Te juro que me amarás

Paulina Briones

Fragmento

te_juro_que_me_amaras-5

Capítulo I

—Abby, ¿tienes un minuto?

—Claro, Eva, solo déjame terminar de mandar estos correos y enseguida estoy contigo.

Colgó el auricular y se concentró en la pantalla del PC. Le dolía el cuello y la espalda por la tensión acumulada. Llevaba días trabajando como esclavo, todo con el fin de terminar el proyecto que pensaba presentar a la directiva para solicitar el puesto que el señor Urquiza dejaría libre al jubilarse.

Cansada, movió la cabeza e hizo varios estiramientos para aliviar un poco la rigidez, apagó el ordenador, tomó su bolso y se dispuso a ir al encuentro de su amiga.

—Adelante, pasa y, por favor, cierra la puerta —concedió Eva en cuanto la vio en el umbral.

Abby se extrañó de la actitud de su amiga, parecía tensa y un tanto molesta.

—¿Sucede algo?

—Sí. Es mejor que te sientes.

—¡Vaya! Ahora sí que me preocupaste.

—¿Hace cuánto que sales con César?

—Tres años, ¿por?

—Abby, ¿en qué mundo vives? Todos en esta oficina saben que el tipo solo te está utilizando.

—Eva, lo hemos hablado infinidad de veces y te he repetido hasta el cansancio que sé lo que hago.

—¿Ah, sí? ¿Entonces qué haces tú aquí trabajando como posesa mientras él tiene una maravillosa cena romántica con Mónica López?

—¿Qué? ¡Eso no es verdad! —Se levantó violenta—. Él me dijo que solo era una cena de trabajo con el señor López y yo le creo.

—No vas a abrir los ojos hasta que ese hombre te destroce, ¿verdad? —Eva la miró con pena.

Desde que entró a trabajar en Luminos Prime, Eva sintió un sincero afecto por la chica de los ojos verdes y la sonrisa amable, por eso mismo, odiaba todo lo que estaba por venir. Había tratado de disuadirla sobre el imbécil que tenía por novio, pero Abby no atendía razones, para ella César era tan perfecto como un dios.

—Eva, sé que César no es de tu agrado, pero… —tomó una bocanada de aire junto con una decisión—, estoy cansada de que todo el tiempo hables mal de él e intentes ponerme en su contra. Incluso, comienzo a considerar lo que me dijo respecto a ti.

—¿Qué te dijo el muy…? —optó por no decir la palabrota que pugnaba por salir de su boca.

—Que en el fondo estás enamorada de él y tienes envidia de lo que hay entre nosotros.

Eva soltó una ruidosa carcajada.

—¿Qué? ¿Enamorada de ese imbécil? Esto sí que es cómico.

—No le veo la gracia, Eva. Desde que te conozco no has hecho otra cosa que llenarme la cabeza con advertencias, sospechas, suposiciones. Todo el tiempo has tratado de disuadirme para que lo deje. En verdad, comienzo a creer que César tiene razón; solo buscas hacerme a un lado y tener el camino libre.

—¿Estás hablando en serio?

—Por supuesto. —Se puso en pie, molesta—. A partir de este momento, dejamos de ser amigas.

—Abby, no sabes cuánto lo siento. —Movió la cabeza en negación—. Quise ayudarte, evitar el dolor y la humillación que… —Hizo una pausa, se levantó y tomó la chaqueta y su bolso—. Olvídalo, eres terca como una mula y, por lo visto, necesitas que la bomba te estalle en el rostro para comprender y empezar a madurar. —Caminó hacia la puerta—. Cuando ese hombre termine contigo, aquí estaré para ti. —Salió sin más.

Abby se quedó rumiando las palabras dichas por su amiga. Adoraba a Eva, pero César era su pareja y tenía que confiar en él. Si tenía que escoger entre ambos, Eva siempre saldría perdiendo.

