Capítulo 1
Ya había pasado casi una semana desde que había vuelto del hospital con Scarlett, y Sara aún no era capaz de contarle todo lo sucedido. Estaba desesperada, sentía que iba a enloquecer en cualquier momento. El esposo de su amiga no había sido bueno con ella; hasta el punto de obligarla a escapar, habían pasado por muchas cosas para poder llegar allí, y acababa de arruinarlo por un imbécil que le había parecido confiable. Cómo lo odiaba, no se cansaba de maldecir a Alan, debió haber supuesto que ningún hombre con cara bonita era de creer.
En la última visita que le había hecho con la esperanza de que todo aquello solo fuera una mala broma, en un arranque de furia, había terminado propinándole una buena cachetada; hasta la mano le había dolido durante el resto del día. Pero cómo se arrepentía de no haberle tirado, al menos, una silla encima; una pequeña bofetada no era nada comparado con lo que él había hecho.
Al llegar la cena, igual que todas las tardes, se sentó junto a su familia —Scarlett, su hija Elyse y su hermana Celine—, pero estaba dispersa; apenas si se atrevía a tocar la comida y a responder o seguir las conversaciones que se mantenían en la mesa. Si no hablaba de una buena vez, iba a terminar reventando en cualquier momento. Estaba desesperada; su amiga debía estar preparada para lo que se le venía y no podría estarlo si no sacaba la valentía para contarlo todo.
—Sara, ¿estás bien? Se te ve extraña —dijo Scarlett, lo que llamó su atención. Pestañeó y la miró; parecía preocupada. El ceño de Sara se frunció. ¿Qué fue lo que le preguntó? Suspiró y asintió, pero debía aprovechar el momento.
—Oh, sí, no tienes de qué preocuparte. Estoy perfecta, es solo que he cometido muchos errores últimamente y, la verdad, no sé cómo remediarlos —admitió ella. Tal vez no era la mejor forma de empezar una conversación tan grave e importante, pero era la única que se le ocurría; debía hacerlo poco a poco. Aunque era capaz de enfrentar a dragones y bestias, a lo único que la joven temía era a lastimar a sus seres amados, como su mejor amiga. Era como su hermana; si llegaba a dañarla, no se lo perdonaría nunca.
—¿A qué te refieres, Sara? Dime lo que está sucediendo; tal vez, así, pueda ayudarte. Sabes que puedes contar conmigo y que siempre estaré ahí para darte una mano. Anda, dímelo; seguro que no es tan malo. —Sonrió ligeramente intentando tranquilizarla, pero fue imposible. En cualquier momento las lágrimas empezarían a mojar sus mejillas, y poco podía hacer para evitarlo. Pero se prometió a sí misma acabar con el «doctorsucho» ese.
—Oh, Scar, ¡es que a veces soy tan estúpida! Y el idiota ese no me dio tiempo; ni siquiera me dejó explicarle, o más suplicarle, que no dijera nada. El mundo es demasiado pequeño, y temo que no puedo con él en ocasiones. La verdad es que no sé cómo explicártelo, ya hasta empiezo a divagar. Además, no creo que sea el lugar. —Scarlett frunció el ceño confundida.
—Bien, en cuanto yo termine con Elise y con Celine, luego de llevarlas a dormir, tú y yo nos sentaremos en el jardín, en el césped, como hacíamos de pequeñas; veremos las estrellas, y me contarás todo lo que está sucediendo. Vas a encontrar la forma de explicármelo porque, ten por seguro, que no te dejaré en paz hasta que me cuentes hasta el más mínimo detalle. —Sara casi pudo sentir cómo su rostro palidecía e, intentando ocultar el temblor en sus manos, asintió. Había llegado el momento de la verdad.
