Chico nuevo en la oficina

Melody Calixto

Fragmento

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Capítulo 1

Si hay algo que no distingue de clases sociales es un buen resfriado. Esta vez la gripe me eligió a mí. Aun así debía trabajar, me encontraba en mi oficina, situada en uno de los barrios más céntricos de París.

Se acercaba la campaña de navidad y como jefa de una de las revistas de moda más famosas mundialmente debía elegir a las modelos más conocidas e influyentes del momento. Una marca de lencería de bastante renombre había contactado con nosotros para hacer promoción de su nueva línea de ropa interior. Soy muy perfeccionista, mi deber para con la firma, como mínimo, tenía que ser excelente.

Miré por la ventana para despejar mi mente por unos instantes; la lluvia caía con fuerza, el frío comenzaba a hacer de las suyas, sentía como me dolía todo el cuerpo, lo único que me apetecía era dormir. Desde mi posición pude divisar cómo la gente corría huyendo de la tormenta; incluso de esa manera la ciudad lucía preciosa. Era una privilegiada al poder contemplar aquella imagen invernal tan bonita.

Volví a fijar mi mirada en aquellas modelos ligeras de ropa, con aquel frío no quería estar en el lugar de ellas por nada del mundo. Suspiré y observé el pequeño marco al lado del ordenador, la imagen no podía ser más encantadora, mi marido y yo en la última escapada romántica a Venecia. Los buenos recuerdos invadieron mi mente, aunque todo a su lado me resultaba maravilloso. Una sonrisa delatadora se dibujó en mi rostro, se podía considerar que lo tenía todo: fama, salud, dinero, amor… Lo que cualquier persona en este planeta desearía.

Antoine y yo llevábamos doce años casados y tres de novios, yo contaba con treinta y cinco y él cuarenta, un hombre muy atractivo, pelo negro, ojos verdes, cuerpo de infarto… y su inteligencia, qué decir de ella… con solo veinte años invirtió en bolsa y ganó su primera fortuna; venía de, como se solía decir, «buena familia», pero aun así no le quitaba mérito a su afán de superación y lo que había conseguido por sí mismo. Por aquel entonces, era asesor financiero en bolsa, un hombre que cualquiera quisiera tener a su lado, pero afortunadamente era mío… solamente mío.

Volví al trabajo, aunque mi mente más bien andaba por otros lugares, el maldito constipado me dificultaba mantener la concentración, la cabeza me explotaría de un momento a otro. Llamé a mi secretaria.

—Viviane… me voy a casa… —indiqué mientras masajeaba mi sien—. No me pases ninguna llamada. Apunta en mi agenda cualquier imprevisto… Mañana espero estar mejor…

—Sí, señora… Que se mejore —deseó la chica con bastante simpatía.

Tomé mis cosas deseando llegar a casa, ponerme mi pijama, tomar algo calentito y dormir durante horas. Caminé hacia el aparcamiento del edificio, subí a mi coche y puse rumbo a casa.

Salí del edificio, para colmo un gran atasco me daba la bienvenida, tráfico y más tráfico.

—¡Genial, el día mejora por momentos! —susurré como si alguien me escuchara.

Si ya de por sí París es una de las ciudades más transitadas del mundo, por esas fechas era una locura, la gente salía de sus casas a hacer sus compras navideñas, pasear y disfrutar de ese ambiente tan festivo, en definitiva, disfrutar de un país tan maravilloso como Francia, y yo con unas ganas inmensas de que todo acabara cuanto antes. Todo apuntaba a que tardaría más de lo pronosticado y con ello aumentaba mi desesperación.

Dos horas de atasco y un malestar general me hicieron desear más que nunca acostarme en mi cama y taparme con la manta hasta la cabeza. Miré mi reloj esperando a que la puerta del garaje se abriera para meter mi coche. Llegué unas horas antes que de costumbre.

Cuando la puerta se abrió por completo, vi que el coche de Antoine estaba en su lugar aparcado. «Habrá salido antes de trabajar.», pensé sin más. Quizás la gripe también le había atacado cruelmente al igual que a mí.

Entré despacio a casa, busqué a Antoine por toda la planta inferior del chalet, al no encontrarlo subí a la planta superior cuidadosamente para sorprender a mi marido, casi de puntillas para que no se percatara de mi llegada.

Ningún rastro de él. Caminé hacia mi habitación pensando que allí podía estar. Abrí la puerta despacio esperando sorprender a mi marido, pero juro que la que se llevó la sorpresa fui yo: lo encontré en mi propia cama, sobre su secretaria, mientras la penetraba de forma salvaje.

Siempre escuché casos de infidelidad donde el afectado o afectada armaba una escena digna de las mejores telenovelas, pero allí estaba yo, paralizada, sin poder articular una sola palabra; lo único que pude hacer fue cerrar la puerta de un portazo, como si eso fuera a hacer desaparecer lo sucedido. Mi cerebro decía que me fuera, mis piernas no obedecían y mis lágrimas estaban a punto de rodar por mis mejillas a su antojo.

No sé cuánto transcurrió, probablemente segundos o tal vez minutos, la puerta del dormitorio se abrió y salió Antoine, tenía una toalla envuelta en la cintura con total tranquilidad, como si con él no hubiese sido el tema. Total, después de tremenda imagen jamás entendí por qué se tapaba, lo había visto desnudo durante quince años, y su secretaria estoy segura que no era la primera vez que lo veía en esas circunstancias.

—Cariño, te lo puedo explicar…

La típica frase que dice el infiel al ser descubierto, al menos podría tener la decencia de inventar otra frase y más teniendo en cuenta que podía «pillarlo» de un momento a otro, se encontraban en mi casa con total descaro, debían haber contemplado la posibilidad de que podía llegar antes e inventar una excusa mejor por si sucedía lo que efectivamente ocurrió.

—¿Qué vas a explicar? ¿Que estabas follando con tu secretaria en nuestra cama? —grité furiosa.

Pasó su mano por el pelo algo alborotado buscando una explicación más razonable que la de un simple «Te lo puedo explicar».

—No busques excusas, Antoine… Lo he visto con mis propios ojos… —sollocé mientras me apartaba de él—. Jamás pensé que fueras capaz de hacerme esto…

Algo en mi interior me decía que eso no era algo puntual, todo empezaba a encajar, sus viajes de negocios, sus llegadas a altas horas de la madrugada, las llamadas que atendía lejos de mí, según él para no aburrirme con temas de trabajo, incluso los mensajes que yo recibía en mis redes sociales de amantes despechadas. Siempre lo excusé, pensaba que podía ser alguna empleada que había despedido, alguien dispuesto a acabar con nuestro matrimonio o incluso alguna persona que quisiera destruir su imagen, pero jamás desconfié de mi marido y aquí las consecuencias. Qué estúpida fui al creer todas y cada una de sus mentiras.

Por arte de magia, mi cuerpo reaccionó y comencé a caminar, salí de aquel lugar donde tiempo atrás fui muy feliz. No pude contener las lágrimas de rabia en esa ocasión.

Caminé por los alrededores, todo me recordaba a él, en especial el parque que se encontraba cerca de casa, ese lugar donde nos besamos por primera vez y me pidió que fuera su novia, cuando soñábamos con vivir en aquella urbanización, en nuestro propio chalet, para crear nuestro propio cuento de hadas que al final resultó una farsa.

Supongo que en esas situaciones será bastante usual, sola

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