Recién divorciada

Maya Moon

Fragmento

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Capítulo 1

Isa

Isa es esa amiga que toda mujer debería tener, un Pepito Grillo sentada en tu hombro recordándote que pongas los pies en la tierra cuando tú ya estás fuera de órbita. La conozco desde que llegué aquí y siempre ha sido un gran apoyo. Casada desde hace veinte años, con dos hijas, ex azafata de congresos y recién licenciada en Psicología, me enseña una foto del cartel de la consulta que acaba de abrir en la capital.

—¡Me encanta! —exclamo yo mientras miro su móvil.

—A ver ahora cómo se me da la consulta. Tengo que pagar todo lo que he invertido.

—Isa, esto es lo tuyo. Siempre te lo he dicho.

Ella también lo sabe, por eso se ha lanzado de cabeza al proyecto.

Hoy hemos quedado para tomar unas cañas antes de recoger a las niñas del cole. Su hija pequeña y la mía van al mismo, aunque la suya, al ser un año menor, va a un curso inferior.

Generalmente no hablamos de ella ni de su vida por dos motivos principales: su vida es perfecta, y la mía es un desastre, por lo que suelo acaparar las conversaciones.

—¿Qué tal la charla de la otra noche?

—Para cortarse las venas. Una charla sobre la menopausia es lo más deprimente que se me ocurre como excusa para salir de casa. Al menos el vermú estaba buenísimo.

Ella sonríe.

—Bueno, has salido para algo más que para llorar en mi hombro. Por cierto, ahora cobro por eso.

Le lanzo una servilleta que ella esquiva con maestría.

—¿Qué quieres que te diga? No me veo en el mercado, Isa, no me apetece.

—Hazlo, aunque sea por mí, mujer. Llevo un año escuchándote hablar de tu divorcio. Por una vez podrías contarme un revolcón, digo yo.

Finjo una carcajada irónica.

—Pues como no me revuelque con mi perra…

—Te he dicho mil veces que si quieres puedo presentarte a algunos amigos.

—Ya. ¿De ese máster donde todos tienen veinte años menos que tú? No, gracias. Ya tengo bastantes niños en mis aulas.

—Mar —me mira fijamente—, has estado veinte años casada. No quiero que te cases otra vez. Como mucho que eches un buen polvo y te diviertas.

—Primero, va para dos años que no echo un buen polvo. Segundo, no quiero tener debajo a un chaval mucho más joven que yo al que no encuentre bajo el michelín de mi tripa.

Mi amiga estalla en una carcajada.

—Pues tú me dirás. Como no quieras que te presente a un paciente…

Finjo que me meto los dedos en la boca para vomitar.

—Ya me lo pedirás, ya. Bueno, ¿y después de la charla hicisteis algo?

—Cenamos y nos reímos un montón. Ya sabes cómo es Nuria. Había un camarero en la barra del Café con libro que estaba buenísimo. Un poco flaco para mi gusto, pero era muy guapo. Tenía algunos tatuajes interesantes.

—¿Tatuajes? —pregunta arqueando una ceja—. No te reconozco.

—Debe ser la sequía. Total, que nos fuimos a casa sobre las once y este es el relato de mi última noche de juerga. Por cierto —digo cogiendo mi móvil de la mesa—, mira el tío que me ha entrado por privado.

Le muestro una foto de un hombre más o menos de mi edad, unos cuarenta, con un pelo moreno precioso y barba de unos días, que he recibido esta mañana.

—¡Halaaa! ¿Quién es? Está cañón.

—¿A que sí?

—Sí, pero eso que lleva al hombro parece la correa de una riñonera —añade con gesto de asco.

Me fijo bien y me da la risa.

—¡A tomar por saco! ¡Ya no me gusta! —suelto saliendo de la aplicación.

—No seas dramática. Además, no creo que cuando esté desnudo se deje la riñonera puesta.

Esta vez las dos soltamos una carcajada y damos un sorbo a nuestra cerveza.

Isa se cuida mucho, aunque no le hace falta, o igual no le hace falta porque se cuida… Yo qué sé. Es alta y delgada, y con eso ya tiene la mitad del camino recorrido. No es guapa, eso es cierto, pero tiene la autoestima por las nubes. Cuando quedamos solo se toma una caña. Yo siempre me tomo dos, y me como todas las aceitunas del plato. Supongo que por eso yo soy un retaco y ella no.

—Te diría que te apuntaras conmigo a zumba, pero siempre me dices que no.

—No, gracias. Para ver tetas saltando sobre rodillas, ya tengo las mías.

—Pues apúntate al gimnasio donde va Nuria.

—Ni de coña. Te dan una paliza dentro con los aparatos y luego te hacen correr cuesta arriba por la calle.

—¿Y en tu instituto no hay nadie presentable?

—Creí que eras mi amiga.

—No puede ser tan horrible.

—Además, ya sabes lo del refrán ese de «De donde sacas para la olla…»

Me interrumpe antes de que pueda terminarlo.

—Solo quedan divorciados amargados, gais, casados y niñatos. O sea, nada.

Entonces se pone seria, como siempre que va a decirme algo en plan psicóloga.

—¿Sabes lo que te pasa? Que estás cagada.

—Un euro a la hucha de las palabras malsonantes.

Ella no es muy de decirlas, yo sí.

—En serio, Mar. Has estado casada durante toda tu vida adulta. Nunca has estado con un hombre que no sea tu ex y te da terror empezar de cero. Lo que no sé es si te da más pánico el aspecto físico que el emocional.

Ahora sí me ha dado de lleno. Nunca hablo de ello con nadie, pero es cierto que estoy aterrada. Aunque no lo parezca, soy una persona muy tímida y me cuesta confiar en los hombres.

Cuando conocí a mi ex, acababa de romper con el que había sido mi primer novio, el de la adolescencia. Los dos habíamos evolucionado por caminos totalmente diferentes. O sea, yo había evolucionado y él no. Él quería quedarse en el pueblo y yo quería volar. Él quería que me quedara en mi casa y yo me moría por trabajar. Así que lo dejamos. Nada de dramas. Creo que ya ninguno significaba para el otro lo mismo que cuando habíamos empezado a salir con apenas diecisiete años. Luego conocí a mi ex. Él fue mi primer amor en todos los sentidos y, después de veinte años de matrimonio, dos hijas y un divorcio, lo único que he aprendido es que no quiero volver a pasar por eso porque duele. Duele mucho.

En cuanto al plano físico, puede resumirse en tres palabras. «Ni de coña». Con cuarenta años, unos cuantos kilos de más, aunque no muchos, 1.60 de estatura y una nariz poco agraciada que, eso sí, me sirve para llevar las gafas divinamente, lo único que tengo bonito son este par de ojazos azules y una preciosa melena pelirroja teñida que creo que es lo que confunde a los demás. La gente debe pensar que alguien que luce ese pelo es atrevida y le gusta llamar la atención. Falso. Siempre llevé el pelo rizado, castaño con algunas mechas. Anodino. Como yo. Hasta que me enamoré de la prota de una serie de televisión que llevaba el pelo largo y liso, con flequillo y cobrizo. Así que me fui a la pelu y me lo cambié. Al día siguiente recibí más piropos que en toda mi vida, y decidí que esta imagen gustaba. Así que me la dejé.

Advertencia: las pelirrojas casadas que llevan vaqueros y taconazos ligan un montón. Doy fe. Las pelirrojas divorciadas con bambas, michelín y culete, no. Y menos si no salen de casa.

Como estaba totalmente enamorada de mi marido, de mi familia y de mi trabajo, jamás me fijé en ningún otro hombre, y

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