Mientras arreglaba un par de mantas en el jardín para poder hablar cómodamente, sin problema alguno, pensó en su vida. Nunca había sido una mujer solitaria, nunca le había faltado belleza o dinero; era consciente del deseo que muchos hombres sentían al verla y hasta había llegado a acostumbrarse a una vida llena de rellenos, artificios, falsedades. Hasta que un día se había dado cuenta de lo vacía que se sentía, el mismo día en que le habían roto el corazón —que nunca había creído tener— y la habían hecho caer tan bajo que poco había quedado de ella. Y solo hasta que hubo conocido a Scarlett, fue capaz de encontrarse a sí misma; ella la había salvado, y nunca tendría cómo pagárselo.
Al conocerla, era una joven que huía de lo que un día había sido. Hasta se había cambiado de universidad y de carrera intentando cambiar su vida, pero no lo había logrado hasta que la hubo tratado. Había hecho tantas estupideces.
Tal como había prometido Scarlett, en cuanto hubo terminado de acostar a su hija y a su hermana, se echó a su lado en la manta. Ambas se quedaron viendo el cielo oscuro y lleno de estrellas; al principio, sumidas en sus pensamientos, pero luego en cómo empezar. Ninguna quería decir la primera palabra, y los nervios las traicionaban.
—¿En qué momento cambiamos tanto, Scar? Hace un par de años, parecíamos una, podíamos hablar sin usar palabras, entendernos con una sola mirada. ¿Por qué ahora es diferente? Parece que hasta cuesta ser sincera la una con la otra —dijo Sara para interrumpir el silencio; a su juicio, era la mejor forma de empezar. Después de todo, las unían muchos años juntas, aventuras, secretos; le gustaría volver a aquellas jóvenes, a las que solo les preocupaba aprobar todas las materias en la universidad.
—La verdad es que no lo sé, supongo que cambiamos en algún momento mientras el tiempo avanzaba y nos separaba. Cuando se es pequeño, todo es más sencillo, pero parece que al crecer nosotros mismos lo complicamos —continuo su amiga. El sentimiento era mutuo.
—¿Y cómo lo solucionamos? —preguntó Sara, y Scarlett suspiró.
—Esa es una muy buena pregunta, pero la verdad es que no tengo ni la más mínima idea. —Sara soltó una carcajada. Cómo extrañaba estar así, relajas, riendo, pero no perdía la esperanza de volver a vivir en paz, con días llenos de felicidad.
—Bueno, pues será mejor que lo pienses bien y me des una solución lo antes posible. ¡Tú eres la lista del grupo! Demuestra por qué es que sacabas las mejores notas y eras la preferida de los profesores. Así que pon a trabajar esas neuronas que andan revoloteando en tu linda cabecita. —Scarlett soltó una carcajada. Sara solía decirle así cuando no podía resolver algún problema de la universidad, y ella, como buena amiga, terminaba matándose la cabeza para resolverlo. Muchas veces habían pasado la noche en vela estudiando, pero no se arrepentía de nada de lo que había vivido a su lado.
—Pides mucho, mujer, pero está bien. —Scarlett se quedó en silencio por varios segundos, como pensando en algo, hasta que de repente se sentó y miró a su amiga—. Descompliquémoslo. Cuéntamelo todo, sin omitir detalle, sin importar nada. Sabes que jamás me enojaría contigo, ni nada por el estilo. Así que, anda, habla. —Sara asintió; era el momento de enfrentar las consecuencias de sus actos. Además, podía que aquellas consecuencias no tardaran en entrar por esa puerta. Ya hasta le era extraño que Elliot, el padre de Elyse, no hubiera llegado por ellas; se estaba tardando demasiado, mucho más de lo que creía. Aunque debía agradecérselo; le había dado un poco de tiempo.
—Bien, pero acuéstate. Si no te miro, tal vez sea más sencillo. —Scarlett frunció el ceño extrañada, peor igualmente asintió y volvió a recostarse junto a su gran amiga—. ¿Recuerdas al médico que te atendió en el hospital? —preguntó.
—Sí, claro, ¿cómo olvidarlo? Fue muy amable y atento. —Sara soltó un gruñido, lo que aumentó la curiosidad de Scarlett.
