Menos peros y más te quieros

Daniel De la Peña

Fragmento

menos_peros_y_mas_te_quieros-1

Capítulo 1

MENOS FANTASÍAS…

Creedme cuando os digo que las fantasías están sobrevaloradas. Son mejores si son solo eso, sueños ocultos en lo más íntimo de tu imaginación. La cosa cambia, y mucho, cuando se hacen realidad. Porque nunca suelen salir como tú pensaste. No me refiero a cuando compras un boleto de lotería e imaginas que te conviertes en millonaria y luego no te toca ni la postura. Y, además, tienes que aguantar a la pesada de tu compañera de trabajo con quien compartes el décimo recriminándote que era un número muy feo y por eso habéis ganado nada. «¡Fea sois tú y tu fastidiosa actitud!», te encantaría gritarle, pero te contienes. Ni tampoco me refiero a cuando sueñas con largarte de vacaciones a un país paradisíaco y conocer a un chulazo que te hace el amor tan rico que te rejuvenezca diez años por lo menos. Para después acabar en una playa de Salou ligando con un mamarracho que fuma como un loco, se cree James Bond y se parece más a Kung Fu Panda por la barriga que tiene. Que, para colmo, está casado y su mujer lo espera en el hotel. No. Digo a cuando fantaseas con tu jefe y decides pasar a la acción. Hipnotizada por su cuerpo de cuarentón trabajado en el gimnasio. Tenemos que reconocer que cuando rozamos la treintena, un madurito deportista siempre nos pone mucho. Mi jefe cumplía todos esos tópicos que lo hacían tan atractivo; las pocas canas que le asomaban en su cabellera oscura, la cara de malote que era un imán imprescindible para perder la cordura, su mentón masculino y su voz grave. Si a ese cóctel de seducción masiva le sumábamos que pensaba que todos los satélites orbitaban alrededor de mí, el resultado fue que malinterpreté las señales que me enviaba. Cuando me decía «Mónica, por favor, ¿puedes pasarme los informes de marketing y preparamos la reunión con los de ventas?», yo entendía «morenaza de ojos azules y metro setenta, ¿puedes arrancarme la camisa y lamerme todito el cuerpo?». O, cada «gracias», «muy bien» y «maravilloso trabajo» que soltaba lo tomaba como una invitación para fundirme con él y solo escuchaba «quiero follarte, ¡quiero follarte!». Pues sí, una, que era muy divina, y después del curso que hice para elevar mi autoestima, hasta un eructo me parecía un halago. Lo digo en serio, reforcé tanto a mi ego que se necesitarían los cinco ejércitos de El señor de los anillos para tumbarlo de nuevo. O eso pensaba… Y os puedo asegurar que tan malo es regalarse poco amor propio como tenerlo en exceso… Todas las fantasías que os relataba sobre mi jefe estaban muy bien y conseguían que mi trabajo como aprendiz de agente de ventas de una conocida web de textil fuese menos monótono. Todo iba de maravilla hasta el día que decidí hacerlas realidad. ¡Puto curso de autoayuda, en qué mala hora decidí apuntarme! En realidad, daba igual. Había matado a mi Pepito Grillo mucho antes, a mis diecinueve años, en alguna fiesta a las que asistía donde el alcohol más light que había era el de desinfectar. Seguramente, lo ahogué en ron y whisky, o dimitió y abandonó su puesto de conciencia al ver que conmigo tenía poco o nada que hacer. ¡Qué bien me hubiese venido un poco de cordura antes de dirigirme a casa de mi jefe para declararme! Todavía pienso en lo que hice y me recrimino mi comportamiento, más propio de un pretendiente de La isla de las tentaciones que de una chica de veintinueve años hecha y derecha. Bueno, derechita sí que me fui, pero ¡a tomar por saco! Aún resuenan en mi mente los tres golpes que di con mi puño al llamar a la puerta de su casa, la cara de sorpresa cuando abrió y mi risa picarona antes de propinarle un beso en la boca. Al principio se apartó, pero después pasó sus manos hasta mi culo para seguir besándonos. Todo fue una fiel calcomanía de mis dichosas fantasías. Visita inesperada, beso furtivo, al principio se resistía para después hacerme suya. ¡Uf, casi me desmayo! Pero con lo que no contaba fue con la vocecilla dulce y tierna que lo llamó.

—Papá, ¿quién es esa señora?

«¿Señora? Disculpa, niñita, soy diez años más joven que tu padre y que tu madre», pensé. Mi ridícula defensa se disipó al contemplar como una de sus hijas nos había pillado dándonos el lote en la puerta de su casa. Mi jefe me miró con gesto incómodo y me propinó un leve empujón para alejarme.

—No es nadie, cariñó. Solo una amiga de papá.

—¿Y por qué os habéis besado?

«Porque soy gilipollas», dije para mis adentros. ¡Qué bochorno! En ese instante supe que hacer realidad mi fantasía no había sido una idea muy acertada. Sin decir nada, salí corriendo. Bajé las escaleras y me perdí entre la gente que paseaba por la calle. Me maldije por haber sido tan inconsciente y estúpida. ¡Estaba casado! Gran parte de mis sentimientos hacia mi jefe eran fruto de mi morbo y de dar rienda suelta a mi lujuria. Pero era innegable que entre nosotros había existido cierto flirteo y un juego de seducción. No me inventé sus miradas inquisidoras, sus piropos a escondidas y algún que otro roce fortuito. Puedo ser muy imaginativa, pero no soy tonta. A él le gustaba y por eso coqueteaba conmigo en la oficina, ¡por eso me devolvió el beso! Llevaba dos meses trabajando como becaria… Sí, a mis veintinueve años era becaría, ¿qué le iba a hacer? Y nadie me había dicho que estaba casado. Claro está que tampoco le dije a ningún compañero que me sentía atraía por su cuerpo de adonis y que notaba que él me hacía el amor con la mirada. Un día me hice hasta un test de embarazo porque me miró tan intensamente que pensé que me había preñado en uno de sus ardientes abrir y cerrar de ojos. Con estos sementales nunca se sabe… Buceé en sus redes sociales sin sacar nada claro sobre su situación sentimental. Solo publicaba fotos del trabajo, haciendo deporte o en alguna comida con colegas… Como tampoco le vi anillo de compromiso o casado, di por hecho que tenía vía libre para lanzarme sobre él. ¡Bien por mí! En lugar de comprobar si tenía mujer e hijos, le sorprendía en la puerta de su casa… y después nos sorprendió su hija.

¡Soy gilipollas! Ya lo he dicho un par de veces y me quedo cortísima.

Como no podía ser de otra forma, al día siguiente me despedí… por WhatsApp.

menos_peros_y_mas_te_quieros-2

Capítulo 2

DESPUÉS

Patética, ridícula e idiota. Así me sentía después de mi pueril comportamiento. Decidí atrincherarme en mi cuarto para evitar el contacto con el resto de la especie humana. Sí, eso haría. Si nadie me veía, nadie me juzgaría. Ya no tenía que ir al trabajo, y a mis amigos y familiares les expliqué que ese era el motivo de mi depresión: un despido falso por parte de la empresa. Prefería que no supieran que me había insinuado a mi jefe y que su inocente descendiente nos había pillado enrollándonos. Era mejor así. Opté por decir que no había superado el periodo de prueba en el curro antes que soportar el peso de la vergüenza de ser una busca-casados. ¡Una destroza-hogares! ¿Qué habría pasado con mi exjefe y su mujer? ¿Se fue de la lengu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos