Corazón congelado (Corazones en Manhattan 5)

Camilla Mora

Fragmento

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Capítulo 1

Tres años después

Andy caminaba a su lado con las manos en los bolsillos delanteros de su jean y con la mirada baja. Él había insistido en acompañarla hasta la puerta del edificio de apartamentos donde vivía, después de la cita que había tenido.

Los nervios la colmaban por dentro. ¿Qué debía hacer? ¿Besarlo? Era lo esperable, dado que volvían de su primera velada, ¿cierto? Sin embargo, algo en todo ello no parecía correcto.

Miró de reojo al hombre que tenía un aspecto tipo hípster con sus lentes con armazón de acetato. Por lo que había oído, desde que habían dejado la empresa Hayworth y habían fundado la agencia publicitaria S&P, Andy había abandonado su apariencia seria para reemplazarla por la que usaba en su vida privada, más relajada y un tanto vintage. Lo que también aplicaba a dejar de utilizar las lentes de contacto que cubrían sus ojos de un azul tan tenue que apenas se distinguía.

Llegaron a las escaleras de granito y se detuvieron. Él abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra salió de sus labios entreabiertos. Andy sonrió, ruborizado, y le rehuyó la mirada con la suya, tan clara como el agua cristalina. Era un hombre muy atractivo, con sus modales caballerescos y su simpatía. Tal vez solo debía obligarse a sentir algo por él y lo demás vendría después. Muchas veces había oído que el amor venía con el tiempo, ¿sería así? ¿Una podía acostumbrarse a amar a alguien? ¿Se podía cimentar una relación sobre la amistad? Andy era uno de los mejores hombres que había conocido y quería a toda costa sentir algo más por él, sin embargo, el hecho de que disfrutaran de alguna intimidad física la asqueaba y no creía que pudiera tolerarlo.

Él parecía igual de indeciso que ella y hasta reacio al tan esperado beso de despedida por tantas otras parejas en las mismas circunstancias, claro que no eran ellos. ¿Por qué vivían ese instante como una penuria? La cita había ido de maravilla. Habían concurrido a uno de los restaurantes de moda de Manhattan, uno que se había inaugurado hacía unos meses y que no era tan caro como para que no pudieran compartir los gastos. Ange jamás consentiría que un hombre le pagara absolutamente nada.

—Bien —dijo Andy. Parecía que lo había asaltado una escasez de palabras, algo que Ange jamás creía que presenciaría. Andrew era una de esas personas que no se callaban jamás y hablaba hasta por los codos—. Hemos llegado. —Él le tomó los dedos de una mano y jugueteó con ellos sin alzar los ojos hacia ella.

—La pasé muy bien. —Ange subió un par de escalones y se volteó hacia él, que continuaba a los pies de la escalera y con su mano en la suya. Quedaban casi a la misma altura, dado que Ange era una persona menuda y un tanto pequeña.

Sus ojos se conectaron y Ange lo supo, era el momento del beso. Ese beso tan ansiado por otras parejas, la culminación de una cita perfecta, pero para ella era un intercambio que solo quería que sucediera lo más rápido posible para correr escalera arriba y encerrarse en la quietud de su apartamento.

Él tiró con suavidad de sus dedos para que se inclinara; sus labios apenas se rozaron en un beso dulce. No intentó sujetarla, atraerla hacia él ni aprovecharse de ninguna manera. Andy era lo que era: un caballero y una ternura de hombre.

«¡Quiero sentir algo!», se gritó en la mente para darle la orden a su corazón, que se hizo el tonto y se negó a alterar la frecuencia lenta de sus latidos. Ningún sentimiento amoroso afloró en ella. Sus labios se separaron. Los ojos claros se clavaron en los suyos, oscuros, y no sintió nada, continuó tan fría como siempre. Era como si una mano gélida tuviera atrapado al órgano en medio de su pecho. Ella notó que Andy buscaba algo en su expresión, algo que no hallaba, por lo que Ange le sonrió y le pasó una mano por la mejilla en una breve caricia.

—Gracias por todo, Andy.

—Espera. —Él atrapó su mano y la observó con atención—. Lo lograremos, Ange, solo tenemos que esforzarnos.

No había forma de hacerse la desentendida de lo que él implicaba.

—Andy… —se compadeció.

—¡Vamos! Solo tenemos que…

Él tampoco había sentido lo que se debería. Ella ya lo había notado. Él era tan especial; Andy había intentado con energía despertar algo en ella, algo que no había conseguido reavivar, sin embargo, estaba decidido a que lo de ellos funcionara. ¿Por qué? No llegaba a comprenderlo. A pesar de las características positivas que se veían a plena vista de Andrew Morgan, había una capa bien profunda, un tanto oscura, y que ella no llegaba a dilucidar. Era un ser complejo y no creía que ella fuera la mujer que debía desenterrar lo que él guardaba en su interior.

Ella intentó recuperar su mano, dispuesta a continuar su camino escaleras arriba, pero él la aferró con mayor fuerza.

—Ange…

Se volteó y posó una mano en la pared de ladrillos a la vista.

—Bien, planifiquemos otra salida.

—No lo llamaremos cita, sino una oportunidad para las… —Andy se encogió de hombros y volvió a enterrar las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Chispas —concluyeron al mismo tiempo.

Eso era con exactitud lo que había faltado: chispas. Ni fuegos artificiales. Había sido una idiota. Una idiota por haber tenido un anhelo durante toda la velada de que su corazón volviera a sentir alguna emoción por un hombre, uno que realmente valía la pena. ¿Pero para qué engañarse? Ange había creído que con un encanto como Andy el suelo se le movería bajo los pies al unir sus bocas y… no había sucedido nada. Ni siquiera un leve temblor al pasar los automóviles por la calle.

Se despidieron y Ange se apresuró a estar dentro de su apartamento, como si con eso volviera a su equilibrio, a la seguridad a la que estaba acostumbrada.

—¿Cómo te fue? —preguntó su madre al salir de la cocina con un paño en las manos.

—Bien.

—¿Solo bien?

Ange no le respondió, sino que se dejó caer en el sofá que estaba en medio del pequeño living. Habían conseguido mudarse a un hogar decente gracias a que Ange había comenzado a trabajar en la agencia de publicidad S&P. Había sido por obra de una chica que había conocido en un mugroso empleo como camarera de un tugurio de comida chatarra. Keyla y ella habían congeniado desde el inicio y, cuando Key se fue a trabajar en la agencia del que luego sería su novio, la había propuesto a ella como recepcionista. Y lo más sorprendente era que la habían contratado, Mark, el novio de Key, y su socio, Alex, a pesar de que su currículo demostraba que no tenía experiencia en el área.

Subió los pies sobre el sofá verdoso, se abrazó las rodillas y dejó caer la frente encima de estas.

—¿Cariño? ¿Estás segura de que fue bien? —Su madre se acercó, se acomodó a su lado y le posó una mano en un hombro. Siempre habían estado juntas y era la persona que la apoyaba desde que tenía registro en su memoria. Sin su madre, no sabía qué hubiera hecho con Miranda y todo lo que habían tenido que afrontar desde que supieron de su diagnóstico.

—Sí, mamá. Es solo que…

—No es él, ¿verdad? —finalizó por ella—. No es el indicado. —La expresión de adoración que tenía la mujer que la había tenido a los ve

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