—Oh, sí, claro que fue muy atento. El muy idiota solo nos engañaba para sacar información. —La joven de ojos verdes se sentó asustada y miró a Sara con una clara pregunta en su mirada y decidida a no parar hasta obtener respuesta. Sus manos empezaron a temblar; el momento había llegado.
—¿Cómo que para sacar información? —Sara, nerviosa, se sentó, al igual que su amiga, pero no se atrevió a mirarla.
—Una vez dijiste que tu esposo tenía muchos contactos no solo en Francia o en Estados Unidos, sino en el mundo entero. Y pues bien, el estúpido medico ese es uno de sus muchos contactos. —Scarlett soltó un gemido horrorizada, y Sara se sintió morir. Aún no entendía cómo había sido tan estúpida para terminar contándole todo, debió haber supuesto que el hacer tantas preguntas no era normal y tenía algún propósito. La habían engañado a ella que, después de tantas mentiras, había creído ser lo suficientemente lista como para diferenciarlas de la verdad.
—No, dime que no es cierto, dime que no es lo que estoy imaginando —rogó ella. La única idea que se le ocurrió fue excusarse de alguna forma. Le contaría hasta el más mínimo detalle, así que Sara rápidamente la observó con tristeza y arrepentimiento, tomó su mano e hizo que la mirara. Necesitaba ver que entendía, que la perdonaba.
—No era mi intención, Scarlett. Te lo juro. Es que, cuando fui a conseguir las medicinas que te había pedido la ginecóloga, me lo encontré y empezó a hacerme muchas preguntas. Al principio, eran normales, de un médico interesado en su paciente, pero entonces comenzó a indagar sobre nuestra vida. Primero, sobre mí, pero luego sobre ti; pensé que era normal, así que respondí a sus interrogantes. Me preguntó si tenías hijos, y yo le hablé sobre Elise; quiso averiguar si estabas casada y yo, de estúpida, le dije que sí, pero que no estabas con tu esposo por problemas personales. Y lo peor es que, al consultarme tu apellido de casada, yo se lo dije. ¡Perdóname! Sé que fui una estúpida y que cometí un error. Perdóname. —Scarlett se levantó de repente, puso una mano sobre su vientre; Sara empezaba a preocuparse, la veía realmente afectada y la entendía, pero no quería volver a llevarla al hospital, no soportaría la culpa. Sin embargo, no sabía qué hacer, estaba desesperada y se sentía perdida, así que terminó moviéndose sin control alguno.
—Cálmate, Sara. Sé que no lo hiciste a propósito, pero ¿estás segura de que el doctor conoce a Elliot? —dijo su acompañante. En ese momento, ella cerró sus ojos con fuerza pero, cuando volvió a abrirlos y se encontró con su mirada, asintió.
—En cuanto le dije Johnson, sonrió como nunca antes y acotó: «Si me disculpas, debo hacer una llamada. Seguro que a mi amigo Elliot Johnson le encantará saber en dónde se encuentra su esposa. Hace un tiempo me habló de ella y me pidió que lo ayudara a buscarla y, al parecer, la encontré». Te juro que estuve a punto de matarlo. ¡Me engañó! Yo no quería, Scar. —Cuando Scarlett se recostó en uno de los árboles como si no fuera capaz de mantenerse en pie, Sara corrió hasta ella e intentó darle un poco de aire.
—Lo que sucedió no se puede cambiar, Sara. ¿Por qué no me lo dijiste en cuanto llegaste? ¿Cómo me lo dices ahora? No tengo ni la más mínima idea de qué es lo que haré y me temo que tiempo es lo que no tengo en este momento. ¿Qué voy a hacer? —Por cobarde se respondió a ella misma. Era como si en ese día estuviera destinada a recordar todo lo que un día había sido. Se sentía realmente mal.