Salió del privado sintiendo sobre sí el peso del mundo entero. Como autómata, llegó hasta su auto en el estacionamiento y se marchó a casa.

Una vez en su apartamento, aventó el bolso y las llaves en el sofá, se quitó los zapatos, que estaban matándola, y se dirigió a la diminuta cocina a por una copa de vino. Por más que lo intentó, las palabras de Eva seguían rondando en su cabeza.

Apesadumbrada, sacó el móvil y comenzó a marcar; al instante canceló. «¿Qué demonios estoy haciendo? César es mi novio, llevamos tres años juntos; jamás se atrevería a engañarme. Además, Mónica es la hija de nuestro jefe, está incorporándose a la empresa, no es de extrañar que esté presente en las cenas y reuniones de su padre».

—Ay, Eva, ¿qué me has hecho? —murmuró al tiempo que bebía un sorbo de vino tinto y encendía el televisor.

Ni su programa favorito logró distraerla, la duda impuesta por su amiga encontró cobijo en sus inseguridades y las acrecentó.

No era tonta, sabía que César era un hombre que no pasaba desapercibido, su impecable modo de vestir, aunado a unos ojos ambarinos de mirada hipnótica, pícara sonrisa y una chispeante personalidad eran difíciles de ignorar. Nadie mejor que ella para dar testimonio, ya que había caído rendida a él desde el primer «Hola».

Su novio era un hombre extrovertido, atrevido y muy social, todo lo contrario, a ella.

«Vamos, Abby, deja el asunto por la paz o terminarás loca». Apagó el televisor y se aventuró por una tercera copa con la esperanza de que el milagroso elíxir la envolviera con su mágico efecto relajante y le permitiera dormir sin problema.

Una vez en su recámara, miró su reflejo en el espejo del tocador. Según decían sus amigas y el propio César, era una chica guapa, pero al pensar en Mónica López se sintió inferior. Esa mujer era el estilo en persona, nunca se salía un pelo de su peinado, el maquillaje siempre impecable, la ropa de diseño súper chic, rica, mimada, segura de sí… Esa joven era un claro ejemplo de la perfección femenina que el dinero podía comprar.

Cansada de pelear consigo misma, decidió creer que las acusaciones de Eva no podrían estar más fuera de lugar. Mónica podía tener a sus pies al hombre que deseara con tan solo chasquear los dedos, ¿por qué habría de poner sus ojos en un simple empleado de la compañía, como lo era César, pudiendo pescar un pez más gordo?

«Es absurdo pensarlo siquiera. Mejor ya duérmete, Abigail, y deja de torturarte con cosas que no pasarán».

Aun con el brebaje prodigioso corriendo por sus venas, pasó una noche intranquila. La lucha entre mantenerse leal a César y las inseguridades acrecentadas por las palabras de Eva le espantaron el sueño llenándola de incertidumbre.

Por la mañana, en cuanto llegó a la oficina, Abby sintió enrarecido el ambiente; a su paso, los compañeros de piso dejaban de hablar para ponerse a murmurar. Pensó que quizá se debía a que, después de una mala noche, su aspecto dejaba mucho que desear. Observó su reflejo en uno de los cristales que dividían los cubículos y, para su sorpresa, descubrió que el maquillaje había hecho un buen trabajo al ocultar las ojeras. Su traje lucía impecable, como siempre, así que optó por descartar que el cuchicheo se debiera a su aspecto, lo que la intrigó aún más.

—¿Es mi imaginación o todos actúan de forma extraña hoy? —preguntó a Lucy, la recepcionista.

—Seguro que comentan sobre la cena de esta noche.

—La cena por fin de año. ¡Lo había olvidado! Ni siquiera me he comprado un vestido.

Eva se acercó en ese instante.

—Deberías tomarte la tarde libre, ir de tiendas, comprar el vestido más sexy que te encuentres y unos tacones de vérti

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