Un obstáculo que salvar para amarnos (Le Chrysanthème Gazette 1)

Elizabeth Urian

Fragmento

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Capítulo 1

Londres, febrero de 1816

Amelia quiso escapar del sofocante bullicio; sus mejillas ardían, si bien no era debido al calor. La temperatura en la mansión del duque y la duquesa de Easton resultaba agradable a pesar de todos los invitados transitando por las salas abiertas, con los cientos de velas encendidas y con las gruesas cortinas que resguardaban del frío exterior, mucho más intenso aquel invierno. Su estado de agitación se debía a la indignación o, tal vez, a un hombre: al marqués de Reeveborough.

No corría, aunque sus pies se movían con bastante ligereza. Esquivaba a uno y a otro con la cabeza gacha, tratando de pasar desapercibida. Su comportamiento podía considerarse un tanto ridículo, pues era tan invisible en aquella fiesta como lo era para todos los lectores de Le Chrysanthème Gazette. Conocían su nombre, pero no su rostro. Así que, en realidad, no importaba que la vieran abandonar la mansión con demasiada prontitud.

Una mueca desdibujó su rostro. Ese hombre había conseguido amargarle la noche.

Cuando un lacayo con librea le abrió la puerta y Amelia salió al amparo de la noche, notó un demoledor frío invernal cernirse sobre ella. Había sido demasiado atrevido partir como si estuviera en pleno verano.

—¿Desea su carruaje, milady? —se apresuró a preguntarle este—. Debería esperar adentro. Yo la avisaré.

Amelia negó con la cabeza.

—Señora Bennett —matizó. Ella no era ninguna dama de alcurnia, sino una viuda que vivía modestamente. Si estaba invitada a la fiesta era debido a la amistad que la unía a la duquesa. Porque si no fuera por ella, jamás habría podido acceder a una velada de tanta envergadura.

Se sintió un tanto desvalida con las temperaturas tan bajas y sin un vehículo con el que regresar a casa. Había llegado a la fiesta en compañía de Georgia y sus padres. Como se marchaba antes y sin despedirse, no se atrevía a utilizarlo. Tampoco podía pedir el carruaje de la duquesa.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó con preocupación—. Se va a helar.

Otro lacayo también se acercó por si podía ayudarla.

Ella se quedó mirando al primero, indecisa.

—Sí —contestó con una voz más débil de lo que esperaba. De inmediato se enderezó y recuperó la compostura habitual. Miró hacia atrás y, al ver que él no la seguía, pidió que le buscaran un carruaje.

Era una idiota por pensar que el marqués correría tras ella. No lo creía capaz de retractarse de sus palabras, porque ese hombre, por muy lord que fuera, parecía inexperto en el arte de pedir disculpas.

«Aunque lo hiciera, no lo perdonaría. Primero se helará el infierno».

Tal vez aquel hombre había conseguido hacerla dudar de sí misma durante un momento, pero no le robaría la determinación. No huía, se recordó con la cabeza erguida; se marchaba, que era bien distinto.

***

Una hora antes Amelia estaba disfrutando de la noche en compañía de su mejor amiga. No era una gran amante de las multitudes ni de las excéntricas celebraciones de los ricos, sin embargo, aquella experiencia resultaba, cuanto menos, agradable. Aquel era un calificativo bastante apropiado teniendo en cuenta lo poco que le gustaba moverse por ambientes tan elegantes.

La música sonaba armoniosa desde el salón de al lado, donde la gente que deseaba bailar no era molestada por conversaciones ni presentaciones. Amelia y Georgia no se habían acercado todavía, aunque no creía que llegara a hacerlo, puesto que no eran una de sus actividades preferidas. La sala donde ellas se encontraban comenzaba a estar repleta. Para la ocasión, habían quitado los sofás y los muebles, sustituyéndolo por sillas para que los invitados pudieran sentarse si así lo deseaban.

—¿Has visto cómo se ha alegrado Fanny? —Georgia se refería a cuando el rostro de la anfitriona se iluminó al verlas llegar—. ¡Te lo dije! —le recordó con entusiasmo. En cambio, el ánimo de Amelia era más moderado—. Siempre que te invita a sus cenas y a sus bailes le das evasivas.

Amelia frunció los labios.

—No siempre —le corrigió—. Cualquiera diría que soy una misántropa.

Georgia rio.

—No, pero admite que huyes de las multitudes como si se tratara de la peste. ¿Por qué mejor no piensas en toda la gente que podemos conocer esta noche?

—No creo que se trate de las multitudes, sino del entorno. Además, no soy ninguna dama de alcurnia. ¿Quién querría conocerme?

Ni siquiera pertenecía a la baja nobleza.

—Oh, Amelia —se lamentó su amiga—, deja esa actitud. Disfrutemos de la noche, ¿quieres? Piensa que hay gente que jamás tendrá la oportunidad de asistir a una fiesta como esta.

En eso tenía razón. Ser amiga de una duquesa no era un privilegio al alcance de todo el mundo. Iba a decírselo cuando se percató de la presencia de Louisa abriéndose paso entre la gente. Sus movimientos eran suaves mientras esbozaba sonrisitas de disculpa al interrumpir a alguien para avanzar.

Cuando llegó junto a ellas, tomó sus manos y las apretó con cariño.

—¿Habéis visto cuánta gente? —les preguntó mirando hacia todos lados, para después centrarse en ellas—. Laurence y Fanny van a pasar la noche entera saludando a sus invitados —se lamentó, aunque sin envidiar a su hermana lo más mínimo.

—Lo siento por ellos —dijo Amelia con pena—. No van a poder disfrutar ni de su propio baile. Uno pensaría que, estando en febrero y con este frío, la gente preferiría quedarse en su casa delante del fuego.

Los ojos de Georgia se abrieron de par a par.

—¡Qué disparate! ¿Y perderse el baile del duque y la duquesa de Easton?

—Yo lo hubiera preferido, sí.

Tanto Georgia como Louisa miraron a Amelia, la voz discordante del grupo.

—¿Ya te estás arrepintiendo? Borra esa expresión de dolor de muelas que luces. Ni siquiera son las once.

Amelia pintó una sonrisa postiza en su rostro.

—¿Mejor así? —Georgia asintió—. ¿No veis lo mucho que me estoy divirtiendo? —Su tono era tan falso como su sonrisa, por lo que ninguna se lo creyó—. Por cierto, ¿alguien ha visto a Phoebe?

—Ha venido con su padre y no podrá deshacerse de él con facilidad.

Georgia y Amelia intercambiaron una mirada.

—A buen seguro querrá presentarle algún noble respetable.

Louisa asintió con un ligero movimiento de cabeza.

—Eso me temo. Presentación tras presentación, sonrisas forzadas, reverencias, conversaciones superfluas… Ya que mi hermana va a estar ocupada, pensaba que podríamos pasar la velada las cuatro juntas.

Phoebe ya no era una dama en edad casadera, pero su padre seguía tratándola como si lo fuera. Ni siquiera había considerado que ella no quisiera contraer nupcias con nadie, pensó Amelia. Había tenido oportunidades y las había rechazado todas. Existían circunstancias vitales que hacían que una mujer no quisiera permanecer atada a un hombre, como también era su caso. ¿Por qué complicarlo más con candidatos que nunca llegarían a nada? Si Phoebe estaba feliz con su vida, debían tratar de respetar su decisión.

—Desearía poder rescatarla. —Amelia

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