—Perdóname. Es que estaba aterrada, no quería que te enfadaras conmigo, pero ya no se me ocurrían ideas para solucionarlo, tenía que decírtelo. —Sara se alejó un poco de ella y empezó a moverse de un lado a otro, clara muestra de sus nervios—. Aún tenemos tiempo. Toma a Elise; yo iré por Celine, y nos iremos en mi auto. Podemos conducir un poco más al sur o al occidente, así lo despistamos un poco y, al menos, en cuanto llegue, no nos encontrará. Déjame corregir mi error. —Necesitaba encontrar una solución y pronto; si ella había sido la causante de todo eso, pues sería ella misma quien lo solucionaría. Estaba decidida.
—Tranquilízate, Sara. No te culpo de nada, y todo va a estar bien. Es solo que... solo que... —De repente, el timbre sonó, como presagiando el mal momento que les esperaba en cuanto la puerta fuera abierta. Ambas estaban presas de los nervios y temían a lo que fuera que estuviera al otro lado de la madera—. Solo que parece ser demasiado tarde.
El timbre no dejaba de sonar, y ellas se miraban la una a la otra como intentando decidir quién sería la encargada de abrir. Hasta que ambas salieron corriendo, como si las persiguiera el mismísimo diablo. En el intento de ganar la carrera, logró tomar a Scarlett por la blusa, pero perdió el equilibrio; ambas, tras un grito, terminaron en el suelo. Estuvo tentada a reír; no obstante, decidió aprovechar el momento. Al ver que a su amiga le costaba recomponerse, corrió a la puerta y la abrió.
—¡Elliot! —dijo Sara claramente nerviosa. Desviaba su mirada hacia atrás, intentado parecer disimulada, mientras movía sus manos—. ¿Qué haces aquí? No esperaba verte. ¿Cómo sabias que vivo aquí con mi familia? —Él elevó una ceja con curiosidad.
—¿No esperarás que me crea que no sabes la razón por la que estoy aquí, verdad? Conoces muy bien lo que estoy buscando. ¿En dónde está mi esposa, Sara? Dile que salga, o me veré obligado a entrar y encontrarla yo mismo. No me iré sin ella. ¿Y qué fue ese grito? Escuché una voz. —Sus palabras la pusieron aún más nerviosa. No tenía idea de cómo hacer para que se fuera y, con solo verlo, podía notar que en cualquier momento sería capaz de hacerla a un lado y entrar. No sería muy difícil, no es como que tuviera mucha fuerza para impedírselo.
—¿Scarlett? ¿Qué? ¿Grito? No, claro que no. Ella no está aquí. Hace mucho tiempo que no sé nada de ella; he intentado comunicarme, pero sigue sin responder a mis mensajes o a mis llamadas. Pierdes tu tiempo aquí, pero te ruego que, en cuanto la encuentres, me avises. La verdad es que estoy muy preocupada por ella y por las niñas. No pueden andar por ahí solas; es peligro. No me gustaría que les pasara nada malo. —Una de las pocas cosas que había aprendido, a lo largo de sus muchos errores, fue mentir como toda una experta. A veces sentía que, más que un logro, era una terrible maldición; nunca le había gustado decirlas, odiaba las mentiras.
—Toda una experta en mentir —murmuró Alan lo suficientemente alto como para que ella escuchara. Sara de repente lo observó y lo fulminó con la mirada. Cómo le gustaría lanzársele encima y acabarlo a golpes; ese ser tan despreciable se merecía lo peor. Sin embargo, no podía hacerlo, por lo menos no ahora. Tenía que hacer hasta lo imposible para evitar que Elliot entrara a su casa.
—Largo, Elliot. Mi familia está descansando, y no pienso molestarlos simplemente porque usted cree que tiene el derecho. Es mi casa, mis reglas, y solo mis invitados entran. —Se posicionó bajo el marco de la puerta y puso sus manos a lado y lado, lo que bloqueó por completo la entrada. Su misión era no permitirle el ingreso, y estaba dispuesta a cumplirla cueste lo que cueste; era la única forma que tenía de resarcir su error.
