenía de tener todo bajo control y organizado sin dejar lugar a la improvisación. Siempre había sido así, era una persona muy metódica, prudente y de mente cuadriculada.
Fabián era la antítesis de Alec. Era una gran persona y amigo, pero su vida respondía fielmente al significado de improvisación, alegría y diversión, «Carpe diem» era una de sus citas preferidas.
Eran sus mejores amigos y no podían ser más distintos entre ellos. Cuando llegaron a Huesca, aparcaron el coche cerca de la casa de Fabián. Habían quedado allí con él para ir a por el coche de alquiler que los llevaría hasta Valencia, pero Fabián todavía no había llegado. Mientras Alec se encargaba de recoger el vehículo, Enzo fue a casa de Fabián, ya que lo había llamado varias veces durante el trayecto y no contestaba a sus llamadas.
Después de hacer sonar varias veces el timbre, Fabián contestó por el videoportero.
—¿Quién es? —preguntó Fabián.
—Soy Enzo. Baja ya.
—Te abro. Sube.
Enzo subió a casa de Fabián, volvió a llamar al timbre y, como esperaba, este abrió la puerta vestido únicamente con unos calzoncillos.
—¿Todavía estás así? —preguntó Enzo—. Alec ha ido a por el coche de alquiler, llegaremos tarde.
—¿Qué hora es? —preguntó Fabián desperezándose mientras se dirigía hacia la cocina.
—Son las seis y media, te recuerdo que habíamos quedado en el parking.
—¿Nos preparas un café mientras me visto, por favor?
—¿Nos? Yo no quiero café, gracias, ya he desayunado.
—No es para ti. Es para mí y para...
—Espera, ¿hay alguien más aquí? —preguntó Enzo, asomándose al pasillo.
—Sí, pero... No recuerdo cómo se llama. ¿Jara? ¿Tara? —dijo Fabián frotándose los ojos.
—No puedo creerlo. ¿De verdad era necesario?
—No sé si era necesario, pero sí te puedo decir que fue divertido.
—Fabiiiiii, ¿puedes ayudarme? —Enzo escuchó una voz femenina proveniente del cuarto de baño.
—¿Fabi? Espera que oiga eso Alec. —Rio Enzo.
—Sírvete lo que quieras —dijo Fabián saliendo de la cocina—. Tardo cinco minutos.
Una chica apareció un par de minutos más tarde abrochándose los botones de un vestido que dejaba poco lugar a la imaginación.
—¿Y tú quién eres? —preguntó la muchacha.
—Soy un amigo de Fabián, y creo que este café debe de ser para ti.
—Gracias. Loreto, encantada de conocerte.
Fabián entró en la cocina arrastrando su maleta, se bebió una taza de café y acompañó a la chica hasta la entrada.
—Cuando quieras —dijo Fabián desde la puerta.
—Por lo menos podrías tener el detalle de aprenderte su nombre —dijo Enzo, saliendo al re