Instrucciones para días rosas (Trilogía Ellas 2)

Paula Ramos

Fragmento

Ellas que por amor se entregan. Amigas, compañeras.

Eternamente y siempre ellas.

ALEJANDRO PARREÑO,

«Ellas»

Una vez leí una frase de Woody Allen: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes».

No sé cuándo la leí, y tampoco le di mucha importancia en ese momento. No soy una persona muy religiosa, la verdad, pero ¡¿en serio?!

Comienzo a entender el dramatismo de mi amiga Elsa: según ella, a veces parece que algunas cosas las digan directamente por nosotras.

Siendo franca, claro que tenía planes, y sí, era feliz. Parecía que todo iba según lo planeado, según lo que quería. Pero de repente hay algo —o, mejor dicho, un pequeño instante— que lo cambia todo, y no para bien.

Esta no es la típica historia de chica autoengañada viviendo una vida que en el fondo no quiere. No. Para nada, y diré que es injusto. Mucho.

Juro que hay momentos en los que todavía tengo ganas de estallar, de gritar, de llevármelo todo por delante.

¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo pude estar tan ciega?

Lo peor de todo es que ya no hay vuelta atrás, tan solo mirar hacia delante... e improvisar.

Este pensamiento me da vértigo, pero creo que no me queda otra que respirar y ver adónde me lleva esto. Eso sí, estoy segura de que no voy a seguir siendo la misma persona, y eso me asusta. Qué digo «me asusta», me aterroriza. Desde siempre lo he tenido todo muy claro. Puedo recordar que ya de pequeña lo tenía todo pautado; los objetivos, claros. Cada etapa de mi vida estaba marcada por unos planes, y ahora tocaba... tocaba salir del pueblo, comprarme una casa, formar una familia.

Sí. Así ha sido siempre y es imposible no darme cuenta de que estoy perdida. Pero soy yo. Recuperaré las riendas de mi vida.

Puede que me guste tenerlo todo controlado, pero también pienso que, tal vez, es lo que debía suceder.

¿He dicho que siento terror? Pues eso...

¡Nos casamos!

Queremos celebrarlo por todo lo alto.

La fecha del enlace será el sábado, 21 de marzo, pero el día anterior, viernes 20, prepararemos una comida para ir calentando motores.

Toda la información la tenéis en el dorso, junto al mapa.

¡No olvidéis confirmar vuestra asistencia!

Juan y Gala

12.45 h

12.45 h

Una hora y cuarto antes de la fiesta

Elsa vuelve a tamborilear los dedos sobre el salpicadero del coche sin ocultar su mala leche mientras mira por la ventanilla. Estamos con el coche en marcha, en doble fila, y todas sabemos cómo es ella cuando tiene que esperar.

El bullicio en torno a El Corte Inglés de Nuevos Ministerios tampoco ayuda a que se relaje, pero es una zona que siempre está hasta los topes, tanto de coches como de peatones.

Yo solo pido que no haga acto de presencia ningún policía, porque...

—¿Es que esta mujer siempre tiene que llegar tarde? —se queja Elsa mientras consulta su smartwach rosa.

A pesar de estar en el asiento trasero, puedo adivinar su gesto sin necesidad de incorporarme.

Suspiro teatralmente.

—Elsa, tía, hemos quedado a y media. No seas tan histérica. No han pasado...

—Son ya menos cuarto. No digo nada, Diana, y te lo digo todo. Si llegamos tarde, no os vuelvo a hablar en toda la fiesta. ¡Lo prometo! —Se remueve inquieta en su asiento—. Si es que con vosotras hay que quedar con cuatro horas de antelación. ¡Qué digo «cuatro»! ¡Un día antes! Y ni se te ocurra poner los ojos en blanco...

La puerta del copiloto se abre de golpe sobresaltándonos a ambas y sin darme tiempo a contestar.

—¿Ya está quejándose de que llego tarde? —pregunta una sonriente Nagore con el pelo cobrizo alborotado, mientras se sienta sin temer por su pellejo a pesar de la mirada de Elsa. Chica valiente—. Se oían tus quejas desde Castellana.

—Para lo que han servido —contesta mordaz aquella.

—Tampoco ha sido tanto... —comienza Nagore, inclinándose para darme un rápido beso en la mejilla como saludo y dejándome coger la percha con el conjunto que se va a poner hoy.

Lo pongo al lado de las otras dos fundas colgadas en el asidero del asiento trasero.

—Diecisiete minutos, Nagore. Diecisiete —puntualiza Elsa al tiempo que arranca de nuevo el coche.

—Tía, tienes que plantearte hacer meditación para canalizar esa mala leche, te lo digo yo —suelto entre risas mientras comenzamos a incorporarnos a la vía.

Por supuesto, nos pilla el primer semáforo en rojo y la retahíla de palabrotas de Elsa no tarda en llegar.

—Yo te recomendaría más ir a un psiquiatra —añade Nagore, tentando a la suerte de nuevo.

Elsa nos lanza a ambas una mirada asesina.

—Venga, es broma —sonríe de manera encantadora Nagore—. Sabemos que en otra vida fuiste la reencarnación de la señorita Rottenmeier, y eso no es fácil de superar.

—Que os peten a las dos —contesta Elsa, y provoca que nos riamos con ganas.

Nagore acaricia el hombro de Elsa y se libra de un empujón porque la conductora está más centrada, tras poner el intermitente y salir de la calle Raimundo Fernández Villaverde para girar a la izquierda y entrar en la calle de Ponzano.

No hace falta decir que el tráfico es lo bastante denso como para que nuestra amiga gruña cada dos segundos. Dirijo mi mirada a la pantalla del GPS y, ahí, la que se tensa soy yo.

—Eh, Elsa, ¿por qué vas a ir por la A6 en vez de tomar la M-40? —pregunto, sabiendo que por el otro camino ahorramos unos diez minutos hasta ll

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