—No me voy de aquí sin mi esposa, sin mi hija y sin mi cuñada, Sara. ¿De verdad crees que me iré sabiendo que está embarazada? Pues no. Hazte a un lado. —Elliot intentó avanzar, pero ella rápidamente se lo impidió y apenas logró que se moviera unos pocos milímetros. No podía comparar su fuerza con la de él, pero al menos sabía que no la dañaría, jamás la tocaría. Sin embargo, empezaba a arrepentirse de no ser una mujer más dada al deporte.
—No —dijo decidida. Primero muerta antes de darse por vencida; ni con lindas palabras podría convencerla. De repente, Alan se ubicó frente a ella y tomó el lugar que segundos atrás había tenido su amigo.
—Déjame a mí —dijo a Alan—; esta señorita y yo tenemos un asunto pendiente. Así que, mientras tú buscas a tu mujer, yo pruebo qué tan dulce es la venganza. —Sara se puso pálida con solo escucharlo, pero no se dejó vencer y no retrocedió ni un solo milímetro.
—Ni se te ocurra tocarme. No te acerques a mí; mejor toma a tu amigo y llévatelo lejos —ordenó intentando parecer seria, pero la verdad era que le aterraba la sola idea de enfrentarse a él. Aún estaba aprendiendo a hacer valorar su opinión; sin embargo, no iba a permitir que ninguno de los dos entrara.
De repente y, dejándola sin respiración, Alan la tomó por la cintura y la puso sobre su hombro, lo que causó que Sara soltara un fuerte grito al sentir cómo sus pies abandonaban el suelo. Ella empezó a golpear su espalda tan fuerte como le era posible, pero él era demasiado grande y musculoso, lo que no la ayudaba. Y él simplemente no cedió; Alan la llevó adentro de la casa, y Elliot lo seguía.
—¡Bájame de una buena vez, idiota, imbécil, animal! —gritó desesperada, pero él simplemente le dio una fuerte nalgada que la hizo enfurecer aún más. Si antes estaba decidida a matarlo, entonces iba a cortarlo en pedacitos muy pequeños y lo tiraría a la basura; ni los pobres animalitos merecían comer algo tan podrido.
—Cálmate, belleza. No me obligues a darte otra nalgada; aunque debo admitir que lo haría encantado. —Ella, furiosa, empezó a pellizcar su espalda. Le enterraba las uñas y lo golpeaba tan fuerte como sus brazos se lo permitían, pero Alan seguía sin ceder.
—¡Basta! Bájala de inmediato —ordenaron a su espalda. Sara levantó el rostro y se encontró con Scarlett de pie, en el último escalón de la escalera. Pero Alan giró de repente, lo que le impidió verla—. Doctor, creo que fui lo suficientemente clara con usted. Baje ya a mi amiga. —Él la observó con una ceja elevada y con una sonrisa burlona en sus labios. Scarlett se cruzó de brazos, como esperando a que sus palabras fueran cumplidas; pero, ya que tenía a la fiera relativamente domada, no iba a acobardarse con un pequeño obstáculo.
—Lo lamento, mi señora, pero no estamos en la época de la esclavitud, y no obedezco órdenes suyas. Además, la señorita aquí presente me debe una, y una grande; tengo que cobrármela. Y me parece que usted tiene asuntos más importantes, pero le aseguro que Sara estará bien. Estaremos en el jardín si llegan a necesitarnos. —Sin más, la llevó a través de las puertas dobles hasta el jardín. Sara aún no se podía creer lo que acababa de escuchar. Después podía asesinarlo; lo más inteligente era huir tan lejos de él como le fuera posible.
—¡Maldita bestia animal, imbécil, suélteme de una buena vez! —gritó furiosa, odiaba sentirse tan desprotegida y vulnerable.
—Como desee, milady. —De repente, la lanzó con muy poca delicadeza hacia las mantas que cubrían el césped, lo que causó un golpe en su espalda. Hizo una mueca e intentó sentarse, pero las fuerzas parecían haberla abandonado, así que terminó de costado esperando aliviar el dolor. El idiota ese la había hecho golpear demasiado fuerte. Alan, al darse cuenta de lo que había acabado de hacer, se acercó corriendo hasta ella con el rostro lleno de preocupación, se inclinó y tomó el borde de la blusa—. Perdóname; soy un completo patán. Yo no quería lastimarte, pensé que tenía almohadas debajo o algo que amortizara el golpe. Discúlpame. —Subió la blusa gris, tanto como le fue posible, y observó la blanca y delicada piel de su espalda. Por un segundo se perdió en la vista que tenía enfrente pero, cuando su mirada se topó con lo que parecía una vieja cicatriz, dejó de respirar.
Capítulo 2
—Ese no es un corte normal, no es una herida causada por algún accidente. ¿Cómo te lastimaste? —murmuró Alan sin poder dejar de ver la cicatriz. No se equivocaba; en muchas oportunidades se había visto obligado a atender tajos así. Parecía haber sido hecho por un cuchillo; estaba casi seguro de ello. Sara, al ser consciente de lo que él acababa de ver, rápidamente intentó bajar la blusa, pero el dolor en su espalda la detuvo. Había sido un golpe fuerte.
—No le interesa, ni siquiera debería haber subido mi blusa. Solo ayúdeme a levantarme y lárguese de mi casa; si no lo vuelvo a ver, seré la mujer más feliz del mundo. —Él no pudo evitar preocuparse. Ella le estaba escondiendo algo, algo grave, pero no quería importunarla; suficiente había hecho con haberle causado una caída tan fuerte. Era un completo idiota y tenía que resarcir su error, era médico y tenía que hacer uso de ello.
—Lo lamento, no me correspondía preguntar, pero debo revisarte ese golpe. Fui una bestia y pude haberte hecho daño. Déjame examinar tu espalda, por favor. —Sara lo pensó por un momento. El dolor era fuerte, pero seguro que no era algo para preocuparse; sin embargo, si él la revisaba, ya luego no tendría que ir al médico. Odiaba estar en un hospital. Suspiró.
—Bien, pero hazlo rápido. —Se movió un poco hasta quedar boca abajo, tomó una profunda respiración y cerró sus ojos. Alan estuvo a punto de golpearse a sí mismo; sus manos estaban temblando, y tenía miedo de ver su espalda. Estaba actuando como un completo imbécil; sería mejor que se comportara.
Subió tanto su blusa que pudo ver su brasier blanco y, llenándose de valentía, lo soltó. Casi saltó de la alegría al ver que ella no renegaba. Intentó calentar un poco sus manos para luego ponerlas sobre su piel, tan suave como la había imaginado; además, el dulce aroma que desprendía era embriagante. Tomó una respiración profunda y empezó a moverse. Con sus dedos, presionó en ciertos puntos para cerciorarse de no haber causado ningún daño; luego, hizo un pequeño masaje para relajar el músculo. No era nada de gravedad, solo el golpe. Un poco de descanso, y el dolor desaparecería.
—No es nada grave, pero te recetaré una crema para que apliques en la mañana y en la noche; eso hará desaparecer el dolor. Tampoco creo que se forme algún hematoma, así que no hay de qué preocuparse. Mi estupidez no dejará consecuencias —dijo mientras seguía moviendo sus manos en la blanca piel de la dama.
—Bien, ya que el dolor ha disminuido considerablemente, agradecería que vuelvas a poner mi brasier en su lugar y bajes mi blusa. ¿Puedes hacerlo, verdad? Seguro que, así como puedes quitarlo con tanta facilidad, puedes volver a ponerlo —respondió Sara. Aunque el masaje era considerablemente delicioso, no podía olvidar quién era él, y lo mejor era alejarse y mandarlo al infierno.
—Solo deja que te ayude a levantarte. —Abrochó su brasier y bajó su blusa. Ella giró y él, tomándola por la cintura, la auxilió en ponerse en pie; pero, en cuanto se irguió, alejó sus manos de su cuerpo de un fuerte tirón.
—Bien, se lo agradezco. Puede enviarme la orden para la crema por correo o puede que luego pase por ella al hospital. Ahora, largo de mi casa. —Sacudió su vaquero y su blusa. Sabía que no se había ensuciado; estaba sobre la manta. Era imposible llenarse de pasto o de tierra, pero era la mejor forma de evitar mirarlo. Alan suspiró.
