Ámame una noche más (Minstrel Valley 16)

Alexandra Black

Fragmento

amame_una_noche_mas-2

Capítulo 1

Londres, 1847

—Es evidente que las mentes femeninas son débiles e incapaces de asimilar cualquier aprendizaje. —Malcom Sedford, conde de Tamworth, hinchó el pecho, orgulloso de sí mismo por haber expresado aquellas palabras—. De hecho, basta con enseñarles a leer y escribir. Un aprendizaje más amplio podría ser perjudicial para ellas.

John River, sentado al otro lado de la sala, lo miró con incredulidad. ¿Cómo podía hablar de aquel modo y mostrarse tan satisfecho después de haber dicho semejante barbaridad?

—¿Está diciendo que todas las mujeres son estúpidas? —preguntó doblando el periódico—. ¿O lo que quiere decir con sus palabras es que prefiere a una mujer tonta a su lado porque así no se notará su propia estupidez?

Lord Tamworth abrió la boca para contestar, la cerró de nuevo porque no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo y la abrió otra vez, aunque su respuesta no fue ni todo lo ingeniosa que le habría gustado ni todo lo confiada que tendría que haber sido.

—¿Me está llamado tonto, señor River?

John enarcó una ceja en un gesto burlón que no pasó desapercibido para ninguno de los presentes. Todo el mundo conocía la mala relación entre los dos hombres, así que no era raro que se enzarzasen en alguna disputa de la que el conde jamás salía airoso.

—En absoluto, milord. ¿Acaso le ha dado esa impresión?

El tono utilizado y la expresión socarrona sacaron de quicio a lord Tamworth, que estuvo a punto de abalanzarse sobre él. Si no lo hizo, fue porque sabía que saldría perdiendo en la contienda. Todos allí conocían la habilidad del señor River con los puños. Hubiese aprendido donde hubiese aprendido, no había sido en un club de caballeros, pues era capaz de volar por el aire y golpear a sus oponentes desde posiciones imposibles. Las malas lenguas decían que lord Mersett había sido su maestro, pero nadie podía afirmarlo con seguridad.

Las burlas de John River hacia lord Tamworth eran habituales y, a pesar de ello, este era incapaz de defenderse en condiciones. Aunque, en opinión de los presentes, el mismo conde se buscaba aquello, pues sus disertaciones sobre distintos temas solían ser tan pretenciosas como erradas. Aunque eso no quería decir que no estuviesen de acuerdo con él en cuestiones como las relacionadas con las mujeres. De hecho, solo el señor River parecía creer que estaba equivocado.

—¿Qué tipo de mujer querría usted a su lado, señor River? —preguntó lord Seth Brangwen, futuro cuñado del conde de Tamworth.

John se volvió hacia él y sonrió.

—Solo quiero a alguien que camine a mi lado y con quien pueda compartir mi día a día. Una mujer inteligente que no tenga miedo de mostrar su valía frente a mí. No soportaría que ocultase su inteligencia o sus capacidades solo para evitar que yo me sienta estúpido. —Miró a lord Tamworth con sorna—. Valoraría sobremanera a una mujer así.

Un murmullo de desaprobación recorrió la sala.

—Cada vez que habla me hace pensar que cree que las mujeres pueden ser iguales que nosotros —respondió el joven—. Es un pensamiento peligroso, pues ellas mismas podrían creer que algún día llegarán a serlo.

—Me parece mucho más peligroso negar la evidencia, milord. Creer que todas las mujeres son estúpidas para enaltecer su propio ego es tan injusto como absurdo. Pero peor me parece obligarlas a vivir en un estado de infancia perpetua y hacerlas creer que son incapaces de valerse por sí mismas cuando no es así.

Otro murmullo de desaprobación recorrió el salón. Nadie estaba de acuerdo con él, pero aquello no era una sorpresa. Estaba acostumbrado a ver aquellas expresiones horrorizadas, como si sus palabras fuesen capaces de abrir un agujero en el suelo que los conduciría directamente a un averno dominado por mujeres dispuestas a hacerlos pagar por sus pecados en la tierra.

—Dígame entonces, señor River, ¿cómo podrían defenderse unas criaturas tan delicadas en un mundo tan peligroso como este?

John se volvió hacia el hombre que le había hablado y sonrió con amargura.

—Lord Bromley, nosotros somos el mayor peligro para ellas, así que el primer paso sería dejar de comportarnos como bestias y empezar a respetarlas. El segundo, dejar de tratarlas como criaturas delicadas. No son niñas, no son objetos frágiles y no necesitan nuestra protección constante. Al final lo que hacemos es protegerlas de otros hombres. ¿Acaso no advierte a sus hijas de lo peligroso que es para ellas quedarse a solas con un hombre? ¿No les ha explicado que deben ir siempre acompañadas y que nunca, jamás, deben salir a la calle de noche y mucho menos solas? ¿Lo hace acaso por los peligros que representan la luna o las estrellas? ¿O lo hace porque teme la posibilidad de que un hombre les haga daño?

Lord Bromley se sonrojó, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a ceder. ¿Peligrosos ellos? Ellos no representaban ningún peligro para las mujeres, pues eran hombres honrados. Mas horas antes los más jóvenes del grupo habían hecho una apuesta sobre quién sería el que conseguiría los favores de una joven debutante que parecía muy receptiva a las atenciones masculinas.

Era asqueroso.

Mientras ellos debatían con enojo sus palabras, John regresó a la lectura del periódico, ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Estaba acostumbrado a que se alterasen los ánimos cuando hablaba, así que le importaba más bien poco el resultado de todo aquello. Herir su frágil ego era como un deporte para él y lo que sucediese después era irrelevante.

Mientras desplegaba el diario, lanzó una mirada al conde de Tamworth. Él solía ser el objeto de sus burlas, aunque le aburría sobremanera que no fuese capaz de rebatir sus argumentos. Se indignaba, gritaba, lo señalaba con el dedo… Era un auténtico memo que había tenido la suerte de nacer en una buena familia, porque de haber tenido que vivir lo que él había vivido, se habría muerto de hambre.

John despreciaba a buena parte de aquellos nobles porque le parecía que su simple existencia era un desperdicio de espacio en el mundo. Vivían para gastar el dinero de sus familias sin preocuparse de nada más que de sí mismos. Tamworth, por ejemplo, estaba comprometido con lady Skye Brangwen, la hermana pequeña de lord Seth Brangwen. Tras casi seis años de compromiso, todavía seguía evitando dar el paso definitivo porque mantenía una relación con una mujer casada. Ambos esperaban el fallecimiento del esposo de esta, para lo cual faltaba más bien poco, pues era casi cuarenta años mayor que ella. En cuanto eso sucediese, no dudaría en romper el compromiso, lo que pondría en una situación muy complicada a lady Skye. Si ya se habían esparcido todo tipo de rumores debido al hecho de que todavía no hubiesen puesto fecha para la boda, no se quería imaginar en qué situación quedaría ella por culpa de aquel descerebrado. La dama tenía veintitrés años ya y, si seguía posponiendo el momento, nadie la querría, por más que fuese una de las herederas más cotizadas del país.

A John le resultaba muy difícil entender por qué los condes de Ryedale permitían que Tamworth tratase de ese modo a su hija.

Había algunos nobles en el grupo a los que respetaba, pues no era dado a generalizar. El conde de Waverley, por ejemplo, era un hom

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos