Gabriel, el esposo que quería ser digno (Trilogía Ducado de Mildre 3)

Verónica Mengual

Fragmento

gabriel_el_esposo_que_queria_ser_digno-2

Prefacio

Desde el principio

―Esto no quedará así, Susan. Te lo garantizo. Ese miserable pagará lo que te ha hecho.

―Por favor, te lo ruego, Alice, olvídalo.

―Nunca. Ese malnacido tendrá la dosis exacta de su misma maldad. Ni más ni menos.

―Por favor… ―Susan sabía que era inútil tratar de convencerla, su mejor amiga era como un perro con un hueso cuando algo se le metía en la cabeza―. Yo quiero olvidarlo.

―¿Vas a olvidar que te pusiera en ridículo por pura diversión? ¿Por competir con sus amigos?

―Todo el mundo lo sabe, el mal está hecho. Son hombres que se divierten así. White’s está lleno de apuestas como esta, o incluso peores. Oí que pusieron una para ver quién conseguía arrebatarle la virtud a Fanny.

―No me importa lo que suceda a los demás. Es a ti a quien ha puesto en boca de todo el mundo. Se ha metido contigo y ese mequetrefe ha cavado su tumba.

―No me llegó a besar…

―¡No te besó porque yo estuve al acecho!

Por inmerecida suerte, Susan se había librado porque ella decidió inmiscuirse sin el consentimiento de su amiga. ¡Susan era demasiado ingenua!

―Por una vez te agradezco que me salvases y que no me hicieras caso cuando te pedí que no te entrometieras.

―Si yo no llego a intervenir él se hubiese salido con la suya.

―Tal vez ambos estaríamos casados.

―La apuesta era besar a una joven virginal y luego no proponerle matrimonio.

Su amiga era demasiado buena y confiada.

―No me besó y acabó en un estanque, con todo el público que él mismo congregó riéndose de él. Yo diría que ha tenido ya bastante escarmiento.

―Yo decidiré cuándo el castigo ha concluido, ha ensuciado tu buen nombre.

―Aliceee ―quería rogarle que lo dejase correr. Susan pretendía seguir con su vida y olvidarse del bochornoso incidente. En cuanto hubiese otro escándalo, este se olvidaría.

―Se me ocurrirá algo. Ese conde de fruslería tiene los días contados.

―Es un futuro duque.

―Por mí como si es un maldito arzobispo.

―¡No blasfemes, Alice!

Susan reconocía que ella mima era demasiado incauta, pero su querida amiga se excedía en todo cuanto hacía.

―No te escandalices tanto. Ya deberías conocerme.

―Temo por ti. Mi reputación no ha quedado tan maltrecha como podía haber quedado, pero…

―Por supuesto que no ―la interrumpió―. ¡Si no lo llego a apartar…!

―Es que es tan perfecto…

―Es un estúpido, y encima seguro que es sordo. Ciego no lo puedo llamar porque eres muy bonita…

En el repertorio de palabras malsonantes de la joven Alice, era habitual oír que se refería a las personas egoístas como estúpidas, sordas y ciegas… Susan resopló. Intentó quitarle esa manía tan poco correcta hacía tiempo. Evidentemente fracasó.

―Me recuerdas a tu hermano, llamando estúpido y sordo a todo el mundo. No está bien que uses esas palabras. Una dama no debe hacerlo.

―Estamos únicamente tú y yo, nadie me oye. ―Alice se tomó un momento para pensar―. Mi hermano es un hombre muy sabio. Es una gran persona. Si él estuviera aquí le daría la lección de su vida.

Pero el único familiar al que adoraba la había dejado depositada en casa de su buen amigo lord Bedford, con el fin de que ella tomase ejemplo de su perfecta hija lady Susan. Cierto que su amiga era muy buena y tenía mucha clase y refinamiento, pero era ciega por no saber reconocer a los libertinos, si ella no la hubiese salvado... Susan, tan buena que no veía maldad en ningún lugar.

―Entonces aguarda a que él venga.

―No va a poder ser. Ha heredado el condado de Dorset. Me parece que el actual conde está muy enfermo y está esperando a que fallezca para tomar lo que se le legará.

―¡No me habías dicho nada!

―Hace unos meses que llegó la carta. La encontré en un cajón de su escritorio.

Estuvo fisgando en la casa de soltero de su hermano. ¿Qué? El futuro conde de Dorset era lo que ella más quería.

―Tu hermano también es un hombre muy atractivo. Ese parche…

―Susan, no tienes remedio… te gustan todos los que son peligrosos. ―Alice reconocía que su amado hermano Phillip tenía muy malas pulgas…

―El conde de Malzard no es malvado.

―¡No me digas! ―ironizó―, querida, estabas a punto de acabar deshonrada en aquel jardín. Te dije que es uno de los libertinos más réprobos de todo Londres. No me preguntes cómo, pero los huelo a mil leguas.

Phillip la había enseñado bien.

―Se hubiese casado conmigo ―dijo con convicción.

―¡Oh!

Ni en mil años ese bobo habría hecho lo correcto. Era un tunante que no apreciaría la suerte de tener a una dulce Susan como su futura duquesa.

―Te apuesto lo que sea a que sí lo hubiese hecho. Es un buen hombre, son sus amigos los que lo hacen llegar a extremos tan bruscos.

―Entonces es un títere ―bufó―, y eso es mucho peor.

―Sigo creyendo que es un buen partido.

―Voy a tomar tu apuesta, bonita.

―¿Qué apuesta?

―Acabas de decir que apuestas lo que sea a que él, en caso de comprometer la reputación de una dama, se casaría con ella.

―No vamos a hacer eso. La última vez escapé por los pelos, y de aquello no hace ni tres días. No pondré mi reputación en juego de nuevo.

―Yo seré el sayuelo.

―¡No puedes estar hablando en serio!

―Lo digo totalmente segura.

Nada podía salir mal ¿verdad?

―Podrías acabar casada con él.

―Eso no me preocupa porque estoy convencida que él no es de los que se casa. ―«Menos me casaría con ese estúpido».

―Alice…

―¿Qué? En caso de que algo salga mal no me importaría, porque soy la hermana de un futuro conde. Seré una solterona que lo ayudará a criar a sus herederos, pero antes conseguiré de Phillip que financie mis viajes. Lo tengo todo previsto. Mi plan es infalible y ese arrogante de Malzard no va a ser un impedimento. Tal vez incluso me vendría bien arruinar mi reputación…

―Es peligroso hacer una apuesta de ese calibre, Alice.

―Nadie tiene porqué saberla. Sé que puedo ser cuidadosa. Lo dejaré tan avergonzado que no dirá ni una palabra. De algo me tiene que servir ser una de las incomparables de la temporada. ―Batió sus pestañas.

Su hermano había hecho un buen trabajo al dejarla con la familia de Susan. Era una lástima que el matrimonio no fuese una de sus prioridades… ¿Habría algo mal en ella? Todas las jóvenes que conocía tenían el único objetivo de ser la esposa de algún hombre con título, ella quería ver el mundo.

―Eres preciosa, Alice, además, tu hermano ha puesto una dote muy suculenta.

―Ese desagradecido está loco por librarse de mí. Phillip es así, cree que me está haciendo un favor. Y como creo que no conseguiré casarme, usaré la dote para mis propios fines…

―Eres una incomparable, como bien has dicho. Tu hermano tendrá sobre la mesa numerosas peticiones.

―Soy popular porque no hago caso a ninguno de los estúpid

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