—Lamento lo que hice, Sara, no debí lanzarte al suelo de esa forma. De verdad pensé que había algo bajo la manta que amortiguaría tu caída. —Le correspondía disculparse. Había sido un gran error por su parte, y acababa de pagar por su estupidez. Pudo haberle causado un gran daño.
—Ahora no importa. Las consecuencias de ellos no son nada comparadas con lo que me hizo. Me engañó; por su culpa, mi amiga está allí adentro lidiando con un esposo que lo único que le ha causado es tristeza. ¿Acaso no se le ocurrió pensar que Scarlett no quería ser encontrada? No, claro que no. Usted es solo un idiota que simplemente no tuvo en cuenta las consecuencias que podía tener su intervención. Así que no quiero seguir viéndolo. Largo, salga de mi casa y, si puede llevarse a su amiguito, pues mucho mejor. —Lo observó y se cruzó de brazos. Su mirada estaba llena de odio y rencor; cualquiera que la viera seguro que imaginaría algún daño realmente grave e irreversible.
—Yo estoy haciendo lo mismo que hiciste tú con Scarlett. Elliot me llamó completamente desesperado por encontrar a su esposa y, como soy su amigo, lo ayudé tanto como me fue posible. No me arrepiento de ello. No solo tienen una hija que necesita de sus padres, de ambos, sino que el bebé que viene en camino también los precisa. Pero no es algo que nos incumba. Tú y yo tenemos algo pendiente; ¿no crees? —Los ojos de Sara se abrieron. Empezaba a sentirse nerviosa; claro, después de lo sucedido, olvidó la razón por la que la bestia esa la había traído alzada hasta allí.
—No, claro que no. Usted y yo no tenemos nada de que hablar. ¡Largo de mi casa! —gritó furiosa. La última vez que se habían visto, todo había terminado mal y, si no salía de allí pronto, era probable que la historia se repitiera. Así que prácticamente empezó a correr de vuelta a casa, en un intento por huir de él; era capaz hasta de encerrarse en el baño. Pero apenas había podido dar un par de pasos cuando Alan la tomó de la cintura para detenerla, la abrazó con fuerza y la pegó a su cuerpo. Sara casi podía sentir los fuertes músculos del pecho masculino en su espalda.
—¿A dónde vas, bonita? —susurro él en su oído. Su aliento golpeaba su cuello, y su mano se aferraba con fuerza a su abdomen. Estaba atrapada—. Aquella cachetada que me diste me dolió bastante. Prometí vengarme; ¿o no lo recuerdas? —Ella movió su cabeza. No le gustaba sentirlo tan cerca, odiaba verse indefensa, pero sí recordaba todas sus palabras y cada una de ellas.
—¿En dónde puedo encontrar a Alan Reynols? —preguntó Sara al acercarse a la recepcionista del hospital. Estaba furiosa y quería matar a ese maldito doctor, pero tenía la esperanza de que todo aquello de que conocía a Elliot fuera mentira y solo fuera una broma de mal gusto. Ansiaba escuchar aquellas palabras al buscarlo.
—Señorita Boissieu, no esperaba volver a verla tan pronto. ¿A qué debo su agradable visita? ¿Cómo se encuentra la señora Johnson? —Al escuchar ese apellido, casi que empezó a sacar chispas de la rabia. Aún no podía entender cómo fue que, cuando él le había preguntado sobre la pareja de Scarlett, ella había terminado contándolo todo. Pero, en su defensa, el mundo era demasiado pequeño; jamás había llegado a imaginar que el doctor terminaría siendo amigo de Elliot.
—Solo necesito saber una cosa: ¿de verdad conoce a Elliot Johnson, o es solo por el dinero que él ofrecería a quien le diera alguna noticia sobre el paradero de su esposa? No me crea estúpida; sé lo que una persona puede llegar a hacer