A las puertas de tu corazón

Laura Kaestner

Fragmento

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Capítulo 1

De la inquieta mano de su hijo a la risa permanente, esa era la vorágine del viernes por la que Jaclyn transitaba. Se sentía tironeada de un lado al otro de la plaza de juegos, feliz de ver dichoso a su hijo, nerviosa por haber vuelto a la ciudad después de tantos años, emocionada por la boda de su hermano Andrew.

A pesar de la tarde plomiza y algo fresca, había resultado imposible mantener al niño dentro de la casa. Y por eso, a pesar de estar enloquecida de trabajo a la distancia, taconeaba por el Beverly Center Mall.

Para cualquiera que la viera desde lejos parecía más una hermana mayor que una madre, quizás porque estaba cerca de cumplir veinticuatro años y siempre le decían que parecía más joven y su adorable Anthony, con el rubio cabello revuelto y la cristalina mirada, ya tenía cuatro.

Muchos hombres se habían dado vuelta para contemplarla, algo que a ella le resultaba normal porque se reconocía hermosa. A pesar de la simpleza de su atuendo, tenía un aspecto arrebatador, como era habitual.

Iba ataviada con un vestido de satén azul pálido algo debajo de las rodillas, que se ajustaba a la perfección a su figura curvilínea y que se cerraba en la parte delantera con un cordoncillo de seda a juego. El tono del vestido intensificaba el azul de sus ojos y realzaba su tez, bronceada por el sol.

Apoyó su cartera Gucci color camel sobre una silla, al igual que la chaqueta liviana y el sweater de hilo azul de su hijo. Le sacó una foto con su celular para registrar una nueva risa del hombre de su vida.

Tony la saludó con su manito desde un auto de color borgoña mientras circulaba por una pista fija imitando a un gran piloto.

Sonó su celular por tercera vez en la tarde. Miró la pantalla y frunció el ceño.

­—Dime, Carol —atendió sin dejar de prestarle atención al niño—. ¿Cuál es el problema ahora?

Estaba a punto de salir su nueva colección de ropa de la línea que había creado junto con su hermana mayor, Jennifer, para la temporada otoño-invierno, Harrogate’s Style.

Los detalles se estaban ultimando porque querían hacer la presentación en la Semana de la Moda en New York, a principios de febrero. A poco menos de dos meses del gran evento, les había dado un ataque de nervios a las dos al enterarse de que su adorado hermanito se casaba súbitamente en ese momento tan poco acertado para ellas.

¡Fines de diciembre era una época de fiestas familiares y reuniones de amigos, no de bodas suntuosas!

Pero la futura esposa de Andrew, una conocida actriz del momento, comenzaba la grabación de una nueva película en Sudamérica y no querían retrasar más el enlace.

Por lo tanto, Jaclyn y Jennifer asintieron, aceptaron dejar de lado sus agendas atestadas y reunirse una vez más.

Para Jaclyn era una prueba de fuego: volver a esa ciudad, a la irremediable obligatoriedad de verlo a él, el hombre que le había roto el corazón. Estaba movilizada y nerviosa.

Desde hacía cuatro años su hermana y ella trabajaban juntas, luego de que Jaclyn partiera sin aviso a San Francisco, envuelta en llanto, defraudada, enamorada hasta el último de sus poros del hombre más perverso que había conocido.

Jennifer estaba a punto de regresar al negocio de la decoración de interiores (se había tomado un tiempo después del nacimiento de sus mellizos) y le encantó la idea de iniciar un nuevo emprendimiento, más aún cuando implicaba hacerlo con su creativa hermana. La propuesta la había tomado por sorpresa y su esposo, abogado prestigioso y eterno enamorado de su buen gusto, le había dado el último empujón para decidirse.

Casi un año después de haberse mudado a la ciudad de las colinas pronunciadas, los terremotos leves y los tranvías coloridos, y en busca de una meta que la hiciera focalizar su futuro en otra cosa que no fuera el llanto, la tristeza y la temida soledad, Jaclyn había encarado este proyecto con la misma valentía con la que había llevado adelante su embarazo, el mismo que la había tomado por sorpresa en Los Ángeles y la había arrastrado hasta San Francisco, huyendo de la decepción.

Después de casi cinco años, podía decir a viva voz que era feliz. Aunque el otro lado de su cama siguiera vacío, aunque los únicos brazos de amor que la rodearan fueran aún pequeños para encerrar su cintura, aunque solo su familia compartiera con ella sus momentos de creatividad desenfrenada.

Seguía sola, sin pareja estable (aunque muchos lo habían intentado), compartiendo su lujoso piso sobre las colinas de Nob Hill con su adorado hijo, la luz de sus ojos, el motor de sus días, lejos de su familia, con pocos amigos que la contuvieran, pero con el beso madrugador de Tony, las tostadas caídas al piso siempre con la mermelada hacia abajo, la leche derramada sobre sus zapatos exclusivos y las fibras de colores muchas veces decorando sus diseños originales.

Feliz pero sin amor, al menos no de esa otra clase de amor.

—Me acaban de avisar que están retrasados en la entrega de los accesorios. Y como sé que, si no te informo de todo, mueres de un ataque de locura... —dijo su asistente, nerviosa.

—¿Cómo que están atrasados? ¿Qué tan atrasados? —preguntó Jaclyn agarrando los abrigos y su cartera, haciendo malabares con su celular mientras tomaba de la mano a Anthony que bajaba de los autitos.

—Mami, vamos al carrusel.

—Sí, hijo, espera un segundo. No me has contestado, Carol. ¿Qué tan atrasados dicen estar? ¿Llegarán a entregarnos lo pedido para el desfile?

—No saben. Se complicó el tema de las plumas porque no sé qué problema hubo con las importaciones y...

—¡No me interesan las importaciones, maldita sea! —exclamó ella entre dientes—. No estoy en condiciones de rediseñar nada con tan poco tiempo. ¿Ideas? —indagó sonriendo en forma fingida a su hijo.

—Mickey habló con algunos de sus amigos diseñadores y al parecer encontró alguien que puede realizar un trabajo similar. —Se detuvo unos segundos—. Pero el precio no será el mismo.

Jaclyn suspiró y cerró los ojos.

—Dile a Mickey que me llame en diez.

Cortó y se dejó llevar a la rastra por su hijo hacia el mencionado carrusel.

***

—¿Cargaste nuevamente las tarjetas de juegos? —preguntó la niña de cabellos oscuros tomándolo de la mano.

El hombre sonrió, divertido.

—Claro que sí. Ya llevamos varias cargas, Elena.

—Pero todavía no nos queremos ir —dijo la pequeña Marina frunciendo el ceño.

—Es que llevamos varias horas jugando también, así que vayan viendo cómo hacen para dejarme regresar a casa.

El hombre rio divertido y se dejó llevar por las dos niñas, preciosas con sus vestidos de flores.

Muchas miradas femeninas siguieron el recorrido del conocido hombre. Algunas de ellas solo lo habían visto en fotos. Otras, conocían de él más que su número de teléfono y la suavidad de sus sábanas.

Saludó a algunas aquí y allá, pero no se detuvo. Ese día era completamente de esas dos hermosas criaturas.

Mauricio Soler consultó su celular una vez más a la espera de la resolución de uno de sus juicios de homicidio. El jurado estaba deliberando y era muy poco probable que se resolviera esa tarde, por eso había s

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